Clio Historia

JUANELO TURRIANO. El genio renacentis­ta español

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA

A LO LARGO DE LA HISTORIA, ESPAÑA HA DESTACADO POR SER CUNA DE ILUSTRES ARTISTAS Y LITERATOS CON LOS QUE, EN NO POCAS OCASIONES, HEMOS ALCANZADO POSICIONES CIMERAS EN TODOS LOS CAMPOS DEL SABER. TAMPOCO HAN FALTADO GRANDES INVENTORES Y CIENTÍFICO­S QUE NO TUVIERON MÁS REMEDIO QUE ELEGIR EL CAMINO DEL “EXILIO” O LLEGAR AL FINAL DE SUS VIDAS EN UN ESTADO DE COMPLETA INDIGENCIA. LA BIOGRAFÍA DE JUANELO TURRIANO ES UNO DE LOS MUCHOS EJEMPLOS QUE NOS HABLAN SOBRE INDIVIDUOS QUE, A PESAR DE SU INGENIO, TUVIERON LA DESGRACIA DE DESARROLLA­R SU SABER EN UN LUGAR EN DONDE EL PROGRESO CIENTÍFICO SE MIRÓ CON DESDÉN E, INCLUSO, CON DESCONFIAN­ZA.

LOS PRIMEROS AÑOS DE VIDA DE GENIAL INVENTOR HISPANO-MILANÉS JUANELO TURRIANO ESTÁN ENVUELTOS EN EL MISTERIO. Es muy poco lo que sabemos de él, incluso se desconoce la fecha exacta de su nacimiento. Juanelo Turriano nació en la ciudad lombarda de Cremona, en una difusa fecha comprendid­a entre los años de 1500 y 1511 (aunque los últimos estudios parecen apuntar a la más temprana). También sabemos que Juanelo llegó al mundo en el seno de una familia humilde. Su padre, Gherardo Torresani, explotaba dos molinos sobre el río Po, por lo que hemos de suponer que dispuso de los suficiente­s recursos para proporcion­ar a su hijo una formación mínima, aunque muy básica. Juanelo no pudo aprender latín, pero no era un analfabeto y las deficienci­as de su formación inicial las logró compensar gracias a su interés por comprender todo aquello que le rodeaba, a su prodigiosa inteligenc­ia y a su carácter autodidact­a, lo que le llevó a trabar amistad con importante­s intelectua­les de su entorno como Giorgio Fondulo, un reconocido médico, filósofo, astrólogo y matemático, profesor en la Universida­d de Pavia.

CARÁCTER CURIOSO

Durante su juventud la Historia nos muestra a Juanelo como un simple relojero dirigiendo su taller en Cremona y realizando pedidos para su ciudad natal, pero hacia el año 1540 se produjo un hecho biográfico que al final resultó determinan­te en su vida: el traslado a Milán para participar en la reparación del antiguo reloj mecánico, fabricado en 1381 por Giovanni Dondi.

El reloj Dondi era un objeto de gran valor que Francisco II Sforza quería ofrecer al emperador Carlos I por haberle restituido en el poder tras la decisiva victoria de las armas españolas sobre las francesas en la batalla de Pavía, en la que el rey francés llegó a ser capturado y trasladado a Madrid, en donde se vio obligado a renunciar al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña, a partir de entonces bajo la órbita española. En su estancia en Milán, Juanelo Turriano conoció en persona al emperador Carlos (un reconocido aficionado a la relojería), dando inicio a una estrecha amistad que se prolongarí­a hasta la muerte del emperador el 21 de septiembre de 1558. Frente al proyecto inicial, Turriano decidió fabricar una versión moderna y mejorada del antiguo reloj, formado por unas dos mil piezas y tres muelles que producían un movimiento distinto al tradiciona­l sistema de contrapeso­s.

La estancia en Milán le permitió al genio cremonés entrar en contacto con un ámbito cultural y técnico que se vio favorecido por el mandato de dos gobernador­es de prestigio: el marqués de Vasto, entre 1538 y 1546 y, sobre todo, Ferrante Gonzaga, entre 1546 y 1553, un príncipe italiano que realizó su carrera militar en la corte española y que después destacó por su apoyo incondicio­nal a la causa de los Habsburgo y la

LA ESTANCIA EN MILÁN permitió a Juanelo Turriano entrar en contacto con un ámbito cultural y técnico que se vio favorecido por el mandato de dos gobernante­s de prestigio: el marqués de Vasto y, sobre todo, Ferrante Gonzaga.

estrategia italiana del emperador. Con Ferrante Gonzaga la Lombardía española se convirtió en una de las regiones más pujantes de la Monarquía.

COMPROMISO CON EL PROGRESO

Los ingenieros al servicio de los gobernador­es españoles pusieron en marcha un ambicioso programa de reformas y obras públicas para convertir el Milanesado en el símbolo de progreso tanto en el campo de las artes como de la técnica. Allí coincidier­on personajes de la talla de Leone Leoni, considerad­o el mejor medallista del Cinquecent­o, Jacome da Trezzo y, por supuesto, Juanelo Turriano, quien en 1551 finaliza su trabajo con el reloj Dondi (el Planetario). Cuando Carlos V recibió el obsequio quedó totalmente maravillad­o, por lo que decidió asignar una pensión anual de ciento cincuenta ducados para este gran ingeniero mecánico que, desde entonces, quedó estrechame­nte vinculado con el emperador. Cantaba el poeta Musonio en 1551: "Juanelo, honor de Italia y de la encumbrada Cremon / Juanelo, famosísimo en el mester de ingeniería / de cuya esbelta torre derivó su apellido / lo admira el César y Germania entera".

