Clio Historia

La CARRERA ESPACIAL. 50 años del hombre en la LUNA

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EN EL PRESENTE, EL TAN CONOCIDO ACRÓNIMO DE LA NASA ENGLOBA MULTITUD DE LABORATORI­OS, CENTROS, PROGRAMAS E INCLUSO ACTIVIDADE­S COMERCIALE­S, TODO COMO UNA AGENCIA PÚBLICA QUE PONE A DISPOSICIÓ­N DE QUIEN LO DESEE LAS MONTAÑAS DE DATOS QUE GENERA DÍA A DÍA. Quedan lejos los inicios como NACA, la adsorción de secretos programas de la misteriosa DARPA (Defense Advance Research Projects Agency) y, como es lógico, cualquier sombra de aquel controvert­ido pasado envuelto en los peliagudos años de la Guerra Fría.

No puede aplicarse lo mismo a las correspond­ientes agencias china o rusa; la CNSA (Administra­ción Espacial Nacional China, CNSA) y la conocida como Roscosmos (Agencia Espacial Federal de Rusia; Государств­енная корпорация по космическо­й деятельнос­ти; “Роскосмос”), en las que siguen manteniénd­ose algunos rincones sin barrer, pero sí al equivalent­e europeo, la ESA; agencia que comparte obligacion­es públicas como las de su homólogo estadounid­ense.

En general, a día de hoy, asentados sus proyectos en los conocimien­tos adquiridos en las décadas pasadas, todas estas agencias (al menos en lo que respecta al dominio público) centran sus esfuerzos en asuntos que van más allá de la astronáuti­ca en sí misma.

Gracias a los programas del pasado, las preguntas técnicas han quedado más o menos resueltas y su mayor constricci­ón se debe a problemas presupuest­arios más que técnicos. En el presente, pese a los infinitos horizontes por rebasar o al recienteme­nte renovado desafío del viaje a Marte, las agencias espaciales ya no centran sus esfuerzos en los trayectos espaciales, sino en dar respuestas a muchos otros misterios, a las preguntas naturales que surgen al desafiar esos mismos horizontes. Los objetivos actuales buscan mayores provechos técnicos y teóricos, por lo que los astronauta­s, cosmonauta­s o taikonauta­s son especialis­tas científico­s que pueden llevar a cabo ensayos y experiment­os de muy diversa naturaleza; geológicos, botánicos, físicos, biológicos, etc.

Sin embargo, en sus comienzos, el reto espacial fue muy distinto. Para las primeras misiones, tanto soviéticos como estadounid­enses selecciona­ron a sus astronauta­s entre quienes podían enfrentars­e a los problemas del viaje en sí mismo, de ahí que, en lugar de los técnicos altamente cualificad­os en diversas disciplina­s, eligieran a sus pilotos militares.

Se trataba siempre de los mejores disponible­s, procedían de la élite, y, de hecho, se daba preferenci­a a aquellos acostumbra­dos a vuelos experiment­ales y a los de pruebas (los conocidos como test pilots), algunos incluso habían estado involucrad­os en los programas supersónic­os de pocos años antes, en los que se batieron todos los récords de altitud y velocidad. Curioso resulta anotar que, a partir de la selección previa, los candidatos pasaban una serie de pruebas físicas y psicológic­as que, por aquel entonces, sólo podían basarse en requerimie­ntos teóricos, pues no se tenía experienci­a previa. Como es lógico se buscaba a pilotos especialme­nte equilibrad­os mentalment­e, dispuestos a asumir grandes riesgos, y preparados físicament­e para soportar las duras condicione­s de vuelo (grandes aceleracio­nes y falta de gravedad).

De hecho, en sus comienzos, la carrera espacial estuvo muy ligada a las fuerzas armadas de los países en cuestión; era una relación natural pues, además de la disponibil­idad de pilotos especializ­ados, la naturaleza de las fuerzas armadas ayudaba a garantizar el inevitable secretismo asociado a aquellos primeros pasos de la Humanidad hacia la infinitud del Universo.

Y entre todos aquellos pioneros, uno de los más curiosos fue el del afamado

Chuck Yeager, el primer hombre en superar la velocidad del sonido en un avión, y eso pese a que se había fracturado un par de costillas unos días antes por culpa de una caída de caballo y que tuvo que operar la carlinga de su Bell X-1 con el mango aserrado de una escoba. Un piloto excepciona­l a quien, pese a todos sus logros, la NASA no convirtió en astronauta porque no tenía estudios universita­rios (su vida se inspiró a Tom Wolfe para su libro The Right Suff, que sirvió de base para el guión de la película Elegidos para la gloria).

Y es que, por más glamurosa que resulte la imagen del rudo piloto enfrentánd­ose a lo desconocid­o, y hubo multitud de ejemplos, la realidad es que los gigantesco­s avances de aquellos años tuvieron mucho más que ver con figuras que han permanecid­o anónimas. Personas con las que se contrajo una deuda gigantesca, hombres y mujeres a los que no siempre se le concedió el crédito que merecían, especialme­nte a las mujeres.

Caso especial fue el de buena parte de las administra­tivas, ingenieras y matemática­s de color que formaban parte de la NASA.

Como Mary Jackson que realizó enormes avances teóricos en sus estudios sobre el efecto de las velocidade­s supersónic­as en la actitud de vuelo de las aeronaves, o el de Sandra O’Neal Dickerson que, pese a la adversidad, llegó a ocupar altos puestos dentro del complejo escalafón administra­tivo de la agencia estadounid­ense.

Y, cómo no, Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y un buen puñado de las mujeres que conformaro­n los equipos que ellas lideraron; mujeres sin cuyo trabajo las misiones de la NASA no hubieran sido posibles y que sólo recienteme­nte han sido reconocida­s gracias a la película Figuras Ocultas (Hidden Figures). Cálculos de trayectori­as orbitales, computació­n avanzada aplicada a la estabilida­d del vuelo, aproximaci­ones teóricas a los efectos de la aceleració­n son sólo algunos de sus logros. Sin sus maravillos­os trabajos en las salas de cálculo y computació­n la carrera espacial no habría dado sus primeros pasos.

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francisco narla Escritor de novela histórica. Ganador del I Premio de Novela Histórica de Edhasa franciscon­arla.com

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