DON PELAYO y la batalla de Covandonga
LAS GRANDES BATALLAS DE TIEMPOS MEDIEVALES, EN LAS QUE CASI SIEMPRE DESTACA LA FIGURA DE UN REY QUE INTENTA OBTENER PRESTIGIO Y LA CATEGORÍA DE HÉROE, ESTABAN CARGADAS DE UN ENORME COMPONENTE IDEOLÓGICO Y RELIGIOSO, ESPECIALMENTE EN LUGARES COMO LA PENÍNSULA IBÉRICA, DONDE EL CONFLICTO ENTRE EL CRISTIANISMO Y EL ISLAM SE PROLONGÓ DURANTE CASI OCHOCIENTOS AÑOS. EN ESTE CONTEXTO, NO ERA EXTRAÑA LA CREENCIA EN LA INTERVENCIÓN DE LA DIVINIDAD, TANTO EL DIOS CRISTIANO, COMO ALÁ, CONVERTIDOS EN ÁRBITROS QUE ENTREGABAN LA VICTORIA A LOS MÁS JUSTOS Y, POR ESO, PARA GANARSE SU FAVOR, LOS EJÉRCITOS ACUDÍAN A LA BATALLA PORTANDO COMO ESTANDARTES TODO TIPO DE OBJETOS SAGRADOS Y RELIQUIAS. EN ESPAÑA, UNA DE ESTAS PRIMERAS ACTUACIONES MILAGROSAS SE PRODUCE EN LA BATALLA DE COVADONGA, POCOS AÑOS DESPUÉS DE LA CONQUISTA ÁRABE DEL 711.
ALO LARGO DEL TIEMPO, LA INVASIÓN MUSULMANA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA HA VENIDO CONSIDERÁNDOSE COMO UN ELEMENTO PERTURBADOR QUE VINO A INTERRUMPIR EL PROCESO DE DESARROLLO HISTÓRICO EN LA LÍNEA DE LOS DEMÁS PAÍSES DEL ANTIGUO IMPERIO ROMANO DE OCCIDENTE. De esta manera, la conquista del año 711 provocó una interrupción de los primeros intentos para crear un estado unificado que se estaban dando en el siglo VII, al dar lugar a la aparición de una serie de núcleos aislados en las zonas más septentrionales de la Península Ibérica que fueron los que, con el paso de los años, se fueron incorporando a lo que tradicionalmente conocemos con el nombre de Reconquista. La invasión también provocó en los distintos reinos cristianos peninsulares un reforzamiento del papel aglutinador del catolicismo (en oposición a la religión de los invasores) y, por otra parte, un aumento del carácter belicoso que tuvo continuidad (acabada la Reconquista) a finales del siglo XV, con el proceso de conquista y colonización del Nuevo Mundo.
La rápida conquista que llevaron a cabo Tarik y Muza después de la batalla de Guadalete del año 711, solo fue posible si se tiene en cuenta la indiferencia, incluso complicidad, de la mayor parte de la población hispanovisigoda. Muchos se apresuraron a firmar pactos con los invasores para no perder sus privilegios económicos, pero otros eligieron el camino del exilio y dirigieron sus pasos hacia el norte, especialmente a Asturias, donde los recién llegados visigodos se unieron a la población indígena que hasta ese momento había permanecido relativamente aislada y ajena (no tanto como en un principio pudiese parecer) al dominio romano y visigodo.
EL PRIMER REY DE ASTURIAS
En la batalla de Covadonga el indiscutible protagonista fue don Pelayo, al que podemos considerar como el primer rey de Asturias, y al que la Historia ha querido convertir (en España) en el personaje con el que se consolida el concepto de nación desde un punto de vista mítico, tal y como ocurre con Arturo en Inglaterra o con Beowulf en Alemania.
Para comprender su biografía, al personaje de carne y hueso, se antoja necesario alejarnos de la idealización que se hizo de su figura en épocas anteriores, pero también dejar de lado la postura abiertamente crítica, hostil en este caso, que desde la corrección política se ha tomado hacia una serie de personajes históricos por motivos puramente ideológicos.
