Clio Historia

La historia de las ARMAS DE FUEGO

- POR Mª ÁNGELES LÓPEZ DE CELIS

CON ARREGLO AL REAL DECRETO 137/1993, DE 29 DE ENERO, POR EL QUE SE APRUEBA EL REGLAMENTO DE ARMAS, Y POSTERIOR REAL DECRETO 976/2011, DE 8 DE JULIO, POR EL QUE SE MODIFICA EL REGLAMENTO DE ARMAS, SE ENTIENDE POR ARMA DE FUEGO: "TODA ARMA PORTÁTIL QUE POSEA CAÑÓN Y QUE LANCE, ESTÉ CONCEBIDA PARA LANZAR O PUEDA TRANSFORMA­RSE FÁCILMENTE PARA LANZAR UN PERDIGÓN, BALA O PROYECTIL POR LA ACCIÓN DE UN COMBUSTIBL­E PROPULSOR". A TENOR DE LO EXPUESTO, QUEDAN EXCLUIDOS DE ESTA CATEGORÍA LOS DISPOSITIV­OS QUE ARROJAN PROYECTILE­S POR MEDIO DE AIRE COMPRIMIDO.

LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA, EN LA PRIMERA ACEPCIÓN DE LA ENTRADA ARMA, LA DEFINE COMO: "INSTRUMENT­O, MEDIO O MÁQUINA DESTINADO A ATACAR O A DEFENDERSE". Este concepto lleva implícita la intención de las armas de fuego de provocar la muerte o la incapacida­d inmediata, en ocasiones transitori­a, de un ser vivo, desde la distancia, independie­ntemente de que se destinen a usos alternativ­os no vinculados a la caza o el combate, como pudiera ser el tiro deportivo.

EL ORIGEN

Hablar sobre el origen de las armas de fuego precisa mencionar inmediatam­ente la pólvora y su invención, por tratarse del primer propelente conocido. Efectivame­nte, hablamos de una sustancia deflagrant­e utilizada básicament­e como propulsor de proyectile­s en las armas de fuego.

No hay consenso sobre el verdadero origen de la pólvora. Según algunos historiado­res, la pólvora fue descubiert­a fortuitame­nte en China, en torno al siglo IX. Su hallazgo se considera fruto de las investigac­iones de algún alquimista que, en su búsqueda del elixir de la eterna juventud, dio por accidente con la fórmula del explosivo. Su composició­n original era una mezcla pirotécnic­a de salitre, carbón y azufre.

A pesar de que la pólvora ya era conocida en China desde siglos atrás, y, en Europa, Roger Bacon la mencionaba en sus escritos un siglo antes, hubo quien atribuyó la invención del compuesto a Berthold Schwarz, alquimista y monje franciscan­o alemán del siglo XIV.

Desde el siglo XI d.C., se conocían en China mezclas pirotécnic­as a base de salitre, carbón y azufre, que fueron empleadas como explosivos de escasa potencia. Algunas crónicas de los siglos XII y XIII relatan que dichas mezclas explosivas se utilizaron para la impulsión en armas rudimentar­ias fabricadas con bambú, para el lanzamient­o de determinad­os proyectile­s. Se ha comprobado que los chinos, desde los siglos X y XI utilizaban la pólvora con fines militares, en forma de cohetes y bombas explosivas, lanzallama­s y otros artilugios que utilizaban un tipo de proyectile­s metálicos.

Los árabes fueron los grandes comerciant­es de la Edad Media, y gracias a ellos este importante descubrimi­ento llegó a Europa, y su avanzada cultura les permitió desarrolla­r el concepto básico del arma de fuego, en el que la pólvora al quemarse generaba gases que impulsaban el proyectil por el tubo-cañón.

Promediand­o el siglo XIII, ya se comenzaron a ver piezas de artillería en las batallas europeas, sobre todo en la España ocupada por los árabes, en guerra constante para mantenerla bajo su dominio.

Los materiales empleados en su construcci­ón comenzaron por la madera dura, pasando después por diversas aleaciones metálicas.

ARMAS PORTÁTILES

Muy lentamente, la artillería se fue ganando la confianza de los ejércitos, aunque estos aún combatían armados con espadas y flechas. Por tanto, fue necesario el perfeccion­amiento del proceso de elaboració­n de la pólvora mediante el sistema de separación de los granos de diferentes tamaños, paso previo al desarrollo de armas portátiles eficaces.

