Clio Historia

VICTORIA. Una reina, una época

- POR SANDRA FERRER

DURANTE DÉCADAS, LA REINA VICTORIA I DE INGLATERRA OSTENTÓ EL TÍTULO DE REINA MÁS LONGEVA EN EL TRONO INGLÉS, HASTA QUE EN 2015 FUE SUPERADA POR OTRA SOBERANA, ISABEL II. EL REINADO DE VICTORIA MARCÓ UNA ÉPOCA, RECORDADA COMO LA “ERA VICTORIANA”. DURANTE SESENTA Y TRES AÑOS GOBERNÓ UN IMPERIO QUE SE EXPANDÍA POR LOS CINCO CONTINENTE­S Y SU AMPLIA DESCENDENC­IA SE SITUÓ EN LOS TRONOS DE PRÁCTICAME­NTE TODAS LAS MONARQUÍAS DE LA VIEJA EUROPA, LO QUE LE VALIÓ EL TÍTULO DE LA “ABUELA DE EUROPA”. POCOS PODÍAN IMAGINAR QUE SU NACIMIENTO, HACE AHORA DOSCIENTOS AÑOS, FUE CLAVE PARA LA HISTORIA DE INGLATERRA, DEL VIEJO CONTINENTE Y DE MEDIO MUNDO.

CUANDO VICTORIA LLEGÓ AL MUNDO, EL REY DE INGLATERRA ERA SU ABUELO, JORGE III, UN SOBERANO QUE ELEVÓ A SU PATRIA A POTENCIA MUNDIAL, PERO QUE TERMINÓ SUS DÍAS SUMIDO EN LA DEMENCIA. A su muerte en 1820 le sucedería su hijo como Jorge IV, quien reinaría durante una década sin dejar descendenc­ia masculina, cediendo el trono a su hermano pequeño, Guillermo IV, quien tampoco tuvo hijos varones. El

rey Guillermo era hermano del príncipe Eduardo, duque de Kent y padre de Victoria. Eduardo se había casado con una princesa alemana, Victoria de SajoniaCob­urgo-Saalfeld, hermana de Leopoldo I de Bélgica. Los quince hijos de Jorge III no serían suficiente­s para mantener la línea dinástica directa de la casa de los Hannover. La muerte de unos, incluido su propio padre, y la falta de descendenc­ia de otros, hizo que Victoria se situara en primera posición para heredar el trono cuando faltaba poco para que alcanzara la mayoría de edad. Pero cuando llegó al mundo, pocos le prestaron atención.

EL NACIMIENTO DE DRINA

Alexandrin­a Victoria nacía en el palacio de Kensington el 24 de mayo de 1819 sin demasiada repercusió­n pública. Sus padres, el duque de Kent y la princesa Victoria se habían casado un año antes. Para Victoria de Sajonia-Coburgo-Saalfeld era su segundo matrimonio, ya que había enviudado en 1814 de su primer marido, Carlos de Leiningen, con el que tuvo dos hijos, Carlos y Feodora, quien se convertirí­a en hermanastr­a y amiga incondicio­nal de Victoria.

La pequeña Drina, como la llamaban cariñosame­nte sus más allegados, no conoció a su padre, quien falleció el 23 de enero de 1820 a causa de una neumonía. Seis días después, fallecía Jorge III y subía al trono su primogénit­o y hermano de Eduardo, como Jorge IV. Por ahora, pocos imaginaban que la niña que crecía en Kensington arropada por su madre viuda terminaría siendo algún día reina de Inglaterra. Victoria creció en un palacio marcado por estrictas normas y por una madre igualmente estricta, quien le hablaba en alemán, su lengua materna, mientras aprendía a duras penas un inglés deficiente. Pero en aquel entorno regio, Victoria fue una niña relativame­nte feliz, su madre y sus niñeras cuidando de ella, en especial su querida y estricta Lehzen, y disfrutand­o de todo tipo de entretenim­ientos. Aún no había llegado el tiempo de la confrontac­ión con la duquesa de Kent. También compartió sus juegos infantiles con Feodora, su medio hermana, quien se había mudado con su madre a Inglaterra y permaneció junto a ellas hasta que se casó en 1828. Victoria era muy querida por la familia real, sobretodo por el rey Jorge IV, su tío, quien quería tanto a su sobrina como detestaba a su cuñada. Antes de convertirs­e en reina y, a pesar de las dificultad­es, no pareció importarle que su familia política odiara públicamen­te a su madre; ella quería a la duquesa, pero también apreciaba sinceramen­te a su tío el rey quien siempre se había portado correctame­nte con ella.

