La tumba de FRANCO. ¿Está enterrado en el VALLE DE LOS CAÍDOS?
¿REALMENTE ESTÁ ENTERRADO EN EL VALLE DE LOS CAÍDOS?
HABLAR DE FRANCO EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS, ES HABLAR DE SU TUMBA. MIENTRAS UNA PARTE DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA QUIERE QUE SUS RESTOS SEAN EXHUMADOS DEL VALLE DE LOS CAÍDOS, OTROS SECTORES DEFIENDEN QUE PERMANEZCA EN LA BASÍLICA, EN LA QUE LLEVAN ENTERRADOS DESDE HACE MÁS DE CUATRO DÉCADAS. PERO, ¿Y SI ESTA POLÉMICA NO TIENE SENTIDO PORQUE EN REALIDAD NO SE ENCUENTRAN ALLÍ?
LA MUERTE DEL DICTADOR FRANCISCO FRANCO SIEMPRE HA ESTADO RODEADA DE CIERTO HALO DE MISTERIO. LAS CIRCUNSTANCIAS SOCIO-POLÍTICAS EXISTENTES EN 1975 PROVOCARON QUE ESTA SE PRODUJERA BAJO LA ATENTA SUPERVISIÓN DE LA CENSURA, HACIENDO QUE LAS NOTICIAS QUE LLEGABAN A LA SOCIEDAD FUERAN POCAS, Y, LAS QUE OFRECÍAN LOS NOTICIARIOS, LO HICIERAN DE FORMA SESGADA O MANIPULADA. ESTO CREÓ EL CALDO DE CULTIVO PERFECTO PARA QUE SE INICIARAN TODO TIPO DE TEORÍAS CONSPIRATIVAS. Una de las primeras en surgir, aseguraba que se mantuvo al Jefe del Estado con vida hasta el 20 de noviembre, de manera que se hizo coincidir el óbito con el de José Antonio Primo de Rivera. Pero, si bien es cierto que, seguramente, la prolongación de la agonía ocurrió, esta se produjo con la intención de que la mayor parte de los asuntos pendientes, de cara a la sucesión, se encontraran solventados en el momento de la defunción y no teniendo en cuenta el aniversario del fusilamiento del líder falangista.
Durante bastante tiempo también corrieron rumores que aseguraban que el fallecimiento del dictador se había producido muchos años antes, y que, en realidad, quien murió el 20 de noviembre era un doble que había estado suplantándole. Este es, precisamente, el argumento de una comedia de 1988 titulada “Espérame en el cielo”, dirigida por Antonio Mercero. Incluso, hubo quien tras la publicación de la novela de Fernando Vizcaino “Y al tercer año resucitó”, quiso plantear la posibilidad de que el propio Franco había fingido su muerte y que continuaba vivo.
EL VALLE DE LOS CAÍDOS
Pero quizá, la teoría que está más vigente en estos momentos es la que habla de que no se encuentra enterrado en la Basílica de Cuelgamuros. Aunque en un primer momento podríamos considerarla como una invención más, lo cierto es que existen indicios que crean dudas sobre la versión oficial, la cual, en realidad, podría responder a un guión perfectamente diseñado tiempo atrás. Para empezar, algo que no puede ponerse en duda es que Franco jamás pretendió ser enterrado en el Valle de los Caídos.
En el Decreto con el que se dio inicio a la construcción de la Abadía Benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, y que fue publicado en el BOE del 1 de abril de 1940, se indica que dicho monumento tiene por objeto “… perpetuar la memoria de los que cayeron en nuestra gloriosa cruzada…”, y para ello, la Dirección General de Arquitectura organizó un concurso, siendo elegido el proyecto de Pedro Muguruza, que sería reemplazado posteriormente por el de los arquitectos Prieto Moreno y Antonio mesa, y, finalmente, encargado, por decisión personal del Francisco Franco, a Diego Méndez, que ni siquiera había presentado un proyecto.
Es evidente que, en un principio, se había ideado como un mausoleo para quienes lucharon del lado de los golpistas, aunque finalmente, y como es conocido por todos, se acabó enterrando a 33.832 soldados pertenecientes a ambos bandos. En cualquier caso, queda claro que, en ningún momento, se menciona la posibilidad de que allí se enterrara al General. Por el contrario, en el archivo privado de Francisco Franco, se conservan unas notas del propio general sobre su epitafio. En ellas indica: “Para un soldado como yo, que ha visto la muerte a su lado tantas veces en el campo de batalla, que ha perdido tantos compañeros de armas que cayeron con un heroísmo natural y casi anónimo, una tumba en cualquier lugar de España, con una sencilla cruz de madera, es enterramiento suficiente y honroso”.
