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Los Monuments Men españoles

El traslado del Museo del Prado LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA MOTIVÓ QUE SE TUVIREAN QUE TRASLADAR LAS OBRAS DE ARTE DEL MUSEO DEL PRADO PARA PONERLAS A SALVO DE LAS CONSECUENC­IAS DEL CONFLICTO BÉLICO. ESTA ES LA HISTORIA DE LOS MONUMENTS MEN ESPAÑOLES.

- POR JAVIER RAMOS

UN VALEROSO GRUPO DE SOLDADOS MUY PARTICULAR­ES (INTEGRADO POR UN CONSERVADO­R DE ARTE, UN COMISARIO, UN ESCULTOR, UN ARQUEÓLOGO, UN ARQUITECTO O UN COREÓGRAFO) DEL EJÉRCITO ESTADOUNID­ENSE ALIADO recuperó una buena parte de las obras que el Tercer Reich había saqueado por toda Europa después de la derrota nazi en 1945. Se les apodaba los Monument's Men (hombres de los monumentos), que George Clooney llevó a la pantalla en 2014, en una adaptación del libro de mismo título del historiado­r Robert M. Edsel.

Pero unos años antes, durante el transcurso de la Guerra Civil española, el Gobierno de la Segunda República ya había creado un comando especial de similares labores: la Junta de Defensa del Tesoro Artístico Nacional, que permitió salvaguard­ar y trasladar 2.000 obras de arte del Museo del Prado a la zona de Levante

y, de allí, a la Sociedad de Naciones en Ginebra (Suiza) ante el avance del ejército nacional.

El Tesoro Artístico Español inició un largo periplo en noviembre de 1936 hacia el que se considerab­a que sería su destino definitivo hasta el final la contienda: Valencia, ciudad a la que se había trasladado la capitalida­d republican­a. Allí se construyer­on depósitos especialme­nte habilitado­s para proteger tan preciados bienes culturales. En la capital del Turia, las obras procedente­s del Prado y de otras partes estuvieron bien conservada­s y a salvo en lugares como las Torres de Serranos y el Colegio del Patriarca.

Sin embargo, en marzo de 1938 las obras de arte se trasladaro­n a Barcelona y Girona antes de que el avance del ejército de Franco cortara la comunicaci­ón entre Valencia y Cataluña. Pero no acabó ahí su viaje. Un año después, el Gobierno de la República decidió trasladar la colección a la sede de la Sociedad de Naciones en la localidad suiza de Ginebra hasta que acabara la guerra.

La protección de los fondos artísticos resultó un trabajo arduo desde

EL TESORO ARTÍSTICO ESPAÑOL inició un largo periplo en noviembre de 1936 hacia el que se considerab­a que sería su destino definitivo hasta el final de la contienda: Valencia, ciudad a la que se había trasladado la capital republican­a.

sus orígenes: a lo largo de los tres años de la duración de la guerra, el Gobierno republican­o creó varios organismos con el fin de incautar las obras de edificios eclesiásti­cos o palacios de la nobleza y conservarl­as del frente de batalla (Juntas de Incautació­n, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico,...).

Las medidas que pretendían llevar a cabo pasaban por trasladar las obras de arte hacia zonas alejadas de la contienda, la planificac­ión detallada que implicaba un transporte delicado, la habilitaci­ón de depósitos acondicion­ados en lugares aislados, inventario­s y actas para facilitar el control de las obras y la posterior devolución o la protección de archivos y biblioteca­s.

La Junta de Protección del Tesoro Artístico se creó en Madrid el 23 de julio de 1936, tan sólo cinco días después de la sublevació­n militar, ante la amenaza inicial que representa­ban para la conservaci­ón del patrimonio histórico las destruccio­nes de bienes eclesiásti­cos y ocupacione­s de conventos y palacetes por organizaci­ones obreras y unidades militares. Los bombardeos aéreos de poblacione­s y objetivos civiles ponían en serio peligro la pervivenci­a del patrimonio nacional. Al parecer, la idea de constituir un organismo que se encargara de proteger las obras de arte existentes en los edificios incautados partió de la Alianza de Intelectua­les Antifascis­tas.

Siete vocales, todos ellos miembros de la citada Alianza, componían la Junta: Ricardo Gutiérrez Abascal (Juan de la Encina), Manuel Sánchez Arcas, Luis Quintanill­a, Arturo Serrano Plaja, Carlos Montilla (quien la presidió), Emiliano Barral y José Bergamín. Con cerca de una treintena de miembros, la Junta se dividió en diez grupos de trabajo organizado­s en varias comisiones de trabajo. Las labores de catalogaci­ón y los ficheros se reservaron a investigad­ores y técnicos.

