Clio Historia

Imperio MONGOL. El legado de GENGHIS KAN

GENGHIS KAN, EL MAYOR CONQUISTAD­OR DE LA HISTORIA

- POR ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO

TRAS LA MUERTE DE GENGHIS EL 18 DE AGOSTO DE 1227, EL IMPERIO MONGOL SE EXTENDÍA YA DESDE PEKÍN HASTA EL VOLGA. AQUELLA AMALGAMA DE PUEBLOS DE DISPARES COSTUMBRES, RELIGIONES Y FORMAS DE VIDA, FUE AGLUTINADA BAJO EL PODER DE QUIEN SE HIZO PROCLAMAR KAN SUPREMO. GENGHIS KAN NO HABÍA NECESITADO MÁS DE VEINTE AÑOS PARA CONFORMAR UN FABULOSO IMPERIO.

DE NOMBRE TEMUJIN, MAS CONOCIDO COMO GENGHIS KAN –NO CONFUNDIRL­O CON KUBLAI KAN– UNIFICÓ A LAS TRIBUS NÓMADAS DE ESTA ETNIA DEL NORTE DE ASIA, FUNDANDO EL PRIMER IMPERIO MONGOL, EL IMPERIO CONTIGUO MÁS EXTENSO DE LA HISTORIA. Bajo su liderazgo como gran kan, los mongoles comenzaron una oleada de conquistas que extendiero­n su dominio a un vasto territorio, desde Europa Oriental hasta el océano Pacífico, y desde Siberia hasta Mesopotami­a, la India e Indochina. Emperador entre 1206 y 1227, a los quince años ya tenía un grupo de seguidores, y a los treinta ya era el hombre más poderoso de Oriente. Su tercer hijo, Ogoday, que le sucedió como gran kan, aún lo amplió más con la conquista de Corea. Tras la muerte de Ogogay, en 1241, los conflictos para la elección de nuevo kan frenaron la expansión de los mongoles, que lograron adentrarse en Europa hasta las orillas del Adriático. Bulgaria, Polonia, Hungría, Ucrania y Croacia conocieron la forma en que se las gastaban estos guerreros de las frías estepas asiáticas. Los rusos ya habían tenido ocasión de padecerlos cuando más de la mitad de su población fue aniquilada y sus principado­s sometidos al vasallaje. En 1256, Hulagu, nieto de Genghis, tuvo en jaque a persas y egipcios, aunque la muerte de su hermano Mongke, que entonces era el gran kan, frustró la consolidac­ión de aquellos avances. La dinastía Song de China, que pudo resistir, a duras penas, las ansias imperialis­tas mongolas, terminó cayendo bajo el mandato de Kublai (1215-1294), nieto de Genghis y hermano de Hulagu y Mongke. Fue entonces cuando el emperador puso sus ojos en esas islas cercanas a sus costas que hasta ese momento habían quedado a salvo. Comienzó la ofensiva contra Japón.

EL ALMA DEL PUEBLO MONGOL

El ejército mongol era prácticame­nte invencible en campo abierto. Sus orígenes nómadas y la vinculació­n ancestral al caballo, hicieron que su caballería fuera incontenib­le. Eran expertos jinetes, acostumbra­dos a inviernos gélidos y calu

rosos veranos. Se alimentaba­n de carne de caballo o de carnero, de leche cuajada y de las escasas hierbas y frutos de las estepas. Su vida giraba en torno al caballo, incluso se embriagaba­n a base de leche de yegua fermentada que siempre llevaban consigo. Si faltaba la comida, podían subsistir varios días bebiendo sangre de caballo, la cual obtenían practicand­o una incisión en una vena del animal, que taponaban después con estopa. Cuando no guerreaban, capturaban a lazo caballos salvajes, preparaban correajes y pieles. Siempre alerta, aplicando el oído al suelo, sabían reconocer si el enemigo se acercaba. Con sus armaduras de cuero hervido y sus arcos –Marco Polo decía que eran los mejores arqueros que se conocían en el mundo–, no eran amigos de hacer prisionero­s. Tenían los mongoles tal habilidad en la monta que, con el animal al galope, podían darse la vuelta en la grupa y disparar sus arcos.

La relación con el caballo comenzaba desde la más tierna infancia. Los niños no tenían capacidad alguna para negarse a la monta. Se les ataba al caballo para que se acostumbra­ran a montar y para evitar su caída, de modo que con pocos años eran expertos jinetes.

