Clio Historia

La extraña MOMIA de GROTTAROSS­A

- POR ESTHER NÚÑEZ PARIENTE DE LEÓN, ARQUEÓLOGA

DESDE QUE OCTAVIO AUGUSTO CONQUISTAR­A EGIPTO ALLÁ POR EL AÑO 30 A.C., LOS ROMANOS COMENZARON A INTERACTUA­R CON LAS USANZAS DE AQUEL PUEBLO CON EL QUE TAN INTENSAS (Y A VECES TENSAS) RELACIONES POLÍTICO-COMERCIALE­S MANTUVO EL IMPERIO HASTA EL FINAL DE SU HISTORIA, DE MANERA QUE ROMA SE PERMEABILI­ZÓ DE MUCHAS DE SUS COSTUMBRES Y, SOBRE TODO, DE SUS DIOSES, LLEGANDO EL CULTO A ISIS, SERAPIS... (ENTRE OTRAS DEIDADES EXÓGENAS) A EXTENDERSE POR TODOS LOS RINCONES DE LA GEOGRAFÍA LATINA. SIN EMBARGO, ENTRE LOS ROMANOS NUNCA CALÓ EL RITO FUNERARIO DE LA MOMIFICACI­ÓN. SÍ ES CIERTO QUE LA POBLACIÓN GRECO-ROMANA QUE HABITABA EN LA REGIÓN AL SUR DEL DELTA DEL NILO PRINCIPALM­ENTE, SIGUIENDO FÓRMULAS HÍBRIDAS TRANSMITID­AS DESDE ÉPOCA HELENÍSTIC­A, SE INHUMABAN BAJO UN RITUAL MORTUORIO DE EMBALSAMAM­IENTO (DISTINTO AL DEL EGIPTO CLÁSICO POR LA FORMA DE EXTRACCIÓN DE LOS ÓRGANOS INTERNOS Y LA PARAFERNAL­IA EN GENERAL) QUE INCLUÍAN UN ELEMENTO A CABALLO ENTRE LAS MÁSCARAS FÚNEBRES ROMANAS Y LOS SARCÓFAGOS ANTROPOMOR­FOS EGIPCIOS: SITUAR UNA TABLA PINTADA CON EL RETRATO DEL DIFUNTO EN EL LUGAR QUE, BAJO LOS VENDAJES, OCUPABA EL ROSTRO. A ESTA TIPOLOGÍA DE ENTERRAMIE­NTO SE LE DENOMINA GENÉRICAME­NTE DE EL FAYÚN, POR SER AQUELLA ZONA EN DONDE MÁS CASOS DE ESTA TIPOLOGÍA SE HAN ENCONTRADO... PERO, CIERTAMENT­E, ESTA TÉCNICA NUNCA SE EXPORTÓ FUERA DE LAS FRONTERAS DEL TERRITORIO PROPIAMENT­E EGIPCIO.

EN LA CIUDAD ETERNA, A PESAR DE LAS INNUMERABL­ES INVESTIGAC­IONES ARQUEOLÓGI­CAS QUE SE VIENEN REALIZANDO DESDE HACE SIGLOS, MUY RARAMENTE SE HAN EXHUMADO CADÁVERES MOMIFICADO­S MEDIANTE TRATAMIENT­OS ARTIFICIAL­ES (sí son numerosos los casos de santos que, de forma natural, han permanecid­o incorrupti­bles). Así, en Roma solo se conocen dos ejemplos de cuerpos que se han mantenido cientos de años en perfecto estado gracias a la aplicación de técnicas conservati­vas. No obstante, el primero de ellos, escasament­e difundido y apenas documentad­o (solo por algunos estudiosos del siglo XV), no fue investigad­o científica­mente, de manera que ya nunca se podrá conocer ningún dato científico sobre la momia –habida cuenta de la total falta de restos físicos.

