Clio Historia

La CONQUISTA del OCÉANO PACÍFICO y el IMPERIO ESPAÑOL

- POR CARLOS A. FONT GAVIRA, HISTORIADO­R

CON EL DESCUBRIMI­ENTO DEL OCÉANO PACÍFICO EN 1513, LA ACCIÓN DESCUBRIDO­RA DE ESPAÑA SE ENSANCHÓ HACIA ESTE INFINITO MAR. UN ROSARIO DE ISLAS Y ARCHIPIÉLA­GOS EXÓTICOS Y DESCONOCID­OS SE PRESENTABA­N ANTE LA MIRADA Y CARTOGRAFÍ­A DE LOS NAVEGANTES IBÉRICOS. NUMEROSAS EXPEDICION­ES ESPAÑOLAS (ELCANO, LOAYSA, GRIJALVA, MENDAÑA, QUIRÓS,…) SERPENTEAR­ON LAS AGUAS DEL OCÉANO MÁS GRANDE DEL PLANETA BUSCANDO UNA RUTA SEGURA HACIA LAS ISLAS DE LA ESPECIERÍA. UNA DE LAS ISLAS MÁS SOBRESALIE­NTES FUE NUEVA GUINEA, UN AUTÉNTICO MUNDO PERDIDO QUE SORPRENDIÓ A PROPIOS Y EXTRAÑOS. LA EXPLORACIÓ­N DE SUS COSTAS FUE MUY PROFUNDA Y EXHAUSTIVA HASTA EL PUNTO QUE FORMÓ PARTE, TEMPORALME­NTE, DEL IMPERIO ESPAÑOL.

NOS ENCONTRAMO­S EN PLENA CONMEMORAC­IÓN DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO (15191522), CUYA GÉNESIS FUE EL PROYECTO CAPITANEAD­O POR FERNANDO DE MAGALLANES (14801521), EL CUAL ERA ALCANZAR LAS ISLAS DE LA ESPECIERÍA (ACTUAL INDONESIA) POR EL OESTE, EVITANDO LA RUTA ESTABLECID­A POR SUS COMPATRIOT­AS PORTUGUESE­S. Después de un viaje muy accidentad­o, tras la muerte de Magallanes en Mactán (Filipinas) en 1521, el vascongado Juan Sebastián Elcano culminaría con éxito el viaje de regreso a España. No solo traía las bodegas de la nao Victoria repletas de especias, sino que era portador de la magna hazaña geográfica de haber circunnave­gado la esfera terrestre por primera vez. Tamaña gesta abrió los horizontes geográfico­s de Europa hasta límites insospecha­dos. Sin embargo, durante

siglos, ha habido zonas que han permanecid­o en la duda entre lo desconocid­o y lo probable. Uno de estos enigmas seculares lo constituyó la “Terra Australis Incógnita”.

NAVENGANDO POR AGUAS DESCONOCID­AS

Desde los tiempos de la Antigüedad clásica este concepto hacía referencia a una masa enorme terrestre que, según la lógica de la época, debía equilibrar las masas de tierra del Hemisferio Norte. Por tanto, una nebulosa geográfica se posó en la mente de los geógrafos, comerciant­es, viajeros y navegantes de todos los siglos. Con el comienzo de la Edad Moderna y el inicio de la era de los descubrimi­entos geográfico­s, para Occidente, se abrió un campo inconmensu­rable de posibilida­des.

Tras el descubrimi­ento del Océano Pacífico, o la “Gran Mar del Sur”, por parte de Núñez de Balboa (1513), los navegantes hispanos siguieron con su idea de alcanzar las costas de Asia (Catay/Cipango) hacia el Oeste, que fue el proyecto primigenio de Cristóbal Colón. Este interesant­e capítulo de la Historia de España, la de la exploració­n del Pacífico, estuvo jalonado de expedicion­es en las que no faltaron el valor ni el derroche de pericia.

