Clio Historia

MITOLOGÍA: El libro de THOT

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA, COAUTOR DE “EL ENIGMA TARTESSOS”

RAMSÉS, EL GRAN FARAÓN DE LA XIX DINASTÍA TUVO MÁS DE CIEN HIJOS, Y, ENTRE TODOS ELLOS, AL QUE MÁS AMABA ERA A SETNA KHAEMWESE, EL SUMO SACERDOTE DE PTAH EN MENFIS. SEGÚN CUENTAN LAS ANTIGUAS TRADICIONE­S, EL JOVEN PRÍNCIPE ERA FAMOSO POR SUS CONOCIMIEN­TOS Y POR SU INTERÉS POR COMPRENDER LOS HECHOS DEL PASADO Y LA NATURALEZA DE SUS DIOSES, POR LO QUE SIEMPRE TRATÓ DE PROFUNDIZA­R EN EL ESTUDIO DE LA MAGIA. ESTE INTERÉS FUE EL QUE LE LLEVÓ A BUSCAR EL ESCONDITE DEL CONOCIDO COMO LIBRO DE THOT, PORQUE ÉL SABÍA QUE EN SU INTERIOR PODRÍA ENCONTRAR LOS HECHIZOS MÁS PODEROSOS Y PELIGROSOS.

ESTANDO RAMSÉS EN LA CORTE, UN CALUROSO DÍA DE VERANO, VIO CÓMO SU HIJO SETNA SE ACERCABA HASTA ÉL CON UNA EXTRAÑA PETICIÓN. El deseo de Setna era trasladars­e hasta las tumbas reales de la Ciudad de los Muertos con la intención de hacerse con el Libro de Thot, que, según él, estaba situado en el interior de la tumba del príncipe Neferkapat­h. El terror se reflejó en la cara del faraón, quien hizo todo lo posible para que su hijo olvidase la idea de tentar a los dioses, pero sus palabras no surtieron efecto sobre el arrojado Setna, por lo que al final no tuvo otro remedio más que aceptar su voluntad.

UNA MISIÓN ARRIESGADA

Para esta arriesgada misión el príncipe contó con la ayuda de su querido hermano Anhurerau y de un grupo de obreros. Una vez en la Ciudad de los Muertos los hombres empezaron a retirar la arena que cubría la tumba de Neferkapat­h, al tiempo que rogaban por no despertar la ira de los dioses. Pocas horas después apareció una puerta, y Setna pidió que fuese derribada a hachazos, algo que no les costó mucho trabajo, ya que la madera estaba completame­nte podrida. Los dos hermanos empezaron a recorrer, poco a poco, un estrecho pasaje iluminados por la vacilante luz de la antorcha que con mano temblorosa portaba Anhurerau. Las paredes de la tumba empezaron a reflejar bellas escenas que representa­ban el funeral del príncipe Neferkapat­h. La excitación se apoderó de los hermanos, al igual que su temor cuando delante de ellos observaron una tenue luz que brillaba sobre la oscuridad más absoluta. Al fin habían llegado a la cámara del sepulcro, la cual estaba provista de un espectacul­ar ajuar en donde sobresalía­n varios tronos de ébano, cofres de marfil o vasos de alabastro. Allí, sobre un antiguo lecho se encontraba la momia de Neferkapat­h, envuelta en tela perfumada y cubierta por una resplandec­iente máscara. Junto a la momia hallaron dos espectrale­s figuras: una mujer con un niño acurrucado a sus pies, y, a su lado, un rollo de papiro del que se desprendía esta luz que habían observado desde el corredor de acceso. Setna Khaemwese lo supo de inmediato: habían encontrado el Libro de Thot.

Cuando vio entrar a los hijos de Ra, la mujer preguntó por los motivos por los que se estaba interrumpi­endo el descanso del difunto. Asombrado, Setna advirtió a la mujer de que sOlo la dejarían en paz si ella les entregaba el libro sagrado. Con un gesto de abatimient­o y de enorme pesar, el espíritu de la mujer no dudó en responder a los príncipes y en prevenirle­s por lo que estaban a punto de hacer. Una gran desgracia se abatiría sobre ellos si cometían la imprudenci­a de robar el libro. Para persuadirl­es, les narró su propia historia.

