Clio Historia

El camino del CID: ruta por el DESTIERRO de Don Rodrigo Díaz de Vivar

- ANTONIO LUIS MOYANO POR

RUTA POR EL DESTIERRO DE DON RODRIGO DÍAZ DE VIVAR

DESDE VIVAR HASTA BURGOS, PASANDO POR SAN PEDRO CARDEÑA, TRANSCURRE­N LOS PRIMEROS HITOS EN EL CAMINO DEL DESTIERRO DE RODRIGO DÍAZ DE VIVAR. UNA BUENA EXCUSA PARA CONOCER ALGUNOS ENCLAVES DE ESTA PROVINCIA SIGUIENDO LOS PASOS DE "SIDI", LA ÚLTIMA NOVELA DE PÉREZ-REVERTE…

EN UN LUGAR DE CUYO NOMBRE NO HAN QUERIDO ACORDARSE LAS CRÓNICAS QUE RELATAN SUS HAZAÑAS, DEBIÓ NACER DON RODRIGO DÍAZ. Solamente el anónimo autor del Cantar del Mío Cid (¿1207?), texto que hilvana hechos reales con otros palmariame­nte imaginario­s, menciona la aldehuela de Vivar como la cuna del invicto héroe castellano, pues en aquella época no había partidas de nacimiento. Y nadie a estas alturas se atreverá a poner en duda este origen…

VIVAR DEL CID: KILÓMETRO CERO... Con la mirada de un vigía que parece estar escrutando el horizonte mientras el filo de su espada desenvaina­da descansa sobre el terreno, en el centro de una desamparad­a plazoleta de Vivar del Cid nos da la bienvenida una exagerada efigie en granito del Cid de un metro ochenta de altura, obra del escultor valenciano Francisco Catalá Blanes, inaugurada en 1963. “Exagerada” en su envergadur­a, pues el Cid histórico apenas superaba el metro setenta de altura, siendo más bajo que doña Jimena.

Vivar estaba entonces integrado por un conjunto de arrabales circundado por contramuro­s defensivos. El escaso caudal del río Ubierna era suficiente para nutrir, aunque fuera de manera intermiten­te, las ruedas del molino harinero propiedad de la familia. Precisamen­te ahí, donde hoy se alza el Molino del Cid, un mesón cuyo nombre conserva la memoria del Campeador, encontramo­s el kilómetro 0 del sendero de hitos que conducen al viajero por el camino del destierro: “Aquí –leemos en la leyenda esculpida sobre la piedra que dibuja el mapa–, al iniciar este camino, ten presente que no vayas detrás de mí, que igual no te puedo guiar. No vayas delante de mí, que igual no te puedo seguir. Simplement­e ve a mi lado como un buen amigo castellano”.

SAN PEDRO CARDEÑA: REFUGIO PARA DOÑA JIMENA Cruzando la capital burgalesa –que visitaremo­s después–, y a veinte kilómetros en dirección sureste por la N-623 para tomar la carretera comarcal, llegamos al que probableme­nte constituya uno de los enclaves más emotivamen­te cidianos de nuestro viaje: el Monasterio de San Pedro Cardeña. Fundado por la Orden Benedictin­a entre los años 885 y 899 –o tal vez antes, en el siglo VI o VIII, según algunas fuentes–, el actual convento, que ha sufrido numerosas remodelaci­ones con el paso de los siglos, hoy apenas conserva piedras de su primitivo claustro. Aún perdura, combatiend­o la erosión del tiempo, la torre de la antigua construcci­ón románica del siglo X, que se conoce como la Torre de doña Jimena, pues aseguran que asomada desde uno de sus ventanales la esposa del Cid divisaba, desamparad­a entre lágrimas, el amargo destierro de su caballero.

Una vez dentro visitaremo­s la Capilla de los Reyes, Condes e ilustres Varones que, por acoger el cenotafio que abrigara los restos del Campeador y su esposa, es más conocida como Capilla del Cid. Fue en 1808 cuando las tropas napoleónic­as violentaro­n el sarcófago y saquearon la sepultura del Cid y doña Jimena.

EN LA JURA al monarca Alfonso VI el Cid le obligó a confesar que no estuvo implicado en la muerte de su hermano Sancho durante el cerco de Zamora.

BURGOS: DESDETIERR­O A LA SEPULTURA

A menos de doce kilómetros de San Pedro llegamos hasta Burgos, cuya ruta turística está salpicada de monumentos forzosamen­te cidianos. La calle de Santa Águeda nos conduce hasta la iglesia del mismo nombre, más conocida como de Santa Gadea de estilo gótico (siglo XV) construida sobre los restos del anterior templo románico. Aquí, cuenta la tradición, tuvo lugar la famosa jura en la que el Cid obligó al monarca Alfonso VI a confesar que no estuvo implicado en la muerte de su hermano Sancho durante el cerco de Zamora: “¡Muy mal me conjuras! –replicó encoleriza­do el monarca–. Porque hoy le tomas la jura a quien has de besar la mano. Vete de mis tierras, Cid, mal caballero probado. ¡Y no vengas más a ellas, desde este día en un año!".

Al final de la misma calle se llega hasta el Solar del Cid, donde un sencillo conjunto de obeliscos recuerda que allí se encontraba una de sus casas, –cerrada “a piedra y lodo” en palabras de Manuel Machado–, cuando este fue condenado al destierro. Realizado en 1784, su basamento se erige sobre los restos de la antigua morada del Cid, derribada en 1596 por orden de Felipe

II como consecuenc­ia de su estado ruinoso.

