TRATADO DE VERSALLES.
Las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial
DESDE EL FINAL DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, CON LA DERROTA FINAL DEL III REICH, LOS HISTORIADORES HAN TRATADO DE ANALIZAR LAS CAUSAS POR LAS QUE SE PRODUJO EL TRIUNFO DEL NAZISMO Y DE SU PERVERSA IDEOLOGÍA. ALGUNOS, COMO ERICH FROMM, DIERON IMPORTANCIA A LOS ASPECTOS IDEOLÓGICOS Y SOCIALES, COMO LA CONSOLIDACIÓN DE LA SOCIEDAD DE LAS MASAS, MIENTRAS QUE OTROS CENTRARON SU ATENCIÓN EN EL AUGE DEL NACIONALISMO IRRACIONAL Y XENÓFOBO QUE, CON TAN NEFASTAS CONSECUENCIAS, TERMINÓ PROPAGÁNDOSE POR EUROPA A PARTIR DEL SIGLO XIX. ENTRE LAS CAUSAS MÁS CERCANAS SE HA HABLADO DE LA CRISIS DE 1929 QUE TRAJO CONSIGO UN VERTIGINOSO AUMENTO DEL PARO Y UN DETERIORO DE LA CALIDAD DE VIDA DE LAS CLASES MENOS FAVORECIDAS Y, POR SUPUESTO, DE LA APLICACIÓN DE LOS TRATADOS DE PAZ TRAS EL FINAL DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL QUE, EN EL CASO, ALEMÁN, GENERÓ UN SENTIMIENTO DE INDIGNACIÓN Y UN ANSIA REVANCHISTA APROVECHADO POR HITLER PARA LLEVAR AL MUNDO HASTA EL BORDE DEL PRECIPICIO.
LA GRAN GUERRA DE 1914 A 1918 SE DISTINGUIÓ DE LAS ANTERIORES POR LAS MOTIVACIONES QUE LLEVARON A LAS GRANDES POTENCIAS IMPERIALISTAS A IMPLICARSE EN UNA CONTIENDA QUE ERA NECESARIO GANAR A CUALQUIER PRECIO. Esta guerra fue también distinta por el tipo de armamento que se empezó a utilizar de forma masiva como las ametralladoras, tanques, submarinos y primeros aviones de combate que provocaron una gran cantidad de bajas, tanto en el campo de batalla como entre la población civil. La guerra supuso, por este motivo, un auténtico drama desde el punto de vista humano, material y moral, por lo que sus secuelas terminaron abonando el terreno en el que se produjo un nuevo enfrentamiento aún más extenso, virulento y brutal entre los años de 1939 y 1945.
LIBERALISMO O TOTALITARISMO
Las dimensiones humanas del conflicto hablan por sí solas. Entre los muertos se llegaron a contabilizar unos ocho millones de bajas, a lo que se debería añadir el elevado número de mutilados con
graves dificultades para sobrevivir (unos veinte millones), las viudas, los huérfanos y los refugiados (unos diez millones). A todo esto, debemos de añadir un nuevo fenómeno que fue habitual en futuras guerras: nos referimos a la neurosis de guerra, como un tipo de patología que provocaba serios trastornos psicológicos entre aquellos que había vivido en el frente, recluidos en el interior de unas trincheras en donde proliferaba la enfermedad, la inmundicia y el miedo.
La Gran Guerra se llevó consigo el grueso de una generación que terminó sucumbiendo en el campo de batalla. Desde ese momento, diversos sectores poblacionales de los países occidentales comenzaron a condenar al capitalismo, a las clases dirigente y a los partidos democráticos tradicionales al considerarlos culpables de todos los padecimientos sufridos en la guerra y, posteriormente, de las consecuencias sociales que trajo consigo la crisis del 1929. Estamos, por lo tanto, ante una situación en la que el pueblo empezó a preguntarse si el parlamentarismo y la democracia de base ilustrada y liberal era un sistema tan bueno como se había considerado hasta entonces.
En los siguientes años, muchos estados europeos fueron sucumbiendo ante el irrefrenable empuje de los regímenes totalitarios, ya que tanto el comunismo como el fascismo se mostraron como ideologías de la modernidad, capaces de transformar de forma radical lo que ya empezaba a considerarse como el liberalismo caduco y la vieja socialdemocracia.
