Un recorrido por el PALACIO de la MONCLOA
REALIZAMOS UNA VISITA DETALLADA POR LOS DIFERENTES EDIFICIOS QUE FORMAN EL CONJUNTO DEL PALACIO DE LA MONCLOA, TODO UN EMBLEMA DE LA HISTORIA DEMOCRÁTICA DE ESPAÑA.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA CASA-PALACIO SE DEBE, EN ORIGEN, A GASPAR DE HARO Y GUZMÁN, SOBRINO DEL CONDE-DUQUE DE OLIVARES Y VII MARQUÉS DE CARPIO, QUIEN CONSIGUIÓ HACERSE CON LA FINCA ALREDEDOR DE 1670, cuyo interés radicaba en una localización privilegiada, cercana al lugar conocido entonces como el Calvario de las Cruces de San Bernardino, el mismo donde la familia de Alba edificó el Palacio de Liria. Dentro del perímetro de estas tierras, que pronto pasarían a formar parte de La Florida, se encontraban dos palacetes, el de Fuente el Sol y el de Sora, utilizados respectivamente como pabellón de caza y casa de recreo. Así llegaron hasta finales del siglo XVIII, cuya propiedad detentó el propio Godoy, quien se la vendió al rey, a cambio de una hacienda de campo situada en el extremo oriental del Real Sitio de Aranjuez.
El Palacio de Fuente el Sol, de mayores dimensiones, quedó calificado en inventarios y registros como "Casa Blanca", para distinguirlo del Palacio de Sora o "Casa pintada", lo que hoy es el Palacio de la Moncloa. La denominación de Casa pintada respondía a que sus paredes, tanto en el interior como en el exterior, estaban repletas de obras de arte. Comprensible si tenemos en cuenta que su propietario, Gaspar de Haro y Guzmán, fue uno de los coleccionistas de pintura más importantes de finales del siglo XVII.
Este espacio, pensado desde el principio como lugar de recreo y esparcimiento, fue usado con estos mismos fines por todos sus propietarios posteriores, entre los que cabe destacar María del Pilar Teresa Cayetana de Silva, decimotercera duquesa de Alba que, según cuenta la leyenda, se reunía en secreto, con Francisco de Goya, en este lugar. Sin embargo, esto no fue siempre así, porque cuando Carlos IV, en 1802, lo adquirió por ochenta mil reales, como regalo para su esposa la reina María Luisa de Parma, con el fin de aumentar sus propiedades en torno al Palacio Real de Madrid, puso en marcha una explotación agrícola y ganadera, sin olvidar que, durante el reinado de Fernando VII, la propiedad adquirió, igualmente, una dimensión industrial con la instalación de la Fábrica de Loza de la Moncloa, que vino a sustituir a la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro.
Por otra parte, la belleza de los jardines de La Moncloa se hizo pronto muy popular entre los madrileños, tanto que, a partir de ser recuperada su titularidad pública, con la Ley del Rasgo, por la que pasaron a depender del Ministerio de Fomento, el entorno del Palacio fue muy disfrutado por todos los ciudadanos sin limitaciones ni reservas. Igualmente, durante las primeras décadas del siglo XX se multiplicaron las visitas de los vecinos de Madrid, hasta que quedó prácticamente destruido por los bombardeos durante la Guerra Civil.
Según cuentan las crónicas, desde su más tierna infancia, la reina Isabel II se aficionó a pasar buenos ratos de esparcimiento en este paraje singular, al mismo tiempo que aprendía jardinería acompañada de sus hermanos y amigos. Durante el último cuarto del siglo XIX, el palacete estuvo prácticamente abandonado, hasta que, en 1918, fue puesto en manos de la Sociedad de Amigos del Arte, con el fin de que se procediera a su restauración y rehabilitación. Esta, que se fue acometiendo por fases, duró algo más de diez años y, cuando estuvo concluida, el pabellón se utilizó como sala de exposiciones.