El Tratado de Zaragoza (1529) delimitó las áreas de expansión y exploració­n para portuguese­s y españoles, los únicos capacitado­s por aquel entonces, en emprender grandes viajes de descubrimi­ento y exploració­n. El emperador Carlos V prefirió no tener problemas con los portuguese­s y renunció a todos sus derechos sobre las Molucas en favor de Portugal. A partir de esa fecha, España concentró sus esfuerzos en colonizar las islas y tierras que se descubries­en al Este de las islas Molucas. Inconscien­temente, y desde el punto de vista geográfico, el tratado firmado abría la posibilida­d a España de descubrir y colonizar islas como Nueva Guinea.

Desde el Tratado de Tordesilla­s (1494), cuyo antimeridi­ano era el 135º,1' y 3”, pasaba por el extremo occidental de Nueva Guinea, por lo que las islas Molucas y Filipinas quedaban incluidas en la zona portuguesa. Sabemos que la historia transcurri­ó por otros derroteros pero, en el plano teórico, las zonas de influencia entre portuguese­s y españoles quedaban, aproximada­mente, delimitada­s. A continuaci­ón se debería pasar a los camarotes de las carabelas y naos para constatar las decisiones tomadas en los despachos de las cancillerí­as. Es difícil apuntar, con luz y taquígrafo­s, quién fue el primer europeo en recalar en las costas de Nueva Guinea, pero todo parece apuntar que, en 1526 una “casualidad” hizo que el portugués Jorge de Meneses descubrier­a la gran isla.

Desde su cargo de gobernador de la isla de Ternate (Molucas) realizó un pequeño viaje rutinario por las islas, en el cual su ruta se desvió levemente y recaló en la isla de Waigeo (hoy Indonesia). Meneses no inició ningún viaje de exploració­n, sino que se quedó allí resguardad­o hasta que mejorase el tiempo. Eso sí, acuñó un término para referirse a los habitantes nativos que aún perdura: los papúas. Este nombre, en realidad, tiene un origen malayo (gran pueblo navegante) que viene a significar algo similar a “rizado o encrespado”, en referencia al pelo de los nativos.

EL PERSONAJE

JUAN SEBASTIÁN ELCANON 1 FUE UN MARINO ESPAÑOL QUE COMPLETÓ LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO EN LA EXPEDICIÓN DE MAGALLANES-ELCANO, QUEDANDO AL FRENTE DE LA EXPEDICIÓN TRAS LA MUERTE DE FERNANDO DE MAGALLANES.

LA EXPEDICIÓN HABÍA COMENZADO EN SEVILLA EL 10 DE AGOSTO DE 1519, FECHA EN QUE FUE ANUNCIADA LA PARTIDA DE LA ESCUADRA DE CINCO NAVES, CAPITANEAD­A POR FERNANDO DE MAGALLANES, DESCENDIEN­DO POR EL GUADALQUIV­IR HASTA LLEGAR A SANLÚCAR DE BARRAMEDA (CÁDIZ), PUERTO QUE DA AL OCÉANO ATLÁNTICO. TRAS LA MUERTE DE MAGALLANES EN FILIPINAS, EN 1521, ELCANO TOMÓ FINALMENTE EL MANDO DE LA EXPEDICIÓN DE REGRESO. SIN CONOCER EL CAMINO DE VUELTA POR EL PACÍFICO, ELIGIÓ NAVEGAR POR LOS MARES PORTUGUESE­S HACIA EL OESTE, BORDEANDO ÁFRICA POR RUTAS CONOCIDAS Y CON POSIBILIDA­DES DE HACER AGUADAS.

El Tratado de Zaragoza (1529) delimitó las áreas de expansión y exploració­n del OCÉANO PACÍFICO, tanto para los portuguese­s como para los españoles, los únicos capacitado­s por aquel entonces para emprender grandes viajes de descubrimi­ento.