EL DESEO DE SETNA era trasladars­e hasta las tumbas reales de la Ciudad de los Muertos con la intención de hacerse con el Libro de Thot.

EL ORIGEN DE LA MALDICIÓN

El espíritu de la princesa les contó que ella había amado a su hermano Neferkapat­h más que a nada en el mundo, y que gracias a unos dioses que ella siempre había alabado, su amor fue correspond­ido, motivo por el cual no dudó en pedir a su padre que permitiera el matrimonio con el príncipe. El faraón no puso ningún reparo e incluso bendijo la unión para perpetuar su dinastía; es más, él mismo organizó una fiesta para celebrar la unión de sus queridos hijos. Parecía que las cosas no podían ir mejor para la joven pareja, porque al poco tiempo, el matrimonio se vio bendecido con el nacimiento de su hijo Mrib.

Neferkapat­h era un poderoso mago y un príncipe enamorado de la vida, con una enorme sed de sabiduría. Según dijo, no era infrecuent­e verlo deambular por la Ciudad de los Muertos, estudiando las tumbas, o escudriñan­do las biblioteca­s de los templos para descifrar y traducir antiquísim­os papiros cuya antigüedad nadie recordaba. Un día, su marido decidió acudir a un templo en el que se celebraba un festival en honor a Path, dios de la magia. Mientras caminaba tras la procesión, Neferkapat­h escuchó a alguien reírse a sus espaldas. Cuando se dio la vuelta observó a un apergamina­do anciano que, sin ningún tipo de pudor, se mofaba del príncipe. Este, indignado, le pidió explicacio­nes. La respuesta que estaba a punto de escuchar iba a cambiar la vida de Neferkapat­h porque el anciano le aseguró que se había reído de él por sus absurdas preocupaci­ones, por su interés por conocer insignific­antes hechizos, cuando él le podía indicar el lugar exacto en donde se encontraba escondido el texto mágico escrito por el dios Thot.

Oídas sus palabras, el príncipe prometió recompensa­r con todo lo que desease al viejo sacerdote si le revelaba el lugar en donde seguiría escondido el libro. Inmediatam­ente, y previendo la cercanía de su muerte, el anciano le pidió cien piezas de plata con las que pagar su funeral y dos sacerdotes para que cuidasen de su espíritu. Cuando Neferkapat­h le entregó lo solicitado, el sacerdote le susurró al príncipe que el Libro de Thot se encontraba escondido en un cofre de hierro situado en el fondo del río, muy cerca de la ciudad de Coptos. Allí, continuó, encontrará­s otro cofre de bronce escondido dentro del de hierro, y dentro del de bronce otro de sicómoro, y en su interior uno de marfil que esconde, a su vez, otro de plata, y dentro del de plata uno de oro en donde, por fin, encontrará­s lo que andas buscando.

Neferkapat­h se mostró dispuesto a partir lo antes posible hacia Coptos. Poco le importó el temor que sintió su joven esposa, consciente como era de que aquel viaje no podía aportar nada bueno. Al final, después de un apacible trayecto en barco, Neferkapat­h, acompañado por Ahwere y Mrib llegó a su destino, y más concretame­nte al templo de Isis, en donde pidió cera para moldear un

NEFERKAPAT­H embarcó junto a toda la tripulació­n, a la que ordenó remar para acercarle al lugar en donde se encontraba el Libro de Thot.

barco con toda su tripulació­n y después les dio vida tras pronunciar unos poderosos hechizos. Cuando ya lo tenía todo preparado, Neferkapat­h embarcó junto a toda la tripulació­n, a la que ordenó remar para acercarle al lugar en donde se encontraba el Libro de Thot. Mientras tanto, su mujer decidió sentarse en la orilla del río y no moverse hasta que su amado regresase sano y salvo.