EL PRADO RESGUARDAB­A LAS OBRAS

Se dispusiero­n varios depósitos para almacenar las obras intervenid­as, como el Museo del Prado, el Museo Arqueológi­co Nacional, las iglesias de San Francisco el Grande, San Fermín de los Navarros y Santa Bárbara, el monasterio de las Descalzas y el frontón Jai-Alai. Sólo en la ciudad de Madrid la Junta consiguió poner a salvo más de 18.000 pinturas, 12.000 esculturas y objetos, más de 2.000 tapices, 40 archivos eclesiásti­cos y particular­es y más de 70 biblioteca­s.

En la mañana del 5 de noviembre de 1936, ya con el enemigo a las puertas de la ciudad, el subdirecto­r del Prado, Sánchez Cantón, fue llamado por la Dirección General de Bellas Artes, donde se le hizo saber

SÓLO EN MADRID la Junta consiguió poner a salvo más de 18.000 pinturas, 12.000 esculturas y objetos, más de 2.000 tapices, 40 archivos eclesiásti­cos y particular­es y más de 70 biblioteca­s.

que el Gobierno había decidido evacuar inmediatam­ente a Valencia algunas de las obras más valiosas del Prado. Como dijo Manuel Azaña, “el Prado era más importante que la Monarquía y la República juntas”. Una lista de 42 cuadros debían ser preparados para el traslado. Empezaba así una de las operacione­s más espectacul­ares de la guerra. Ante la pésima logística, algunas pinturas fueron al aire y sólo atadas con cuerdas, sin protección, únicamente cubiertas por una lona. Cuadros como Las Meninas, de Velázquez, y el Retrato Ecuestre de Carlos V, de Tiziano, se

tuvieron que bajar de los camiones en el puente de Arganda, porque se daban con el armazón metálico, y se debieron pasar de una orilla a otra a través de rodillos.

Trasladada la Junta a Valencia, la República decidió reorganiza­rla para acomodarla al funcionami­ento de un organismo que se pensaba crear: el Consejo Central de Biblioteca­s, Archivos y Museos. Creó en Madrid una Junta Delegada con los mismos fines. La componían Roberto Fernández Balbuena (presidente), Alejandro Ferrant Vázquez, Timoteo Pérez Rubio, José Aniceto Tudela de la Orden, José Rodríguez Cano, Aurelio Garzón del Camino y Antonio Rodríguez Moñino.

TRASLADO FORZOSO A VALENCIA

Pero la amalgama de partidos que conformaba­n el Gobierno de la República trajo disensione­s a la hora de tomar decisiones. Tras el bombardeo del palacio de Liria se hizo ineludible evacuar de allí las coleccione­s de los Alba. El Partido Comunista se negó a entregar las obras a la Junta y las trasladó por su cuenta a Valencia, donde efectuó con ellas una exposición en el Colegio del Patriarca, aprovechad­a para sus propios fines de propaganda. Mientras tanto, Hacienda evacuó por su cuenta a la capital del Turia los tapices del Ministerio de la Marina, Palacio Nacional y Fábrica Nacional de Tapices y gran parte del tesoro artístico de los palacios de Aranjuez.

La subida al poder de Juan Negrín en la primavera de 1937 cercenó días después de su toma de posesión los intentos centraliza­dores en la gestión del Tesoro Artístico, al exceptuar de la tutela de la Dirección General de Bellas Artes, mediante un decreto fechado el 19 de mayo, los bienes del Patrimonio de la República.

A lo largo de 1937, por otro lado, algunos de los depósitos de la Junta llegaron a estar prácticame­nte satura

EL DEPÓSITO MÁS IMPORTANTE era el de la iglesia de San Francisco el Grande, convertida en un auténtico cajón desastre con más de 50.000 obras.

dos. En el Prado había más de 1.300 cuadros procedente­s de otros lugares, mientras que la Biblioteca Nacional albergaba 400.000 volúmenes procedente­s de 80 biblioteca­s. El depósito más importante era el de la iglesia de San Francisco el Grande, convertida en un auténtico cajón de sastre en el que se daban cita más de 50.000 obras en precarias condicione­s de seguridad y conservaci­ón.

No obstante, la carencia de medios propios hizo que la Junta no llegara a tener nunca bajo su responsabi­lidad la protección de los monumentos. Sería el Comité de Reforma, Reconstruc­ción y Saneamient­o de Madrid el encargado finalmente de, ante los continuos bombardeos enemigos, proteger estatuas y fuentes con armazones y sacos como la Cibeles, Apolo o Neptuno o las estatuas de Felipe III y Felipe IV.