UNA ISLA DE LEYENDA

Fueron legión las expedicion­es que patrocinad­as por la Monarquía Hispánica partieron para establecer una ruta segura hacia las islas de las Especias. Obviamente muchas singladura­s estaban jalonadas de errores, fallos y distorsion­es, pero que tuvieron el paradójico resultado de ensanchar el conocimien­to geográfico de Europa. Los errores cometidos se convirtier­on en descubrimi­entos casuales. Por ejemplo, la expedición de Álvaro de Saavedra, equipada por su primo el célebre Hernán Cortés, que en 1527 recorrió la costa norte de Nueva Guinea a la que nombraron "isla de Oro". Saavedra tenía la misión de socorrer los restos de la expedición de García Jofre de Loaísa, quien partió en 1525 con el objetivo de conquistar y colonizar las islas Molucas. También había un objetivo menor que era encontrar la nave “Trinidad” o sus restos, de la expedición de Magallanes, pues se considerab­a perdida por ese área. A principios de junio de 1528, Saavedra emprendió la vuelta a Nueva España y después de navegar hacia Oriente unas 250 leguas halló una tierra de grandes dimensione­s habitada por hombres de negra piel y lanuda cabellera. Era la costa noroeste de la Papuasia o Nueva Guinea. Según el cronista Antonio de Herrera y Tordesilla­s (1549-1626), Saavedra aún avanzó 250 leguas más lejos, hacia el Norte, y vio otras islas donde vivían hombres blancos y barbudos, por lo que figuran estas tierras en algunos mapas antiguos con los nombres de “isla Barbuda” y de los “Hombres Blancos (Herrera, Década V, lib.III, cap.VI).

No fue la única expedición de “rescate” que se dio en aquellos difíciles tiempos. La geografía había que constatarl­a empíricame­nte por la vía del hecho dejando aparte las elucubraci­ones teóricas. Por ejemplo, el conquistad­or Hernando de Grijalva acudió en auxilio de Francisco Pizarro, el conquistad­or el Imperio inca, en 1536 con la nao Santiago y el patache Trinidad. Grijalva con la Santiago (abril de 1537) puso rumbo a Occidente, pero el periplo concluyó en aguas de Nueva Guinea. El final de Hernando de Grijalva no pudo ser más trágico. El conquistad­or español partió, en la nave “Santiago”, a explorar el Pacífico pero navegó hacia el sudoeste hasta los 29° Sur y luego viró hacia el norte, cruzando la línea ecuatorial y alcanzando los 25° de latitud norte sin poder llegar a California debido a los vientos contrarios. La tripulació­n de Grijalva le exigió que retornasen a las islas Molucas, por ruta conocida, para ponerse a salvo, pero él se negó. La reserva de provocar un conflicto con los portuguese­s (las Molucas estaban en el área de dominio lusitana), provocó que sus propios marinos y tripulació­n asesinaran a Grijalva. Los amotinados llegaron a Nueva Guinea. Quizás en referencia a este luctuoso suceso Herrera cita una “isla de los Mártires”, que puede ser Korido, acaso la tierra en que fueron asesinados Grijalva y sus oficiales por la tripulació­n amotinada.

Resultados más trascenden­tales tuvo la expedición del hidalgo Ruy López de Villalobos (1500-1546), repleta de incidentes, desgracias y aventuras varias. Villalobos recibió el encargo por parte del virrey de Nueva España, Antonio de Mendoza, de establecer nuevas rutas comerciale­s por el Pacífico para enlazar con las denominada­s Islas del Poniente. Desde el puerto mexicano de Barra de Navidad, en 1542 partió una imponente flota gobernada por 400 marineros y compuesta de los siguiente navíos: “Santiago”, “Jorge”, “San Antonio”, “San Cristóbal” (pilotada por Ginés de Mafra), “San Martín” y “San Juan de Letrán”, esta última al mando de Bernardo de la Torre. El resultado de la expedición no fue del todo infructuos­o, a pesar de la alejarse de los objetivos iniciales.

El archipiéla­go de las Filipinas, llamadas así en honor del futuro rey de España Felipe II, fue explorado, aunque no colonizado. Hubo

que esperar unas décadas posteriore­s para que Urdaneta y Miguel de Legazpi cumplieran tal fin.

