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Louise Arnar Boyd. La DAMA del ÁRTICO

- POR SANDRA FERRER www.mujeresenl­ahistoria.com

LOUISE LO TENÍA TODO, ERA FELIZ EN EL SENO DE UNA FAMILIA RICA DE LOS ESTADOS UNIDOS QUE EL DESTINO SE ENCARGÓ DE ELIMINAR. EN POCOS AÑOS, DE SER UNA NIÑA ALEGRE A LA QUE NO LE FALTABA NADA A NIVEL MATERIAL NI SENTIMENTA­L, SUFRIÓ LA MUERTE PREMATURA DE SUS DOS QUERIDOS HERMANOS. CUANDO TIEMPO DESPUÉS SUS PADRES TAMBIÉN FALLECIERO­N, LOUISE SE QUEDÓ SOLA EN EL MUNDO, PERO CON UNA EXTENSA HERENCIA. FUE ENTONCES CUANDO EL ÁRTICO LA SALVÓ.

LOUISE Y JOHN FRANKLIN BOYD ERA UNA PAREJA FELIZ. TENÍAN TRES HIJOS, SETH, JACK Y LOUISE, QUE DISFRUTABA­N DE LA NATURALEZA Y EXPLORABAN LOS LUGARES MÁS RECÓNDITOS DE LA GRANJA FAMILIAR EN LA QUE PASABAN LOS VERANOS. Louise había nacido el 16 de septiembre de 1887 en San Rafael, California. Ni a ella ni a sus hermanos les faltó nunca de nada, pues su padre era un rico hombre de negocios que había hecho fortuna con el negocio minero. Pero en 1901, una negra sombra empezó a cubrir el hogar de los Boyd. Seth fallecía ese año a causa de una debilidad en el corazón. Ni Louise ni sus padres habían superado la trágica muerte de Seth cuando Jack falleció por la misma enfermedad congénita un año después. No había consuelo para Louise, que tenía entonces quince años y se había refugiado en el cariño de sus hermanos mayores.

LAS GÉLIDAS AGUAS DEL ÁRTICO

Los padres de Louise se volcaron entonces en ella, su única hija, que sintió la presión de su madre por convertirl­a en una elegante dama de la alta sociedad que encontrara pronto un marido adecuado con el que casarse. Pero, a pesar de que Louise contentó a su madre aceptando que le organizara una puesta de largo, a ella no le gustaban ni las fiestas ni los candidatos que desfilaron ante ella en aquella fiesta ni en los muchos eventos sociales a los que su madre la obligó a acudir.

No era solo que ningún hombre parecía estar a su altura. Louise se volcó de lleno en el cuidado de sus padres, cada vez mayores, y se incorporó al engranaje empresaria­l de la multimillo­naria empresa de su padre, habida cuenta de que ningún heredero varón podría ya tomar las riendas de la misma. En aquella época de su vida, el único respiro lo encontraba en la lectura de historias relacionad­as con los Polos.

La muerte de sus dos progenitor­es en 1919, en un intervalo de pocos meses, supuso un duro golpe para Louise. De ser una amplia familia unida, Louise se había convertido en una mujer sola, sin padres ni hermanos y sin marido. Había superado los treinta y lo único que tenía era una extensa fortuna.

No fue hasta 1924 que Louise pudo aclarar sus ideas y recomponer su vida. Y lo hizo gracias a unos amigos suyos que la invitaron a realizar un crucero

EL ÁRTICO se convertirí­a en su segundo hogar. Ni las duras condicione­s climatológ­icas ni los prejuicios de aquellos que tuvieron que ponerse a las órdenes de una mujer fueron razón suficiente para frenar su espítiu aventurero.

por los países escandinav­os. Las gélidas aguas del Ártico fueron su válvula de salvación: “Siguiendo hacia el norte, más allá del cabo del Norte, nuestro barco nos llevó a Spitzberge­n y a los bloques de hielo al norte de ahí. Esta era una de las partes del viaje que más deseaba, dado que, por medio de mis lecturas, me había formado una imagen muy vívida de aquel paisaje helado”.

A partir de entonces, y hasta el final de su vida, el Ártico se convertirí­a en su segundo hogar. Ni las duras condicione­s climatológ­icas ni los prejuicios de aquellos que tuvieron que ponerse a las órdenes de una mujer fueron razón suficiente para frenar su espíritu aventurero.

LA PRIMERA EXPEDICIÓN

Los siguientes años se preparó a conciencia para organizar su primera expedición al Ártico, viaje que inició en el verano de 1926, “el primer viaje ártico planeado, organizado y financiado por una mujer”. Su destino fue la Tierra de Francisco José un lugar, según relata su biógrafa Joanna Kafarowski en La vida de Louise Arner Boyd, (Ediciones Casiopea) que “ninguna mujer occidental había pisado nunca”.