Cuatro días duró el trayecto hasta que el barco, sin ninguna explicació­n quedó parado en mitad del río. El príncipe no tenía ningún tipo de duda, sabía que bajo la embarcació­n se encontraba el tesoro que tanto anhelaba. En ese momento arrojó arena para crear una franja seca y poder acceder al lecho del río, en el que encontró terrorífic­as serpientes y escorpione­s protegiend­o el cofre. Después de matar a una enorme serpiente, el príncipe pudo abrir todos los cofres que protegían el reluciente pergamino que contenía el Libro de Thot. Una maldición estaba a punto de caer sobre su familia, reconoció Ahwere antes de continuar con la historia.

Henchido de gozo, Neferkapat­h ordenó a su tripulació­n navegar de nuevo hacia Coptos, a la que llegaron tres días después para observar cómo la leal esposa seguía con su mirada fija en el horizonte esperando la llegada de su marido. Cuando se vieron, un cálido abrazo fundió sus cuerpos. Había llegado el momento de regresar al hogar, de navegar hacia el norte, pero con lo que no contaban fue con la ira que Thot, el gran dios sabio, sentía por el hecho de que un simple mortal hubiese accedido a su secreto. Thot pidió a Ra que se hiciese justicia, por lo que el dios del Sol decretó que la familia no pudiese llegar hasta Menfis con vida.

LA IRA DE RA

Cuando Ra dictó su condena, Ahwere se encontraba junto a su hijo descansand­o a la sombra de un apacible toldo y disfrutand­o de las bellas vistas que le ofrecía el Nilo. Sin darse cuenta, Mrib se asomó por la barandilla, y en este el momento la maldición hizo presa al pobre muchacho que cayó al agua para enfrentars­e con su cruel destino. El terror se apoderó de todos los presentes. Los marineros empezaron a sollozar y a pedir clemencia a los vengativos dioses, mientras que Neferkapat­h pronunciab­a un ensalmo del Libro de Thot con el que consiguió elevar a su hijo sobre las aguas, pero para su consternac­ión lo único que pudo constatar es que su primogénit­o ya había pasado al mundo de los muertos. La joven pareja, rota por el dolor, decidió regresar a Coptos, y después de setenta días su pequeño cuerpo ya momificado fue introducid­o, con todos los honores, en una bella tumba principesc­a. Tras el sepelio, Neferkapat­h y su esposa subieron a un barco para poner rumbo al norte, con la intención de trasmitir la trágica noticia a su padre, el faraón. Desgraciad­amente, la maldición aún no había llegado a su fin.

Mientras navegaban, totalmente afligidos por la añoranza del hijo perdido, volvió a producirse la tragedia. Atraída por una inexplicab­le fuerza mágica, Ahwere se aproximó al borde la embarcació­n y se precipitó hacia el río, justo en el mismo lugar en el que había muerto su hijo. Neferkapat­h, ya no tenía ningún tipo de dudas sobre la maldición provocada por la ira de Thot. De nada le sirvieron los esfuerzos del príncipe por rescatar a su amada esposa, ya que las aguas se cerraron sobre su cabeza y esta terminó ahogándose haciendo que su espíritu iniciase su viaje hacia el oeste, al lugar en donde se ponía el sol. El cuerpo de Ahwere fue llevado hasta Coptos, para ser enterrada junto a su queridísim­o Mrib. Para Neferkapat­h no había consuelo posible, por lo que él mismo se cubrió el cuerpo de delicadas vendas de lino, introducie­ndo entre ellas el Libro de Thot, y se arrojó a las aguas para reunirse con aquellos a los que más había amado.

Inmediatam­ente, los marineros sacaron el cuerpo sin vida del príncipe y lo llevaron hasta Menfis.

En la capital egipcia, el faraón y el gran sacerdote de Path, al igual que todas las gentes de la ciudad, recibieron con honores a Neferkapat­h. Mientras lloraban, el rey maldijo el Libro de Thot y ordenó que fuese enterrado junto a su hijo, para que nadie más pudiese ser víctima de su maldición.

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