Según recoge Paul Preston en uno de sus libros, Diego Méndez afirmaba lo contrario. Tal y como contaba el arquitecto, durante la inauguración el 1 de abril de 1969, al pasar junto al altar mayor, el Jefe del Estado le dijo: “Méndez, yo aquí, eh”.
Tiempo después, también el delineante Antonio Orejas y el arquitecto Ramón Andrada, que trabajaron en el diseño de los planos del interior de la basílica, afirmaron haberle escuchado decir que ese era su deseo, pero está comúnmente aceptado que tales afirmaciones, además de ambiguas, respondían únicamente al interés particular de estas tres personas para que la construcción en la que habían trabajado durante años, tuviera el honor de contar con los restos del Caudillo.
Difícilmente se podría entender que el General Franco desease que su última morada se encontrara junto a la de José Antonio Primo de Rivera, que nunca contó con su simpatía, y, además, rodeado de miles de republicanos contra los que luchó tras el golpe de estado y durante toda la dictadura. En contra, lo lógico hubiera sido que esperara hacerlo junto a sus seres queridos.
DECISIÓN... ¿PREMEDITADA?
A pesar de la lucha que se produjo durante la agonía del dictador, entre diversas facciones del régimen, por elegir el lugar en el que debía ser enterrado, y entre las que se barajaron opciones como la del Pazo de Meirás, o el interior del Palacio de El Pardo, si tenemos en cuenta el carácter metódico de Francisco Franco, es lógico pensar que hubiera dejado escrito su deseo y se habría asegurado de que su familia y allegados tuvieran claro cuál era su voluntad al respecto. En cambio, días antes del óbito, el Presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, mantuvo una reunión con Carmen Franco, la hija del General, y esta negó haber escuchado a su padre decir nada respecto a la ubicación de la tumba en El Valle.
Incluso desde la embajada estadounidense se descartaba esa posibilidad. El 1 de agosto de 1974, el embajador en Madrid envió un telegrama a Henry Kissinger, del Departamento de Estado de los Estados Unidos, acerca de los “probables preparativos para el funeral en caso de que se produzca la muerte de Franco” y en el que se explicaba que entre los planes provisionales para un posible funeral, el grupo de trabajo de Presidencia había decidido que sería enterrado en el cementerio de El Pardo, bien en los jardines o en el interior del propio palacio.
Al año siguiente, el 25 de octubre de 1975, el entonces embajador estadounidense, Wells Stabler volvió a ponerse en contacto con Washington para informar que se le ha dado la extremaunción a Franco, reiterando la decisión del Gobierno español de enterrarle en El Pardo.
Pero los rumores sobre la posibilidad de que el Valle de los Caídos pudiera convertirse en un mausoleo para el dictador, afectaron incluso a las más altas esferas, lo que impulsó que, en 1959, se preparara una nota informativa para los Ministros y altos cargos, en la que se explicaba que “nadie puede afirmar que haya proferido el jefe del Estado palabras que pudieran justificar tal rumor aun del modo más vago o indirecto. Es más, nadie que conozca los planos de la cripta o la basílica o el Valle entero puede señalar el menor indicio de que se haya previsto, ni lejanamente, un posible emplazamiento donde en el futuro pudieran reposar los restos mortales del hoy jefe del Estado español”.
En cualquier caso, a finales de la década de los 60 Francisco Franco encargó a su mujer, Carmen Polo, que se dirigiera al cementerio de Mingorrubio, perteneciente al distrito de Fuencarral-El Pardo, para dar instrucciones encaminadas a la preparación de un panteón en el que se instalarían dos tumbas para el matrimonio, una de las cuales, y según declaraciones de Gabino Abánades Guerrero, funcionario de cementerios, tendría grabado en letras de oro el nombre del dictador, pese a que oficialmente no hay nadie allí enterrado.
