HEDY LAMARR: la actriz de Hollywood que inventó el WI-FI
LA ACTRIZ DE HOLLYWOOD Y EL INICIO DEL WI-FI
EN LOS AÑOS DORADOS DEL HOLLYWOOD CLÁSICO, UNA ACTRIZ DE ORIGEN AUSTRIACO BRILLÓ CON LUZ PROPIA. PERO HEDY LAMARR NO SOLO ENAMORÓ AL PÚBLICO CON SU BELLEZA. CON UN ESPÍRITU CREATIVO Y UNA MENTE BRILLANTE, CUANDO NO ESTABA EN LOS ESTUDIOS DE GRABACIÓN, PINTABA CUADROS O INVENTABA ARTILUGIOS. TRAS EL ESTALLIDO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, SU ODIO A LOS NAZIS LA LLEVÓ A IDEAR UN SISTEMA DE TELECOMUNICACIONES QUE TERMINARÍA CONVIRTIÉNDOSE EN LA BASE DE TODOS LOS SISTEMAS DE COMUNICACIÓN INALÁMBRICA MODERNOS. NO EN VANO SE LA CONOCE COMO LA INVENTORA DEL WI-FI.
HEDWIG KIESLER NACIÓ EN UNA DE LAS ZONAS MÁS EXCLUSIVAS DE LA HERMOSA VIENA IMPERIAL EL 9 DE NOVIEMBRE DE 1914. Su padre, Emil Kiesler, era un próspero banquero casado con Gertrud Lichtwitz, una joven húngara dieciséis años más joven que él. Hedwig era hija única, por lo que sus padres y abuelos la colmaron de caprichos. Gertrud había dejado una prometedora carrera como pianista para dedicarse a su hogar y al cuidado de la pequeña Hewdig. Emil Kiesler adoraba a su hija, a la que llamaba cariñosamente Hedylendelein, “Princesa Hedy”, nombre que terminaría asumiendo como propio. Ajena a la Gran Guerra que asolaba Europa, Hedy creció en la Viena más lujosa, aprendiendo a tocar el piano y acudiendo a selectas escuelas de danza. Sobre el regazo de su padre, Hedy pasaba largas horas escuchando cuentos infantiles y, cuando fue un poco mayor, descubrió de la mano de Emil los entresijos mecánicos de algunos de los objetos que caían en sus manos. Pero lo que por aquel entonces empezó a atrapar a Hedy fue el teatro. Acudía con su madre a representaciones teatrales que enamoraban a una pequeña Hedy que pronto empezó a soñar despierta con la posibilidad de convertirse en actriz, organizando en el salón de su casa pequeñas representaciones para su familia.
Cuando Hedy tuvo edad de acudir a la escuela, inició sus estudios en un exclusivo colegio de la ciudad para luego ser enviada a un internado suizo, lugar en el que vivió una de las etapas más tristes de su vida y a la que puso fin escapándose de allí. Para entonces ya era una joven que había tomado la férrea determinación de convertirse en actriz, decisión que no sentó demasiado bien en casa. Sus padres aceptaron que Hedy no volviera a Suiza, pero insistieron en que debía continuar estudiando en Viena. Empeñada en alcanzar sus sueños, al salir de clase empezó a acudir a los Estudios austriacos Sacha TobisFilm donde, tras mucho empeño, consiguió un pequeño papel en una película. Tenía entonces dieciséis años y sabía que no podría compaginar
la escuela con su presencia en los estudios de cine, así que comunicó a sus padres que dejaba el colegio. Emil y Trude aceptaron resignados creyendo que aquello era un capricho pasajero más de su pequeña princesa. Pero Hedy nunca más regresó a la escuela.