La historicidad de don Pelayo está fuera de toda duda, pero es muy poco lo que sabemos de él. En las Crónicas alfonsinas se le considera hijo del duque Favila, mientras que otras tradiciones le sitúan luchando junto a su rey Rodrigo en la batalla de Guadalete acontecida en el fatídico año de 711. En la actualidad, la tesis que habla sobre el origen astur del personaje tiene muchos seguidores, aunque, en verdad, no existe nada que podamos afirmar con ro
tundidad por lo que el debate sigue abierto. A pesar de todo, las fuentes insisten en el origen visigodo de Pelayo (Julia Montenegro, de la Universidad de Valladolid, y Arcadio del Castillo, de la Universidad de Alicante), por lo que, desde este punto de vista, su participación en la batalla de Guadalete pudo ser posible.
Según cuentan las fuentes, especialmente la Crónica Albedense y la Rotense, escritas en el siglo IX, Pelayo era un noble visigodo hijo del duque Favila. El duque, debido a las intrigas y desavenencias que existían entre la nobleza goda fue asesinado por el rey Witiza, posiblemente por un problema de faldas.
Pelayo habría pasado su infancia en la ciudad de Toledo, donde entabló una estrecha relación con Rodrigo (futuro rey de los visigodos), pero tras el asesinato de Favila, el joven Pelayo marchó al exilio y pasó el tiempo deambulando por las tierras septentrionales de la Península Ibérica, dando muestras de todas las cualidades que en su día tanto alabaron sus biógrafos.
PELAYO habría pasado su infancia en la ciudad de Toledo, donde entabló una estrecha relación con Rodrigo, futuro rey de los visigodos.
EL ORIGEN DEL HÉROE
Dicen que Pelayo era inquieto, trabajador y avisado, que era un hombre cuerdo, justo, bello y religioso. Tanto es así que, en los momentos finales del reinado de Witiza, peregrinó por Tierra Santa antes de volver a España y ponerse al servicio de su antiguo amigo.
Pelayo pronto empezó a destacar entre los nobles que apoyaron al nuevo rey, don Rodrigo, ya que ocupó un cargo importante en la corte visigoda: conde de los espatarios (guardia personal del monarca). Como tal luchó junto a Rodrigo en la renombrada batalla de la Guadalete, por lo que vivió, en primera persona, los acontecimientos que a la postre resultaron definitivos para comprender la desaparición del joven e inestable estado visigodo en la Península Ibérica.
Tras el desastre que supuso para los visigodos la aplastante derrota a manos de los musulmanes, Pelayo volvió a Toledo, y fue allí donde el arzobispo Urbano, viéndolo todo perdido pidió al conde que salvase las reliquias y los objetos de poder más importantes que en aquellos días se encontraban en la ciudad.
El siguiente episodio es conocido por todos: Pelayo huyó hacia el norte, a tierras asturianas, para convertirse en el rey del primer rei
no cristiano de la península tras la invasión musulmana del año 711.
PROCESO DE RECONQUISTA
Los textos cronísticos del siglo IX aluden a una alianza entre el elemento visigodo y los astures locales que permitió a Pelayo hacerse con el poder, mientras que la unión con el duque Pedro de Cantabria significó el nacimiento del núcleo de resistencia cristiano, el reino de Asturias, frente a la dominación musulmana.
Hacia el año 718 tenemos a un bereber llamado Munuza gobernando en el norte peninsular, pero muy pronto su autoridad se vio desafiada por un grupo de dirigentes astures, encabezados por Pelayo, que desde Cangas de Onís decidieron rebelarse y dejar de pagar impuestos. La actitud desafiante de Pelayo y sus hombres fue contestada con algunas acciones de castigo, pero la incapacidad de Munuza para sofocar la rebelión le llevó a pedir refuerzos a Córdoba, desde donde llegó un contingente al mando de Alqama, formado, probablemente, por unos 1.500 efectivos (aunque las crónicas cristianas llevan esta cantidad, muy exageradamente, hasta los 187.000).
En cuanto a las fuerzas de Pelayo no parece que pudieran superar los 300 hombres, por lo que debido a su inferioridad numérica, el guerrero cristiano se retiró hacia un angosto valle de los Picos de Europa, cuyo fondo cerraba el monte Auseva, con el objetivo de acorralar al ejército atacante en un espacio en donde no pudiese maniobrar. Así llegamos el 722, año en el que se produjo la batalla que para muchos marcó el inicio del proceso de la Reconquista.
