DOS CORONAS EN UNA
TRAS LA RECONQUISTA CASTELLANA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA, LOS REINOS CRISTIANOS SE HABÍAN REDUCIDO A CUATRO EN EL SIGLO XV. En Castilla, Isabel gozaba de un poder territorial que geográficamente abarcaba ocho de nuestras actuales autonomías (Galicia, Asturias, Cantabria, ambas Castillas, Extremadura, Andalucía y Murcia)
Era el resultado de una interminable cadena de pactos, matrimonios de convivencia, batallas campales y algún que otro magnicidio. Castilla se convirtió así en la potencia ibérica hegemónica.
Los reinos del rey Fernando agrupaban a las comunidades actuales de Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares, unidas tras un proceso de siglos. Pero una serie de complejas circunstancias provocaron al decadencia de la Corona de Aragón en el siglo XV. La demografía fue la principal causa del ocaso aragonés: Cataluña, Valencia, Baleares y Aragón juntas no reunían ni un millón de habitantes, mientras que Castilla tenía seis millones. En el Compromiso de Caspe se eligió como rey de Aragón a Fernando de Trastámara, sobrino del último rey catalán y hermano del entonces rey de Castilla, Enrique III.
La circunstancia de que en los dos grandes reinos hispánicos se sentara la misma dinastía fue definitiva para su unificación en las personas de sus respectivos nietos: Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Unidos ambos reinos, tomaron Granada y coronaron por fin la Reconquista.
Tan solo quedaban otros dos reinos en la Península: Navarra y Portugal. El crecimiento de Castilla y Aragón lo redujeron a un enclave fronterizo con ambos, y limitado al norte por Francia. Tras la muerte de Carlos III el Noble, su hija y heredera doña Blanca se casó con un infante castellano y la casa de Trastámara dominó también sobre el reino navarro, aunque la anexión final fue obra de Fernando el Católico, tras una victoriosa campaña por aquellas tierras ya entrado el siglo XVI.
Las cortes de Portugal proclamarían en 1581 rey a Felipe II de España, que hizo valer sus derechos como nieto por vía materna de Manuel I de Portugal. Durante los siguientes sesenta años, se cumplió al fin la aspiración de los Trastámara: la unidad de la Península.