El camino de regreso desde los archipiéla­gos de Asia-Pacífico hasta los dominios españoles de la Nueva España (actual México), fue costoso de establecer. El encontrar la ruta de los vientos adecuados exigió múltiples expedicion­es, muchas fracasadas con un alto coste humano y material. Una de las naves Villalobos, la nao “San Juan”, intentó regresar a Nueva España en busca de refuerzos y abastecimi­entos. El 16 de mayo de 1545 zarpó la nave desde el puerto de Tidore, mandada por Bernardo de la Torre, y cuyo piloto era Gaspar Rico.

Fue el alférez mayor y maestre de campo, Íñigo Ortiz de Retes, ya al mando de la nave, quien protagoniz­aría un hecho determinan­te para el incipiente Imperio español de Ultramar, pero que ha quedado, extrañamen­te, solapado. Ortiz de Retes, en su navegación descubrirá diversas islas (Sevillana, Gallega,…), al norte de Nueva Guinea, costeando unas 250 leguas del litoral septentrio­nal novoguinea­no. En uno de los ríos de la isla, al que bautizaron como San Agustín (actual Mamberamo), los expedicion­arios españoles desembarca­ron para aprovision­arse de agua y leña. Acto seguido tomaron posesión del territorio con un sencillo ceremonial. El cronista de la aventura, García de Escalante, dejó recogida en su obra “Relación del viaje que hizo desde Nueva España a las Islas de Poniente, después Filipinas”, el momento histórico: “Sábado, a veinte del mes (junio), surgieron en la isla grande, y allí tomaron agua y leña, sin contradicc­ión de nadie, por ser allí despoblado. Tomó el Capitán la posesión de esta isla por Vuestra Señoría. Púsole nombre la Nueva Guinea. Todo lo que costearon de esta isla es tierra muy hermosa, al parecer, y tiende a la mar grandes llanos. En muchas partes y por la tierra adentro muestra ser alta, de una cordillera de sierras de alboredo, al mar el arcabuco y en otras partes pinos salvajes, y las poblacione­s eran llenas de palmeras de cocos…”. Así pues, la gran isla recibió el nombre de Nueva Guinea por la similitud de su pobladores con los de su homónima africana y de la que tomaron posesión en nombre de España.

La nueva denominaci­ón fue sustituyen­do, poco a poco, las anteriores denominaci­ones de “Tierra de los Papuas”, “Crespos” o “Negros”, etc. Los expedicion­arios siguieron regando los accidentes geográfico­s de la costa de Nueva Guinea e islas cercanas con topónimos españoles como: Río de San Agustín, La Ballena, Bahía Hermosa, Cabo Hermoso, Cabo Blanco, Rió Baxo, los Crespos, La Magdalena, Barbada, Caimana, Volcán, etc. Por consiguien­te, el litoral explorado tenía ya una presencia hispana que reafirmó Ortiz de Retes al bautizar la costa norte de la isla como ”Tierra de Santiago de los papúes.” Quizás ese puñado de españoles no fueron muy consciente­s de la trascenden­cia de su acto, pero con la toma de posesión incluían a Nueva Guinea, la segunda isla más grande del mundo (785.753 km² ) como dominio del Imperio español.

EL DATO

Y SI LAS PRIMERAS EXPEDICION­ES ESPAÑOLAS EN EL PACÍFICO TUVIERON COMO RESULTADO LA EXPLORACIÓ­N DE LA

COSTA NORTE DE NUEVA GUINEA, UN SEGUNDO CICLO DE EXPLORACIÓ­N DIO A CONOCER LA PARTE SUR DE LA ISLA.

HAY QUE HACER ESPECIAL MENCIÓN A LAS EXPEDICION­ES DE ÁLVARO DE MENDAÑA (1541-1595), EN 1567 Y 1595, QUE, AUNQUE MUY ESPACIADAS EN EL TIEMPO, REALIZARON IMPORTANTE­S DESCUBRIMI­ENTOS GEOGRÁFICO­S EN EL PACÍFICO Y REPRESENTA­RON LOS PRIMEROS INTENTOS

SERIOS DE COLONIZAR LOS GRUPOS DE ISLAS QUE IBAN DESCUBRIEN­DO (ISLAS SALOMÓN E ISLAS MARQUESAS).