TRAS LA GUERRA CIVIL
Durante la contienda española de 1936-1939, el Palacio de la Moncloa quedó prácticamente arrasado, pero, pocos años después, en 1949, el arquitecto Diego Méndez procedió a su construcción de nueva planta, a imitación de la Casita del Labrador de Aranjuez, que él mismo había igualmente rehabilitado.
Antes de comenzar las obras del nuevo edificio, destinado a residencia de altas personalidades nacionales y extranjeras, fue necesario eliminar todo vestigio del anterior pabellón, así como acometer el proceso de desescombro con absoluta cautela, dado el ingente número de bombas y proyectiles sin explosionar que se hallaron en su radio de acción.
Superados los problemas de cimentación e impermeabilización, derivados de la cercanía del río Manzanares, se levantó el Palacio, cuya decoración de las fachadas se proyectó a base de un zócalo de granito, un chapado de piedra artificial en la planta baja, y masas combinadas de ladrillo fino visto y piedra, igualmente artificial, en las dos plantas superiores.
El Palacio diseñado por Méndez observaba planta cuadrada con un patio porticado que daba al reconstruido jardín del Barranco. Tras la inauguración, se decoró interiormente con objetos del Patrimonio Nacional, predominando los estilos Neoclásico e Imperio.
Por su parte, el nuevo diseño de los jardines se debe al paisajista del Patrimonio Nacional Francisco Rodríguez Giles, bajo la dirección de Fernando Fuertes de Villavicencio. Se plantaron gran variedad de especies, desde cedros, cipreses, araucarias, chopos, acacias y los famosos plátanos que adornan el paseo que conduce al Palacio, y que fueron podados de tal forma que sus ramas se entrecruzan formando una bóveda vegetal de gran belleza. El botánico Antonio López Lillo explica que, más que un jardín, de lo que hablamos es de un verdadero parque en el que predominan las coníferas, especificando que coexisten ciento catorce especies diferentes
DURANTE la Guerra Civil el Palacio de la Moncloa quedó prácticamente arrasado. En 1949, el arquitecto Diego Méndez procedió a su construcción de nueva planta.
de plantas, lo que convierte un paseo por los jardines de La Moncloa en una de las mayores delicias para un buen botánico.
Las obras de reconstrucción finalizaron en 1953, según consta en la placa conmemorativa, que aún permanece en la fachada con la inscripción siguiente: "El Caudillo de España, Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, S.E. Francisco Franco Bahamonde, ordenó la construcción de este Palacio de la Moncloa sobre las ruinas del antiguo palacete. 1953".
En 1976, cuando Adolfo Suárez fue nombrado presidente del Gobierno, se instaló en la antigua sede de la Presidencia del Gobierno, en el número 3 del paseo de la Castellana. El edificio pronto se manifestó diminuto
y obsoleto para las necesidades del nuevo Ejecutivo y, tras estudiar algunas alternativas, se decidió el traslado al Palacio de la Moncloa, al considerarse este lugar como idóneo, especialmente en lo relativo a la seguridad. Y desde entonces, se ha convertido en la sede del poder Ejecutivo, el centro político del país y la residencia oficial de los presidentes del Gobierno de España y sus familias.
El Palacio propiamente dicho y el edificio del Consejo de Ministros, construido durante el mandato de Felipe González, forman una isla con un nivel de seguridad superior al del resto del Complejo de la Moncloa, que así se denomina el recinto presidencial, compuesto por trece edificios y en el que trabajan del orden de 2.500 personas. Hablamos de una miniciudad que funciona con las características propias de un entorno diseñado para dirigir los destinos del país. Sede, además, de la Vicepresidencia Primera y del Portavoz del Gobierno, así como de un complejo entramado de servicios y gabinetes, sin olvidar un helipuerto y un búnker, que igualmente se construyeron durante la década de 1980.
