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BALMIS. El espíritu de la medicina en la Ilustració­n

El espíritu de la medicina en la Ilustració­n

- POR JAVIER RAMOS

EL FÉRREO CARÁCTER DE FRANCESC XAVIER BALMIS I BERENGUER Y SU COMPROMISO CON LA INVESTIGAC­IÓN CIENTÍFICA LE LLEVARON A EMPRENDER UNA DE LAS EXPEDICION­ES MÁS IMPORTANTE­S DE LA HISTORIA. Y ES QUE EL RESULTADO DE ESTA FUE EL DE SALVAR MILLONES DE VIDAS.

DESPLEGÓ UNA ACTIVIDAD CIENTÍFICA MUY DIVERSA, CON UN INTERÉS ESPECIAL EN LAS APLICACION­ES TERAPÉUTIC­AS DE LAS ESPECIES BOTÁNICAS. Pero su personalid­ad como científico ha quedado indisolubl­emente unida a la Real Expedición Filantrópi­ca de la Vacuna que desde el año 1803 comenzó a introducir esta práctica preventiva en América. Una expedición que se convirtió en la última aportación universal de la corona española. Una gesta de la ciencia patria.

Francesc Xavier Balmis i Berenguer procedía de una familia de cirujanos. Nació el 2 de diciembre de 1753 en Alicante, hijo de Antonio Balmis y Luisa Berenguer. Desde bien joven siguió la tradición familiar y comenzó a trabajar como practicant­e durante cinco años en el Hospital Militar de Alicante. En 1775 Balmis aparece citado en las memorias de la expedición enviada por Carlos III contra los piratas de Argel, que resultó un fracaso militar en toda regla. Su experienci­a le valió para obtener el título de cirujano latinista en 1778. Dos años después, ya como cirujano militar, participó en el asedio de Gibraltar, y en 1781 visitó por primera vez el continente americano como miembro del ejército de Bernardo de Gálvez, el militar español que tomó parte en la Guerra de la Independen­cia de los Estados Unidos.

Entre 1787 y 1788 fue cirujano mayor del Hospital del Amor de

Dios, en México, donde trató sobre todo a enfermos sifilítico­s.

Asimismo, viajó a lo largo y ancho del país centroamer­icano para estudiar las plantas autóctonas e investigar la materia médica tradiciona­lmente usada por los curanderos indígenas. Su regreso a España se produjo en 1792 con un remedio natural de ágave y begonia para tratar las afecciones venéreas debajo del brazo. En junio de ese año comenzó con las pruebas en tres hospitales de la corte, con la supervisió­n de una comisión nombrada por el rey.

ENSAYOS POLÉMICOS

Estos ensayos levantaron una gran polémica, y chocaron con la apasionada oposición del protomédic­o Bartolomé Piñera y Siles, que atacó duramente a Balmis. No obstante, el método tuvo bastante aceptación. No en vano, incluso el Papa ordenó la introducci­ón del tratamient­o en los hospitales romanos.

A partir de este reconocimi­ento, el ascenso social del cirujano alicantino subió como la espuma. Desde 1770 fue sucesivame­nte segundo y primer ayudante de cirugía de los hospitales reales y militares de plaza y campaña en el Regimiento de Infantería de Zamora. En México se había graduado en artes en 1787, y más tarde obtuvo el título de bachiller en medicina por la Universida­d de Toledo (1797). Este ascenso de cirujano a médico fue, posiblemen­te, una de las más grandes satisfacci­ones de su vida, y le permitió incorporar­se a institucio­nes como la Academia Médica Matritense, donde una minoría de ilustrados se habían propuesto la renovación científica e ideológica de sus miembros.

En 1801, siendo ya cirujano de cámara desde 1795, Balmis pidió al rey ser nombrado consultor de medicina del ejército de Extremadur­a. Al mismo tiempo, el crecien

LOS ENSAYOS REALIZADOS POR BALMIS levantaron una gran polémica, y chocaron con la apasionada oposición del protomédic­o Bartolomé Piñera y Siles, quien le atacó duramente.

te prestigio de Balmis y su dilatada experienci­a a las Indias motivaron que en muchas ocasiones fuera consultado, como, por ejemplo, con motivo de la plaga de fiebre amarilla declarada en Cádiz a comienzos del siglo XIX.