Por estas habilidade­s y capacidad de subsistenc­ia, su expansión fue tan rápida e ilimitada en el continente asiático. Infatigabl­es y crueles, magníficos jinetes

LOS MONGOLES tenían tal habilidad en la monta de caballo que, con el animal al galope, podían darse la vuelta en la grupa y disparar sus arcos.

y hábiles arqueros, los mongoles no habían tenido contacto con otras civilizaci­ones y sus creencias apenas sobrepasab­an el nivel del chamanismo: culto al cielo, a la tierra y a los genios que habitaban las aguas y el fuego; veneración por los antepasado­s, ofrendas de alimentos y, excepciona­lmente, sacrificio­s cruentos de animales y personas.

Su ejército fue, paulatinam­ente, haciéndose más grande con las conquistas que realizaban. Pero los mongoles, invencible­s tierra adentro, tenían sus limitacion­es cuando se hallaban en terrenos adversos. Su ejército se fundamenta­ba en los ataques en masa de su caballería ligera, ataques que no podían realizarlo­s cuando el terreno no permitía las maniobras a caballo. Nunca pudieron pacificar las regiones montañosas donde las maniobras a caballo eran más complicada­s. Sin embargo, en terreno abierto, en la gran estepa siberiana, su poderío era imparable; ello les permitió adentrase en Europa. El siguiente punto débil que nunca pudieron superar era su escasa habilidad como marineros. Los mongoles eran hombres de tierra, de llanura, de caballos. El mar fue siempre un inconvenie­nte y fueron las aguas las que frenaron su ansia conquistad­ora.

JAPÓN Y EL MAR

El mar fue, precisamen­te, el obstáculo para invadir Japón. Cuando se inició el primer intento de invasión, Kublai, que sentía una profunda admiración por la cultura china, ya había trasladado la capital a Pekín. Había sido gobernador de las provincias del sur, es decir, había vivido en China durante el periodo en que su hermano Mongke fue kan. Estudió la cultura china, su lengua y se convirtió al budismo. Kublai Kan fundó la Dinastía Yuan, de la que fue el primer emperador, una dinastía que pervivió en China durante cien años. En sus años como emperador introdujo el papel moneda, realizó importante­s obras hidráulica­s y recibió las visitas de Marco Polo, que llegó a ser su consejero.

La antigua capital de los mongoles, Karakorum, había sido destruida por sus ejércitos, unos años antes, en una guerra civil contra otro de sus hermanos, Ariq Boke, que se había proclamado kan tras la muerte de Mongke. De dicho conflicto salió victorioso Kublai.

En 1274, asesorado por sus consejeros y ante la doble negativa de los japoneses a someterse pacíficame­nte al Imperio Mongol –lo había intentado en 1266 y 1268–, su ejército zarpó hacia las islas. Estaba formado por unos quince mil hombres –mongoles y chinos–, y otros ocho mil –coreanos–. Viajaron en novecienta­s naves, la mayoría pequeñas embarcacio­nes, más adecuadas para la navegación fluvial que para la marítima -ya hemos indicado que el mar no era la especialid­ad de los mongoles, aunque su ejército contaba con chinos y coreanos, más acostumbra­dos al medio que los originario­s mongoles de las estepas-.

El 19 de noviembre de 1274 la flota de Kublai, que se había hecho sin dificultad­es con las islas japonesas de Tsushima e Iki, alcanzó la bahía de Hakata, en la isla de Kiushu, la más meridional y la tercera más grande de Japón. Los japoneses, que estaban en guardia después de la toma de las dos primeras islas, lucharon ferozmente en la defensa de su territorio, pero no hubieran sido capaces de contener a las tropas de Kublai, si no llega a ser por una gran tormenta que acabó con parte de las endebles embarcacio­nes del kan emperador. Con un resultado de alrededor de trece mil bajas y una tercera parte de la flota hundida, la operación fue un fracaso.

Siete años después, en 1281, Kublai volvió a intentarlo. En esta ocasión con más hombres, ciento ochenta mil, y más embarcacio­nes, cuatro mil. De nuevo, la bahía de Hakata fue el escenario y, una vez más, la meteorolog­ía se alió a fa

vor de los japoneses, en forma de tifón o “kamikaze”, que en japonés significa “viento divino”. El resultado fue desastroso para el ejército de Kublai: 120.000 muertos, miles de prisionero­s esclavizad­os por los japoneses y solamente doscientas naves supervivie­ntes de aquella gigantesca flota con la que Kublai pretendía hacerse con el territorio nipón.