LA HERMOSA Y ESCANDAOLSA HEY KIESLER
Durante los siguientes años, Hedy se empeñó a fondo en su incipiente carrera como actriz. Poco le importaba que, por el momento, solo recibiera pequeños papeles en cintas de poco recorrido. En 1931, Hedy dio un paso más en sus planes y comunicó a sus padres que se marchaba a Berlín. Quería estudiar en la escuela de Max Reinhardt, un reputado cineasta alemán. Una vez situada en la capital alemana, el siguiente paso era llamar la atención de Reinhardt. Porque Hedy no se iba a conformar con ser una alumna más en el centro dramático de un prestigioso director de cine y teatro. Su determinación y su belleza (el cineasta afirmaría tiempo después que Hedy era la “chica más hermosa del mundo”) fueron más que suficientes para captar la atención de Reinhardt, quien finalmente le dio un papel secundario en su película El sexo débil.
Los siguientes años, una incipiente actriz Hedy Kiesler vivió a caballo entre Berlín y Viena, aceptando papeles pequeños en distintas películas y participando en obras de teatro. Con tan solo dieciocho años, Hedy empezaba a ver convertido en realidad su sueño de convertirse en actriz profesional. Fue en aquella época cuando el director checo Gustav Machatý se fijó en ella para protagonizar la película que la marcaría el resto de su vida personal y su carrera profesional.
En la cinta, Hedy Kiesler no solo apareció desnuda, sino que protagonizó el primer orgasmo de la historia del cine. Solo era cuestión de tiempo que Éxtasis estuviera en boca de todo el mundo. Principalmente para censurar sus escandalosas escenas y tildarla de inmoral. Cuando Hedy fue plenamente consciente del resultado final de la película que iba a proyectarse no solo en Praga, sino que iba a llegar a los cines de su Viena natal, donde amigos y familiares (¡sus propios padres!) iban a verla en escenas comprometidas, se sintió atemorizada. En su Autobiografía, publicada muchos años después, la entonces actriz de Hollywood Hedy Lamarr aseguró que ella nunca había querido participar en las escenas más comprometidas: “Cuando acepté hacer la película, el guión no incluía ni desnudos ni la escena del coito. ¡Ingenuos dieciséis años!”. Hedy se defendió asegurando que sintió una fuerte presión por parte de los responsables de la cinta y que, a pesar de salir
SU DETERMINACIÓN y belleza fueron más que suficientes para captar la atención de Reinhardt, quien finalmente le dio un papel secundario en su película El sexo débil.
desnuda, estas escenas se verían desde una óptica muy alejada, cosa que finalmente no fue así. Machatý y su equipo, por otro lado, negaron las quejas y los reparos de Hedy.
Sea como fuere, lo cierto fue que Éxtasis terminó estrenándose en los cines de media Europa y poco tiempo después atravesó el Atlántico. Cuando Hedy volvió a Viena y acudió con sus padres al estreno de la película, la reacción de Gertrud y Emil fue la esperada, salieron indignados de la sala de proyección. Hedy se sintió entonces avergonzada y asustada por el revuelo que la película estaba provocando en la ciudad, por lo que se recluyó durante unas semanas en casa y llegó incluso a tranquilizar a sus padres con la promesa de abandonar para siempre los escenarios.
LA SEÑORA MANDL
Hedy Kiesler no cumplió con su promesa y en 1932 aceptó interpretar a Elizabeth de Baviera en un musical que se iba a estrenar en el Teatro de Viena. Con su interpretación de la tan querida Sissí, Hedy se había reconciliado con su público. Volvía a ser aclamada por la crítica y los admiradores no dejaban de agasajarla con halagos y ramos de flores.
Entre los muchos admiradores se coló un rico magnate dueño de una de las más poderosas empresas de armamento de la Europa de entreguerras. Fritz Mandl, catorce años mayor que Hedy, divorciado de su primera esposa y con una larga historia de amoríos, quedó prendado de la belleza de la joven actriz que daba vida a Sissí. Empeñado en conquistarla, acudía a las representaciones y, como ella misma relató, “durante un tiempo fui bombardeada con flores. En ocasión de una de mis representaciones teatrales convenció a los ujieres para que desfilaran por los pasillos de la sala portando las canastas hasta el escenario, donde las depositaron. Aquella noche ya no cabían más flores en mi camerino”.