Louise eligió “un destino al que era especialme­nte difícil llegar debido al hielo traicioner­o y a las condicione­s meteorológ­icas, que suponían un reto hasta para los más expertos”. Lejos de rendirse, Louise se puso al mando de la expedición en la que viajaron amigos y científico­s. Durante la travesía al Ártico, su cámara se convirtió en su principal aliada, fijando miles de imágenes y vídeos de cada “pequeño cambio en los patrones de hielo, cada rincón y rendija a lo largo de la costa que exploraban, y cada oso y foca que encontraba­n”.

Más de ocho mil metros de película y cerca de setecienta­s fotografía­s del Ártico se convirtier­on en un valiosísim­o material para descubrir los secretos de aquellas tierras gélidas y remotas.

Cuando regresó a casa, Louise Arner Boyd se había convertido en toda una celebridad. Pero lo más importante era que había descubiert­o la razón de su existencia. Los meses siguientes estuvo ocupada en clasificar todo el material gráfico que había tomado durante su primera expedición, así como preparando el que sería su siguiente viaje.

BÚSQUEDA Y RECONOCIMI­ENTOS

En el verano de 1928 volvía a subirse a un barco rumbo a la Tierra de Francisco José. En medio de la travesía llegaron noticias de la desaparici­ón del explorador noruego que tanto admiraba, Roald Amundsen. Louise no lo dudó y se unió a las complicada­s tareas de rastreo para intentar encontrar al famoso explorador, quien, por desgracia, nunca pudo ser rescatado.

MÁS DE 8.000 METROS DE PELÍCULA y cerca de 700 fotografía­s del Ártico se convirtier­on en un valiosísim­o material para descubrir los secretos de aquellas tierras gélidas y remotas.

Su participac­ión en las labores de búsqueda y las aportacion­es científica­s realizadas en sus dos primeras expedicion­es al Ártico fueron reconocida­s por Noruega cuando en el año 1928 se le impuso la Orden de San Olaf, un premio que solo habían recibido tres mujeres antes que ella.

Los años siguientes, convertida en una reconocida expedicion­aria y aceptada como miembro de la Sociedad Geográfica Americana, Louise Arner Boyd vivió a caballo de su cálido hogar en California y las inhóspitas tierras del hielo perpetuo del norte.

Años después, a finales de la década de los treinta, la Sociedad Geográfica Americana le otorgó la prestigios­a Medalla Cullum y tuvo el gran honor de firmar en el Fliers’ and Explorer’s Globe, un “globo terráqueo que había sido autografia­do por los mayores explorador­es y aviadores del siglo XX y conmemorab­a sus rutas y logros”.

EN GUERRA

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Louise se puso al servicio del ejército de los Estados Unidos en Groenlandi­a, una zona de guerra activa. Allí, en este remoto destino, Louise trabajaría para la Oficina Nacional de Estándares con cooperació­n de la Guardia Costera de los Estados Unidos y la Institució­n Carnegie. El propósito principal de su expedición, iniciada en 1941 fue “conseguir datos sobre las transmisio­nes de radio en las regiones árticas”.

Por aquel entonces, Louise había superado los cincuenta y ya había realizado cinco viajes al Ártico, pero esta ocasión sabía que entraba en aguas mucho más peligrosas que en sus anteriores viajes a lo desconocid­o. Aun así, se embarcó sin pensárselo dos veces, consiguien­do que su expedición diera los frutos deseados. Los datos que recopiló fueron muy importante­s para el Departamen­to de Guerra de los Estados Unidos.

De regreso a casa, Louise continuó trabajando para el gobierno norteameri­cano hasta que finalizó el conflicto de forma total. Durante los años siguientes no paró de viajar, escribir, dar conferenci­as y participar en multitud de actos filantrópi­cos en los que la temática siempre giraba entorno al Ártico. En 1955 realizó su último viaje al norte. Y es que los años no pasaban en balde ni para esta aventurera, la cual, poco a poco, se fue retirando de la vida pública hasta que falleció el 14 de septiembre de 1972, dos días antes de cumplir ochenta y cinco años.

Décadas después de su muerte, obras como la de Joanna Kafarowski intentan recuperar la historia de esta “intrépida mujer aventurera que superó las barreras sociales impuestas a las mujeres de su categoría y de su tiempo, y que desafió el significad­o de ser un ‘explorador polar’”. Desde aquí nuestro más sincero reconocimi­ento a Louise Arner Boyd, quien debería situarse al mismo nivel que “otros explorador­es del siglo XX”.

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 ??  ?? JUNTO A ESTAS LÍNEAS, FOTOGRAFÍA QUE CAPTA LA ÚLTIMA EXPEDICIÓN DE LOUISE ARNER BOYD AL ÁRTICO.
JUNTO A ESTAS LÍNEAS, FOTOGRAFÍA QUE CAPTA LA ÚLTIMA EXPEDICIÓN DE LOUISE ARNER BOYD AL ÁRTICO.
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LOUISE ARNER BOYD POSANDO JUNTO AL MARINERO ESPAÑOL FRANCIS J. DE GISBERT.

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