En 1556 el emperador Carlos abdicó en su hijo Felipe y marchó hacia España para pasar los últimos años de su vida en uno de los lugares más bellos de la Península ibérica: el monasterio de Yuste. Con él viajaba Juanelo Turriano, que en aquel momento disfruta de un notable prestigio a nivel europeo por la fabricació­n de sus relojes y autómatas, como el Autómata musical de una dama de la corte española con laúd, hoy custodiada en el Kunsthisto­risches Museum de Viena.

Carlos I permaneció durante cerca de un año y medio recluido en este monasterio, alejado de la vida política y del tumultuoso mundo en el que se había convertido la Europa de la primera mitad del siglo XVI. Allí, acompañado por los monjes de la orden de los Jerónimos, preparó su alma para emprender su último viaje. Finalmente, el 21 de septiembre de 1558, tras un mes de terrible agonía provocada por el paludismo (a lo que se le sumaron los padecimien­tos provocados por la gota), falleció el emperador en compañía, entre otros, de Juanelo Turriano. Se inició entonces una nueva etapa en la vida del inventor a las órdenes del rey Felipe II, como supervisor de la colección de relojes reales, pero este cargo no le impidió trabajar en otros requeridos por nuevos mecenas para la fabricació­n de planetario­s.

Durante los siguientes veinte años, Turriano logró entablar amistad con personajes de la talla de Juan Herrera, arquitecto real que le informó sobre las nuevas técnicas empleadas en la construcci­ón de las grandes obras del momento, como el Monasterio de El Escorial. Incluso hay razones para pensar que el inventor fuese el principal artífice de las grúas e ingenios utilizadas por Herrera en la obra.

No menos significat­iva fue su participac­ión en algunos de los proyectos hidráulico­s más relevantes de la segunda mitad del siglo XVI. Su opinión fue requerida para elaborar el proyecto de elaboració­n del azud en la Acequia Real del Jarama (imposible de llevar a cabo debido a los problemas técnicos y por la complejida­d del terreno), mientras que en 1571 volvió a formar parte del consejo asesor para la construcci­ón de la Acequia de Colmenar de Oreja, una de las más ambiciosas obras de regadío del reino de Castilla, y en 1580 se produjo su intervenci­ón en la construcci­ón de la gran presa de Tibi, en la que tomaron parte los más afamados ingenieros de la Corte.

Entre todos los proyectos, trabajos y cometidos en los que Juanelo Turriano dio muestras de su genio, debemos de destacar la construcci­ón de un artilugio ideado para subir agua desde el río Tajo hasta la ciudad de Toledo, concretame­nte hasta el Alcázar, salvando un desnivel de 90 metros. La participac­ión en este complejo proyecto encumbró al inventor español hasta convertirl­e en uno de los más recordados de nuestra Historia, aunque, al mismo tiempo, le terminó sumiendo en la más absoluta pobreza como consecuenc­ia de la iniquidad, deshonesti­dad e impudicia de las autoridade­s públicas toledanas.

LAS OBRAS DEL ARTIFICIO

Las obras del Artificio comenzaron en 1565 y se prolongaro­n durante cuatro años, hasta el 1569. Es a partir de este momento cuando empezaron los problemas para Turriano, ya que, aunque el rendimient­o de su máquina fue incluso superior a lo esperado, las autoridade­s

locales de Toledo se negaron a pagar alegando, de forma cínica, que toda el agua suministra­da por el Artificio quedaba en el Alcázar, propiedad real. Este contratiem­po terminó sumiendo en la desesperac­ión al genial inventor hispano-lombardo. En los últimos años había invertido todos sus ahorros y su esfuerzo en completar un proyecto al que le había otorgado una prioridad absoluta. Se inició entonces un auténtico calvario que se prolongó hasta su muerte, pero, a pesar de todo, en 1575, tal vez de forma ingenua, Turriano firmó un nuevo contrato con el rey y la ciudad Toledo para construir un segundo artificio y llevar el agua directamen­te hasta la ciudad, quedando el primer ingenio para uso exclusivo del Alcázar. En 1581 terminó este segundo ingenio y Felipe II, tal y como había acordado con el inventor, le pagó hasta el último ducado, pero para su desgracia, las autoridade­s toledanas volvieron a faltar a su palabra, e incluso se negaron a costear su mantenimie­nto, provocando la ruina de Turriano y su familia. En esta ocasión, el Artificio logró elevar el agua mediante un curioso sistema de cucharas que llegó a causar la admiración de sus contemporá­neos.

Este nuevo varapalo fue difícil de asumir por un Juanelo Turriano cada vez más pobre y enfermo, abandonado por una ciudad por la que tanto había hecho. Finalmente, el inventor hispano-lombardo falleció el 13 de junio de 1585. Su familia, tal vez por el empeño de conservar el legado de Turriano, trató durante los siguientes años de mantener en funcionami­ento el Artificio, pero cuando sus descendien­tes abandonar su cuidado, sus materiales fueron objeto de pillaje hasta dejarlo prácticame­nte irreconoci­ble.

El recuerdo y la fama del Artificio logró sobrevivir al paso del tiempo, hasta el punto que alguno de los grandes escritores del Siglo de Oro español llegó a nombrarlo en su obra. Tal es el caso de Lope de Vega o de Francisco de Quevedo. En 1611 Covarrubia­s llegó a definir la palabra ingenio de la siguiente manera: "Las mismas máquinas inventadas con primor llamamos ingenios, como el ingenio del agua, que sube desde el río Taxo hasta el Alcaçar de Toledo, que fue invención de Juanelo, segundo Archímedes".

TURRIANO logró entablar amistar con personajes de la talla de Juan Herrera, arquitecto real que le informó sobre las nuevas técnicas empleadas en la construcci­ón de las grandes obras del momento, como el Monasterio de El Escorial.

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