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MITOLOGÍA: HÉRCULES y la cierva de dorada Cerinea

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA, COAUTOR DE “EL ENIGMA TARTESSOS”

CUENTA EL MITO QUE UN CÁLIDO DÍA DE VERANO LA DIOSA ARTEMISA, SIENDO SOLO UNA NIÑA, OBSERVÓ UNA MANADA DE CINCO CIERVOS, CUATRO MACHOS Y UNA HEMBRA, PASTANDO ALEGREMENT­E BAJO EL SOL, MUY CERCA DEL PEDREGOSO RÍO LADÓN. MARAVILLAD­A POR LA BELLEZA DE LOS ANIMALES, LA DIOSA DE LA CAZA COMPROBÓ QUE TODOS ELLOS TENÍAN LAS PEZUÑAS DE BRONCE Y LA CORNAMENTA DE ORO, ADEMÁS DE UN TAMAÑO SUPERIOR AL DE UN TORO. SIN DUDARLO, ARTEMISA DECIDIÓ DARLES CAZA CON LA IDEA DE ENGANCHARL­OS A SU CARRO, POR LO QUE SALTÓ SOBRE ELLOS Y LOS AGARRÓ POR LOS CUERNOS PARA DESPUÉS TUMBARLOS EN EL SUELO. UNO TRAS OTRO, LOS CIERVOS FUERON SUCUMBIEND­O ANTE EL DECIDIDO ATAQUE DE LA DIOSA, AUNQUE, EN EL ÚLTIMO MOMENTO, LA HEMBRA LOGRÓ ESCAPAR Y REFUGIARSE EN EL MONTE CERINEA, CERCA DE LA ARCADIA, DONDE UN TIEMPO DESPUÉS FUE APRESADA POR LA PLÉYADE TÁIGETE, HIJA DE ATLAS Y PLÉYONE.

DESPUÉS DE COMPROBAR QUE SU ENEMIGO HÉRCULES HABÍA LOGRADO DERROTAR A LA TEMIDA HIDRA DE LERNA, EL MALICIOSO EURISTEO DECIDIÓ ENCARGAR AL HÉROE GRIEGO UN NUEVO TRABAJO, EN ESTA OCASIÓN CAZAR A LA FAMOSA CIERVA DORADA DEL MONTE CERINEA. El rey de Micenas sabía que Hércules era un habilidoso arquero, por lo que no encontrarí­a demasiados impediment­os para capturar al animal. El auténtico problema al que tendría que enfrentars­e era la ira de la diosa Artemisa, que velaba por la libertad y la salud del animal, por lo que no dudaría en condenar a muerte a aquel que cometiese la imprudenci­a de atacar a la cierva.

EL AUTÉNTICO PROBLEMA al que debería enfrentars­e era la ira de Artemisa, que velaba por la libertad y la salud del animal.

UN NUEVO RETO

Cuando fue consciente del nuevo reto que debía afrontar para expiar sus antiguos pecados, Hércules se puso en movimiento

pero, tal y como había previsto, la tarea no iba a resultar nada sencilla. Después de una larga búsqueda logró encontrar a la cierva pastando en la ribera de un río.

Frente a ella, Hércules recordó que no debía derramar ni una gota de su sangre, si no quería sufrir un despiadado castigo por parte de la diosa de la caza. Mientras el héroe se preguntaba a sí mismo por la manera en la que podría capturar a este animal que era más veloz que el viento, la cierva se percató de su presencia y escapó a toda prisa. La persecució­n duró un año, y durante todo este tiempo el héroe tuvo que atravesar llanuras y valles, escalar pronunciad­as montañas y superar marismas intransita­bles.

A pesar de redoblar su esfuerzo, al héroe le resultaba muy difícil alcanzar al animal, ya que este corría cada vez más rápido (tanto que las flechas del griego no eran capaces de alcanzarla). Por fin, cuando regresó la primavera y los campos empezaron a florecer, Hércules pudo alcanzarla en el país de los Hiperbóreo­s (otras tradicione­s nos cuentan que, en realidad, la encontró en Ladón).

Aprovechan­do el momento en el que la cierva se tomaba un descanso para saciar su sed en las orillas de un río de aguas cristalina­s, Hércules tomó su arco, tensó su cuerda y disparó una certera flecha que surcó el aire y alcanzó al animal entre el hueso y los tendones de las patas traseras. Su victoria era total porque, además de inmoviliza­r a su presa, el héroe consiguió que la cierva no derramase su sangre.

EL REGRESO

No sin esfuerzo, debido a su gran tamaño, Hércules cargó con la Cierva de Cerinea y la puso sobre su hombro. De esta manera, emprendió el viaje de regreso a Micenas para dar testimonio de su nueva victoria, pero a mitad de trayecto, una mujer alta y hermosa que llevaba un arco y un carcaj a su espalda se cruzó en su ca

Aprovechan­do el momento en el que la cierva se tomaba un descanso para saciar su sed, HÉRCULES tomó su arco y disparó una certera flecha que alcanzó al animal.

mino y lo amonestó por capturar la cierva consagrada por la pléyade Táigete. Ante él, tenía a Artemisa, la diosa de la caza que lo amenazó con una muerte rápida si descubría que el animal había sufrido un daño irreparabl­e. Temeroso por el poder de la hija de Zeus y Leto, el héroe se arrodilló ante ella en señal de respeto. Con voz clara y rotunda prometió, por el recuerdo de sus seres queridos, que había sido Euristeo el que le había ordenado su captura. También le aseguró que cuando llegase a Micenas y le mostrase la cierva al rey la soltaría para que la cierva pudiese recuperar su libertad. Artemisa, complacida, comprobó con sus propios ojos lo que le había asegurado el héroe: efectivame­nte, la cierva no había derramado sangre, por lo que decidió confiar en él y lo dejó partir sin más demora.

–Cumple con tu palabra hijo de Zeus y Alcmena. Si no liberas al animal, te encontraré y te mataré –le advirtió Artemisa.

–Así será – respondió Hércules–, cuando llegue a Micenas la cierva será libre.

Pocos días después Euristeo, para su desesperac­ión, observó cómo de nuevo Hércules había logrado salirse con la suya, por lo que, sin tiempo que perder, empezó a imaginar una prueba, esta más peligrosa, para terminar con la vida de su competidor, y todo esto mientras el maravillos­a animal corría feliz con dirección a las verdes praderas de Cerinea.

EURISTEO observó cómo de nuevo Hércules había logrado salirse con la suya, por lo que empezó a imaginar una nueva prueba para acabar con su vida.

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