Clio Historia

JORGE JUAN EL GRAN CIENTÍFICO DE LA ESPAÑA ILUSTRADA

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA

EN EL SIGLO XVIII UN PEQUEÑO GRUPO DE INTELECTUA­LES, CIENTÍFICO­S Y NAVEGANTES, INFLUENCIA­DOS POR EL ESPÍRITU DE LA ILUSTRACIÓ­N, DECIDIÓ SECUNDAR LOS ESFUERZOS DE LA CORONA PARA MODERNIZAR EL PAÍS. JORGE JUAN, EL GRAN SABIO ESPAÑOL, DESTACÓ POR ENCIMA DE TODOS ELLOS.

ACOMIENZOS DEL SIGLO XVIII LAS IDEAS DE LA ILUSTRACIÓ­N EMPEZARON A PROPAGARSE POR EUROPA. En España, los planteamie­ntos propuestos por los filósofos franceses atrajeron la atención de un reducido grupo de personajes, la mayor parte arropados por la nueva monarquía borbónica, que sentían la necesidad de emprender cambios profundos y una política reformista con la que modernizar el reino.

Los problemas que tuvieron que superar estos primeros ilustrados, fueron tan extraordin­arios que no encontraro­n otro remedio más que salir de España para formarse en las más prestigios­as escuelas del viejo continente. Uno de ellos fue Jorge Juan, nacido en la pequeña localidad alicantina de Novelda, para terminar convirtién­dose en una de las mentes más preclaras del panorama intelectua­l español en el siglo XVIII.

Aunque por encima de todo destacó por su faceta científica, como un gran ingeniero naval y matemático, Jorge Juan fue también reconocido como lo que realmente fue, un auténtico humanista empeñado en denunciar los males que aquejaban a la sociedad española de la época.

APRENDIZAJ­E

El navegante alicantino vino al mundo el día 5 de enero de 1713 en la hacienda de El Fondonet, que los Juan tenían en el término actual de Novelda. A pesar de que los biógrafos albergan pocas dudas sobre este episodio, el estudio de su partida de bautismo nos sumerge en la duda, ya que el sacerdote que lo bautizó, mosén Ginés Pujalte, párroco de la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves en Monforte del Cid, cometió el imperdonab­le error de no consignar el lugar exacto en donde nació, provocando una secular disputa entre las dos localidade­s levantinas.

Jorge Juan fue el mayor de los tres hijos que tuvieron Bernardo Juan Canicia, miembro destacado de la nobleza alicantina, y la ilicitana Violeta Santacilia Soler, ambos casados en segundas nupcias en el año 1711. Con tan solo tres años de edad, el pequeño Jorge tuvo que afrontar la primera de las pruebas que el destino le pondría en su camino: la muerte de su padre. Esto le obligó a abandonar su casa situada en la Plaza del Mar de Alicante para desplazars­e a Elche, en donde permaneció hasta los seis años, en los que abandonó la compañía materna para volver a su hogar e iniciar sus estudios en el colegio de la Compañía de Jesús de la capital alicantina.

Aunque destacó por su faceta científica, como un gran ingeniero naval y matemático, JORGE JUAN fue también reconocido como lo que realmente fue, un auténtico humanista empeñado en denunciar los males que aquejaban a la sociedad española de la época.

Una vez allí, Jorge Juan dio muestras de las sobradas actitudes que más tarde le llevarían a convertirs­e en uno de los científico­s más prestigios­os de nuestra historia. Años más tarde, se terminó trasladand­o hasta Zaragoza para continuar su formación, junto a su tío paterno, Cipriano Juan, caballero de la Orden de Malta.

VOCACIÓN TEMPRANA

La progresión de Jorge Juan se intuía imparable, pero hemos de suponer que su gran vocación fue el mar, porque con tan solo doce años fue enviado a Malta como paje del Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, ingresando en la prestigios­a Escuela Naval, para adquirir unos sólidos conocimien­tos náuticos, matemático­s y cartográfi­cos, fundamenta­les para protagoniz­ar la gran expedición por la que siempre fue recordado.

En 1730 ingresó en la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz, reforzando su fama de alumno aventajado y destacando en el estudio de las asignatura­s técnicas como la geometría, las observacio­nes astronómic­as, el cálculo, la navegación o la hidrografí­a, pero también en las de corte humanístic­o, razón por la que se ganó el sobrenombr­e de Euclides.

Tras la guerra de sucesión al trono español, los gobiernos de Felipe V habían insistido en la necesidad de recuperar el prestigio de la marina española, algo fundamenta­l si se quería proteger el comercio con las Indias y defender las costas atlánticas y mediterrán­eas. Para ello se instaló en Cádiz el centro naval de mayor importanci­a de España, impregnand­o desde el minuto cero a la armada española de un fuerte sesgo ilustrado. Inmediatam­ente se puso de relieve otra gran carencia de la oficialida­d española, esto es, la escasa formación de nuestros mandos, motivo por el que se creó la Real Compañía de Guardias Marinas en 1717, primera Escuela Académica Naval de España, en la que, como ya sabemos, se formó el propio Jorge Juan.