Como no podía ser de otra manera, nos referimos a un espacio aéreo que, salvo expresa autorización militar, está vedado a cualquier sobrevuelo civil o comercial, y su custodia encomendada a un Servicio de Seguridad propio y autónomo. Tan solo en ocasiones excepcionales, de especial complejidad, como puede ser un accidente de tráfico en alguna de las vías cercanas o un incendio que revista especial peligrosidad, se permite su utilización a los helicópteros del SAMUR o de los servicios de bomberos, desde donde proceden al traslado en ambulancias de los heridos graves a los centros hospitalarios cercanos.
RESTAURACIÓN
Dada la naturaleza de las relaciones internacionales a las que España se iba incorporando tras su ingreso en la OTAN y en la Comunidad Económica Europea, así como su incipiente participación en foros y cumbres de toda índole, pronto se evidenció la incapacidad de las estructuras con las que entonces contaba la Presidencia del Gobierno para acometer los nuevos retos y afrontar unos tiempos a todas luces apasionantes, tras décadas de dictadura y aislamiento. Y Felipe González, que soñaba con el día en que España se convirtiera en la anfitriona de esos eventos, decidió remodelar y modernizar el Complejo presidencial.
Para empezar se levantó el edificio del Consejo de Ministros: un palacete neoclásico, amplio y funcional, que consta de dos plantas y un sótano, reservado a cocinas, garajes y almacenes. En la primera planta se encuentra el emblemático salón donde, cada viernes, se celebra el Consejo de Ministros. Además, alberga en su interior las salas Miró, Millares y Tápies, autores de las obras que se encuentran en cada una de ellas, así como el comedor principal, con capacidad para más de cien comensales. Cuadrado y cubierto por una bóveda trasparente que proporciona luz natural a la estancia, ha sido escenario de eventos determinantes en la historia de España. Despachos y otras salas auxiliares completan esta planta.
La segunda cuenta con los despachos de trabajo propiamente dichos, incluido el del presidente. La Sala Internacional, donde se celebran las cumbres bilaterales, consta de los más modernos sistemas audiovisuales y de traducción,
y la Sala Bores, de menor tamaño y aneja a la Internacional, donde el presidente se reúne habitualmente con sus colaboradores más cercanos. Dos escaleras simétricas comunican ambas plantas y, desde el segundo piso, balcones y ventanales ofrecen vistas de los jardines, desde diferentes ángulos, realmente magníficas.
Tal vez por su carácter emblemático merece la pena que nos detengamos en la descripción de la sala del Consejo de Ministros, así como en algunas curiosidades relativas a su funcionamiento.
Como ya hemos dicho, el Consejo de Ministros se encuentra en la primera planta del edificio del mismo nombre. Solo esta estancia y el despacho del presidente, en la segunda, cuentan con medidas de seguridad extraordinarias dentro del edificio.
La sala, un rectángulo perfecto, mide, grosso modo, nueve por dieciocho metros, lo que le proporciona una superficie aproximada de ciento sesenta metros cuadrados. De estos, unos treinta están ocupados por la magnífica mesa de nogal ovalada y muy alargada donde se sientan los miembros del Gobierno, siguiendo el orden de precedencias establecido, sistema que atiende a la antigüedad en la creación de cada departamento ministerial. Un extremo lo ocupa el presidente del Gobierno y el opuesto el ministro o ministra cuyo departamento sea de más moderna creación.
Todas las butacas son iguales, en madera y cuero color verde oliva, excepto la del presidente, de respaldo más alto y con el asiento a rayas verdes y doradas. En cada posición figura un puesto de mesa con el nombre del Ministerio, un ordenador personal, un portalápices y una caja de plata con caramelos surtidos, sustitutivos de los cigarrillos, en la época en la que estaba permitido fumar. Una libreta con el membrete Consejo de Ministros se sitúa a la derecha de cada ordenador y, tras este y de frente a cada puesto, un micrófono que cada ministro activará antes de sus intervenciones, con el fin de ser escuchado por todos. Como curiosidad, un dispositivo aparece en el micrófono del presidente, que ostenta la potestad en exclusiva de interrumpir las intervenciones de los demás miembros del Gabinete cuando lo considere oportuno. Por último, un único timbre se sitúa en el entorno del presidente para llamar a su ayudante, puesto que solo este puede irrumpir en el Consejo para comunicar un recado o entregar un documento mientras dura la reunión. Como todo el mundo sabe, las deliberaciones del Consejo de Ministros tienen carácter secreto.