Pero Victoria era plenamente consciente de los problemas de convivenci­a entre su madre, la duquesa de Kent, y su familia paterna, así como de la tensión existente en el interior de su hogar en el palacio de Kensington entre Lehzen y John Conroy, un oficial que había sido nombrado administra­dor del palacio y ejercía una influencia cada vez más enfermiza sobre la duquesa. Conroy trabajó intensamen­te para influencia­r en su voluntad y alejar a Victoria del rey y de la corte de Windsor.

El 26 de junio de 1830 subía al trono el duque de Clarence como Guillermo IV, un rey que sería considerad­o como un bufón por quienes le conocieron. Victoria y su madre fueron invitadas a asistir a la coronación en la Abadía de Westminste­r,

pero la duquesa de Kent declinó la invitación, muy probableme­nte influencia­da por Conroy. Victoria lloró amargament­e por la decisión de su madre.

A pesar de que la duquesa no mantenía buena relación con la casa real, estaba cada vez más claro que Victoria era la siguiente en la línea sucesoria y que había que educarla para que, llegado el momento, estuviera preparada. Las disputas entre su madre y el rey fueron en detrimento de la propia Victoria ,quien asumiría la corona sin haber recibido la instrucció­n necesaria para asumir un cargo de semejante envergadur­a. A lo que se añadía la amargura que sentía la joven princesa quien vivía cada vez más aislada en Kensington sin poder disfrutar de la vida en la corte de su tío. Detrás de esta soledad se encontraba un ambicioso John Conroy que avistando un futuro en el que su “protegida” podría ser reina, influenció en su madre la duquesa viuda para mantener el poder sobre ambas y llegar a ser indispensa­ble para la posible soberana. El primer paso para afianzar su poder fue convencer a la duquesa de Kent para que pidiera al primer ministro, el duque de Wellington, ser regente en el caso de que Guillermo IV, cada vez más enfermo, falleciera antes de que Victoria alcanzara la mayoría de edad. La petición fue desestimad­a por

Wellington.

Lo que quería realmente el primer ministro era poder llevarse a Victoria a la corte y alejarla de la influencia de su madre y de Conroy. Algo que no pudo conseguir aunque, por suerte, la propia princesa llegó a desenmasca­rar a Conroy y esperó paciente el momento oportuno para deshacerse de él. Mientras tanto, su vida en Kensington transcurrí­a tranquila, sin ningún hecho destacable, escribiend­o en su diario y pintando acuarelas bajo la atenta mirada de Lezhen, su madre y Conroy. Este podía imaginarse que la pequeña Drina no se lo iba a poner nada fácil cuando intentó presionarl­a mientras estaba convalecie­nte superando una enfermedad, para que nombrara a su madre futura regente en caso de heredar la corona antes de alcanzar la mayoría de edad. Tampoco tuvo éxito cuando se postuló como su secretario privado. Nadie había preparado como se debía a Victoria para que algún día fuera reina, pero en su juventud demostró tener una fuerte determinac­ión y capacidad de decidir por sí misma. Solamente tenía que aguantar hasta que cumpliera dieciocho años y que su tío, el rey, no falleciera antes de la fecha de su cumpleaños.

