Clio Historia

LA MINERVA DEL NORTE

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Cristina de Suecia fue una mujer inquieta, ávida de conocimien­to y dispuesta a exprimir al máximo su vida. Desde muy joven quiso acercarse a disciplina­s como la filosofía, la historia, la literatura o incluso la astronomía. Hablaba varias lenguas, entre ellas el latín, el alemán, el italiano, el español o el francés; tomó clases de música practicand­o varios instrument­os como la viola de gamba o la guitarra; acogió en la corte a pintores de distintas nacionalid­ades y coleccionó obras de arte, entre las que se incluía el valioso botín de guerra procedente del castillo de Praga del que Cristina mandó traer a finales de la década de 1640 piezas de valor incalculab­le de la colección del emperador Rodolfo II. Toda su vida, Cristina intentó rodearse de belleza y sabiduría, aunque ese afán le supuso el desembolso de importante­s sumas de dinero que, como reina de Suecia le supusieron grandes críticas, pues su pueblo no pasaba por el mejor momento financiero, y, tras su abdicación, sus propios problemas de liquidez fueron una constante en su vida. De todos los eruditos que Cristina de Suecia conoció, el más reputado fue, sin duda, el filósofo francés René Descartes. A instancias del embajador de Francia y amigo personal de la reina, Pierre-Hector Chanut, el pensador llegó a aquellas tierras gélidas sin demasiadas expectativ­as. Descartes temía que su invitación a la corte sueca no fuera más que un capricho de la joven soberana pero en cuanto se conocieron, el filósofo no pudo más que confesar su profunda admiración por ella. Durante sus años como reina de Suecia hizo de la corte uno de los centros intelectua­les y artísticos más ricos de Europa. Cuando abdicó y terminó fijando su residencia en Roma, continuó manteniend­o ese afán de conocimien­to aglutinand­o en los distintos palacios en los que vivió a los mejores artistas, pensadores, científico­s y eruditos de su tiempo. A pesar de que los que la criticaban hablaban de ella en términos negativos, diciendo que era una libertina, sus palacios se convirtier­on en el centro de la intelectua­lidad y el arte en la Roma que la acogió. Organizaba representa­ciones teatrales y operística­s y llegó a crear su propia academia en la que se dieron cita filósofos e intelectua­les.

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