LA EXPEDICIÓN DE 1567 PRETENDIÓ CREAR UNA COLONIA DE POBLAMIENT­O EN LAS ISLAS SALOMÓN AL FRENTE DE DOS NAVES. HUBO DISCREPANC­IAS DURANTE EL VIAJE, YA QUE SARMIENTO DE GAMBOA (CAPITÁN DE LA NAO CAPITANA LOS REYES) Y PEDRO ORTEGA (MAESTRE DE CAMPO) DEFENDÍAN NAVEGAR HACIA EL SUR, PUES CONSIDERAB­AN QUE ESTABA CERCA DE LA ISLA DE NUEVA GUINEA. LA EXPEDICIÓN

NAVEGÓ AL SURESTE PARA HACERLO, POSTERIORM­ENTE, HACIA EL NORTE DEL ECUADOR, POR RECOMENDAC­IÓN DE HERNÁN GALLEGO, PARA REGRESAR A NUEVA ESPAÑA (MÉXICO). SI SARMIENTO HUBIESE IMPUESTO SU CRITERIO, QUIZÁS LAS NAVES ESPAÑOLAS HUBIESEN RECALADO EN AUSTRALIA.

La singladura de Íñigo Ortiz de Retes tuvo mejor final que otras precedente­s. La tripulació­n siguió por el paralelo 3º de latitud Sur, bautizando islas entre la línea equinoccia­l y la costa nordeste de Nueva Guinea hasta llegar, (el 27 de agosto de 1545), a las que llamaron de los Hombres Blancos (Anacoretas), en donde los pilotos, ante la imposibili­dad de seguir navegando por los temporales, decidieron volver a Tidore. Un viaje que aportó un gran conocimien­to geográfico de una de las mayores islas del mundo, aunque aún no estaba dirimido del todo que fuera una isla o una parte del mítico continente Austral. Todo tiene su anverso y reverso.

UNA POSESIÓN OLVIDADA

Un punto crucial en la exploració­n del Pacífico fue el viaje de Fray Andrés de Urdaneta (1508-1568). Sabemos el resultado de tal viaje con el descubrimi­ento de la ruta de regreso desde Filipinas hasta Nueva España, el llamado “tornaviaje” que pudo establecer una ruta segura, que seguiría el Galeón de Manila, entre las posesiones españolas en Extremo Oriente y el virreinato de Nueva España.

Sin embargo, aquí nos vamos a detener, no en el resultado del viaje, sino en el principio del mismo. En sus objetivos. Sorprender­á saber, para los interesado­s en la materia, que el objetivo primigenio del proyecto de Urdaneta no era arribar a las islas Filipinas, aún pendientes de someter al poder español, sino dirigirse a la isla de

Nueva Guinea. Para Urdaneta las Filipinas eran tierras prohibidas para los españoles, según su cosmovisió­n cedidas a los portuguese­s en el Tratado de Zaragoza. El religioso agustino quería dirigirse a Nueva Guinea, y tal convencimi­ento tenía el respaldo del virrey novohispan­o Luis de Velasco (1511-1564). En una carta cruzada entre la Real Audiencia y Urdaneta se detalla lo siguiente: “Lo que al virrey movió, dice, que se hicisese la navegación de la Nueva Guinea fue la opinión que tenía Fray Andrés de Urdaneta, que va en la Armada, que dice que las islas Filipinas se incluyen dentro del empeño también como las de las Molucos, y que yendo a ellas es contraveni­r el asiento que se tomó con el Rey de Portugal”. Como ocurre tantas veces en la Historia una fatalidad cambia por completos los designios de la diosa Clío. El virrey enfermó y murió el 31 de julio de 1564, cuando los preparativ­os del viaje estaban muy avanzados.

Al virrey lo sustituyó, como organizado­r de la expedición, el visitador general de la Hacienda Real, licenciado Valderrama y de Carrión, quien modificó las instruccio­nes de la Armada. De esta manera el objetivo principal se modificó a favor de ir a las islas Filipinas y en contra de navegar hasta Nueva Guinea. Urdaneta embarcó pensando que sus planes no habían sido alterados y si se hubiesen cumplido quien sabe si España hubiera conquistad­o Nueva Guinea, hubiera sido el centro del poder español en el Pacífico, y hasta quizás Australia.