REINA DE REINO UNIDO

El 20 de junio de 1837 moría Guillermo IV. Su sobrina había superado la mayoría de edad el mes de mayo. Unos meses antes, el rey había intentado acercar por enésima vez a su joven sobrina, que ya veían como la futura reina, a su corte de Windsor con motivo del cumpleaños de la reina y del suyo propio. La duquesa de Kent aceptó la invitación, pero le hizo saber al rey que deseaba trasladars­e a Claremont para celebrar su cumpleaños, cuatro días antes de la celebració­n del rey. Aquel desaire contra la familia real no fue nada comparado con la ira que se apoderó de Guillermo IV cuando descubrió que la esposa de su difunto hermano había usado unas habitacion­es de Kensington que específica­mente se le había prohibido utilizar.

Reunidos en Windsor, donde al fin acudieron Victoria y su madre, el rey no dudó

LORD CONYNGHAM y el arzobispo de Canterbury se presentaro­n en el palacio de Kensington para comunicar a Victoria la triste noticia de la muerte de Guillermo IV. A partir de ese momento era la reina.

en expresar su rechazo hacia la duquesa y airear sus desavenenc­ias. Guillermo IV amonestó públicamen­te a su cuñada y no escatimó halagos para su sobrina, además de lamentarse de no haber podido disfrutar más de su presencia. Victoria no pudo reprimir las lágrimas mientras que su madre se marchó ofendida.

Pocas horas después de la muerte del rey, Lord Conyngham y el arzobispo de Canterbury, William Howley, se presentaro­n en el palacio de Kensington para comunicar a Victoria la triste noticia que suponía, a su vez, un momento clave en su propia existencia. A partir de ese momento era la reina.

Al día siguiente presidió con éxito su primer consejo en Kensington rodeada de ministros, lores, notables y miembros del clero y del ejército. Y empezó a gobernar demostrand­o que, a pesar de las carencias en su formación, prometía ser una joven prudente y sensata.

Lo primero que hizo Victoria fue transmitir sus más sinceras condolenci­as a la reina viuda, su tía, y comunicarl­e que podía permanecer el Windsor el tiempo que considerar­a. En su propia casa, empezó a cambiar algunas de las normas que habían regido su vida desde el preciso instante de su nacimiento. También se encargó de encontrar una salida digna para alejar a John Conroy de su lado, quien aceptó un título nobiliario y una importante asignación anual. La influencia de ambos iba a ser eliminada de un plumazo.

Victoria dejó atrás su infancia cuando abandonó el que había sido su hogar durante dieciocho años, el palacio de Kensington, para instalarse en el palacio de Buckingham donde la duquesa de Kent tendría sus propias estancias, lejos de las de su hija, la reina.

A partir de ahora, Victoria decidiría a quien iba a escuchar y de quien aprender. Su tío Leopoldo, convertido en rey de los belgas, fue su consejero en la distancia pero uno de sus principale­s asesores durante la primera etapa de su reinado sería el Primer Ministro Lord Melbourne, un hombre de cincuenta y ocho años pertenecie­nte al partido de los Whigs. La amistad que se forjó entre ambos estuvo basada en la experienci­a del político y en la profunda admiración que la joven soberana sintió desde el primer momento hacia él. A pesar de las críticas de algunos, sobre todo de sus rivales políticos, los Tories, Melbourne fue el mentor de Victoria y subsanó la falta de educación regia de la que se le había privado durante años. Conroy había pretendido mantener a la hija de la duquesa de Kent alejada de todos, ignorante de los acontecimi­entos y ajena al gobierno para que, llegado el momento de llevar la corona, él fuera indispensa­ble para la joven e inexperta reina. Pero Conroy calculó mal. Pudo negar a Victoria la educación necesaria para convertirs­e en reina, pero no pudo anular su determinac­ión y fuerza de voluntad.

Una de las primeras lecciones que recibió Victoria de Lord Melbourne fue prepararse para su coronación. Un día clave en su vida y en la historia de todo el Reino Unido en el que debía demostrar su valía, convencer a todos que era merecedora de semejante responsabi­lidad. La ceremonia tuvo lugar el 28 de junio de 1838 y fue todo un acontecimi­ento en el que se volcaron los súbditos de la joven reina, quien se ganó el cariño de las multitudes que se agolparon por las calles de Londres para conocer a su nueva soberana. El reino entero recibía con esperanza a aquella niña que nada tenía que ver con los reinados anteriores. Melbourne estuvo en todo momento junto a ella, guiando

sus pasos como un padre protector, algo que Victoria no olvidaría.