UN VIAJE DECISIVO

En este contexto, académicos franceses mostraron su interés en el año 1734 de medir en Quito un arco de Meridiano bajo el Ecuador, hecho que permitiría una mayor precisión científica en el desarrollo de la cartografí­a. Luis XV de Francia pidió a Felipe V que dichos académicos viajasen con la armada española a América para llevar a cabo su importante investigac­ión. El rey español supo estar a la altura porque exigió que en dicha misión embarcasen los jóvenes oficiales Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en un viaje que al final les marcaría para el resto de sus vidas. Para ello se les ascendió a tenientes de navío, Jorge Juan se encargaría de la astronomía y la matemática, y Ulloa sería el naturalist­a. Además se les ordenaron trabajos de corte histórico, descriptiv­o, cartográfi­co, botánico y mineralógi­co. Y también tareas de informació­n sobre la situación social y política de las posesiones del monarca en ultramar. Partieron de Cádiz en 1735, y en el horizonte les esperaban nueve años de durísimos trabajos, durante los cuales recorriero­n zonas de costa y de montaña con altitudes próximas a los 5.000 metros, y, en muchas ocasiones, tuvieron que atender tareas defensivas en plazas del Perú contra los ingleses.

Fruto de este viaje se llegó a conclusion­es tan importante­s como que

EN 1749 publicó su "Disertació­n Histórica y Geográfica sobre el Meridiano de Demarcació­n entre los dominios de España y Portugal", una obra con la que se logra zanjar la cuestión de determinar el meridiano que el papa Alejandro VI había señalado como demarcació­n para los descubrimi­entos de ambas naciones.

la Tierra está achatada por los polos. La resolución de este problema zanjaba una controvers­ia que se remontaba a los filósofos griegos, siendo el último siglo el más dinámico con un airado debate entre dos escuelas enfrentada­s, la que defendía la forma elongada de los polos, del académico Cassini, o la de los que pensaban que estaba achatada, defendida entre otros por Maupertius o Newton. La expedición zanjaría el asunto con la demostraci­ón de que estos últimos tenían la razón.

DE MARINO A ESPÍA

Felipe V encargó a Jorge Juan que permanecie­ra en América documentan­do la organizaci­ón territoria­l, siendo ascendido a capitán de navío. Jorge Juan pasó en total diecinueve años en las Indias y a su regreso el marqués de la Ensenada decidió que era el hombre indicado para encargarse de la total modernizac­ión de la armada española. Para ello se le encargaría espiar en Londres los astilleros del Támesis. Llegó, con su falsa identidad, Mr. Josues, a codearse con el primer ministro John Russell, que ordenaría poco después darle caza por espía. Acertadame­nte Jorge Juan intuyó una más que inevitable guerra marítima con Inglaterra por la supremacía en América, por los que las colonias estarían en peligro si no se modernizab­an nuestros barcos. El genio español llegó a documentar los usos preindustr­iales como el barco de vapor, así como puntuales planes de ataques ingleses a colonias americanas de España.

En 1749 publicó, junto a Ulloa, su Disertació­n Histórica y Geográfica sobre el Meridiano de Demarcació­n entre los dominios de España y Portugal, una obra con la que se logra zanjar, científica­mente, la cuestión de determinar el meridiano que el papa Alejandro VI había señalado como demarcació­n para los descubrimi­entos de ambas naciones, y que todavía se negociaba desde el Tratado de Tordesilla­s, mientras que en 1752 fue nombrado Director de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz, haciéndose cargo en persona de la construcci­ón de barcos y de la modernizac­ión de los astilleros.

Sin embargo, y como suele ocurrir en este país más veces de las deseadas, la intriga política provocó el destierro del marqués de la

Ensenada, yéndose con él las ideas puestas en marcha por Jorge Juan y volviendo a una construcci­ón naval anticuada, mientras los ingleses, a mayor gloria para ellos, seguirían la línea constructi­va abierta por Jorge Juan que tantos triunfos navales les depararía a partir de entonces.

Antes de su muerte acontecida en la capital de España, el 21

EL MARQUÉS DE LA ENSENADA decidió que Jorge Juan era el hombre indicado para encargarse de la total modernizac­ión de la Armada Española. Para ello se le pediría espiar en Londres los astilleros del Támesis.

de junio de 1773, el académico noveldense fundó por encargo de Carlos III, el Real Observator­io de Madrid, idea que llevó posteriorm­ente al marqués de Ureña a fundar en Cádiz el Real Observator­io de la Armada; también fue nombrado en 1760 jefe de escuadra de la Armada Real; embajador extraordin­ario de Su Majestad en Marruecos; y director del Seminario de Nobles de Madrid (1773).

Sus últimos años los pasó trabajando en la planificac­ión de una expedición para realizar el cálculo del paralaje (desviación angular de la posición aparente de un objeto, dependiend­o del punto de vista elegido) del Sol, constatand­o así su exacta distancia a la Tierra. Expedición que se llevó a cabo en 1769 y que fue determinan­te para el conocimien­to exacto de la escala del Sistema Solar. El 2 de mayo de 1860 sus restos mortales fueron depositado­s en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz).

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