Durante sus primeros años en busca de un lugar en el mundo del cine y el teatro, Hedy había rechazado a algún que otro pretendiente. No quería que nada ni nadie se interpusiera en su camino hacia el estrellato. Pero cuando Fritz mostró sus respetos a sus padres y le propuso matrimonio, aceptó casarse con él en una ostentosa celebración en la iglesia vienesa de San Carlos Borromeo, el 10 de agosto de 1933. Desde el primer momento, Hedy se sintió atrapada en una jaula de oro custodiada por un carcelero celoso y obsesionado con protegerla de los ojos de los demás. “Desde ese mismo instante –aseguró la ya señora Mandl– me di cuenta de que estaba obsesionado con la propiedad. No se había casado conmigo, me había comprado como si se tratara de un negocio cualquiera”.
Su vida de casada se caracterizó por los viajes y las fiestas de lujo que pronto empezaron a ser demasiado aburridas para alguien como Hedy. Alejada de los focos, se desesperaba tras los muros de las lujosas mansiones en las que vivía junto a un es
poso cada vez más ausente. Para sobrellevar el hastío de las largas horas en soledad, Hedy empezó a leer libros de ingeniería y se volcó en el estudio. Durante más de cuatro años, permaneció aislada del mundo y buscando la manera de regresar a él.
Como ya hiciera en su etapa de estudiante en un internado suizo, Hedy ideó varios planes para huir de su cada vez más posesivo marido. Un día, aprovechando una de las ausencias de Fritz, se disfrazó como una sirvienta y huyó en dirección a París en un momento en el que en Europa volvía a sonar tambores de guerra.
EL NACIMIENTO DE UNA ESTRELLA DE HOLLYWOOD
Después de permanecer un tiempo en París, Hedy se trasladó a Londres, donde consiguió entrevistarse con Louis B. Mayer. Mayer, magnate de una de las empresas cinematográficas más poderosas de Hollywood, la Metro Goldwyn Mayer (MGM), se encontraba en Europa buscando nuevos talentos. Aquella fue la primera vez que se dio cuenta que el haber protagonizado la película de Machatý no le iba a abrir precisamente muchas puertas y mucho menos las de la puritana meca del cine.
Al parecer, Mayer le espetó: “Ya vi Éxtasis. Nunca podremos salir adelante con esas cosas en Hollywood. Las nalgas de la mujer son para su marido, no para los espectadores. Usted es muy agradable, pero sigo pensando lo mismo. No me gusta lo que la gente suele pensar de una muchacha que se pasea con las nalgas al aire por la pantalla”. Lejos de rendirse, Hedy mantuvo la compostura y se mostró dispuesta a asumir las reglas de Hollywood.
Hedy quería conquistar la meca del cine pero no a cualquier precio, por lo que mantuvo una intensa negociación con Mayer hasta que consiguió un contrato por siete años. Cuando llegó a los Estados Unidos, se había convertido por obra y gracia de la magia de Hollywood, en Hedy Lamarr. Después de instalarse, empezó a estudiar para poder perfeccionar su inglés y fue integrándose en la vida social. Mientras esperaba un papel que la convirtiera oficialmente en actriz, se entretenía tocando el piano y pintando cuadros.
La oportunidad le llegó de la mano del productor Walter Wagner, quien le ofreció un papel en la película Argel. Aunque recibió tímidas opiniones por parte de la crítica, se metió en el bolsillo al público, al que enamoró por su belleza y elegancia.
Hedy empezaba a sentirse como una más en América, pero no dejaba de estar atenta a las terribles noticias que llegaban desde Europa. Tras la anexión de Austria a la Alemania nazi, buscó la manera de ayudar a su madre a huir de Viena y reunirse con ella tras pasar una breve temporada en Londres. Durante los siguientes años, fue protagonizando varios títulos con una tímida acogida por parte de crítica y público. El papel de su vida aún estaba por llegar y empezaba a sentirse frustrada.