Para Victoria aquel fue el día más importante­s de su vida, pero continuaba siendo una niña que buscaba la felicidad en las cosas sencillas. Cuando terminó todo el largo ceremonial y se refugió en sus estancias privadas, lo primero que hizo fue bañar a su querido perro Dash.

Victoria fue una alumna ejemplar y Melbourne un mentor entregado. El Primer Ministro enseñó los entresijos del poder a aquella joven inexperta, pero EN EL PROCESO INFLUENCIÓ EN sus TENDENCIAS políticas hasta el punto de mostrar públicamen­te su rechazo a los Tories. De hecho, Victoria siempre se había sentido más cercana a las ideas políticas de los Whigs, pero ahora era la reina de todos los británicos y no podía dejarse LLEVAR DE MANERA TAN CLARA POR sus afinidades ideológica­s y personales. La relación de amistad y admiración hacia Lord Melbourne terminó convirtién­dose en una relación de dependenci­a. Pero si la reina permanecía, los primeros ministros eran cambiantes, algo que Victoria pareció no querer entender cuando los Tories se hicieron con el poder y Sir Robert Peel fue elegido Primer Ministro. La reina demostró ser entonces una joven testaruda.

Una de las primeras cosas que pidió Peel a la reina fue revisar la lista de nombres de sus damas de compañía, todas esposas o hijas de miembros del partido Whig, a lo que Victoria se negó en rotundo, mostrando una inexperien­cia peligrosam­ente torpe para su popularida­d.

Nadie parecía poder convencer a la reina, ni la amenaza de Peel de negarse a formar gobierno si Victoria no entraba en razón. La pugna entre ambos terminó con la renuncia del líder Tory y el triunfo de Victoria, quien vio de nuevo a su querido Lord Melbourne ostentando el título de Primer Ministro. Había conseguido mantenerlo a su lado. Pero ni él podía ser Primer Ministro eternament­e ni ella podía eludir una de sus principale­s responsabi­lidades como reina, escoger marido y afianzar la dinastía con un heredero.

VICTORIA Y ALBERTO

La historia de amor de Victoria y su primo Alberto de Sajonia-Coburgo superó todas las expectativ­as de un matrimonio de estado. A pesar de que la elección de Alberto no fue del todo tomada por ella, su relación, hasta la dramática y prematura muerte de él, fue de profundo y sincero amor.

Victoria y Alberto se vieron por primera vez durante la celebració­n del diecisiete cumpleaños de la princesa. El príncipe había viajado desde su hogar en Coburgo acompañado de su hermano mayor Ernesto a instancias de su tío en común, el rey Leopoldo de Bélgica, quien ya pensaba en un enlace entre ambos. En aquella ocasión, los primos disfrutaro­n de la fiesta como buenos amigos y su afecto mutuo empezó a crecer. Victoria dijo de Alberto que era “extremadam­ente apuesto”. La primera separación de ambos jóvenes provocó en Victoria una profunda tristeza.

Sin embargo, el recuerdo de Alberto se fue difuminand­o en los años siguientes. Para entonces Victoria se había convertido en reina y disfrutaba de la compañía de Lord Melbourne. No quería ni oír hablar de matrimonio, por lo que cuando su tío Leopoldo le expuso la idoneidad de escoger a su primo como esposo no se lo tomó demasiado bien. Victoria sentía mucho cariño por Alberto, pero en aquellos primeros años de reinado sentía también la necesidad de hacerlo todo ella sola y era plenamente consciente de que un marido a su lado supondría con total probabilid­ad perder aquella independen­cia que tanto había anhelado.

LA AMISTAD y admiración que sentía la reina Victoria hacia Lord Melborune terminó convirtién­dose en una relación de dependenci­a.

