LA PINTORA DE LA REINA
LA CARRERA DE ÉLISABETH VIGÉE-LEBRUN COMO PINTORA FUE LO QUE FUE GRACIAS A LA ÚLTIMA REINA DE LA FRANCIA DEL ANTIGUO RÉGIMEN, MARÍA ANTONIETA. Ambas tenían la misma edad, la soberana nació cinco meses después que Élisabeth en Viena.
Cuando tenía quince años, Élisabeth disfrutaba de una excursión al campo con unos amigos cuando se topó por primera vez con María Antonieta. Fue en el bucólico paraje alrededor del palacio de Marly-leRoi, a pocos kilómetros al oeste de París. Allí se encontraron con una joven reina que paseaba con algunas damas de la corte. “Iban todas vestidas de blanco –recordaba Élisabeth– y eran tan jóvenes y bonitas que por un momento creí estar soñando. Estaba con mi madre y volvíamos sobre nuestros pasos cuando la reina fue tan amable que me detuvo y me invitó a pasear con ella”.
No fue hasta años después, en 1779, que su fama como retratista llegó a las puertas de palacio y María Antonieta reclamó sus servicios para inmortalizarla. El cuadro estaba destinado al hermano de la reina, el emperador José II de Austria, pero tanto gustó el lienzo que ordenó hacer dos copias más, una para el Emperador de Rusia y otra para ella misma. Aquel sería el primero de una larga lista de retratos que Élisabeth Vigée-Lebrun realizaría no sólo para la última reina de la Francia prerevolucionaria, pues también inmortalizaría con su pincel a toda la familia real.
La relación entre la soberana y la artista no fue solamente profesional. Élisabeth recuerda en sus memorias que pronto estrechó lazos con María Antonieta, con quien pasaba entrañables veladas.
En 1787, Élisabeth realizó el último retrato para la reina. El cuadro, en el que aparecía con sus hijos, fue exhibido al año siguiente en el Salón de París y terminó ocupando las estancias privadas de la soberana en Versalles donde podría disfrutar de su belleza durante muy poco tiempo. Los tambores de la Revolución eran cada vez más intensos.