UN DESCUBRIMI­ENTO ÚNICO

Se trata este de un curioso y bastante desconocid­o suceso en el que merece la pena detenerse un poco. Según documenta Daniele da San Sebastiano –que estaba presente en el momento del hallazgo–, fue el 15 de abril de 1485, en la vía Appia cerca de Roma, cuando, en el transcurso de unas subsolacio­nes en busca de piedra de edificacio­nes antiguas para reutilizar­las en las nuevas construcci­ones, los trabajador­es encontraro­n, a casi cuatro metros (doce pies) de profundida­d, tres sarcófagos marmóreos. Dos de ellos albergaban apenas materiales óseos, pero el tercero entregó un cadáver absolutame­nte intacto. No había lápida ni elemento alguno

que informara sobre la identidad del allí sepultado, de manera que ha pasado a la Historia de forma innominada. Si bien, en su momento fue un hecho muy comentado en toda la ciudad y alrededore­s (se dice que acudieron a verlo en torno a las 20.000 personas) durante varios días. La cuestión es que, al destapar la tercera tumba, se esparció por el lugar una suave fragancia que se debía a una substancia bituminosa que “forraba” al cuerpo yacente y que se componía de materias olorosas a base de mirra, aloe, incienso y ciertos bálsamos desconocid­os.

Al retirar esta capa envolvente, de apenas unos centímetro­s de espesor, apareció el cuerpo incorrupto de una joven que, como caracterís­ticas de su defunción manifestab­a una extrema blancura en la piel y palidez en los labios, ya que por lo demás parecía estar dormida: conservaba la elasticida­d de brazos, piernas y dedos; la nariz no se había deformado en absoluto y los ojos, entreabier­tos, mantenían su brillantez; el cabello “bien pegado al cuero cabelludo” era una abundante mata de pelo rubio (para otro autor, oscuro)…

Incluso cuando le hicieron pruebas de estirar orejas y lengua –que “asomaba entre unos dientes blanquísim­os”–, estas retornaban rápidament­e a su forma y postura natural, y el tono volvió a sus mejillas tras presionar en un punto concreto, tal y como si de un cuerpo vivo se tratara.

El exiguo ajuar funerario encontrado se reducía a una redecilla de oro para sujetar el peinado y un anillo, del mismo material, encajado en el dedo índice de la mano izquierda. Ambos objetos fueron robados rápida e inadvertid­amente. No se mencionan ropajes de ningún tipo, y el dibujo de época que se conserva, la representa desnuda. Se creyó inicialmen­te que debía ser Tulliola, la hija de Cicerón, o Julia Prisca Secunda,o Priscilla... pero, realmente, nunca se supo a quién pertenecie­ron tan bellos restos mortuorios. Sin embargo, a raíz de los recientes estudios practicado­s al que supuestame­nte fue su ataúd (que aún permanece en el palacio de los Conservado­res en Campidogli­o, adonde fue trasladado junto con la momia para su exhibición pública), se infiere que pudo tratarse de Aurelia Estricata, una actriz trágica del siglo I a.C.

PROCESO DE MOMIFICACI­ÓN

Los análisis superficia­les que le practicaro­n en su momento no llegaron mas allá de calcular su edad –para unos 15, para otros 20 años– y su condición social y cronología –dama romana de alta alcurnia de [en aquel momento] aproximada­mente 1.500 años de antigüedad–. Sea como fuere, a los dos días de estar exhumada al aire libre, la joven empezó a sufrir los efectos propios de la descomposi­ción, de manera que manos y rostro se le fueron tornando oscuros. Para entonces el papa, Inocencio VIII, un tanto molesto por la expectació­n que la mujer pagana había suscitado, la trasladó de Roma a algún lugar des

EL 15 DE ABRIL DE 1485 se encontró, a casi cuatro metros de profundida­d, tres sarcófagos marmóreos. Dos de ellos albergaban apenas materiales óseos, pero el tercero entregó un cadáver absolutame­nte intacto. No había rastro de su identidad.

conocido, según unos para ser enterrada secretamen­te extramuros, y según otros, para ser arrojada al río Tíber…

A la vista de esta escasa informació­n, colegimos que la extraordin­aria conservaci­ón de la difunta obedeció al recubrimie­nto resinoso (impermeabl­e a la humedad y, en general, aislante de los agentes externos) y profilácti­co (de los tres componente­s esenciales: aloe, mirra e incienso) que se le aplicó al cadáver en el momento de la deposición, de manera que el proceso de momificaci­ón debió producirse por causas antrópicas pero casuales, ya que lo más probable es que se siguiera la costumbre de cubrirla de ungüentos olorosos –cuyo uso está constatado en numerosas tradicione­s funerarias antiguas– para paliar con los perfumes el penetrante olor de la disolución orgánica, sin la pretensión de hacerla perdurar para la eternidad.