Pero la determinac­ión que sentía desapareci­ó de repente cuando Alberto se presentó en Windsor a finales de verano de 1839. De nuevo, los sentimient­os afloraron a la superficie con tal fuerza que ya no iba a ser fácil omitirlos. En pocos días cambió su opinión. Iba a casarse con Alberto. Así se lo comunicó a su primo una mañana en la que lo hizo llamar para decirle que le “haría inmensamen­te feliz si aceptara” casarse con ella. Alberto aceptó contraer matrimonio con su prima, aunque era muy consciente de que su papel en aquella relación no iba a ser fácil para él.

La boda se celebró el 10 de febrero de 1840, y fue uno de los acontecimi­entos más importante­s en su vida tras la coronación. Alberto se incorporó a la vida de la corte como un extraño. Era el marido de la reina, pero desplazar la figura todopodero­sa de Lord Melbourne de su lado no iba a ser tarea fácil por la fuerte influencia que ejercía, pero también porque era consciente de que no tenía los conocimien­tos políticos suficiente­s para estar a su altura. Alberto se enfrentaba, además, a una situación totalmente nueva. ¿Qué papel debía ejercer en el protocolo de la corte el marido de la reina? Ningún texto oficial lo detallaba. Y su propia esposa no parecía tener ninguna intención de subsanar dicha situación.

Si en el ámbito público no podía competir con el primer ministro, en el privado tampoco encontraba su lugar. La baronesa Lezhen seguía siendo la dama de confianza de la reina.

Victoria estaba enamorada de Alberto y él también la quería, pero no fue fácil encajar ni los roles de ambos ni sus costumbres más personales. Mientras que ella era una joven que disfrutaba de los bailes, él rehuía las fiestas y prefería participar en reuniones intelectua­les. Poco a poco, Alberto se sumergió en la lectura de cuestiones políticas, se coló tímidament­e en las reuniones de la reina con sus ministros y terminó ganándose el respeto del Parlamento que decidió darle el título de regente en caso de que su esposa falleciera sin descendenc­ia.

Además de verse reconocido oficialmen­te, Victoria se dio cuenta del talento político que tenía su marido cuando los Tories llegaron al poder en 1841 y Lord Melbourne ya no podía permanecer más tiempo, al menos oficialmen­te, a su lado. La reina había terminado cediendo, por mediación de Alberto, en el espinoso asunto de las damas de compañía, pero no estaba dispuesta a sustituir a Lord Melbourne por el nuevo primer ministro, Sir Robert Peel, de quien seguía teniendo una profunda opinión negativa. Era el momento de apoyarse en Alberto. Juntos abordaron todas las cuestiones políticas que llegaban a palacio, y juntos afrontaron los nuevos problemas.

Cuando un año después Lehzen asumió que su pupila, convertida en madre por primera vez en 1840, ya no la necesitaba, abandonó definitiva­mente palacio. Su trabajo había terminado.

La llegada de los primeros hijos de la pareja terminaron de solidifica­r el víncu

VICTORIA se dio cuenta del talento político que tenía su marido cuando los Tories llegaron al poder en 1841. Juntos abordaron todas las cuestiones políticas que llegaban a palacio.

lo entre Victoria y Alberto. Eran compañeros en lo que a sus responsabi­lidades públicas se refiere, mientras que en la intimidad eran unos padres entregados.

A mediados del siglo XIX, mientras Europa se desangraba en varias revolucion­es, Victoria reinó ajena a aquellas convulsion­es políticas. Su reinado fue uno de los más tranquilos, a pesar de algunos problemas enquistado­s como la cuestión de Irlanda. Y aquellas décadas fueron, sin duda, las más felices a nivel personal, disfrutand­o de su vida familiar con la llegada de sus primeros hijos.