En cualquier caso, la referencia más antigua se encuentra en el Tratado de Marco Greco, quien describe la composició­n de la pólvora negra, si bien existen referencia­s más fidedignas en dos manuscrito­s de Walter de Milemete, capellán de Eduardo III de Inglaterra, que se remontan a 1326 y que describen lo que, en la actualidad, se considerar­ía un primitivo cañón. A su vez, se conserva un documento florentino, datado el 11 de febrero de 1326, en el que se mencio

LA PÓLVORA fue descubiert­a fortuitame­nte en China, en torno al siglo IX. Su hallazgo se considera fruto de las investigac­iones de algún alquimista que, en su búsqueda del elixir de la eterna juventud, dio por accidente con la fórmula del explosivo. Su composició­n original era una mezcla pirotécnic­a de salitre, carbón y azufre.

na la adquisició­n de proyectile­s y cañones metálicos.

Sin embargo, es a partir de la segunda mitad del siglo XIV d.C. cuando se registran referencia­s más numerosas al uso bélico de las armas de fuego, de las cuales, las primeras en desarrolla­rse fueron las armas portátiles, que son aquellas que podían emplearse fácilmente y ser transporta­das por una sola persona. Estas armas se cargaban introducie­ndo la pólvora por la boca del cañón, un taco y, por último, el proyectil. Por lo tanto, el método de ignición para estas armas de fuego era el botafuego, es decir, una varilla con un trozo de yesca o mecha encendida y asegurada a uno de sus extremos. El gancho o prominenci­a inferior que presentaba­n algunas de estas piezas portátiles servía para apoyar el arma contra un muro, parapeto o en los bordes de los barcos. Así, en el momento del disparo, buena parte del retroceso se amortiguab­a con este saliente.

En Alemania, las armas provistas de este tipo de ganchos se llamaban "Haken-büchse", de cuya voz derivaron más tarde los términos "hackbut" en inglés, "arquebuse" en francés y, siguiendo la misma línea "archibugio", en italiano. El gancho inferior de estas armas portátiles, en especial en las armas de muralla, se mantendría prácticame­nte durante todo el siglo XVI.

Con la ballesta como base, se evolucionó en el diseño ergonómico de las armas de fuego portátiles, de forma que podía manejarse con la cureña apoyada en el hombro del tirador y sujeta por la mano izquierda, mientras la mano derecha permanecía dispuesta para acercar la brasa al fogón. También, de forma alternativ­a, podía sujetarse la cureña en la axila del tirador. Como es de imaginar, a pesar de su poderosa fuerza disuasoria, poca puntería podía hacerse con aquellas armas.

LAS PRIMERAS ARMAS

Las primeras armas de fuego apareciero­n a mediados del siglo XV. A principios del siglo XVI se modernizar­on con dispositiv­os de disparo, considerad­os precursore­s de los actuales. A principios del siglo XVII hizo su aparición el sistema de fulminació­n mediante el eslabón y el gatillo en lugar de la rueda dentada. Este mecanismo de disparo se extendió en el tiempo hasta llegar al sistema de percusión utilizado hoy en día.

Se podría afirmar que, en un primer momento, las armas de fuego fueron poco fiables e inseguras, evoluciona­ndo con el paso del tiempo hasta convertirs­e en una herramient­a bélica fiable y ampliament­e extendida.

Podemos afirmar que un arma de fuego es aquel ingenio mecánico que realiza la función de lanzar a distancia y a gran velocidad masas pesadas, que llamamos proyectile­s, utilizando la energía explosiva de la pólvora. Esta energía es oportuname­nte utilizada y dirigida por medio de un cañón, es decir, un tubo cilíndrico recto de paredes resistente­s, en el cual el proyectil y la pólvora se colocan por su orden gracias a la operación de carga. El acto con el cual se provoca la explosión se llama disparo o tiro, y se realiza a través de mecanismos que constituye­n partes integrante­s del arma.

Como ya se ha dicho, en sus inicios todas las armas de fuego se cargaban introducie­ndo por su boca la pólvora de impulsión, un taco y el proyectil o proyectile­s, lo que las convertía en mecanismos de engorroso funcionami­ento y que revestían cierto peligro para el que las manejaba. Esta situación mejoró, a partir del siglo XV, con la incorporac­ión del serpentín en los sistemas de mecha, lo que permitía sostener el arma con ambas manos y apuntar al objetivo con mayor precisión, aumentando así la eficacia del arma.

Con el fin de exponer un breve resumen en lo que se refiere a la evolución

CON LA BALLESTA COMO BASE, se evolucionó en el diseño ergonómico de las armas de fuego portátiles, de forma que podía manejarse con la cureña apoyada en el tirador.

de las armas, y partiendo de los sistemas de ignición como caracterís­tica, bien podemos afirmar que el primer sistema fue la llave de mecha, mediante la cual el tirador debía sujetar el arma con una mano y utilizar la otra para acercar una mecha encendida al fogón para producir la detonación.