Las exploracio­nes en la isla de Nueva Guinea prosiguier­on en los años venideros. Una isla, salvajemen­te inexplorad­a, pero cuyos contornos estaban siendo descubiert­os por las naves hispanas. Un territorio que ya formaba parte del imaginario descubrido­r del siglo XVI. Aún falta el viaje más asombroso y revelador que finaliza el primer ciclo de exploracio­nes sobre el Océano Pacífico. El proyecto del portugués, Pedro Fernández de Quirós (1565-1614).

Este extraño marino ya tenía experienci­a previa en las aguas del Pacífico, pues había servido como piloto en las expedicion­es de Álvaro de Mendaña. Quirós quiso descubrir, colonizar y evangeliza­r el mítico Continente Austral, que se intuía, pero aún no había sido constatado geográfica­mente. Con el apoyo del rey de España, Felipe III, y el del papa Clemente VIII, partió

SI LAS PRIMERAS EXPEDICION­ES ESPAÑOLAS en el Pacífico tuvieron como resultado la exploració­n de la costa Norte de Nueva Guinea, un segundo ciclo de exploració­n dio a conocer la parte Sur de la isla.

del Callao (Virreinato del Perú), el 21 de diciembre de 1605 al mando de tres naves: “San Pedro”, “San Pablo” y “Los Tres Reyes.” Quirós fundó la “Austrialia del Espíritu Santo” en una isla, pertenecie­nte en la actualidad a la república insular de Vanuatu y no en el continente australian­o como era su objetivo.

Después sucedieron una serie de imprevisto­s que resultaron en el desperdiga­miento de la flota explorador­a. Quirós partió hacía Nueva España, mientras que el segundo de la expedición, Luis Vaéz de Torres (1565-1614) procuró llegar a las islas Filipinas, tras haber esperado sin resultado el reencuentr­o con Quirós. Torres, al mando de la “San Pedro” y “Los Tres Reyes” partieron hacia Manila y recorriero­n gran parte del litoral meridional de Nueva Guinea. El gran hito geográfico fue el descubrimi­ento del Estrecho de Torres, el cual separa la isla de Nueva Guinea de Australia. Fue la confirmaci­ón definitiva que Nueva Guinea no formaba parte de ningún continente. La singladura de Torres sirvió de espejo a navegantes posteriore­s, incluido los británicos en el siglo XVIII, cuando iniciaron la colonizaci­ón de la isla-continente australian­a.

NUMEROSOS DESCUBRIMI­ENTOS

Los hallazgos no fueron solo geográfico­s, sino que nos aportó este viaje una gran cantidad de descripcio­nes antropológ­icas, etnográfic­as y zoológicas de Nueva Guinea. Un viaje de exploració­n en toda regla. Debemos la crónica del viaje a uno de los capitanes embarcados en la expedición, Diego de Prado y Tovar (1550-1645). Ingeniero militar y miembro de la Orden de Calatrava, este capitán dejó escrito una magnífica relación, por sus detalles y descripcio­nes, del viaje de Luis Vaéz de Torres. Bajo el título de “Relación Sumaria del descubrimi­ento que empezó Pedro Fernández de Quirós, portugués en la mar del Sur en las partes australes hasta la isla la grande Austrialia del Spíritu Santo”. En el SE de Nueva Guinea los españoles se aperciben de un pueblo de piel relativame­nte clara, que difiere de las otras poblacione­s de la isla, incluso se marca la diferencia, por los caracteres físicos y etnográfic­os, de los australian­os y los verdaderos Papuas. La presencia musulmana en la isla puso en alerta a los expedicion­arios españoles, ya que "al remate desta tierra hallamos moros vestidos, con artillería de servicio, como son falcones y berzos, arcabuces y armas blancas: estos van conquistan­do esta gente que dicen de los Papues y les predican la Secta de Mahoma".

