El camino del CID: ruta por el DESTIERRO de Don Rodrigo Díaz de Vivar
RUTA POR EL DESTIERRO DE DON RODRIGO DÍAZ DE VIVAR
DESDE VIVAR HASTA BURGOS, PASANDO POR SAN PEDRO CARDEÑA, TRANSCURREN LOS PRIMEROS HITOS EN EL CAMINO DEL DESTIERRO DE RODRIGO DÍAZ DE VIVAR. UNA BUENA EXCUSA PARA CONOCER ALGUNOS ENCLAVES DE ESTA PROVINCIA SIGUIENDO LOS PASOS DE "SIDI", LA ÚLTIMA NOVELA DE PÉREZ-REVERTE…
EN UN LUGAR DE CUYO NOMBRE NO HAN QUERIDO ACORDARSE LAS CRÓNICAS QUE RELATAN SUS HAZAÑAS, DEBIÓ NACER DON RODRIGO DÍAZ. Solamente el anónimo autor del Cantar del Mío Cid (¿1207?), texto que hilvana hechos reales con otros palmariamente imaginarios, menciona la aldehuela de Vivar como la cuna del invicto héroe castellano, pues en aquella época no había partidas de nacimiento. Y nadie a estas alturas se atreverá a poner en duda este origen…
VIVAR DEL CID: KILÓMETRO CERO... Con la mirada de un vigía que parece estar escrutando el horizonte mientras el filo de su espada desenvainada descansa sobre el terreno, en el centro de una desamparada plazoleta de Vivar del Cid nos da la bienvenida una exagerada efigie en granito del Cid de un metro ochenta de altura, obra del escultor valenciano Francisco Catalá Blanes, inaugurada en 1963. “Exagerada” en su envergadura, pues el Cid histórico apenas superaba el metro setenta de altura, siendo más bajo que doña Jimena.
Vivar estaba entonces integrado por un conjunto de arrabales circundado por contramuros defensivos. El escaso caudal del río Ubierna era suficiente para nutrir, aunque fuera de manera intermitente, las ruedas del molino harinero propiedad de la familia. Precisamente ahí, donde hoy se alza el Molino del Cid, un mesón cuyo nombre conserva la memoria del Campeador, encontramos el kilómetro 0 del sendero de hitos que conducen al viajero por el camino del destierro: “Aquí –leemos en la leyenda esculpida sobre la piedra que dibuja el mapa–, al iniciar este camino, ten presente que no vayas detrás de mí, que igual no te puedo guiar. No vayas delante de mí, que igual no te puedo seguir. Simplemente ve a mi lado como un buen amigo castellano”.
SAN PEDRO CARDEÑA: REFUGIO PARA DOÑA JIMENA Cruzando la capital burgalesa –que visitaremos después–, y a veinte kilómetros en dirección sureste por la N-623 para tomar la carretera comarcal, llegamos al que probablemente constituya uno de los enclaves más emotivamente cidianos de nuestro viaje: el Monasterio de San Pedro Cardeña. Fundado por la Orden Benedictina entre los años 885 y 899 –o tal vez antes, en el siglo VI o VIII, según algunas fuentes–, el actual convento, que ha sufrido numerosas remodelaciones con el paso de los siglos, hoy apenas conserva piedras de su primitivo claustro. Aún perdura, combatiendo la erosión del tiempo, la torre de la antigua construcción románica del siglo X, que se conoce como la Torre de doña Jimena, pues aseguran que asomada desde uno de sus ventanales la esposa del Cid divisaba, desamparada entre lágrimas, el amargo destierro de su caballero.
Una vez dentro visitaremos la Capilla de los Reyes, Condes e ilustres Varones que, por acoger el cenotafio que abrigara los restos del Campeador y su esposa, es más conocida como Capilla del Cid. Fue en 1808 cuando las tropas napoleónicas violentaron el sarcófago y saquearon la sepultura del Cid y doña Jimena.
EN LA JURA al monarca Alfonso VI el Cid le obligó a confesar que no estuvo implicado en la muerte de su hermano Sancho durante el cerco de Zamora.