Al poco tiempo, y utilizando para ello a los mismos artistas que habían decorado el Valle de los Caídos, se erigió una capilla de piedra a poca distancia de la entrada. El edificio, en el que hay una docena de bancos, un altar de mármol y un cristo, es de uso público, aunque
DIFÍCILMENTE se podría entender que el General Franco desease que su última morada se encontrara junto a la de Primo de Rivera, que nunca contó con su simpatía.
la cripta con los nichos se cedió a la familia Franco para su uso exclusivo.
El expediente relativo a la cripta del cementerio del Pardo, que se conserva en el Archivo de la Villa, refleja que la construcción se realizó a petición del Jefe del Estado, atendiendo a “circunstancias imprevisibles y de urgencia”, pero no se especifica cuáles. No podemos olvidar que hablamos de una época en la que aún no se encontraba excesivamente enfermo, y, por tanto, esas circunstancias debieron atender a cuestiones ajenas a la previsión de que se pudiera producir su fallecimiento.
Lo racional, por tanto, es pensar que la voluntad de Franco habría sido que su tumba se encontrara junto a la de su esposa, que fue enterrada allí en 1988. Además, en ese mismo cementerio se encuentran también algunos de sus más estrechos colaboradores y amigos, como pueden ser el almirante Luis Carrero Blanco o Carlos Arias Navarro.
Es de todo el mundo conocido que el dictador se jactaba de tener todo “atado, y bien atado” para cuando llegara el momento en que el fatal desenlace se produjera. Con ello no solo se refería a la sucesión, sino que, a buen seguro, también aludía a lo relativo a sus restos.
"OPERACIÓN LUCERO"
En abril de 1945, antes de suicidarse, Adolf Hitler había dado instrucciones a sus colaboradores para que su cadáver fuera completamente destruido. Quería evitar que, en caso de que los soldados soviéticos se apoderaran del cuerpo, este pudiera sufrir una profanación similar a la que fue sometido el dictador italiano Benito Mussolini.
No sería descabellado pensar que en el entorno del dictador español también se previera que, llegado el caso y si surgía la ocasión, algunos de los opositores al régimen franquista podrían tener intención de realizar actos sacrílegos similares contra la tumba o los restos de Franco. Para evitarlo se hacía necesario organizar un plan, y la mejor forma consistiría en ocultar el verdadero lugar del enterramiento. Esto se habría incluido en lo que se conoce como “Operación Lucero”, en el que las honras fúnebres tan solo conformarían el prólogo a lo que esperaban que fuera “una España sin Franco”.
Ateniéndonos a la versión oficial, la decisión de elegir el Valle de los Caídos como mausoleo de Francisco Franco fue la primera carta que dictó don Juan Carlos I, a las pocas horas de ser coronado, seguramente para evitar que, como ocurrió en su momento con José Antonio Primo de Rivera, se pretendiera dar sepultura a Franco en el Monasterio del Escorial, lugar de enterramiento de los reyes de España. Quizá por ello, y por la premura de su redacción, el escrito cuenta con dos curiosidades pocas veces mencionadas. Una, que incluye la hora en que
fue redactado, pese a que, en los documentos oficiales de la Casa Real, únicamente se indica la fecha; y la otra, que es firmada utilizando la formula “Yo el Rey”, en lugar de “Juan Carlos Rey”, que es la que usó a lo largo de su reinado.
En cualquier caso, el 22 de noviembre de 1975, cuando ya habían transcurrido dos días del fallecimiento del General, se envió dicha misiva al Abad Primado de la Basílica de El Valle. Puede dar la impresión de que la organización de los funerales de Estado se tenían que realizar de un modo improvisado, pero, en realidad, se llevaba trabajando en ello desde hacía meses.
En 1959, los canteros de “Hermanos Estévez” habían preparado dos lápidas para la tumba de José Antonio Primo de Rivera; la que se utilizó finalmente para cubrir los restos del fundador de Falange Española, y otra que quedó olvidada en los talleres de la localidad madrileña de Alpedrete por considerarse de peor calidad. Seis meses antes del fallecimiento de Franco, técnicos de Patrimonio Nacional se encargaron de recuperar aquella lápida y ordenar que se grabara, siendo trasladada al Valle de los Caídos dos semanas antes, durante las cuales, se trabajó en el modo en que habría de ser colocada.
