EL PRAGMATISMO DE DAVID HUME
EL FILÓSOFO, MATEMÁTICO Y ECONOMISTA DAVID HUME (1711-1776) LLEGÓ A PARÍS A FINALES DE 1763 PARA TOMAR CARGO COMO SECRETARIO EN LA EMBAJADA BRITÁNICA. Su deseo de conocer al virtuoso D'Holbach y a sus colegas filósofos se cumplió de inmediato. Gozó de un caluroso recibimiento. Todos sabían que estaban ante una de la mentes más brillantes de Gran Bretaña. La amistad se fraguó al instante y el pensador escocés se incorporó a las reuniones filosóficas que habitualmente tenían lugar en diversos salones parisinos, como el de D'Holbach en la rue Royale Saint-Roch (hoy rue des Moulins). Así pues, participó muy activamente en aquellas distendidas tertulias. No obstante, su preocupación, más que negar rotundamente una realidad metafísica –algo que desde su escepticismo filosófico le resultaba imposible–, fue deconstruir las bases de la teología racional y combatir la excesiva credulidad. Consideraba que las "verdades religiosas", como la existencia de
Dios o la inmortalidad del alma, no se pueden demostrar mediante la razón. Pero a su vez sostenía que tampoco puede demostrarse racionalmente que no hay tales "verdades". "El ateísmo de Hume era sólido, pero, en última instancia (y de acuerdo con sus convicciones filosóficas), tan pragmático, que él prefería considerarse agnóstico", señala el historiador Philipp Blom. En su ensayo
Investigación sobre el entendimiento humano (1748), Hume plasmó un argumento en contra de los milagros que se hizo muy célebre: "Ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a no ser que el testimonio sea de tal clase que su falsedad resulte más milagrosa que el hecho que pretende establecer". Otras de sus obras más destacadas son: Tratado sobre la Naturaleza Humana (1739-1740), Investigación sobre los principios de la moral (1751), Historia natural de la religión (1757) y Diálogos sobre la religión natural (1779), que se publicó de manera póstuma.