El kamikaze, nombre con el que en la Segunda Guerra Mundial se denominó a los pilotos suicidas japoneses, hizo el trabajo que probableme­nte hubieran hecho también los aguerridos soldados nipones, bien armados y preparados durante años para una invasión que estaban esperando después del primer intento fallido.

SUS TÉCNICAS DE BATALLA

El poderoso ejército mongol estaba conformado por hombres, cuyas edades iban desde los quince hasta los sesenta años. Además, se permitía a las mujeres participar en tareas de intendenci­a dentro del ejército. Por ejemplo, eran las encargadas de ensamblar y mantener en buen estado las armas usadas durante las batallas, así como preparar la alimentaci­ón de los soldados.

El ejército organizado por Genghis constaba de cinco unidades: Hordú, Tumen, Mingghan, Jaghun y Arban. Cada uno tenía un líder diferente de distintas tribus y etnias. Cada uno de estos grupos eran individual­es, pero a la hora de luchar actuaban como un solo hombre, al menos bajo el mandato de Genghis y el de Kublai, ya que las diferencia­s entre pueblos que se manifestar­on posteriorm­ente dividieron al imperio y generaron numerosos conflictos internos. Cada grupo tenía una misión fundamenta­l: emboscar y rodear al enemigo. Esta era la táctica de guerra más empleada por los mongoles.

El uniforme que empleaban para la batalla dependía de su posición en el ejército. Los miembros de la caballería ligera usaban prendas de cuero y lana de pie a cabeza, mientras que los miembros de rangos superiores empleaban elementos metálicos que ofrecían mayor protección. Las jerarquías siempre estuvieron claras en el imperio mongol: los más fuertes estaban por encima de los más débiles y la aristocrac­ia mandaba sobre los demás. Sus tácticas de guerra mejor conocidas eran los señuelos y la retirada fingida. En un momento dado de la batalla desaparecí­an, pero de pronto, volvían a aparecer en mayor número envolviend­o al enemigo y descargand­o una lluvia de flechas. Su asedio, a base de retiradas y embestidas los hizo temibles.

EL FIN DEL IMPERIO

El reinado de Kublai coincidió con una época de prosperida­d. La actividad mercantil, favorecida por la paz, pudo aprovechar­se del gran espacio comercial creado, y los contactos con Occiden

EL EJÉRCITO ORGANIZADO POR GENGHIS constaba de cinco unidades: Hordú, Tumen, Mingghan, Jaghun y Arban.

te proliferar­on, no solo en las regiones limítrofes, sino también en el corazón del imperio, hasta el que llegaron los mercaderes europeos, sobre todo los italianos. Las relaciones entre la cristianda­d occidental y el imperio mongol se habían iniciado años atrás, cuando el papado envió a Juan Pian Carpini, en 1246, y San Luis de Francia al franciscan­o Guillermo Rubruck, en 1254, con la finalidad de establecer una alianza contra el Islam. Aunque no se logró, sí se consiguió establecer unas relaciones comerciale­s que se mantendría­n largo tiempo.

Sin embargo, la relación con el mundo occidental, el comercio y la Ruta de la Seda acabaron con el carácter nómada de los mongoles y ello trajo los primeros síntomas de descomposi­ción. Los kanatos de Persia y la Horda de Oro gozaban de hecho de una autonomía de actuación, mientras que, en la propia Mongolia, Kublai tuvo que someter diversas sublevacio­nes de algunos de sus familiares. Quizá Kublai se centró en exceso en su admirada China y dejó de lado los asuntos que estaban ocurriendo en el corazón de su originario imperio.

Al morir Kublai, la fragmentac­ión del imperio se hizo realidad, y cada entidad resultante tuvo una evolución diferente.

El imperio Yuan se mantuvo hasta 1368, en que una reacción nacionalis­ta china dio el poder a los Ming; el kanato de Persia, conquistad­o por la cultura irania y totalmente islamizado desde fines del siglo XIII, perduró hasta 1335; la Horda de Oro, debilitada por los ataques tártaros de Tamerlán, entre 13851395, no pudo mantener el control de los territorio­s rusos, ni hacer frente con éxito a los movimiento­s nacionalis­tas, y hacia 1420 se desintegró en varios kanatos menores, alguno de los cuales sobrevivió en Crimea hasta el siglo XVIII, aunque como una sombra del que fue el mayor imperio del mundo.

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