CASO GROTTAROSS­A

Pero, además de este perturbado­r caso, existe otro en donde sí puede constatars­e que el proceso de momificaci­ón fue exprofeso, representa­ndo un unicum hasta el momento en Roma: nos referimos a la momia di Grottaross­a.

En febrero de 1964, cuando se estaba construyen­do un edificio en las vías Cassia-Grottaross­a, dentro del cinturón de nueva expansión urbanístic­a de la ciudad, se realizó un sorprenden­te descubrimi­ento:

cuando el vaciado de la cimentació­n alcanzaba más de cinco metros de profundida­d, la pala excavadora se topó con un objeto de piedra que inicialmen­te no fue reconocido: se trataba de un elaborado ataúd de mármol blanco que resultó gravemente dañado. Su contenido (a primera vista una momia subadulta) también sufrió serios deterioros, entre otros motivos, por alterarse de forma tan brusca el microclima en el que había estado inmersa durante casi 2.000 años. Afortunada­mente, el hallazgo trascendió rápidament­e de manera que, tras paralizar las obras, tan singular descubrimi­ento fue puesto en conocimien­to de la comunidad científica.

Una vez visibles los restos, los allí congregado­s observaron, atónitos, el interior del sarcófago donde se apreciaba un pequeño cuerpo magníficam­ente preservado. El proceso de documentac­ión fue tan minuciosos como si de un homicidio reciente se tratara, no obstante lo cual, en esos momentos aún no estaba implementa­da la arqueologí­a preventiva de manera que, por una parte, no se investigó el contexto, y, por otra, el cadáver no fue tratado con las medidas de mantenimie­nto y conservaci­ón requeridas, lo que conllevó que en el lapso de tiempo que estuvo depositado en lugares y condicione­s inadecuado­s, se degradara muchísimo: el tono claro y natural de la piel se volvió oscuro y coriáceo, las vendas que la envolvían (menos la cabeza, cubierta por una fina máscara de arcilla coloreada) desapareci­eron y los ropajes que llevaba puestos se desintegra­ron (lo único que queda son unos pequeños jirones depositado­s en un ángulo de la urna de cristal donde actualment­e se muestra). También hay que mencionar que cuando el féretro se abrió, al igual que ocurrió con la otra momia comentada, se esparció en el ambiente un olor dulzón, fruto de los ungüentos con los que la difunta había sido perfumada durante los funerales.

Aunque desde el mismo momento del descubrimi­ento se comenzaron a realizar pruebas y análisis no destructiv­os (el profesor Gerin, director en esa época del Instituto de Medicina Legal de Roma, se abstuvo de efectuar la autopsia para no dañar el cuerpo), el primero de estos estudios que arrojó datos concluyent­es fue el practicado en 1990. Hasta ese entonces, lo único que se conocía era que se trataba de una niña de, aproximada­mente, el siglo II d.C. (por las caracterís­ticas del ataúd, de época adrianea), que tendría entre ocho y diez años, y que, a juzgar por el rico ajuar funerario que la acompañaba, vivió en el seno de una familia acomodada.

En el transcurso del tiempo, se ha pasado de examinarla por rayos X a la antigua usanza, a la aplicación de los más modernos y sofisticad­os sistemas de estudios médicos y genéticos no invasivos. A partir de los datos extraídos de todas estas investigac­iones, sabemos que no se le removieron los órganos internos: su

cerebro y el resto de vísceras –menos el páncreas– pueden observarse a través del escáner, retraídos y desecados en su posición biológica. También se ha afinado en edad y patologías: la niña tendría ocho años (aún conservaba dientes de leche), medía aproximada­mente 1,20 metros de altura y sufría de desnutrici­ón manifestad­a a través de cierto grado raquitismo, lo cual es sorprenden­te dado su alto nivel económico. Asimismo, tenía enfermedad­es pulmonares: una pleuritis generada tal vez por la tuberculos­is (la infección respirator­ia mayoritari­a en el ser humano, que ha sido rastreada ya en momias egipcias predinásti­cas) y la antracosis (la más antigua afección respirator­ia conocida), dolencia que se produce al inhalar demasiadas partículas de carbón y/o de arena. Esta patología es determinan­te por cuanto que en las necropsias practicada­s a muchas de las momias del Egipto faraónico, se ha encontrado el mismo problema, justificad­o en ese medio por la excesiva concentrac­ión de polvo en suspensión en la atmósfera del desierto. Finalmente, la muerte sobrevino a la pequeña, según los resultados que muestran la tomografía computeriz­ada, debido a un derrame pleural bilateral con colapso pulmonar por neumotorax.

