La GUERRA en la EDAD MEDIA
DURANTE LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA EDAD MEDIA, LAS BATALLAS NO FUERON MÁS QUE UNOS BRUTALES ENFRENTAMIENTOS ENTRE DOS EJÉRCITOS FORMADOS POR GRUPOS DE INFANTERÍA, ESCASAMENTE ARMADOS Y MAL DIRIGIDOS. TENDREMOS QUE ESPERAR A LA APARICIÓN DE LA CABALLERÍA PARA OBSERVAR UNA CIERTA EVOLUCIÓN DE LAS TÁCTICAS MILITARES, ESPECIALMENTE DURANTE LA ÉPOCA DE LAS SEGUNDAS INVASIONES EN LA QUE LA CRISTIANDAD, ATACADA POR TODOS LOS FRENTES, VIO AMENAZADA SU SUPERVIVENCIA.
DESDE FINALES DEL SIGLO IX SE EXTENDIÓ POR TODA LA CRISTIANDAD UN AMBIENTE DE INSEGURIDAD COMO CONSECUENCIA DEL PELIGRO QUE SUPONÍA PARA LOS REINOS DE LA EUROPA OCCIDENTAL EL INICIO DE LAS DENOMINADAS SEGUNDAS INVASIONES PROTAGONIZADAS POR VIKINGOS, MAGIARES Y SARRACENOS. En este contexto, se llevó a cabo una radical transformación de la estructura social de estos reinos cristianos, eliminando la vieja división entre hombres libres y en estado de servidumbre, por otra más efectiva para combatir el peligro que amenazaba las fronteras de Occidente. Desde el siglo X se reconoce una separación precisa basada en las funciones sociales, especialmente entre combatientes, o milites, y productores, o rustici, que más tarde dio lugar a la división entre oratores, bellatores y laboratores.
LA CRISTIANDAD EN PELIGRO
Además de las incursiones de estos pueblos, los europeos se vieron obligados a sufrir la violencia provocada por las continuas luchas entre la aristocracia, especialmente en unos momentos de extrema debilidad de los estados medievales, que aún no tenían la fuerza suficiente para sobreponerse a las tendencias centrífugas de las clases privilegiadas, cuyo único objetivo era satisfacer sus propios intereses económicos.
La valoración de la guerra como forma de autodefensa se convirtió, entonces, en otro de los elementos característicos de la mentalidad medieval, y esto permitió desde el siglo X la elaboración de un esquema ético-teológico cuyo objetivo fue, ni más ni menos, que la sacralización de la práctica militar.
Hasta este momento, durante la Alta Edad Media, se habían impuesto los valores de solidaridad entre los miembros de las comitivas armadas y la fidelidad al príncipe o caudillo al que el miles debía obediencia. Sin embargo, de forma progresiva se impuso una desmilitarización de la sociedad romana, en la que el ciudadano se veía obligado a participar en la defensa del Estado, por una nueva fórmula en la que solo unas comitivas guerreras agrupadas en torno a la aristocracia eran capaces de portar armas.
Con esta nueva estructura social, no resulta complicado comprender cómo los grandes señores feudales chocaron entre sí durante los siglos IX y X, movidos por el anhelo de incrementar sus privilegios, mientras que la debilidad de los poderes públicos hacía imposible evitar la violencia de los considerados tyranni contra los más indefensos, a los que la Iglesia definía como pauperes, entre ellos los huérfanos, viudas y todo aquel que se mostraba incapaz de defenderse.
La violencia contra los indefensos era cada vez más censurada por la propia Iglesia, especialmente por los obispos de las diócesis europeas, que a partir de este momento iniciaron un proceso que desembocó en la aparición de un nuevo modelo
ESPADAS MÁGICAS
Durante la Edad Media se produjo una sacralización de la guerra, hasta tal punto que la ceremonia de armar caballero, hasta ese momento laica, tuvo a partir del siglo XI un carácter religioso, e incluso se recuperó la costumbre de bendecir y sacralizar las armas. Es más, algunas de las espadas que pertenecieron a los más insignes caballeros medievales, pasaron a tener un carácter mágico, al formar una auténtica simbiosis con su portador, que en muchos casos necesitó de ella para ratificar su poder y su fuerza, como Excálibur, la legendaria espada del rey Arturo. Resulta curiosa la creencia, especialmente dentro de las tradiciones mitológicas de origen germánico, de que algunas de estas espadas fueron forjadas por seres míticos, como elfos o enanos.
caballeresco que fue, precisamente, el que ha llegado hasta nuestros días.
En el siglo X ya era posible, por lo tanto, servir a la Iglesia con las armas, justo en el momento en el que la Cristiandad se preparaba para iniciar su contraofensiva contra el islam. Es fue el caso de España, en donde los reinos de resistencia del norte llevaron a cabo una interminable lucha con los conquistadores musulmanes.
En el siglo XI, tras la caída del califato de Córdoba, se aceleró el proceso de Reconquista para el que se hizo imprescindible la participación de unos caballeros convencidos de la necesi
LOS CANTARES DE GESTA
se convirtieron en unas manifestaciones literarias que narraban las hazañas de unos héroes que, por sus virtudes, fueron tomados como modelos de conducta para toda la colectividad.
dad de defender a su Dios frente al enemigo. Esta imagen del caballero al servicio de la Iglesia quedó grabada en la tradición cultural con la aparición de diversas narraciones como el "Cantar del Mío Cid" o la "Chanson de Roland", al igual que en una serie de leyendas y narraciones en las que abundaban las apariciones milagrosas, la presencia de reliquias mágicas o las heroicidades de unos personajes que con sus espadas mágicas luchaban por la supervivencia de su comunidad. Es lo que se denomina el cristianismo de guerra, inserto en este contexto de lucha contra el invasor, en el que se exalta la espiritualidad cristiana asociada a la gloria militar sacralizada por la aparición en el campo de batalla de la Virgen, del apóstol Santiago o San Jorge de Capadocia.
LAS VIRTUDES DEL BUEN CABALLERO
Desde ese momento, los cantares de gesta se convirtieron en unas manifestaciones literarias que narraban las hazañas de unos héroes que, por sus virtudes, fueron tomados como modelos de conducta para toda una colectividad. Este era el código de caballería, asumido tras la ceremonia de juramento, por el que el pretendiente se comprometía a ser valiente, leal, cortés y a defender a los indefensos.
El ideal caballeresco implicaba tener valor para servir a las personas necesitadas, y esto obligaba a no faltar a la verdad, aun a riesgo de perder la vida. Los caballeros también juraban defender a sus señores y señoras, a los huérfanos y a la Iglesia, al igual que mantener su fe y encomendarse a Dios. No menos importante era su interés por demostrar su humildad, incluso después de una gran heroicidad. Y es que la generosidad debía de ser otra de las características del buen caballero, en contraposición a la avaricia de los que no merecían ningún tipo de fama.
Asimismo, el caballero debía estar acostumbrado a comer y beber con moderación, y aunque no llegase a la castidad, tenía que contener sus apetitos sexuales. Además, pese a que no se vio obligado a renunciar a cualquier tipo de riqueza, no debía utilizarla de forma aparente.
Todos estos valores han quedado en el imaginario colectivo a la hora de hacernos una idea de lo que debía considerarse el perfecto caballero durante la Edad Media, aunque por encima de todo, este debía comprometerse a defender sus ideales y a dar la vida por sus señores. Esta lealtad absoluta la encontramos en el Cid después de ser desterrado de forma injusta por su rey, al no dudar en cumplir siempre los deseos y las órdenes de su señor.
LA IMPORTANCIA DE LA CABALLERÍA EN EL CAMPO DE BATALLA
En cuanto a la evolución de la técnica, el armamento y la estrategia, la caballería se mostró como un elemento imprescindible con el que romper las líneas de infantería en el campo de batalla. Debemos de tener en cuenta que desde los albores de la
CANTARES DE GESTA
Los valores del buen caballero fueron transmitidos durante siglos por los juglares, al recitar unos cantares de gesta en los que el héroe épico era siempre un caballero dotado de una fuerza sobrehumana, capaz de resistir todo tipo de sufrimientos, tanto físicos como psíquicos. Su misión fue tan importante que resultaba habitual la intervención de las fuerzas divinas, pero el cumplimiento de su cometido solía exigir la muerte del guerrero, siendo este uno de los momentos más emotivos de la narración ya que tras ella se escondía la gran lección de un caballero que pagaba con su vida por la defensa de la causa justa.
Edad Media, los pueblos germánicos (entre ellos los visigodos, vándalos y alanos) ya habían introducido importantes modificaciones al utilizar la caballería no como una fuerza auxiliar, tal y como había sido habitual en el ejército romano, sino como una fuerza de choque, cuya participación era cada vez más decisiva para comprender el resultado final de la batalla.
Siendo consciente de ello, Carlos Martel llevó a cabo una reforma para dotar a sus jinetes de un armamento pesado y mayor protección. Pero la aparición de la caballería pesada solo fue posible gracias a la aparición del estribo que permitía al jinete una mayor estabilidad sobre la montura y, por lo tanto, cargar más peso, blandir su espada con mayor efectividad e, incluso, utilizar algún tipo de arma arrojadiza.
El siguiente paso para entender el poder de la caballería fue la aparición de la armadura completa a principios del siglo XIII. Además, esto se produjo en un momento en el que la importancia de la infantería en el campo de batalla empezaba a incrementarse debido al desarrollo de las armas de proyectil como el arco y la ballesta (más adelante las armas de fuego) con las que el infante era capaz de derribar a un jinete que, al menos en un principio, se presentaba en el campo de batalla mejor armado y más protegido. La utilización de estas armas tiene como consecuencia el descenso de las victorias militares atribuidas a la caballería en favor de la infantería.
EL PAPEL DE LA INFANTERÍA
En los siglos altomedievales los contingentes de infantería estaban formados por simples campesinos sin ningún tipo de formación. Esto, por supuesto, les hacía vulnerables ante un ejército de caballería cuando cargaba contra ellos, por lo que, con el tiempo, desarrollaron un sistema de defensa consistente en crear una barrera de escudos con los que frenar a los jinetes y para protegerse de las flechas de los arqueros. Más tarde, se comprobó que los caballos no eran capaces de lanzarse contra una barrera de estacas, lanzas y otras armas de asta como las picas, lo que unido al desarrollo de las armas de proyectil supuso, como dijimos, aumentar el peso de la infantería en el campo de batalla.
La estrategia a seguir por estos ejércitos medievales consistió, en un primer momento, en devastar las fuentes de
LA CABALLERÍA se mostró como un elemento imprescindible con el que romper las líneas de infantería en el campo de batalla.
riqueza del enemigo, especialmente los campos de cultivo y las huertas, aunque a partir del siglo XIII el objetivo prioritario fueron las ciudades, por ser estas los principales centros artesanales y de comercio. Por este motivo se desarrollaron las armas de asedio, necesarias para conquistar los castillos, encargados de la defensa de las tierras de cultivo en zonas rurales y las aldeas campesinas, y, posteriormente, las ciudades, en la mayor parte de las ocasiones totalmente fortificadas.
Entre las armas de asedio destacaba la catapulta, la ballesta y el trabuquete. Estas máquinas utilizaban energía mecánica para lanzar grandes proyectiles y destruir las murallas, pero si se quería conseguir la rendición del castillo también era necesario la utilización de arietes, torres de asedio o largas escaleras apoyadas sobre las paredes con la intención de permitir a un mayor número de soldados internarse en la fortaleza y, si era posible, abrir las puertas y dejar entrar el grueso del ejército para completar la conquista del enclave. Y es que de lo que no hay duda es de que durante la Edad Media las técnicas de guerra alcanzaron un gran desarrollo, y sentaron las bases de la evolución de la armamentística posterior.
EL GRAN CAPITÁN
Ya en el siglo XV, las tropas castellanas del Gran Capitán, lograron combinar en una misma formación de infantería, picas, espadas y armas de fuego, convirtiendo estas unidades (origen de los tercios) en una herramienta ideal para combatir contra todo tipo de enemigos y en cualquier tipo de terrenos.