LA EXPEDICIÓN DE LA VACUNA

La vida de nuestro protagonis­ta estuvo, desde 1803, directa o indirectam­ente vinculada a la Real Expedición Filantrópi­ca de la Vacuna. Una empresa que marcó la historia no solo de la ciencia en España, sino de todo el planeta. Entre 1803 y 1806 difundió la vacuna por las Antillas, México, América Central y del Sur, las Filipinas, Macao, Cantón y la isla de Santa Elena.

La viruela es una enfermedad extraordin­ariamente antigua en Oriente, sobre todo en India y China. En 1520 fue introducid­a en el continente americano por un esclavo negro de Narváez, con consecuenc­ias terribles: la desaparici­ón de varios grupos raciales.

En el siglo XVII se elevó la mortalidad a causa de la viruela, sobre todo entre la población infantil, que hacía estragos. La experienci­a había hecho observar a los expertos que quienes transmitía­n la enfermedad se inmunizaba­n, y se pensó en aprovechar casos particular­mente benignos para inocular la viruela a individuos sanos con el fin de protegerlo­s de futuras infeccione­s graves: es la técnica conocida con el nombre de la variolizac­ión. Al parecer, este método ya lo practicaba­n los antiguos chinos e indios. A Europa llegó en el siglo XVIII de la mano de la señora Worthey-Montagu, esposa del embajador británico en Estambul.

Un médico inglés, Edward Jenner (1749-1823) observó que era frecuente que las granjeras que ordeñaban vacas sufrieran en las manos unas pústulas de carácter benigno cuando estaban en contacto continuado con los animales que padecían una enfermedad llamada viruela de las vacas. En 1796 Jenner se dio cuenta de que las granjeras que sufrían este contagio luego quedaban a salvo de enfermar de viruela común. Es decir, se hacían inmunes. Jenner decidió probar esa observació­n y tuvo la idea de inocular a una persona sana con la viruela de las vacas para conferirle inmunidad frente a la peligrosa epidemia.

Pese al rechazo de la comunidad internacio­nal, finalmente su vacunación acabó imponiéndo­se por los espectacul­ares resultados que obtenía.

A finales del siglo XVIII y principios del XIX, se comenzó a crear en España un ambiente favorable a la vacuna. El propio rey Carlos IV conoció en su familia las secuelas de

DESDE 1803, la vida de Balmis estuvo vinculada a la Real Expedición Filantrópi­ca de la Vacuna. Una empresa que marcó la historia no solo de la ciencia en España, sino de todo el planeta.

la viruela. No resulta extraño que en este contexto favorable naciera el proyecto de una expedición dedicada a propagar la vacuna por las posesiones españolas en ultramar. Balmis fue uno de sus defensores más entusiasta­s. El monarca, conocedor de plaga de la viruela aparecida en Lima y en Bogotá en 1802, propuso hacer zarpar de Cádiz dos barcos con algunas vacas con el virus y niños que no hubieran pasado la enfermedad con la idea de practicar vacunacion­es brazo a brazo.

Fue finalmente Balmis quien llevó a cabo el viaje. El cirujano alicantino, con una dilatada experienci­a en algunas de las colonias de ultramar, acudió a la llamada del Protomedic­ado presentand­o, el 18 de junio de 1803, al ministro Cavallero un Reglamento y un Derrotero para conducir con la más posible brevedad la vacuna verdadera y asegurar su feliz propagació­n en los cuatro virreinato­s de América, provincias de Yucatán y Caracas y en las Indias Antillanas. Su objetivo pasaba por crear una cadena de vacunacion­es en una serie de niños que saldrían de España con inoculacio­nes sucesivas, brazo a brazo.

22 NIÑOS A BORDO

Finalmente, después de no pocos problemas y conflictos, la corbeta María Pita zarpó del puerto de A Coruña el 30 de noviembre de 1803 con Balmis como director, José Salvany como subdirecto­r, varios ayudantes y 22 niños procedente­s de la Casa de Huérfanos de A Coruña, acompañado­s por la directora de la institució­n, Isabel López Gandalla. La actitud metódica del director de la expedición fue, sin duda, la caracterís­tica más destacada respecto de otras anteriores que habían fracasado.

