Clio Historia

MITOLOGÍA: TESEO y el laberinto del MINOTAURO

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA, COAUTOR DE “EL ENIGMA TARTESSOS” (EDITORIAL ACTAS)

EL REY CRETENSE MINOS, UNO DE LOS TRES HIJOS QUE TUVO EUROPA, FUE UN HOMBRE AMBICIOSO QUE QUISO GOBERNAR SOBRE OTROS TERRITORIO­S Y, POR ESO, DURANTE SU VIDA, ORDENÓ EMBARCAR A SUS EJÉRCITOS PARA CONQUISTAR NUEVOS PUEBLOS, ESPECIALME­NTE EN LA GRECIA CONTINENTA­L. ES POR ESTE MOTIVO POR EL QUE MINOS, SE TERMINÓ CONVIRTIEN­DO EN UNO DE LOS PERSONAJES MÁS TEMIDOS DE LA ÉPOCA.

LA PASIÓN DEL REY CRETENSE MINOS POR CONVERTIRS­E EN UN PODEROSO MONARCA NO ERA MENOR QUE LA QUE SENTÍA POR SU MUJER PASÍFAE, A LA QUE AMABA CON LOCURA. Con ella tuvo dos hijas, pero su gran deseo siempre fue tener un hijo varón, igual de poderoso y decidido que él, un niño que pudiese heredar el imperio que, con tan gran esfuerzo, había logrado forjar. La suerte pareció sonreírle ya que, muy pronto, Minos supo que Pasífae estaba nuevamente embarazada.

EL NACIMIENTO DEL MINOTAURO

Desde el primer día Minos tuvo el presentimi­ento de que, en esta ocasión, nada podría salir mal y que, por fin, iba a poder disfrutar del nacimiento del hijo varón que tanto ansiaba. No se equivocó, pero sólo en parte, porque el destino, siempre cruel, quiso jugarle una mala pasada. Cuando su mujer dio a luz, Minos observó horrorizad­o al recién nacido que nada tenía que ver con el niño que había deseado. Ante sí tenía a un pequeño monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre, al que pronto se le empezaría a llamar “el Minotauro” (el toro de Minos).

Lógicament­e, el rey cretense (sabiendo cómo se la jugaban los dioses en estos tiempos míticos) empezó a sospechar de su mujer y con la posibilida­d de que Pasífae le hubiera engañado con alguna divinidad.

Para su desesperac­ión pudo comprobar que la realidad fue mucho más hiriente de lo que se esperaba porque Pasífae, tras un breve interrogat­orio, terminó confesando la verdad: un día mientras paseaba por uno de los valles más verdes de Creta se encontró con un hermoso toro blanco y cayó perdidamen­te enamorada de él. A pesar de la humillació­n, el rey Minos decidió no sacrificar al recién nacido, porque al escuchar la historia no descartó la idea de que el animal con el que había yacido su mujer fuese realmente un dios que había adquirido esa forma, por eso ordenó al arquitecto Dédalo que construyes­e un palacio con forma de laberinto para que nadie, nunca, pudiera ver al monstruo.

LA CONSTRUCCI­ÓN DEL LABERINTO

Inmediatam­ente, Dédalo se puso manos a la obra, levantando un palacio que estaba compuesto por miles de estancias unidas por innumerabl­es pasillos comunicado­s entre sí. En su interior, cualquier mortal podría caminar durante días y nunca en-

EL INTERIOR DEL PALACIO estaba compuesto por miles de estancias unidas por innumerabl­es pasillos comunidado­s entre sí. Sólo un dios con inteligenc­ia ilimitada podría escapar de este enigmático lugar.

contraría la salida porque sólo un dios con inteligenc­ia ilimitada (eso al menos pensaba Minos) podría escapar de este enigmático lugar.

Fue allí donde el rey cretense decidió encerrar al Minotauro, pero para que pudiese alimentars­e obligó a que todos los años, siete muchachas y siete muchachos, llegados desde las ciudades conquistad­as en Grecia, se internasen en el laberinto, donde serían devoradas por el monstruo. Así ocurrió durante nueve años, pero transcurri­do este tiempo llegó a Creta un grupo de jóvenes procedente­s de Atenas, entre los que destacaban un bello y apuesto príncipe llamado Teseo. Sus compañeros no lograban entender la entereza y la serenidad con la que el joven inició su viaje, pero cuando fue preguntado por ello, sorprendió a todos al asegurar que él lograría terminar con el Minotauro. Para ello se valdría de su belleza e inteligenc­ia.

EL TRIUNFO DE TESEO

Así fue, porque nada más llegar a Creta, la hija mayor del rey Minos, Ariadna, se enamoró del joven ateniense, y su espíritu se ensombreci­ó cuando fue consciente de la suerte que le esperaba a Teseo. Sin poder refrenar su pena, Ariadna marchó de madrugada, mientras todo el mundo dormía, hacia la casa de Dédalo para confesarle el amor que sentía hacia Teseo. Cuando Dédalo escuchó la historia tuvo miedo de ayudar a la joven porque, si decidía ayudarla, el rey Minos podría acusarle de traición, pero cuando vio que Ariadna se arrojaba a sus pies con los ojos llenos de lágrimas, terminó accediendo a sus deseos: “Si deseas salvar a Teseo –dijo el arquitecto– consigue un hilo de seda y una espada. Esto SERÁ SUFICIENTE PARA MATAR A LA BESTIA”.

Tras escuchar los consejos de Dédalo, la muchacha, protegida por la oscuridad, logró penetrar en el calabozo en el que estaba recluido Teseo, y le entregó un carrete de hilo de seda y una espada de oro, pero sólo a cambio de que él le prometiese amor eterno.

Al alba, los soldados de Minos fueron a buscar al príncipe ateniense para llevarlo hasta el laberinto. Nada más traspasar el umbral del edificio, el joven ató el hilo de seda a una de las puertas, tal y como le había dicho Ariadna y, luego, mientras avanzó por los pasillos fue desenrolla­ndo el carrete. Es más, lejos de sucumbir ante el peligro al que estaba expuesto por su próximo enfrentami­ento con el Minotauro, Teseo aceleró el paso con determinac­ión y al encontrar al monstruo luchó con valentía hasta clavarle la espada de oro en su corazón. Al atardecer, Teseo lograba encontrar la salida del laberinto y unas horas más tarde, cuando ya la luz de la luna brillaba sobre las tranquilas aguas del Mediterrán­eo, el príncipe y Ariadna iniciaron una plácida travesía con rumbo a Atenas.

TESEO aceleró el paso con determinac­ión y al encontrar al monstruo luchó con valentía hasta clavarle la espada de oro en su corazón. Al atardecer, lograba encontrar la salida del laberinto.

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JUNTO A ESTAS LÍNEAS, RUINAS DEL PALACIO DE KNOSSOS, SITUADO EN GRECIA.
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