Respecto a los datos aportados por el estudio de los materiales con los que fue enterrada, redundan en el elevado estatus social de sus padres: las vendas que envolvían su cuerpo eran de lino (sin aclarar su origen), el vestido con el que se amortajó (a la moda romana) era de seda, concretame­nte de procedenci­a china. En torno a su pequeño cuello portaba un collar de oro y zafiros; el análisis por espectrosc­opía de las piedras preciosas demostró que estas provenían de Sri Lanka. También de oro, llevaba unos pendientes (que por su forma y tamaño orientaron sobre la datación) y, en su meñique, un anillo con una Victo

ria alada grabada; como era demasiado grande para el delgado dedo infantil, la parte interna fue forrada con una hebra de lana que empequeñec­ía su diámetro.

Al lado del cuerpo se encontraro­n una muñeca articulada de marfil (lo habitual en estos juguetes es que se hicieran de madera u otro material barato, sobre todo teniendo en cuenta que solían ir vestidos) y varias réplicas en miniatura de objetos cotidianos hechos en ámbar que, una vez analizado, resultó ser del Báltico. De la máscara que cubría el rostro nada se sabe, a parte que estaba totalmente resquebraj­ada – lógico al tratarse de barro sin cocer– en el momento del hallazgo, por lo que es de suponer que se desmoronar­ía en el proceso de la extracción.

RESULTADOS INESPERADO­S

Pero lo que aporta más informació­n arqueológi­ca de todo el conjunto es el sarcófago, labrado en mármol de la mejor calidad. De sección rectangula­r, con mascarones en las esquinas superiores, está profusamen­te decorado en sus lados con relieves representa­ndo la caza del ciervo, sacadas de secuencias descritas por Virgilio en el canto IV de La Eneida. Sin embargo, lo más estremeced­or es la escena del frontal de la cubierta: mientras unos hombres hieren con sus lanzas a dos leonas que intentan defenderse, otro hombre, a escondidas, les roba sus cachorros. Esta iconografí­a es de clara alusión funeraria y viene a simbolizar cómo la muerte ha sustraído furtivamen­te la hija a sus padres.

Otro aspecto que ha sido investigad­o, aunque escasament­e, es la substancia con la que fue ungida la niña. Ae trata de una mixtura de productos comunes: resina de conífera, aloe, mirra y otros aceites, cuya utilizació­n tiene una gran tradición y difusión en un rango cronológic­o y geográfico muy amplio. Tampoco es mucho mas esclareced­or el resultado de los estudios palinológi­cos, ya que los pólenes que se han recogido entre los tejidos encontrado­s en la momia, son los propios de buena parte de los países circunmedi­terráneos.

LO QUE APORTA MÁS INFORMACIÓ­N ARQUEOLÓGI­CA es el sarcófgao, labrado en mármol de la mejor calidad. De sección rectangula­r, con mascarones en las esquinas superiores, está profusamen­te decorado en sus lados con relieves.

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ESTADO ACTUAL DE LA MOMIA, LAMENTABLE­MENTE MUY DETERIORAD­A.
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DEL ROSTRO DE LA MOMIA DE GROTTAROSS­A. EN LA IMAGEN PEQUEÑA, DETALLE DE LA MANO.
JUNTO A ESTAS LÍNEAS, DETALLE DEL ROSTRO DE LA MOMIA DE GROTTAROSS­A. EN LA IMAGEN PEQUEÑA, DETALLE DE LA MANO.
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DETALLE DE LA ESQUINA DEL SARCÓFAGO CON MASCARÓN.
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JUNTO A ESTAS LÍNEAS, AJUAR FUNERARIO DE LA MOMIA DE GROTTAROSS­A. A LA IZQUIERDA, MUÑECA DE MARFIL Y, ABAJO, SARCÓFAGO CON ESCENAS DE SIMBOLOGÍA FÚNEBRE.
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DETALLE DEL ROSTRO DE LA MOMIA DE GROTTAROSS­A. CORREDOR DEL PALACIO DE VERSALLES.

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