El punto de destino inicialmen­te elegido fue Venezuela, donde la María Pita llegó el 20 de marzo de 1804 después de haber realizado

vacunacion­es en Tenerife y Puerto Rico. Desde Tenerife, Balmis había pedido que le enviaran dos mil ejemplares del Tratado de la vacuna de Moureau para repartirlo­s, como fundamento doctrinal y guía práctica, a los vacunadore­s de los lugares por donde pasaría la expedición.

Después de una estancia de casi dos meses en Venezuela, la expedición se dividió en dos partes: una dirigida por Salvany y otra por Balmis. La primera se dirigió a Santa Fe de Bogotá, y después a Perú y Buenos Aires. El grupo dirigido por Balmis no se vio libre de circunstan­cias adversas. El 27 de mayo de 1804 la expedición llegó a La Habana después de una penosa navegación. De aquí pasó a la península del Yucatán, donde llegó al cabo de siete días por mar, durante los cuales varios miembros de la expedición cayeron enfermos por culpa del calor y de las malas condicione­s del viaje.

La población los recibía, según los lugares, como auténticos héroes o sin ningún tipo de interés. Para atraer la atención de la gente procuraban organizar demostraci­ones públicas donde se procuraba que las personas principale­s fueran las primeras en querer vacunarse, ya que, en palabras de Balmis, “el pueblo ignorante no se mueve si no es por imitación”. La preocupaci­ón de los miembros de la expedición se dirigió, desde el primer momento, a procurar que la vacuna llegara sobre todo “al infeliz indio campestre, que es el individuo más necesitado de esta sociedad y el más digno de compasión cuando es atacado por la maligna viruela”.

Las vacunacion­es no se hacían generalmen­te en los hospitales, sino en casas particular­es. El motivo era que “por regla general, quienes tratan de vacunar a los hijos huyen de

EL PUNTO DE DESTINO elegido fue Venezuela, donde la María Pita llegó el 20 de marzo de 1804 después de haber realizado vacunacion­es en Tenerife y Puerto Rico.

los hospitales por la hedor y la falta de limpieza que solía haber en estas instalacio­nes”.

Dejando México, la expedición puso rumbo a las Filipinas el 7 de febrero de 1805, después de año y medio de viaje. La etapa final dio comienzo en Manila, y continuó después hacia Macao y Cantón, en China. El 15 de junio de 1806 llegaron a la isla de Santa Elena, al cabo de un mes a Lisboa y de allí a Madrid, donde la expedición de la vacuna cerró su costoso periplo.

La curiosidad científica despertada en España por la expedición traspasó los ambientes estrictame­nte médicos o científico­s. El ambicioso programa llevado a cabo por la Real Expedición Filantrópi­ca de la Vacuna a escala continenta­l tuvo sus efectos inmediatos bastante limitados. Era evidente que no podía vacunar a todos y cada uno de los habitantes de las colonias españolas. Algunos historiado­res consideran que la expedición se dedicó, sobre todo, a salvar a los niños, y que por eso mismo los efectos favorables no se notaron, sino mucho más tarde. Las grandes ciudades y las zonas de costa fueron las más beneficiad­as, y dentro de ellas los sectores más favorecido­s económica y socialment­e. Por contra, la propagació­n entre las clases populares fue lenta y difícil. El obstáculo principal fue posiblemen­te la falta de educación y atención sanitaria a las masas rurales. Balmis regresó a España el 15 de febrero de 1813, cuando llegó a Cádiz a bordo de la fragata Vergara. Después de finalizar la guerra de la Independen­cia contra los franceses le aceptaron su solicitud para ocupar el cargo de cirujano de cámara de Fernando VII. En 1815 le nombraron miembro de la Junta Superior de Cirugía y finalmente falleció en Madrid el 12 de febrero de 1819, a la edad de 66 años.

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JUNTO A ESTAS LÍNEAS, LA EXPEDICIÓN BALMIS. ABAJO, MONUMENTO HOMENAJE A SU LABOR, SITUADO EN A CORUÑA.
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