En la primavera de 1939, Hedy Lamarr se casaba por segunda vez. Aunque las informaciones son confusas, por aquel entonces había conseguido disolver legalmente su primer matrimonio con Fritz Mandl. El elegido ahora era Gene Markey, uno de los guionistas más conocidos de Hollywood, con quien se casó en México pocos días después de conocerlo en una fiesta. Pocos meses después, Hedy adoptaba un niño, James, cuya maternidad
Tras la anexión de Austria a la Alemania NAZI, la actriz buscó la manera de ayudar a su madre a huir de Viena y reunirse con ella tras pasar una breve temporada en Londres.
estuvo siempre rodeada de misterio. Algunas versiones llegaron incluso a afirmar que era la propia actriz su madre biológica.
Su nueva familia se resquebrajaba en poco más de dos años, separándose a mediados de 1940. Mientras tanto, protagonizó algunas películas como Fruto dorado, Camarada X o No puedo vivir sin ti. En aquella época se atrevió incluso con un musical, Las chicas Ziegfeld, en el que compartió cartel con Lana Turner y Judy Garland.
LA ACTRIZ INVENTORA
En el verano de 1940, Hedy Lamarr recibió una invitación para cenar con unos buenos amigos. Se trataba del famoso diseñador de Hollywood, Adrian Greenberg, y su esposa Janet. A la cita acudió también un excéntrico compositor con curiosos intereses científicos. George Antheil era americano, pero había pasado los últimos años buscando un hueco en el mundo musical europeo. Ahora había aterrizado en la meca del cine para participar en la banda sonora de una película. Parece ser que aquella invitación fue propiciada por la propia Hedy, quien había leído un curioso artículo sobre endocrinología escrito por Antheil y, sabiendo que compartían amistades, buscó la manera de encontrarse con él.
Después de aquel primer encuentro, Hedy y George compartieron una inquietud común por la ciencia y la tecnología. Y ambos miraban con profunda preocupación el ascenso del nazismo en la Vieja Europa. Mientras George perdía a un hermano, Hedy sufría por los muchos amigos judíos y algunos miembros de su familia que había dejado en Viena. Poco a poco, George y Hedy fueron analizando la situación al otro lado del océano y debatieron sobre cómo se podría frenar el avance de la Alemania nazi. El control de las telecomunicaciones terminó centrando sus conversaciones.
Durante las muchas fiestas a las que Hedy había acudido como la señora Mandl, escuchaba conversaciones relacionadas con estrategias militares de boca de los oficiales que respondían a las invitaciones del magnate de las armas. Ninguno de ellos podría haber imaginado que sus palabras fueran recordadas años después por la hermosa esposa de Fritz y terminaran siendo útiles para concretar junto a George el sistema de radio control que burlara los radares enemigos. Tras largas horas de estudio, ambos llegaron a idear un sistema de transmisión codificado conocido como “espectro ensanchado”. Los conocimientos de ingeniera de Hedy junto con los musicales de George se convirtieron en la base de su genial invento.
Hedy no solo estaba entusiasmada por desarrollar aquel sistema junto a George y que creía que podría ser la clave para derrotar a las Potencias del Eje. Era una actriz de Hollywood con éxito, pero su belleza la encasillaba en un estereotipo que no le gustaba nada: “La gente creía que porque tengo una cara bonita soy estúpida… Tengo que esforzarme el doble para convencer a la gente que tengo algo parecido a un cerebro”.
A finales de 1940, decidieron compartir su invento al que bautizaron como “Torpedo radio controlado” con el National Inventors Council. Por desgracia, los especialistas del gobierno de los Estados Unidos interpretaron mal las indicaciones de Antheil cuando hablaba de aplicar el sistema utilizado en las pianolas y pensaron que lo que realmente proponía el inventor era meter dicho instrumento dentro de un torpedo. Así lo relató el propio Antheil tiempo después: “Aquí, sin lugar a dudas, estuvo nuestro error. Cuando los caballeros de Washington examinaron nuestro invento no leyeron más allá de la palabra ‘pianola’. ‘Dios mío’, puedo verlos diciendo, ‘hemos de meter una pianola en un torpedo’”.