El peligro de caer bajo la sinrazón de los regímenes totalitarios fue mayor en los países situados al este de Francia, debido fundamentalmente al peligro que suponía para la democracia la expansión de la revolución bolchevique que había triunfado en Rusia en 1917. Al mismo tiempo se producía un auge de las tendencias nacionalistas (especialmente en Alemania), por la forma en que habían sido tratados por los países vencedores después de la Primera Guerra Mundial, generándose una enorme conflictividad y el aumento del extremismo ideológico, visible en lugares como Baviera en donde los enfrentamientos armados entre comunistas y ultranacionalistas terminaron provocando una fractura social que favoreció el triunfo de partidos de tendencias antidemocráticas.
PERIODO DE ENTREGUERRAS Frente a la inestabilidad de los países del centro y este de Europa, las potencias occidentales, orgullosas por su victoria en la Gran Guerra, trataron de consolidar su sistema político y económico: capitalismo, libertad política y supremacía civil del gobierno. Pero dormidos en los laureles, en los años de entreguerras, no supieron defender la democracia en el mundo frente al imparable ascenso de los totalitarismos, convirtiéndose en unos auténticos “leones de papel” que poco pudieron hacer para impedir el avance de la Alemania nazi, al menos hasta el año 1942.
Poco después del final de las hostilidades, en enero de 1919, se reunieron en París los delegados de veintisiete naciones, aunque desde el principio quedó bien claro que Wilson (EE.UU.), Clemenceau (Francia), Lloyd George (Reino Unido) y, en menor medida, Orlando
LA GRAN GUERRA se llevó consigo el grueso de una generación que terminó sucumbiendo en el campo de batalla. Desde ese momento, diversos sectores comenzaron a condenar al capitalismo y a las clases dirigentes.
(Italia) iban a tener un protagonismo especial.
En la capital francesa, los países vencedores de la Gran Guerra firmaron cinco tratados con cada una de las potencias vencidas. En estos tratados de paz se puede observar un compromiso entre los principios defendidos por el presidente norteamericano, cuyas propuestas estuvieron inspiradas en el parlamentarismo y la democracia liberal, y los posicionamientos europeos, sobre todo de Francia, que, llevada por el temor que suscitaba la posibilidad del resurgimiento de Alemania y su odio al que se consideraba su enemigo natural, optó por una línea más intransigente.
Frente a la intolerancia de la delegación francesa, Lloyd George se mostró mucho más moderado, ya que su principal preocupación consistía en garantizar la hegemonía británica en el mar, mientras que Orlando veía cómo la mayor parte de las reivindicaciones territoriales eran humillantemente rechazadas.
LA REESTRUCTURACIÓN DE EUROPA
Uno de los grandes problemas a los que se tuvieron que enfrentar los vencedores de la guerra fue la reestructuración del mapa, sobre todo de Europa: reordenar los territorios de los imperios que habían desaparecido (Imperio Austrohúngaro), debilitar a Alemania y crear una especie de cordón sanitario a partir de pequeños estados situados en el Este de Europa para frenar a la URSS y salvar al mundo del bolchevismo. De esta manera, en lo que había sido el antiguo Imperio de los Habsburgo surgieron pequeños países con escasa solidez y gran inestabilidad interna.
En lo que se refiere a Alemania, las decisiones tomadas en París
fueron más relevantes, ya que para los países vencedores (sobre todo Francia), había sido la principal responsable del estallido del conflicto. Desde el inicio de las negociaciones quedaron patentes las discrepancias entre los antiguos aliados de la guerra y el principal escollo que tuvieron que superar fue el referido a la ocupación francesa de la orilla izquierda del Rhin. Para los políticos franceses esta era la única forma de protegerse de una hipotética invasión procedente de Alemania, pero los ingleses se mostraron reacios a desequilibrar nuevamente las fronteras europeas para evitar un resurgimiento de aspiraciones nacionalistas en el continente.
