El AUTO de FE de la Santa INQUISICIÓN
LA INVASIÓN TURCA DE LA RÍA DE VIGO A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVII DEJÓ MUCHAS MÁS VÍCTIMAS POR BRUJERÍA QUE LA ARCHICONOCIDA MARÍA SOLIÑA. Y algunas de ellas nos sirven para eliminar la falsa creencia de que en España las hogueras se encendían al menor signo de practicar ritos satánicos.
Catalina de la Iglesia era vecina de Coiro, junto a Cangas. Tenía treinta y nueve años y estaba casada con Juan Martínez Labrada. Para 1626, ya llevaba algún tiempo en prisión junto a otra canguesa, Elvira Martínez. Ambas habían sufrido tormentos y estaban condenadas a morir en la hoguera. Pero entonces las reclamó a ambas el Comisario de la Inquisición, por lo que entraron en las cárceles secretas de Santiago de Compostela en agosto de ese mismo año.
En el primer interrogatorio, Catalina confesó haber dado muerte a cinco niños de los que indicó sus nombres. No obstante, en una segunda confesión se retractó, indicando que si había dicho tales cosas se debió al tormento al que estaba siendo sometida y los enormes dolores que le producía. Era cierto que habían muerto cinco niños, pero ocurrió por muerte natural y ella no era la responsable de lo sucedido.
Volvieron a llevarla a la cámara de tormento, y tan pronto como la desnudaron volvió a confesar. Dijo también que había acudido con apenas veinte años, junto con su madre, a unos bailes nocturnos junto a otras mujeres. A esas citas, dijo, acudían en un barco que conducía el mismísimo demonio bajo la figura de un macho cabrío.
No teniendo muy clara la situación debido a los cambios en las confesiones,
a Catalina se le asignó un abogado que le conminó a contar toda la verdad a fin de que el tribunal tuviera misericordia de ella. Y así pidió hacerlo la mujer. Contó que cuando tenía unos veinte años fue a casa de una vecina, y que estando allí entró un hombre al que nunca había visto. Las mujeres que estaban en la casa le preguntaron si quería casarse con él, y aunque Catalina rehusó en un primer momento, ante las incitaciones de las mujeres accedió, a pesar de que ya estaba casada y, aunque no supo darse cuenta de con quién, estaba contrayendo matrimonio.
CASADA CON EL DIABLO
Su nuevo esposo la marcó en la espalda con una uña y al fin, mientras consumaban el matrimonio, se dio cuenta de que el cuerpo de él estaba frío. Pero le había prometido riquezas y bienes en esta vida, y darle la gloria en la otra, si bien, a cambio, Catalina debió renegar de Dios, de la Virgen y de las leyes divinas. Ella accedió al trato y se entregó al diablo. Con esas condiciones se casó con él, y le hacía reverencias e incluso se deja entrever en la documentación del proceso que practicó sexo oral con él. Y así se mantuvo durante tres años, siendo consciente de que todo ello iba en contra de la Iglesia.
RITOS SATÁNICOS
Narró también cómo las mujeres con las que se hallaba realizaban ciertos conjuros con ceniza y que luego regresaban a sus casas, convertidas en gatos, y que las acompañó para dar muerte a los niños de los que había hablado anteriormente. Junto a ellas iba el diablo transfigurado en macho cabrío.
Tanto Catalina como su compañera Elvira fueron juzgadas por el Tribunal, el cual entendió en parte que todo aquello habían sido devaneos de juventud. Fue condenada a salir al tablado en un Auto de Fe vistiendo las insignias de bruja, y se la conminó a abjurar de sus errores y a reconciliarse en forma. El hábito de bruja se le quitó al día siguiente en la sala de la Audiencia y se colgó, como todos los sambenitos, en la pared del pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago, tras lo cual se la dejó en libertad. Se le advirtió al juez de Cangas de que la mujer ya había sido juzgada y el proceso estaba concluido.
Así fue cómo tanto Catalina como Elvira se libraron de la hoguera. No sin padecimientos, pero son un ejemplo más de lo muy alejada que estuvo la Inquisición española en aquellos años de lo que ocurría en otros lugares de Europa.