En el verano de 1942 patentaron el Sistema Secreto de Comunicación. Hedy no utilizó su nombre artístico para firmar en la patente, sino que lo hizo como Hedy Kiesler. Ese mismo año se estrenaba Tortilla Flat, una adaptación de la novela homónima de John Steinbeck, en la que compartió cartel con Spencer Tracy. Hedy no dejaba de trabajar, aunque sus papeles seguían siendo poco destacados, y dedicó buena parte de su tiempo a recaudar fondos para el ejército vendiendo bonos de guerra. Durante meses, viajó por buena parte del territorio norteamericano dando discursos, actuando, participando en desfiles, firmando autógrafos, todo lo que fuera necesario para animar a la gente a colaborar con la causa bélica. En poco tiempo recaudó millones de dólares.
En las navidades de 1942, conoció al que se convertiría en su tercer marido, el actor John Loder, con el que se casó pocos meses después. John fue el hombre con el que tuvo sus dos hijos biológicos, Denise, quien nació en 1945, y Anthony, en 1947. En aquella época, parecía que Hedy había encontrado un cierto equilibro emocional. No le faltaba el trabajo en los estudios de Hollywood y en casa le esperaba el cálido abrazo de una familia. En sus ratos libres exprimía todas sus aficiones, musicales, artísticas y creativas, tocando el piano o diseñando sus propias joyas. Un escenario idílico que pronto empezó a desmoronarse. La paz y la tranquilidad dieron paso a las discusiones en casa y a las tensiones en los platós de cine, donde el intenso trabajo la dejaba exhausta. Un accidente de coche de la niñera de su hijo Anthony, quien también iba en el vehículo, fue la gota que colmó el vaso. No solo cayó enferma, sino que tomó la decisión de separarse de John Loder. Hedy se centró entonces en sus hijos y en reconducir su carrera tras la decisión de romper con la MGM.
UNA DALILA EFÍMERA
Los siguientes años de su vida fueron complicados. Compaginar su papel de madre con su vida como estrella del celuloide no había resultado tarea fácil. Sufrió varias enfermedades y fue ingresada por agotamiento. Parecía no encontrar su lugar en el mundo, ni en la vida familiar ni en su faceta profesional.
En el verano de 1948, Hedy Lamarr firmaba el contrato de su vida con Cecil B. DeMille,
para protagonizar una superproducción bíblica, Sansón y Dalila. La cinta fue todo un éxito de taquilla que consagró definitivamente a Hedy. Tras muchos años de trabajo, por fin había conseguido cumplir de verdad su sueño. No solo era una actriz reconocida, era rica y famosa.
Por desgracia, Hedy permaneció muy poco tiempo en la cúspide del éxito. Empezó a participar en los primeros programas de televisión y siguió protagonizando películas de poco recorrido. Ninguna película después de Sansón y Dalila pudo mejorar su caché cinematográfico. A partir de la década de los cincuenta, su estrella empezó a declinar.
En los siguientes años protagonizó un western y una comedia sin que alcanzara la fama a la que ella seguía aspirando. Hasta el punto estaba desencantada, que Hedy se llegó a plantear abandonar su carrera en el cine. Agotada física y emocionalmente, decidió pasar una temporada en Acapulco, donde se trasladó con Denise y Anthony. Fue allí conoció al hotelero Edward Stauffer, quien se convertiría en su cuarto marido. Lo que se suponía que iba a ser
HEDY permaneció muy poco tiempo en la cúspide del éxito. Empezó a participar en los primeros programas de televisión y siguió protagonizando películas de poco recorrido.
una breve estancia en México terminó significando la formación de un nuevo hogar alejada de los focos de Hollywood.
Pero en Acapulco, Hedy tampoco fue feliz. Tuvo que tomar la difícil decisión de mandar a sus hijos a estudiar a San Francisco porque no se adaptaron a la vida en México. A principios de 1952, Hedy regresaba a Los Ángeles tras pedir el divorcio por cuarta vez después de un matrimonio que había durado poco menos de nueve meses.