Frente a la diplomacia francesa, Lloyd George se mostró partidario de evitar un futuro conflicto mediante la reducción del ejército alemán y la ocupación temporal de una zona de alto valor industrial y de esta forma imposibilitar el crecimiento económico alemán, al menos en los años posteriores al conflicto. Las mayores discusiones surgieron en torno al Sarre, una región anhelada por los franceses que aportaron argumentos históricos y estratégicos para perpetuar el control de la zona, pero los ingleses y los americanos se negaron tajantemente a crear una nueva Alsacia y Lorena que, inevitablemente, fuese motivo de enfrentamientos y nuevas reivindicaciones territoriales. Al final se optó por una solución de compromiso, la de entregar a Francia el control de la región durante los siguientes quince años para poder beneficiarse de su explotación minera.
NUEVAS FRONTERAS
Otro de los aspectos de gran relevancia en el Tratado de Versalles fue el de la posible unión entre Austria y Alemania, anhelada por amplios sectores sociales, a ambos lados
de la frontera, especialmente por el partido socialista austríaco.
Los americanos y los ingleses no vieron con malos ojos esta posibilidad, pero los franceses, nuevamente, decidieron continuar con su política de mano dura y presionaron para que se aprobase un artículo (el número 88 del tratado), por el que se prohibía a Austria enajenar su soberanía y, por lo tanto, unirse a Alemania.
Otra de las decisiones que se tomaron y que soliviantaron a los alemanes, especialmente a los nacionalistas, fue la fragmentación de importantes territorios pertenecientes a Alemania. Alsacia y Lorena fueron devueltas a Francia, mientras que Bélgica ocupaba Eupen y Malmedy. Los territorios polacos pasaron a formar parte del nuevo estado de Polonia, al que se le concedió un corredor que llegaba hasta el mar y que dividía a Alemania en dos partes, dejando Danzing como ciudad libre. La sangría alemana continuó con la pérdida de sus colonias que se repartieron en forma de mandatos de la Sociedad de Naciones, entre Gran Bretaña, Francia y el lejano Japón.
LA ANTESALA DEL
HOLOCAUSTO NAZI
Un segundo tipo de claúsulas fueron las de tipo económico, ya que, como dijimos, la delegación francesa en París trató por todos los medios de convertir a su ancestral enemigo en el único culpable de todos los males que habían sacudido Europa en los últimos años.
Alemania debía pagar, repetían una y otra vez los políticos galos, por lo que en Versalles se impuso una indemnización en concepto de reparaciones de guerra por la cantidad de 220 millones de marcos, algo prácticamente inasumible, puesto que, como bien supo anticipar el economista Keynes, haría temblar
las bases de la economía germana y, por extensión, de toda Europa.
En el terreno militar hubo menos discrepancias. Prácticamente todos los Aliados estuvieron de acuerdo en reducir el tamaño del ejército alemán que, por el Tratado de Versalles, disminuía a la minúscula cantidad de 100.000 hombres, al tiempo que se prohibía el servicio militar obligatorio, la artillería pesada, la aviación y los submarinos. También se decidió la desmilitarización de Renania y se obligaba a entregar la flota de guerra, aunque los marineros alemanes decidieron, en el último momento, enviar sus barcos hasta el fondo del mar.
Como resulta lógico pensar, la aplicación de las medidas aprobadas en el Tratado de Versalles provocó un gran desconsuelo entre los alemanes que hasta ese momento no habían interpretado el final de la guerra en 1918 como una gran derrota de su país. Tal y como sabemos, la situación militar de Alemania no era ni mucho menos crítica cuando el conflicto llegó a su fin, por lo que para los nacionalistas alemanes, la aplicación de este diktat, como empezaron a denominarlo, resultaba desproporcionada.
Alemania había sido vejada, humillada y condenada a la pobreza. Es más, los sectores ultra nacionalistas empezaron a acusar al gobierno civil que se había hecho con el poder en el país tras desplazar a los militares y al káiser Guillermo II, de haber asestado a la nación “una puñalada por la espalda”.
Esta idea fue aprovechada por los nazis, al igual que el descontento, por lo que para el país había supuesto la aplicación del Tratado de Versalles y, después, por las consecuencias de la crisis del 1929, para llegar al poder e iniciar una de las etapas más dramáticas en la Historia de la Humanidad.