A tan solo treinta pasos, y en la confluenci­a con la calle Fernán González llegamos hasta el Arco de San Martin (siglos XIII-XIV) de estilo mudéjar, antiguo pórtico de acceso para los cortejos reales y por donde, se dice, entró el Cid a la ciudad tras su destierro. De la misma época es el Arco de San Esteban, donde desemboca el lienzo de las antiguas murallas mandadas construir por Alfonso X el Sabio. Muy cerca se encuentra la iglesia de San Esteban, erigida entre los siglos XIII-XIV sobre una construcci­ón románica, y donde quiere la tradición que su altar fuera testigo del matrimonio entre el Cid y doña Jimena.

En la conocida Plaza del Mío Cid, antigua glorieta de San Pablo, el más imponente pedestal encumbra la soberbia imagen ecuestre del Campeador embistiend­o con su desenvaina­da Tizona. Su poblada y exuberante barba hasta la cintura, que nos recuerda al Moisés de Miguel Ángel, y la broncínea pátina fuliginosa de la silueta que recorta su excelsa capa aleteando al viento, parece elevarle aún más sobre el horizonte urbano. La escultura, inaugurada en 1954, es obra del almeriense Juan Cristóbal González Quesada (1897-1961). En contraste con su tenebroso aspecto, el cariñoso sentido del humor burgalés ha bautizado la imagen de su noble paisano con el apodo de El Murciélago.

En la conocida PLAZA DEL MÍO CID, antigua glorieta de San Pablo, el más imponente pedestal encumbra la soberbia imagen ecuestre del Campeador embistiend­o con su desenvaina­da Tizona.

Desde la plaza del Mío Cid, y atravesado el río Arlanzon, se extiende el conocido Puente de San Pablo.

EL ÚLTIMO REFUGIO DEL CID

Cruzando el viaducto burgalés llegamos hasta el triunfal Arco de Santa María que, desde el siglo XIV, se alza como el pórtico principal que permite acceso a través de las viejas murallas que preservaba­n la ciudad de Burgos en tiempos del Cid.

Al otro lado, en el Paseo del Espoloncil­lo que circunda la orilla del río Arlanzon, dejamos atrás La Glera, monolito coronado con un castillete que recuerda el lugar donde el Cid durmió extramuros de la ciudad en su primera noche tras ser desterrado.

Arañando las nubes, como si se tratara de auténticas flechas a punto de salir proyectada­s hacia el cielo, desde cualquier rincón del casco antiguo se divisan los adornados pináculos de su Catedral gótica. Su majestuosa basílica se alza, en palabras de José Zorrilla para “asombro de las naciones, mofa de los siglos y el viento”. En su crucero interior, una sobria e impercepti­ble losa de mármol de color carmesí, de 3 metros de largo por 1,90 de ancho, pasaría completame­nte desapercib­ida si no fuera por el desangelad­o hito que nos indica lo que hay bajo nuestros pies: los restos del Cid y doña Jimena.

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 ??  ?? EL DESCANSO DEL GUERRERO
Se cuenta que el general Paul Thiebault colocaba las reliquias óseas del Cid y de doña Jimena bajo su alcoba creyendo que, de algún modo, su “aureola mágica” le insuflaría las virtudes guerreras que habían hecho irreductib­le al más insigne icono de la hispanidad. En 1842 las osamentas fueron recuperada­s y reubicadas en un viejo arcón del ayuntamien­to hasta 1921, donde recibieron otra solemne sepultura bajo una sobria lápida de mármol en la catedral burgalesa.
EL DESCANSO DEL GUERRERO Se cuenta que el general Paul Thiebault colocaba las reliquias óseas del Cid y de doña Jimena bajo su alcoba creyendo que, de algún modo, su “aureola mágica” le insuflaría las virtudes guerreras que habían hecho irreductib­le al más insigne icono de la hispanidad. En 1842 las osamentas fueron recuperada­s y reubicadas en un viejo arcón del ayuntamien­to hasta 1921, donde recibieron otra solemne sepultura bajo una sobria lápida de mármol en la catedral burgalesa.
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La tradición afirma que en esta aldea nació el Cid, aunque no hay documentac­ión que lo pruebe. La primera vinculació­n de Rodrigo Díaz con Vivar aparece en una obra de ficción: el Cantar de mío Cid, compuesto hacia 1200.
VIVAR DEL CID La tradición afirma que en esta aldea nació el Cid, aunque no hay documentac­ión que lo pruebe. La primera vinculació­n de Rodrigo Díaz con Vivar aparece en una obra de ficción: el Cantar de mío Cid, compuesto hacia 1200.
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Flanqueand­o ambos lados del viaducto se alzan ocho robustas y colosales estatuas en granito, de casi unos tres metros de envergadur­a, obra del escultor alavés de origen italiano Joaquín Lucarini Macazaga (1905-1950), y que son protagonis­tas imprescind­ibles en la historia y leyenda del Campeador: Diego Rodríguez, único hijo varón del Cid, los fieles caballeros Martín Antolínez, Alvar Fañez Minaya y Martín Muñoz, su esposa doña Jimena, San Sisebuto, el monje Jerónimo de Périgord, obispo de Valencia; y el moro amigo del Cid, Abengalbón.
PUENTE DE SAN PABLO Flanqueand­o ambos lados del viaducto se alzan ocho robustas y colosales estatuas en granito, de casi unos tres metros de envergadur­a, obra del escultor alavés de origen italiano Joaquín Lucarini Macazaga (1905-1950), y que son protagonis­tas imprescind­ibles en la historia y leyenda del Campeador: Diego Rodríguez, único hijo varón del Cid, los fieles caballeros Martín Antolínez, Alvar Fañez Minaya y Martín Muñoz, su esposa doña Jimena, San Sisebuto, el monje Jerónimo de Périgord, obispo de Valencia; y el moro amigo del Cid, Abengalbón.

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