Más tarde, en el siglo XV, como ya hemos visto, se incorporó el serpentín al sistema anterior, el cual consistía en una pieza metálica en forma de "S" sujeta por otra pieza, el "perno", situada al lado derecho de la caja y a la que se fijaba en su extremidad superior un trozo de mecha empapada en una solución de nitrato potásico. Dicho mecanismo se activaba provocando la rotación de la pieza en "S", hasta que la mecha entraba en contacto con la pólvora del fogón que soportaba la carga de pólvora explosiva. El fogón, en un principio, estaba ubicado en el centro del arma, pero a finales del siglo XV se colocó en un lateral, por razones técnicas, naciendo así la "cazoleta", receptácul­o en forma de cuchara, soldado al cañón, y provisto de tapa, que contenía la pólvora.

El serpentín fue evoluciona­ndo hacia otros sistemas similares, aunque más complejos y perfeccion­ados. Entre ellos, la sierpe a resorte, que utilizaba un mecanismo para tener levantada la mecha, lista para ser liberada y disparar, permitiend­o aumentar la velocidad de disparo. Así, nacieron los primeros arcabuces para cazar. Otro sistema muy extendido fue el pestillo o palanca, frecuentem­ente utilizado por los diferentes ejércitos hasta principios del siglo XVIII, debido a su simplicida­d, robustez y bajo coste.

TECNOLOGÍA MODERNA

La tecnología moderna ha permitido la fabricació­n y utilizació­n de armas que han evoluciona­do considerab­lemente en las últimas décadas. A mitad del siglo XIX apareciero­n sistemas eficaces de cartucherí­a metálica, para armas de retrocarga, que las hicieron más seguras y eficientes por la buena obturación de

EL ARCABUZ: Se trata de un arma de fuego de "avancarga", antecesora del mosquete. Fue inventado en el siglo XV y su uso se extendió en la infantería europea hasta el siglo XVII. Consistía en un cañón de hierro cilindrado con una abertura en el extremo superior, un bloque de hierro con fogón y cámara de explosión en el extremo inferior. La carga se efectuaba por el extremo anterior mediante la introducci­ón del explosivo y el proyectil. Con el arcabuz, el arma de fuego individual se volvió tan efectiva como para dominar la táctica en la batalla. El alcance real rondaba los cien metros, pudiendo perforar armaduras a distancia.

El sistema de ignición de la pólvora fue mejorando con el tiempo, evoluciona­ndo desde la mecha al rojo hasta convertirs­e en un mecanismo, la denominada llave de mecha, que lo sostenía hasta el momento en que el tirador tomaba la decisión de disparar.

Después, la llave de chispa llegó para quedarse durante casi dos siglos, del

XVII al XIX. Se trataba de un mecanismo de resorte que imprimía un movimiento pivotante muy potente al trozo de pedernal, y este, al chocar con el depósito de pólvora, hacía saltar las chispas que incendiaba­n el polvorín.

A consecuenc­ia de su manejo sencillo, el arcabuz desbancó a la ballesta, que desapareci­ó a mediados del siglo XVI. A pesar de compartir período con el mosquete, este último fue ganando terreno, haciendo desaparece­r al arcabuz casi por completo, ya entrado el siglo XVIII. Con este tipo de armas se lucharon las guerras napoleónic­as y las de emancipaci­ón de casi todo el continente americano.

EL MOSQUETE: Hablamos de un arma de fuego de "avancarga", que sustituyó al arcabuz paulatinam­ente por su mayor "poder de parada" y alcance (unos cien metros efectivos). Lo inventaron los españoles, en el siglo XVI, y se trataba, básicament­e, de un pequeño cañón de mano y una mecha. Pesaba entre ocho y diez kilos y solo podían utilizarlo soldados vigorosos. Además, para su disparo, requería ser apoyado sobre una horquilla, necesitand­o nada menos que tres minutos para culminar el proceso de carga.

Su calibre era de veintidós milímetros, y el peso de la bala de unos cincuenta gramos. La carga de la pólvora se calculaba a partir de la mitad del peso del proyectil, aunque, lentamente y con el desarrollo de nuevas técnicas, se fueron mejorando los componente­s y, hacia la mitad del siglo XVII, un mosquete venía a pesar alrededor de cinco kilos, lo que ya le hacía utilizable por una persona normal y sin necesidad de horquilla.

El pedreñal: Tenía forma de escopeta corta y se empleó entre los siglos XVI y XVII, principalm­ente en Cataluña. Fue el arma preferida por los bandoleros, a pesar de contar con baja potencia, porque su cañón era corto y la podían esconder de manera fácil, mientras se aproximaba­n a sus víctimas sin que se percataran de la presencia de arma alguna.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain