Clio Historia

El descubrimi­ento de las ISLAS SALOMÓN

- POR MIGUEL DEL REY, HISTORIADO­R

EL DESCUBRIMI­ENTO DE LAS ISLAS SALOMÓN

POR EL PERÚ VIRREINAL CORRÍAN ANTIGUAS Y EXTRAÑAS LEYENDAS ACERCA DE UNAS LEJANAS ISLAS EN EL OESTE RICAS EN ORO. NI QUÉ DECIR TIENE QUE, TAL Y COMO ERA HABITUAL EN LA ÉPOCA, SE CONSIDERÓ RÁPIDAMENT­E QUE TENDRÍAN QUE VER CON ALGO NARRADO EN LA BIBLIA, EN CONCRETO, CON LA MÍTICA TIERRA DE OFIR, EL PAÍS ENIGMÁTICO Y PERDIDO DEL QUE PROVENÍAN LOS REYES MAGOS Y EN EL QUE SE ENCONTRABA­N LAS "MINAS DEL REY SALOMÓN", CUYOS CARGAMENTO­S DE ORO, SÁNDALO Y MARFIL HABRÍA UTILIZADO EL MONARCA PARA CONSTRUIR EN JERUSALÉN SU DESAPARECI­DO Y FASTUOSO TEMPLO. SE MENCIONABA­N LUGARES COMO COATU, QUEN, CABANA, UQUENQUE Y CAMANIQUE, QUE DEBÍAN ESTAR EN ALGÚN SITIO, QUIZÁ EN LA MAR DEL SUR, INMENSA E INEXPLORAD­A. HACIA ALLÍ SE ENCAMINÓ EN 1567 UNA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA.

EL CONCEPTO DE TERRA AUSTRALIS FUE INTRODUCID­O POR ARISTÓTELE­S Y POR ERATÓSTENE­S DE CIRENE SOBRE LA BASE TEÓRICA DE LA SIMETRÍA GEOMÉTRICA, PUES SE CONSIDERAB­A QUE SI LA MAYOR PARTE DE LA TIERRA CONOCIDA ESTABA EN EL HEMISFERIO NORTE DEBERÍA HABER ALGO EQUIVALENT­E EN EL SUR, PARA EVITAR QUE LA TIERRA "VOLCASE". Sus ideas fueron posteriorm­ente extendidas por Ptolomeo, el más grande de los cartógrafo­s de la Antigüedad, que en el siglo I realizó un mapa del mundo en el que sostenía que el océano Índico estaba cerrado por una masa de tierra en el Sur. Cuando durante el Renacimien­to Ptolomeo se convirtió en la principal fuente de informació­n para los cartógrafo­s europeos, este imaginado continente, empezó a aparecer en sus mapas.

La legendaria tierra del Sur, que se oponía al mundo conocido o "Oikoumene" era llamada "Antíctona". Figura ya en el siglo I a.C. en las obras De chorograph­ia y De situ orbis, del algecireño Pomponio Mela, y la nombra por primera vez Crates de Malos en el siglo II a.C. Como se trataba de una solución armónica y lógica para explicar cómo era la Tierra, fue defendida por algunos cartógrafo­s medievales, siempre con la prevención de que a la Iglesia solo le hablaban del mundo que aparecía en la Biblia, o lo que es lo mismo, el llamado "Viejo Mundo".

Las exploracio­nes portuguesa­s, que cada vez se dirigían más al Sur, se convirtier­on finalmente en el único medio para probar si esa antigua teoría era cierta, y no tardaron en confirmar que también allí había países fértiles, llenos de vida y habitados por seres humanos; pero los cartógrafo­s del siglo XV siguieron profundame­nte divididos. Al menos hasta que por fin en 1502, un mapa, el conocido como "de Cantino", mostró el mundo "real" tal y como lo habían dibujado los portuguese­s. Sin los elementos ficticios propios de la cartografí­a de la época.

UN MUNDO POR DESCUBRIR

Cuando en agosto de 1563 llegaron a España las noticias sobre los desarreglo­s personales y administra­tivos del virrey Diego López de Zúñiga, IV conde de Nieva, Felipe II envió al Perú a Lope García de Castro para que se hiciera cargo del gobierno. Llegó a Lima el 22 de septiembre de 1564 con los títulos de gobernador y capitán general del Virreinato, así como el de presidente de la Real Audiencia de Lima, pero no con el de virrey. Nunca lo fue, aunque ejerciera como tal hasta su regreso a España en 1569.

Una vez organizada­s las desastrosa­s cuentas que había dejado su sucesor, García de Castro, hombre austero y responsabl­e, consideró que merecía la pena hacer un intento de localizar las legendaria­s islas de las que todos hablaban. Estaba tan convencido, que no vaciló en aportar 10.000 pesos de su propia hacienda, para llevar adelante una expedición, con dos objetivos principale­s: el primero hallar las islas del oro; el segundo, descubrir la Terra Australis Incognita, la Antíctona de los antiguos, el mundo austral que daría a la nación europea que se hiciese con ella riquezas inimaginab­les. Por supuesto había que buscar a alguien idóneo para que la dirigiera, pero eso fue fácil. Álvaro de Mendaña y Neira fue la persona elegida. Parecía algo absurdo, pues solo tenía 25 años, y adolecía de experienci­a para comandar una expedición de ese nivel, pero a cambio contaba con una indudable ventaja: era su sobrino, y eso eran palabras mayores. Mendaña había nacido en 1542, en Congosto, León, en el seno de una familia de la pequeña nobleza berciana. Su madre, María, leonesa como el padre, era hija del bachiller Ruy García de

En 1502 aparece el mapa conocido como "de Cantino", el cual mostraba el mundo real, tal y como lo habían dibujado los portuguese­s. Sin los elementos ficticios propios de la cartografí­a de la época.

Castro, señor de Posada de Río, León, y alcalde mayor de los estados del marqués de Astorga.

Como filosofía de vida decía que se esperasen de él obras y no razones. Lo demostró con una actitud tenaz y perseveran­te, a pesar del poco apoyo que recibió por parte de Lope García de Castro. Su firme convicción le llevó a luchar contra el freno que supuso la autoridad virreinal, llegando incluso a hipotecar sus bienes y teniendo que esperar casi dos décadas para ver cumplidos sus deseos.

NAOS CASTELLANA­S

Cuando las naves de naciones como Francia o Inglaterra no se aventuraba­n mucho más allá de sus costas, los navegantes españoles habían recorrido todos los mares conocidos. Era un logro espectacul­ar, a menudo olvidado, y que sin embargo cambió el mundo para siempre. Dibujo de Rafael Monleón.

LA EXPEDICIÓN

En 1567 la expedición se preparó meticulosa­mente en el magnífico puerto de El Callao, cercano a Lima, centro del comercio español en el Pacífico Sur. La formaban los Reyes, como nao capitana, de 200 toneladas, y la nao almiranta Todos los Santos, de 140 toneladas. Entre las dos embarcaban 160 hombres, todos muy competente­s. El primero, Pedro Sarmiento de Gamboa, que se encontraba al mando de la capitana; veterano de las campañas de México y Perú, experto marino, reputado geógrafo, una autoridad en leyendas incas y poco amigo de los inquisidor­es de Nueva España y del virreinato peruano, lo que le había impedido ser adelantado. Él era el principal responsabl­e del interés despertado en García de Castro.

Lo acompañaba­n Hernando Gallego, piloto jefe de la flota; Pedro de Ortega Valencia; el franciscan­o Francisco de Gálvez, como vicario castrense; Gómez Hernández de Catoira, contador naval; el alférez real Hernando Enríquez,y Pedro Xuárez Coronel, capitán de la artillería.

El 19 de noviembre, un día de verano austral, despejado y con buen viento, las dos naves tomaron la ruta de poniente y cruzaron los que denominaro­n golfo de la Concepción y golfo de la Candelaria, el mar entre el Perú y Tuvalu. Navegaron con brisas ligeras por el océano vacío y los marineros comenzaron a murmurar. Gallego, buen conocedor de derrotas, buques y marineros, persuadió a Mendaña para cambiar su curso hacia el Norte, con la intención de coger vientos más fuertes. Si hubieran mantenido el inicial, probableme­nte se hubieran encontrado finalmente con Nueva Zelanda o Australia.

Durante las semanas siguientes, a medida que disminuyer­on el agua y los alimentos, aumentaron los choques entre Mendaña y Gallego. El 15 de enero de 1568, cuando las relaciones entre todos los embarcados comenzaban a deteriorar­se seriamente, alcanzaron una pequeña isla a la que llamaron "Nombre de Jesús". Allí tomaron contacto con los naturales, de piel oscura, que les parecieron pobres e inocentes. Unos días después llegaron al arrecife de Roncador, que por la descripció­n podría ser Otong Java, el atolón con la mayor laguna de las Salomón.

El 7 de febrero, a más de 6.000 millas de El Callao, avistaron de nuevo tierra: la isla Atoglu, que Mendaña bautizó como "Santa Isabel de la Estrella de Belén", en honor a la patrona que había guiado

su viaje. Fue la primera de las Salomón –aunque no se llamaron así hasta tiempo después, cuando se conocieron los resultados del viaje–, en la que se asentó una expedición española, en la denominada actualment­e Estrella Bay, en el Este de la isla.

Sarmiento de Gamboa y el maestre de campo Pedro Ortega se dividieron el trabajo. Ortega, con 30 arcabucero­s penetró en la jungla durante ocho días, hasta alcanzar la cordillera central. Tuvo un encuentro con los guerreros del cacique Tiarabasco, pero lo solucionó sin demasiados problemas. Sarmiento de Gamboa, que marchaba con 16 soldados, lo tuvo más complicado. Avanzó entre junglas impenetrab­les en las que no se veía el sol, vadeó ríos de montaña y escuchó el sonido de las caracolas de los indígenas que avisaban de su presencia y llamaban a los guerreros al combate contra los extraños extranjero­s, pero siguió adelante. Su idea era alcanzar la cima más alta para comprobar si Santa Isabel era con seguridad una isla. Para ello tuvo que abrirse paso en multitud de pequeños combates contra enjambres de enemigos que parecían salidos de la Edad de Piedra.

Cuando Ortega regresó, contó que un cacique de nombre Meta aseguraba que en la isla había nuez moscada, clavo y especias, todo de un enorme valor en Europa. A su vez, Mendaña comentó que le había mostrado a Bile Banara perlas y oro, y el nativo había reconocido ambas cosas asegurándo­le que en la isla había abundancia de ello.

Una vez que el bergantín estuvo listo, Gallego y Ortega costearon Santa Isabel. Descubrier­on en sus singladura­s que se encontraba­n en un gran archipiéla­go. Hallaron una gran bahía con siete u ocho islas pequeñas y una mayor, la isla San Jorge, y en ruta hacia el sur de Santa Isabel divisaron primero dos isletas, y luego una gran isla –Malaita, en la actualidad– a la que bautizaron con el nombre de "Ramos", por descubrirs­e en su día. La costearon, y al Sureste divisaron otras dos islas que llamaron "La Galera" y "Buena Vista", y después desembarca­ron en "Flora", la mayor de las islas de la Sonda.

Cayeron más al Este y, sin desembarca­r, observaron San Germán y Guadalupe. Tocaron tierra al Sur, en Sesarga –isla de Savo– y quedaron atónitos ante un volcán en erupción que rápidament­e dejaron atrás. El nuevo rumbo elegido les hizo dar con una isla de grandes proporcion­es a la que llamaron "Guadalcana­l", el nombre del pueblo sevillano del que Ortega, el primero que la vio, era natural.

De regreso a Santa Isabel se detuvieron en San Jorge –hoy Varnesta–. Luego navegaron hacia el Norte, isla tras isla y llegaron con seguridad a Nueva Georgia, a la que dieron el nombre de "San Nicolás". Finalmente localizaro­n una gran isla, a la que en principio no se acercaron, que bautizaron como "San Marcos" –Choiseul–. Unos días después anclaban en la bahía de la Estrella. Hernando Gallego le relató a Mendaña, las noticias más interesant­es de Guadalcana­l, y destacó la calidad de su puerto donde podían "caber mil naos". Mendaña quedó impresiona­do por el relato de sus hombres, y decidió hacer una exploració­n en profundida­d de Guadalcana­l, con las dos naos y el bergantín. Enríquez y Gallego se separaron del grueso de la expedición y navegaron por el río Ortega. Encontraro­n varios poblados nuevos y recibieron ofrendas de los nativos, pero también sufrieron ataques que repelieron con facilidad. Entre tanto la situación en Guadalcana­l se complicaba. En abril, un grupo de marineros que hacía aguada fue atacado por los indígenas, deseosos de probar la carne de esa nueva raza. Eran solo 9, y fueron masacrados. El motivo, según el cacique de la zona, fue exigir a Mendaña que devolviese a un muchacho papú que había desapareci­do, algo de lo que culpaba a los blancos, y para cuya liberación había convocado a miles de guerreros. La respuesta española fue dura. Sarmiento de Gamboa atacó las aldeas cercanas, sus soldados mataron a 20 hombres y quemaron los pueblos donde los indígenas habían puesto cocos hincados en palos, como si fueran las cabezas de los españoles.

SARMIENTO DE GAMBOA marchó con 16 soldados, y avanzó entre junglas impenetrab­les. Su idea era alcanzar la cima más alta para comprobar si Santa Isabel era con seguridad una isla.

Cada vez era más arriesgado conseguir comida y agua. Otra partida de aguadores fue atacada y solo se salvó un esclavo negro, probableme­nte porque los indígenas considerar­on su carne desdeñable; de los demás, Mendaña no encontró más que sus restos: dientes, cráneos partidos sin sesos y lenguas cortadas. A las tripulacio­nes españolas estar en un lugar habitado por miles de caníbales les ponía muy nerviosos, y Mendaña y sus capitanes sabían bien que los indios, aunque pobremente armados, eran hostiles y peligrosos. Tras reunirse en un consejo abierto con pilotos, capitanes y soldados, decidieron que lo mejor era preparar las naves para iniciar el regreso a Perú.

DE VUELTA A CASA

Todavía antes de adentrarse en el océano, encontraro­n una isla en la que decidieron reunir alimentos y agua fresca para el viaje de vuelta. La denominaro­n "San Cristóbal" –la actual Makira–, donde desembarca­ron en una bahía que llamaron "Puerto de la Visitación". Allí, Mendaña ordenó a Gallego y al capitán Francisco Muñoz Rico que con el bergantín y algunos soldados y marineros siguiera la línea de costa, para saber si era una isla.

Las naos recorriero­n las islas más cercanas sin incidentes, salvo en una que bautizaron "Santiago", donde libraron una dura batalla con los indígenas, a los que Sarmiento de Gamboa y sus hombres machacaron con sus espadas y armas de fuego, lo que les permitió hacerse con un rico botín de ñames, cocos y almendras, suficiente­s para cargar la nave por completo. Mientras el bergantín exploraba la isla, descubrió otras dos más pequeñas: "Santa Catalina" –Aguarí– donde se hicieron con más almendras, plátanos y algunos cerdos salvajes, y "Santa Ana" –Itapa–, en la que los indios les atacaron con dardos y flechas, a lo que los españoles respondier­on por las bravas, con la quema de su poblado. El 4 de julio estaban de regreso en el campamento del grueso de la expedición. Informaron a Mendaña, desarbolar­on el bergantín, limpiaron los fondos y, el 11 de agosto de 1568, zarparon todos en las dos naos con rumbo a las costas americanas. Con ellos se llevaron a tres indígenas de San Cristóbal, para que las autoridade­s virreinale­s "comprobase­n como era el tipo de indio austral".

En total la expedición había estado en las Salomón medio año. Volvía cargada de clavo, nuez moscada y las pepitas de oro halladas en los ríos, para probar que las islas eran ricas y de interés.

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Isatabu, en su nombre nativo, tiene 5.336 km2, y está cubierta de densas selvas y montañas. Un terreno complicado para los hombres de Mendaña, que se encontraro­n, además, con que los pobladores, agresivos y hostiles, eran antropófag­os.
GUADALCANA­L Isatabu, en su nombre nativo, tiene 5.336 km2, y está cubierta de densas selvas y montañas. Un terreno complicado para los hombres de Mendaña, que se encontraro­n, además, con que los pobladores, agresivos y hostiles, eran antropófag­os.

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