EL CONSEJO DE MINISTROS se encuentra en la primera planta del edificio del mismo nombre.
El resto de la sala se completa con dos librerías donde descansan numerosos textos legales y a ambos lados del ventanal, en simetría, dos lámparas de pie y las banderas de España y de la Unión Europea. Al fondo, dos mesas sobre las que se apilan más libros y los retratos de Sus Majestades los Reyes. Otros dos grandes ventanales iluminan la sala, de cuyas paredes cuelgan siete obras de Miró. Admirarlas es un privilegio.
Por último, y como anécdota, citaremos un pequeño cuarto insonorizado, con las paredes forradas de corcho, que ha quedado como reliquia de otros tiempos, en los que los ministros se encerraban para hablar por teléfono, manteniendo así la privacidad de sus conversaciones. Hoy, en la era de los móviles, ya no se utiliza por razones obvias.
EL BÚNKER
Después de los sucesos del 23-F, la necesidad de acometer la construcción de un búnker subterráneo que preservara la vida del presidente del Gobierno y su familia se hizo más acuciante. Y se puso en marcha el llamado Plan Orión, que consistía en la construcción de un refugio en la provincia de Toledo, y que se llevaría a cabo entre 1983 y 1989. Una vez Felipe González tomó las riendas del Ejecutivo, detuvo las obras y ordenó la construcción de un búnker en los terrenos propios de Moncloa. En solo dos años, a finales de 1991, el proyecto estuvo terminado.
Citando a Alberto Rojas, en su reportaje publicado en El Mundo, el 2 de marzo de 2003, el búnker de La Moncloa tiene capacidad para doscientas personas. Está dotado de muros de tres metros de grosor, puertas falsas, armería, quirófano y cementerio. Cuenta con vacunas contra la viruela y el ántrax y es resistente a ataques nucleares. Las reuniones más importantes que se han celebrado en este centro neurálgico tuvieron lugar durante la guerra de los Balcanes, la tregua de ETA, el Efecto 2000 y los atentados terroristas contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
Cuando José María Aznar ganó las elecciones, entró en el búnker y se quedó sobrecogido ante las dimensiones de este edificio subterráneo: 7.500 m2 bajo tierra. Los trabajadores de Dragados, empresa que se encargó de su construcción, firmaron un juramento de confidencialidad y los operarios quedaron sometidos a la Ley de Protección de Secretos Oficiales durante diez años. De cara a la opinión pública, se estaban construyendo los aparcamientos de Puerta de Hierro.
Este refugio, que se conoce como Proyecto CITA (Centralización de Instalaciones Técnicas Auxiliares), posee muros de hormigón reforzado con acero y titanio. Se cierra herméticamente, está diseñado a prueba de bombas nucleares, terremotos, aguanta semanas de asedio y, por supuesto, está preparado para resistir ataques con armas químicas. La OTAN fue consultada sobre su diseño.
El acceso se encuentra en uno de los edificios administrativos contiguos al Palacio. Todos los operarios, guardias, ingenieros de telecomunicación y médicos que trabajan en el edificio, unas cuarenta personas, a las que se conoce como bunkeros, deben identificarse cada día con una tarjeta personalizada. Una vez superados los controles, se pasa al túnel de entrada. A ambos lados se alinean puertas falsas de color granate que no llevan a ninguna parte. Al final de la galería, que tiene las paredes pintadas de blanco, hay una puerta giratoria que da acceso al búnker.
