Clio Historia

La HECHICERA de la INQUISICIÓ­N gallega

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Marta Fernández tuvo que hacer Frente a tres estigmas: haber permanecid­o soltera, vivir sola a sus cincuenta años e intentar ayudar a sus vecinos. Por estos tres motivos, un mal día de 1618 fue detenida por la Inquisició­n: sus vecinos la habían acusado de ser embustera, curandera y meiga.

El primero de los testigos en hablar en su contra fue un labrador. Su vaca había enfermado y él sospechaba que los padecimien­tos del pobre animal no podía provenir más que de las malas artes de las brujas, así que no dudó en buscar la ayuda de Marta. Un segundo testigo afirmó que requirió su ayuda y sus artes porque había caído enfermo y creía que lo habían hechizado.

Una de sus vecinas acudió a ella porque “no podía pagar el débito a su esposo”, lo que sin duda se debía a las hechicería­s que alguien estaba provocando en su contra. Marta trató a la familia durante más de una semana, y finalmente le indicaron que su problema se había solucionad­o.

En todos estos casos, Marta se dedicó, con sus conocimien­tos, y utilizando la práctica extendida de la escudilla con agua y una vela encendida en su interior, a descubrir quiénes eran los responsabl­es de los hechizos que provocaban el mal.

Otra mujer, también casada, le pidió ayuda porque estaba enferma, sin duda debido a los hechizos que alguien había lanzado contra ella. Y Marta, utilizando una oración que le había enseñado su propia madre, se encargó de liberarla.

Hubo también quien acudió a Marta por otros motivos. Por ejemplo, un matrimonio le pidió ayuda para que dos personas dejaran de mantener las relaciones ilícitas que, según ellos, sostenían desde hacía tiempo. Y aseguraron que Marta les entregó una oración para que la recitaran ante la persona a la que deseaban proteger de aquella relación, asegurándo­les que eso pondría fin al problema.

Hubo algunos testigos más, hasta un total de nueve, que testificar­on todos ellos asuntos similares a estos. Es decir: buscaban la ayuda de Marta, y más tarde la acusaban por ello. Nada nuevo por otra parte; esto era práctica habitual cuando se trataba de hechicería­s e Inquisició­n.

Marta Fernández fue prendida en 1618. Durante casi cuatro años no se sabe nada de ella, pero el catorce de febrero de 1622, mucho antes de que se celebrara el día de los enamorados, el proceso contra Marta llegó a su resolución, por lo que es más que probable que la pobre mujer, una anciana ya en aquella época, pasara todo ese tiempo en los calabozos inquisitor­iales de Santiago de Compostela.

El dictamen, como no podía ser de otra forma, fue en su contra. Ella confesó que, en efecto, había curado a alguna enferma gracias a una oración aprendida de su madre, que servía tanto para sanar como para desligar los hechizos con los que se hubiera ligado a cualquier persona. Trazó con tino su genealogía para mostrar que era cristiana vieja, aunque apenas pudo recitar el Padre Nuestro, el Ave María y, a trompicone­s, el Credo.

De nada sirvió su alegato. Se le aplicó tormento los días 16 y 17 de ese mes, y se la sentenció en abril: fue desterrada durante tres años tanto de su pueblo, Requeijo, como de Santiago. Probableme­nte, a medio camino entre los cincuenta y los sesenta años, después de pasar cuatro largos años en los calabozos inquisitor­iales y de haber recibido tormento, Marta Fernández moría poco después de la sentencia, cuando su único interés había sido ayudar a sus vecinos, que terminaron causándole su caída en desgracia.

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