LOS TEXTOS CRONÍSTICOS del siglo IX aluden a una alianza entre el elemento visigodo y los astures locales que permitió a Pelayo hacerse con el poder, mientras que la unión con el duque Pedro de Cantabria significó el nacimiento del núcleo de resistencia cristiano.
Según las leyendas, el enclave elegido por Pelayo para presentar batalla a las fuerzas musulmanas de ocupación era mágico, ya que desde antiguo Covadonga se relacionaba con la presencia de lo sobrenatural y con el culto a la Virgen. El origen de este tipo de creencias es, en cambio, muy anterior, ya que en época precristiana la cueva estaba asociada al culto de divinidades femeninas de la naturaleza, de ahí la facilidad de vincularlo posteriormente con la Virgen, tal y como ocurrió en otros muchos lugares de España, en donde antiguas creencias paganas terminaron siendo adaptadas a través de un característico proceso de sincretismo religioso.
El 28 de mayo de 722 se inició la batalla después de que los musulmanes enviasen al traidor Oppas (hermano de Witiza, que había permitido la entrada del ejército de Tariq en 711) a dialogar con los astures, pero este fue rechazado por Pelayo que le habría recriminado su falta de fe y su traición a la cristiandad.
Ante esta situación, los musulmanes iniciaron el ataque y lanzaron una lluvia de flechas sobre los hombres del caudillo asturiano que no tuvieron otro remedio más que retroceder y buscar cobijo en la cueva.
Afortunadamente (si hacemos caso a las crónicas), esta situación tan crítica pudo ser solventada por parte de los cristianos gracias a la intervención de la Virgen: "Alqama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos" (Crónica Albelda, 881).
Al margen de este tipo de creencias, debemos suponer que durante la contienda un grupo de guerreros astures logró hacerse fuerte en algunas de las peque
ñas cimas que jalonaban el lugar, por lo que cuando los musulmanes iniciaron el asalto a la cueva, estos cayeron de improviso sobre ellos provocando el desconcierto entre el contingente de Alqama, que nada pudo hacer para imponer su destacable superioridad numérica.
Sin poder maniobrar, los hombres del contingente musulmán terminaron esperando, uno a uno, su turno para ser ensartados por la espada de un soldado astur, hasta que le tocó el turno a Alqama, el cual no pudo sobrevivir a la completa derrota de su ejército.
LA FORMACIÓN DE ESPAÑA
Tras la muerte de su general, los supervivientes iniciaron una desordenada retirada en dirección a Liébana, pero su huida se hizo aún más dramática por causa de un desprendimiento de tierras que, según la leyenda, fue provocado, nuevamente, por la intervención divina.
Al verlo todo perdido, el gobernador Munuza decidió escapar de Gijón por miedo a la sublevación de la nobleza local, pero la tragedia estaba a punto de completarse para los conquistadores musulmanes, porque los astures lograron darle caza y matarlo en Olalles, un lugar que no ha podido ser identificado.
Desde entonces, la batalla de Covadonga pasó a considerarse como la primera victoria de un contingente cristiano contra las fuerzas andalusíes, lo que habría permitido el nacimiento del reino independiente de Asturias y, mucho después, de otros núcleos cuya unión daría lugar a la posterior formación del reino de España. Es por este motivo por lo que no debe de extrañarnos el famoso dicho de que “Asturias es España y lo demás tierra conquistada”.
Las dificultades por las que pasaba Al-Ándalus fueron aprovechadas por el yerno de Pelayo, Alfonso I (739-757), para efectuar una serie de campañas hacia el sur e incorporar el territorio gallego al emergente reino asturiano, el cual alcanza su plena definición con Alfonso II (791-842), al dotarse de una estructura estatal más compacta y unas fronteras más definidas. Con este rey se impuso el Fuero Juzgo como ley del reino y se adoptó la ortodoxia religiosa a través de Beato de Liébana,
frente a la herejía adopcionista defendida por Elipando, arzobispo de Toledo. Desde el punto de vista ideológico se desarrolló el neogoticismo, que estableció los derechos de los reyes asturianos al considerarse herederos de los monarcas visigodos.
LA BATALLA DE COVADONGA pasó a considerarse como la primera victoria de un contigente cristiano contra las fuerzas andalusíes, lo que habría permitido el nacimiento del reino independiente de Asturias.