Angustiada con una existencia que no le satisfacía, Hedy se marchó a Europa donde inició una breve aventura cinematográfica en Italia. Tampoco aquello fue suficiente para que Hedy se sintiera realizada tal y como ella misma confesó: “Me volví a Hollywood. No quería que los niños crecieran separados de mí. No quería trabajar. Disponía de cientos de hombres, pero no sentía nada especial por ninguno. Estaba deprimida y me sentía sola”.
En el invierno de 1953, Hedy volvía a soñar con encontrar la estabilidad emocional, esta vez junto a un rico magnate del petróleo texano llamado Howard Lee. Instalada en la mansión de su nuevo marido en Houston, parecía que había encontrado por fin la felicidad conyugal y familiar. Lee resultó ser un hombre cariñoso no solo con ella sino también con sus hijos a los que trató como si fueran suyos. Pero de nuevo Hedy se cansó de la rutina de Houston y seis años después decidió romper con Howard.
De regreso a Hollywood, volvió a ponerse delante de las cámaras para protagonizar La historia de la humanidad, cinta en la que compartió cartel con los hermanos Marx. Poco después, se embarcaba en el que sería su último proyecto en la meca del cine, The female animal. Aún no había terminado el año 1957 y Hedy ya era una actriz de cuarenta y tres años con pocas esperanzas de continuar brillando en el séptimo arte.
La televisión y la radio llenaron su vida profesional durante los siguientes años mientras intentaba sobrellevar su situación personal. En 1963 se casaba por sexta y última vez con Lewis Boies Jr., un brillante abogado del que también terminaría divorciándose en menos de dos años. Todos sus amores y desamores no solo trastocaron una y otra vez su estabilidad emocional. Los continuos procesos judiciales en los que incluso sus hijos se vieron implicados, fueron un duro golpe tras otro.
A mediados de los sesenta, ya era una actriz del pasado con muy poco dinero en la cuenta corriente. Fue en aquella época que decidió aceptar la publicación de Éxtasis y yo, su supuesta biografía escrita por dos negros y de la que ella llegó a renegar y a asegurar que no plasmaba su verdadera personalidad. Fueran o no ciertas las historias que en el libro se contaban, Hedy se embolsó una importante suma de dinero.
1966 fue un año difícil para Hedy. No solo entró en litigios con la editorial con la que había firmado el contrato para Éxtasis y yo. Empezaba a sufrir episodios de confusión mental, se sentía perdida y sola a lo que se sumó una detención por haber conducido ebria. Meses después volvía a enfrentarse a la justicia, esta vez acusada de haber robado en una tienda. A pesar de que finalmente fue absuelta, el revuelo mediático afectó profundamente a Hedy.
Hollywood ya no quería a Hedy Lamarr, por lo que fue desapareciendo de la vida pública mientras que su cuerpo fue inexorablemente envejeciendo. Ya no era la impactante belleza austriaca de pelo negro y mirada infinita que había enamorado a los apasionados del cine durante las décadas de 1930 y 1940. Ahora empezaba a ser una mujer madura con una salud frágil. Llegó a quedarse prácticamente ciega.
Los últimos años de su vida los pasó en Florida donde de nuevo volvía a ser detenida por robar en una tienda. Sus hijos hacía tiempo que habían tomado su propio camino y su madre había fallecido, por lo que la soledad se convirtió en su compañera de viaje. Hasta que la muerte la encontró mientras dormía el 19 de enero del año 2000. Tres años después, Denise y Anthony llevaron sus cenizas a Viena. Hedy descansaba para siempre en su hogar, donde nació como Hedy Kiesler y vivió como Hedy Lamarr para convertirse sin imaginárselo en la precursora de uno de los sistemas de telecomunicaciones más determinantes de la historia reciente. En una lápida instalada en un memorial levantado en la capital austriaca se grabaron estas palabras: “Las películas suceden en un lugar y tiempo determinados. La tecnología es para siempre. Hedy Lamarr. Actriz. Inventora”.