La evolución adversa del curso de la guerra hizo mella en la nueva Junta que, nacida en enero de 1938, contaba ya sólo con cinco vocales y catorce auxiliares, y aunque se siguieron manteniend­o todas las funciones, el descontrol y, muchas veces, la ineficacia se hicieron tangibles. Una nueva reorganiza­ción de la Junta en abril de 1938 motivó que la misma pasara a estar presidida por el ministro de Hacienda. Le sucedió el gobernador civil de Madrid, José Gómez Ossorio.

SALVAGUARD­A EN LOS PIRINEOS

La política de evacuación de la parte más importante del Tesoro Artístico llevada a cabo por el Gobierno de la República, tras dos años de éxodo, condujo definitiva­mente las obras a tres depósitos situados en las postrimerí­as de los Pirineos catalanes: el castillo de Peralada (a 30 kilómetros de la frontera francesa), el castillo de San Fernando (a las afueras de Figueres) y la mina de talco de La Vajol, a pocos kilómetros de la frontera.

A principios de 1939, el Gobierno carecía de los medios y tiempo necesarios para poner a salvo el tesoro artístico que tan celosament­e había protegido. El 22 de enero, el Gobierno republican­o había tomado la decisión de abandonar Barcelona rumbo a Francia. El ataque aéreo franquista y el acercamien­to

inexorable de las tropas nacionalis­tas a los depósitos del Tesoro Artístico hacían que su salvamento fuera absolutame­nte urgente, la única vía de evacuación la frontera francesa. El Tesoro Artístico español estaba una vez más en peligro y, en este caso, el más grave de toda la contienda.

A partir de la batalla de Madrid y del bombardeo indiscrimi­nado sobre la capital, la iniciativa internacio­nal se multiplicó. La Sociedad de Naciones instó a que Francia tomara la iniciativa de transporta­r las obras a Ginebra, bajo la protección de la Cruz Roja Internacio­nal y la vigilancia de los conservado­res de los principale­s museos. Pero el temor a una incautació­n o devolución al otro bando mostró el recelo del Gobierno republican­o, que pretendía impedir que el tesoro fuera a parar a los museos de Hitler o de Mussolini. El montante de la deuda que Franco mantenía con sus aliados del Eje hacía que esta condición fuera vital.

Sin embargo, dadas las circunstan­cias de la contienda y el avance imparable de las fuerzas franquista­s, el Gobierno de la Republica veía que la guerra estaba perdida, y en su subconscie­nte decidió, con buen sentido, que el Tesoro Artístico, propiedad de la nación española, debía ser devuelto a su país de origen; en otras palabras, al vencedor, que no podía ser otro que el Gobierno de Franco.

APOYO INTERNACIO­NAL

Se creó un Comité Internacio­nal para el Salvamento de los Tesoros Artísticos Españoles. Era la única vía de salvamento de las obras de arte que se le ofrecía a la República en el exilio. José María Sert, famoso pintor muralista, encabezó el proyecto. A su lado, en los primeros momentos, encontramo­s a otros españoles, aconsejánd­ole o colaborand­o en su tarea, como Gregorio Marañón o Ramón Menéndez Pidal. La prensa internacio­nal, que había seguido de cerca con gran expectació­n toda la labor de evacuación, celebró el éxito de los "salvadores" del Tesoro Artístico Español.

Custodiada­s por los gendarmes suizos, las obras fueron trasladada­s a la sede de la Sociedad de Naciones: en total 1.868 bultos, con un peso de más de 139.000 kilos, entre los que sobresalía­n las pinturas de Velázquez, Goya, El Greco, Rubens, Tiziano... Con posteriori­dad, la Sociedad de Naciones traspasó la colección de obras al nuevo Gobierno que se había establecid­o en España en abril de 1939.

Tras la guerra, el Consejo Nacional de Defensa acordó devolver la Junta Central del Tesoro Artístico a la Consejería de Instrucció­n Pública y Sanidad, y tres días después ordenó su disolución. La Dirección General de Bellas Artes pasó a desempeñar sus competenci­as. Fue el fin de la aventura.

LA SOCIEDAD DE NACIONES instó a que Francia tomara la iniciativa de transporta­r las obras a Ginebra, bajo la protección de la Cruz Roja Internacio­nal y la vigilancia de los conservado­res de los principale­s museos.

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JUNTO A ESTAS LÍNEAS, TRASLADO DE LAS OBRAS DE ARTE DEL MUSEO DEL PRADO, DURANTE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA.
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PREPARATIV­OS DEL TRASLADO DE LA BIBLIOTECA DEL EXPALACIO REAL AL MUSEO DEL PRADO. 1938.
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