BURGOS: DESDETIERRO A LA SEPULTURA
A menos de doce kilómetros de San Pedro llegamos hasta Burgos, cuya ruta turística está salpicada de monumentos forzosamente cidianos. La calle de Santa Águeda nos conduce hasta la iglesia del mismo nombre, más conocida como de Santa Gadea de estilo gótico (siglo XV) construida sobre los restos del anterior templo románico. Aquí, cuenta la tradición, tuvo lugar la famosa jura en la que el Cid obligó al monarca Alfonso VI a confesar que no estuvo implicado en la muerte de su hermano Sancho durante el cerco de Zamora: “¡Muy mal me conjuras! –replicó encolerizado el monarca–. Porque hoy le tomas la jura a quien has de besar la mano. Vete de mis tierras, Cid, mal caballero probado. ¡Y no vengas más a ellas, desde este día en un año!".
Al final de la misma calle se llega hasta el Solar del Cid, donde un sencillo conjunto de obeliscos recuerda que allí se encontraba una de sus casas, –cerrada “a piedra y lodo” en palabras de Manuel Machado–, cuando este fue condenado al destierro. Realizado en 1784, su basamento se erige sobre los restos de la antigua morada del Cid, derribada en 1596 por orden de Felipe
II como consecuencia de su estado ruinoso.
A tan solo treinta pasos, y en la confluencia con la calle Fernán González llegamos hasta el Arco de San Martin (siglos XIII-XIV) de estilo mudéjar, antiguo pórtico de acceso para los cortejos reales y por donde, se dice, entró el Cid a la ciudad tras su destierro. De la misma época es el Arco de San Esteban, donde desemboca el lienzo de las antiguas murallas mandadas construir por Alfonso X el Sabio. Muy cerca se encuentra la iglesia de San Esteban, erigida entre los siglos XIII-XIV sobre una construcción románica, y donde quiere la tradición que su altar fuera testigo del matrimonio entre el Cid y doña Jimena.
En la conocida Plaza del Mío Cid, antigua glorieta de San Pablo, el más imponente pedestal encumbra la soberbia imagen ecuestre del Campeador embistiendo con su desenvainada Tizona. Su poblada y exuberante barba hasta la cintura, que nos recuerda al Moisés de Miguel Ángel, y la broncínea pátina fuliginosa de la silueta que recorta su excelsa capa aleteando al viento, parece elevarle aún más sobre el horizonte urbano. La escultura, inaugurada en 1954, es obra del almeriense Juan Cristóbal González Quesada (1897-1961). En contraste con su tenebroso aspecto, el cariñoso sentido del humor burgalés ha bautizado la imagen de su noble paisano con el apodo de El Murciélago.
En la conocida PLAZA DEL MÍO CID, antigua glorieta de San Pablo, el más imponente pedestal encumbra la soberbia imagen ecuestre del Campeador embistiendo con su desenvainada Tizona.
Desde la plaza del Mío Cid, y atravesado el río Arlanzon, se extiende el conocido Puente de San Pablo.
EL ÚLTIMO REFUGIO DEL CID
Cruzando el viaducto burgalés llegamos hasta el triunfal Arco de Santa María que, desde el siglo XIV, se alza como el pórtico principal que permite acceso a través de las viejas murallas que preservaban la ciudad de Burgos en tiempos del Cid.
Al otro lado, en el Paseo del Espoloncillo que circunda la orilla del río Arlanzon, dejamos atrás La Glera, monolito coronado con un castillete que recuerda el lugar donde el Cid durmió extramuros de la ciudad en su primera noche tras ser desterrado.
Arañando las nubes, como si se tratara de auténticas flechas a punto de salir proyectadas hacia el cielo, desde cualquier rincón del casco antiguo se divisan los adornados pináculos de su Catedral gótica. Su majestuosa basílica se alza, en palabras de José Zorrilla para “asombro de las naciones, mofa de los siglos y el viento”. En su crucero interior, una sobria e imperceptible losa de mármol de color carmesí, de 3 metros de largo por 1,90 de ancho, pasaría completamente desapercibida si no fuera por el desangelado hito que nos indica lo que hay bajo nuestros pies: los restos del Cid y doña Jimena.