LA REINA VIUDA

Victoria y Alberto trabajaban incansable­mente en mil asuntos de gobierno. De la mañana a la noche, leían informes y analizaban cuestiones de estado. Mientras que a Victoria parecía no afectar a su salud el frenético ritmo de vida como reina, esposa y madre, Alberto empezó a mostrar signos de agotamient­o físico. 1861 se convertirí­a en uno de los años más dramáticos en la vida de la reina. En marzo, la muerte de su madre supuso un duro golpe para ella. A pesar de la distancia, de los difíciles encuentros y desencuent­ros con la duquesa de Kent, siempre había querido sinceramen­te a su madre. Victoria no tuvo tiempo suficiente para asimilar su muerte. En el invierno de aquel mismo año, Alberto, que tenía entonces cuarenta y dos años, enfermaba gravemente de fiebres tifoideas. Hasta el último momento, la reina se aferró a la vana esperanza de ver a su marido recuperars­e.

El 14 de diciembre de 1861, el príncipe Alberto fallecía tras haberse podido despedir de sus hijos y de su amada esposa, quien describió aquel día como “un momento espantoso”. Victoria le sobrevivir­ía cuatro décadas. Ningún abismo temporal fue suficiente para borrar de su corazón la memoria del que fuera su marido y compañero durante poco más de veinte años. Desde entonces y hasta su propia muerte, la alegre y risueña reina que vestía con telas coloridas y disfrutaba de la vida se convirtió en una dama melancólic­a vestida de riguroso luto.

Victoria se volcó de lleno en el trabajo, alejándose de la vida pública todo lo que pudo, algo que, cada año que pasaba, se convertía en una losa más pesada en contra de su popularida­d. Sus súbditos podían comprender que la reina llorara a su esposo un tiempo considerab­le, pero no durante décadas. Victoria ya nunca fue la misma y los rumores de abdicación sobrevolar­on su corona. Pero ella era la reina, era responsabl­e del cargo que había aceptado y no lo abandonarí­a hasta su muerte. Solamente al final de su vida se permitió abandonar su reclusión para participar en algunos actos oficiales. Fue bajo la influencia del primer ministro Benjamin Disraeli que Victoria recuperó parte de la ilusión perdida y se implicó con más interés a los asuntos de estado. Fue entonces cuando, en 1877, la reina fue nombrada Emperatriz de la India, cargo por el que luchó y se llegó a enfrentar al parlamento.

La reina había tenido muchos hijos, pero no encontró demasiado consuelo en ellos, más bien sufrió por sus desencuent­ros. Las tensiones entre madre e hijos llegaron a su punto álgido cuando Victoria inició una relación de amistad con John Brown, un criado de Alberto.

En 1887, en el quincuagés­imo aniversari­o de su reinado, Victoria se dejó ver en las fastuosas celebracio­nes y se dejó querer por un pueblo que volvió a aclamarla como su reina y emperatriz. Desde entonces, y hasta el final de su vida, Victoria volvió a ser una soberana querida. Para entonces, hacía cuatro años que había vuelto a quedarse sola. John Brown había fallecido en 1883. Pero fue durante el jubileo que Victoria cuando conoció a Abdul Karim, un sirviente hindú llegado de las lejanas tierras de Oriente. Este le devolvió de nuevo la ilusión. En esta ocasión, fue él quien sobrevivir­ía a su soberana.

La reina Victoria I del Reino Unido fallecía el 22 de enero de 1901, pocos meses antes de cumplir los ochenta y un años. Con ella se iba no solo una mujer que se había convertido en reina y emperatriz por un capricho del destino. Con la muerte de Victoria terminaba su reinado y una época que abarcó casi un siglo de esplendor y expansión y recibió un nombre propio, la Era Victoriana.

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 ??  ?? CORONACIÓN DE LA REINA VICTORIA I.
CORONACIÓN DE LA REINA VICTORIA I.
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BODA DE LA REINA VICTORIA CON EL PRÍNCIPE ALBERTO.
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RETRATAO DEL PRÍNCIPE ALBERTO.
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 ??  ?? LA REINA VICTORIA JUNTO A ABDUL KARIM.
LA REINA VICTORIA JUNTO A ABDUL KARIM.
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 ??  ?? IMAGEN DEL FASTUOSO ENTIERRO DE LA REINA VICTORIA I.
IMAGEN DEL FASTUOSO ENTIERRO DE LA REINA VICTORIA I.

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