Tiene tres pisos. El más cercano a la superficie, conocido como planta 0, es también el más austero. Empieza con una ducha de descontaminación radiactiva y, a partir de ahí, se encuentran las dependencias de seguridad con despachos para los representantes de los tres Ejércitos, que cuentan con ventanas iluminadas para simular la luz del día. En este nivel está ubicado el ordenador central militar, auténtico cerebro de la maquinaria bélica española, desde el que se controlan más de ciento veinte cazas de combate, en caso de extrema gravedad. También hay un estudio de televisión para emitir mensajes bajo tierra destinados a los ciudadanos que se encuentran fuera. El hospital
también se halla en esta altura y está dotado con quirófano, unidad de vigilancia intensiva y todos los avances médicos. Esta planta se completa con la sala de mapas, una habitación abarrotada de monitores con imágenes de todas las emisoras del mundo y una cámara acorazada para guardar objetos de valor.
Para descender a la siguiente planta, conocida como -5, los inquilinos del subterráneo pueden utilizar ascensores, escaleras o un montacargas. Este nivel acoge la parte civil del edificio, posee una sala de reuniones con biblioteca y archivo y otra con anfiteatro para proyecciones. En esta última, todas las butacas son de color azul, menos una que es de color rojo… la del presidente. ¡Todo muy de película!
Cerca de esta última estancia se encuentran las habitaciones dúplex con baño para las autoridades, además de otras más modestas para otros funcionarios. En este nivel se encuentra la cocina, la cafetería, el restaurante y las grandes cámaras frigoríficas que mantienen los alimentos en perfecto estado. En estas neveras pueden almacenarse hasta cadáveres.
La planta -10 es la más alejada de la superficie. En ella se encuentran la sala de ordenadores, almacenes, habitaciones para el personal permanente, el gimnasio, la lavandería, un taller mecánico y otros servicios para los usuarios del búnker. El edificio, totalmente autónomo, cuenta con dos grandes depósitos de agua, depuradora, calderas, aire acondicionado, además de una armería con todo tipo de rifles y pistolas y, junto a esta, un pequeño cementerio. El edificio está conectado al exterior con cableado de fibra óptica y dispone de hilo musical en todas las salas.
Durante un tiempo se realizaron simulacros de respuesta a una crisis internacional, en coordinación con el resto de capitales aliadas de la OTAN, siendo habitual que España no obtuviera muy buena nota, dado que la Alianza Atlántica siempre concluía que debíamos mejorar los trabajos de gestión de la crisis y no limitarnos a hacer un seguimiento de las mismas cuando ya nos había pillado el toro. Resumiendo, se trata de una obra faraónica, reliquia de la guerra fría,
El BÚNKER se trata de una obra faraónica, reliquia de la Guerra Fría, símbolo del cesarismo de los presidentes.
símbolo del cesarismo de los presidentes e incómodo por la claustrofobia que produce.
En cualquier caso y para terminar, conviene recordar que todas estas obras, ampliaciones y remodelaciones se llevaron a cabo con el trascurso de los años, aunque el período correspondiente a la presidencia de Felipe González fue, sin duda, el más activo debido a su dilatación en el tiempo y que, a primeros de la década de los años ochenta del siglo pasado, en España y en la Presidencia del Gobierno estaba todo por hacer.
Tras este breve recorrido, que en absoluto agota la historia de la sede del Ejecutivo, es hora de regresar al paseo de los plátanos en dirección a la verja de salida, y dejar atrás el Palacio de la Moncloa, testigo como pocos de nuestra historia reciente y símbolo de consenso y democracia. De la belleza de sus jardines y del rumor de sus fuentes disfrutaron, entre otros, el poeta Antonio Machado o el presidente de la Segunda República, Manuel Azaña, mientras admiraban la Casa de Campo, cuya vista desde este lugar es magnífica.