En un primer momento se pretendía que todo el proceso relativo a la inhumación fuera llevado a cabo por los sacerdotes de la propia basílica, pero el temor a que su inexperiencia pudiera provocar la caída del féretro o cualquier otro incidente, obligó a que esta fuera realizada por personal del cementerio de La Almudena.
VELATORIO Y ENTIERRO
En cualquier caso, cuando finalmente el deceso se produjo, hubo que esperar a las ocho de la mañana del 22 de noviembre para que se abrieran las puertas del Salón de Columnas del Palacio de Oriente, donde se había instalado la capilla ardiente.
El velatorio se llevó a cabo en un ataúd abierto en el que reposaba el cuerpo del General, que había sido embalsamado por los médicos forenses Bonifacio Pinga y su hijo Antonio. No hay ninguna duda de que, en aquel momento, el cadáver que allí reposaba era el de Francisco Franco.
A las siete y media de la mañana, del domingo 23, la capilla ardiente fue cerrada al público, momento en el que se procedió al sellado del ataúd y la entrega, para su custodia, a los jefes de las casas militares y civiles José Ramón Gavila, Fernando Fuertes de Villavicencio, y Ernesto Sánchez-Galiano, los cuales levantaron un acta al respecto.
Fue entonces cuando se procedió al traslado hasta la Basílica de Cuelgamuros. Allí, al final de la escalinata del templo, el padre Luis María de Lojendio, abad del lugar, recibió el cadáver. Según afirmó en su momento el Comandante del Servicio Secreto don Juan Peñaranda, el abad quiso comprobar la identidad del fallecido por el que iba a celebrar el funeral, y solicitó que se abriera el féretro, pero alegaron que no era posible, ya que se encontraba sellado en una caja de zinc.
Para tranquilizar al Abad y garantizar a todos los presentes que a quien se estaba enterrando era Francisco Franco, a lo largo del acto, el Ministro de Justicia y Notario Mayor del Reino, don José María Sánchez
EL VELATORIO se llevó a cabo en un ataúd abierto, en el que reposaba el cuerpo del General, que había sido embalsamado por los médicos forenses Bonifacio Pinga y su hijo Antonio.
Ventura, que tomó juramento a viva voz a los custodios del ataúd respecto a la identidad del cuerpo que contenía. Pese a la existencia del acta y del juramento prestado, nadie más que los mencionados testigos podían garantizar que, efectivamente, el cadáver que se enterraba era el de Franco.
A partir de ese momento la basílica se convirtió en lugar de peregrinación para los afines al régimen totalitario, que, cada aniversario, acuden al lugar para la celebración de diversos actos de enaltecimiento al general.
Para finalizar, es necesario apuntar otra teoría, según la cual, Franco sí se encontraría en el interior de la Basílica de Cuelgamuros, aunque en otra tumba más discreta e inidentificable.
El traslado se habría realizado poco después de su inhumación, contando con la colaboración de la familia y el antiguo abad, y perseguiría evitar posibles actos vandálicos y profanaciones como la que intentó perpetrar el grupo terrorista GRAPO el 7 de abril de 1999.
Aquel día un comando dejó en el interior de la basílica, una mochila preparada para hacer explosión mediante un temporizador. La deflagración destrozó varios confesionarios y quemó cinco bancos, pero, según el portavoz de Patrimonio Nacional, no afectó ni a la tumba de Franco ni a la del líder falangista José Antonio Primo de Rivera.
Pese a la ausencia de daños de importancia se prohibió el acceso a la iglesia durante varios días, con la excusa de ser necesario realizar una limpieza. Uno de los trabajadores que participó en dichos trabajos aseguraba que, durante la apertura de la tumba para comprobar su estado tras el atentado, esta se encontraba completamente vacía.
Hay que señalar que estas declaraciones fueron hechas desde el anonimato, por lo que no es posible certificar su veracidad, ni tampoco, en caso de ser ciertas, si el traslado se había realizado con anterioridad o se hizo como respuesta a aquel atentado.
En cualquier caso, todo apunta a que, con el tiempo, se retire la losa, con la que se hacían chascarrillos en 1975, diciendo que se había hecho tan pesada para evitar que Franco pudiera salir de allí.
Puede que entonces se resuelvan las dudas planteadas en este artículo. Aunque, seguramente, y a pesar de las dificultades que habrán de sortear los implicados, los intereses de unos y otros propicien la continuidad de una conspiración para ocultar la localización de la verdadera tumba de Franco.