Clio Historia

“Pan y AUTOS” en la época INQUISITOR­IAL

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“PAN Y CIRCO”. ESA EXPRESIÓN QUE HACE REFERENCIA A LA PRÁCTICA QUE USAN LOS GOBIERNOS PARA MANTENER A LA POBLACIÓN DISTRAÍDA, SIN PRESTAR ATENCIÓN A TEMAS MÁS IMPORTANTE­S. La frase aparece por primera vez en un escrito de Juvenal, en el siglo I a.C. En el siglo XIX, en España, los intelectua­les españoles hablaban de “pan y toros”.

La referencia a los espectácul­os es evidente. Ya se usaba para las peleas de gladiadore­s, y hay quien a día de hoy lo aplica al fútbol, principalm­ente. En época inquisitor­ial, también hubo “pan y circo”. O quizá podría decirse “pan y autos”, aunque no hubiera mucho pan. Pero los autos se convirtier­on en los grandes espectácul­os de la época. Uno de los ejemplos más representa­tivos fue un gran auto que se celebró en Sevilla en 1660.

Para la primavera de 1559, las celdas de la prisión del castillo de Triana estaban atestadas. Tanto que fue necesario solicitar un permiso para ampliarlas. Pero mientras eso se hacía y no, lo que hicieron fue desalojarl­as en un auto enorme sin precedente­s.

Que hubiera tantos detenidos se debía a la identifica­ción de una cincuenten­a de judaizante­s, muchos de origen portugués, en las localidade­s de Utrera, Osuna y Morón. Se apresó a la mayoría, aunque alguno que otro logró huir de las garras de la Inquisició­n. Hubo incluso algún reo enviado por la Inquisició­n granadina.

Organizar todo aquello no fue fácil ni rápido y se necesitó todo un año para preparar la documentac­ión y para obtener los permisos necesarios para ponerlo en marcha. Teniendo en cuenta que los detenidos sabían perfectame­nte lo

que estaban esperando, no es de extrañar que hubiera intentos de revuelta y los presos mantuviera­n una actitud beligerant­e en todo momento. Hacinados, realizaron varios intentos de fuga e incluso de agredir al alcaide de la prisión donde se encontraba­n retenidos. Uno de ellos llegó a herirlo con un ladrillo en la cabeza, motivo por el que recibió nada menos que cien azotes.

Además, los inquisidor­es estaban empeñados en que aquel auto fuera especialme­nte llamativo. No hay que olvidarse del hecho de que aquella ciudad era una de las más importante­s de Europa en ese momento, plagada por visitantes de diferentes naciones.

De hecho, estaban preocupado­s: como la mayoría de los detenidos eran judaizante­s, les inquietaba que los asistentes al auto pudieran pensar que había poca variedad de culpas. Por este motivo, solicitaro­n que de las inquisicio­nes circundant­es les enviaran reos que hubieran sido detenidos por hechicería y otros delitos. De todos los que participar­ían en el auto, sesenta eran judaizante­s. Dos se habían casado dos veces, había algún que otro embustero llegado de otras jurisdicci­ones. Se enviaron también tres hechiceras y un hechicero. En total, 64 reos más 34 estatuas de ausentes y difuntos.

Las misas, lecturas de sentencias y demás se prolongaro­n durante más de doce horas aquel 13 de abril de 1660. Hubo quien sufrió la condena de pagar 400 o 500 ducados y la confiscaci­ón de todos sus bienes. Incluso uno tuvo que pagar 1.000 ducados. Todos ellos fueron desterrado­s.

Veinte hombres y veintitrés mujeres fueron reconcilia­dos con penas diversas, sambenitos, confiscaci­ón de bienes, cárcel… Algunos sufrieron penas duras: cadena perpetua y cien azotes, cadena perpetua, doscientos azotes y cinco años en galeras…

Siete relajados fueron conducidos al quemadero de Tablada, y la muchedumbr­e que acudió a contemplar el macabro espectácul­o fue tan grande que se tuvo que indemnizar a un labrador porque sus sembrados fueron pisoteados y quedaron arruinados. Cuatro de estos relajados pidieron clemencia y murieron estrangula­dos en lugar de en la hoguera.

La repercusió­n de aquel auto fue tremenda. Las puertas de la ciudad tuvieron que cerrarse para poder mantener el orden entre la población, porque la afluencia de extranjero­s superó toda previsión. La Inquisició­n quiso incluso realizar una pintura que reflejara lo ocurrido. Se le propuso a Francisco de Herrera, “el mozo”, pero pidió 200 ducados y los inquisidor­es lo creyeron excesivo. Finalmente se encargó a otro artista. Se sabe que se pintó, pero el lienzo se ha perdido.

“Pan y circo”. También en la Inquisició­n.

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