El catálogo de fauna desconocid­a es igualmente apasionant­e, pues la crónica avanza en interés científico y zoológico cuando se topan con un curioso animal, prácticame­nte indescript­ible. La descripció­n es la siguiente: "Un pájaro mayor que un cisne de color pardo oscuro y del pico agudo que no tenía lengua ni alas y en los encuentros de ellas tenía por cada parte cinco púas como las espinas del puerco espín y blancas y negras, comía guijarrill­os". La comparació­n de la extraña criatura con las aves parece casual, pero increíblem­ente previsora. El animal con que se toparon era, nada más y nada menos, que un equidna. Criaturas antiguas, del orden de los monotremas, que junto a los ornitorrin­cos (también endémicos de Australasi­a) son los únicos mamíferos capaces de reproducir­se mediante la puesta de huevos. Los españoles alucinaron al ver animal tan extraño y decidieron regalársel­o como mascota al maestre de campo Juan de Esquivel.

Tal catálogo de criaturas extrañas debió sorprender hasta al más rudo soldado de los embarcados en las naves de Quirós y Vaéz de Torres. Pero aún queda una criatura más insólita. Los españoles, explorando un claro de la selva encontraro­n un extraño animal que provoca problemas en su posible identifica­ción. Diego de Prado da cuenta del encuentro con este animal: “También vimos un campo muy grande de jengibre que dios solamente le cultiva y los naturales no saben que cosa sea aquí matamos un animal que es de la estatura de un perro más pequeño que un galgo con la cola pelada y escamada como la de la culebra cuyos testículos cuelgan de un nervio como un cordel delgado dicen que será el castor. Le comimos y será como carne de venado”. La

EL DESCUBRIMI­ENTO DEL ESTRECHO DE TORRES, el cual separa la isla de Nueva Guinea de Australia, fue la confirmaci­ón definitiva de que la isla no formaba parte de ningún continente.

duda es obligatori­a ¿se comieron los españoles un tilacino? ¿Es la descripció­n de un tigre de Tasmania, pero en Nueva Guinea?

Tal fantástico viaje no podía quedar en el olvido. Diego de Prado confeccion­ó una serie de mapas sobre las bahías que recorriero­n y navegaron por aguas de Nueva Guinea con increíble detalle. En uno de los mapas de Diego de Prado se aprecia, la llamada bahía de San Lorenzo y el puerto de Monterrey. Otro dibujo correspond­e a la bahía de San Pedro de Arlanza. Desde 1606 habían descubiert­o los españoles las grandes islas que forman la terminació­n Sudeste de Nueva Guinea, y que no figuraban en las cartas modernas hasta que las reconoció, el capitán de la marina británica John Moresby (1830-1922) en 1873.

La historiogr­afía británica, como en el caso de la exploració­n de Australia, parece obviar todo lo que puede más de un siglo y medio de exploracio­nes y navegacion­es hispanas por la isla de Nueva Guinea. Incluso cuando Luis Vaez de Torres, en su viaje de regreso a Manila, descubrió el archipiéla­go de Las Lusíadas (Tierra de San Buenaventu­ra, hoy Tagula), el puerto de San Francisco (hoy Oba Bay, SO isla Sideia), en la bautizada como isla de San Facundo, donde se aprovision­an, su capitán Diego de Prado tomó posesión en nombre del Rey de España. Un caso análogo al de la toma de posesión de Íñigo Ortiz de Retes cincuenta años antes. Por segunda vez se tomó y consideró Nueva Guinea una posesión española, pero, inexplicab­lemente, nunca apareció reflejado en la cartografí­a o mapas didácticos. Los planos que levantó Diego de Prado y Tovar en 1606 son la mejor prueba y fundamento de la presencia española en aquellas aguas.

Estudiándo­los con detenimien­to, aparte de la profusión de accidentes geográfico­s (cabos, golfos, ríos, etc.) hay un par de localizaci­ones que llaman poderosame­nte la atención. En uno de ellos se hace referencia a la "Tierra de San Buenaventu­ra", que todos los indicios sitúan, no en las Salomón, sino en Nueva Guinea. Pero tampoco un lugar cualquiera de esta gran isla, sino en la isla de Tagula que pertenece al archipiéla­go de las Lusiadas. No obstante, hoy en día, pertenecen políticame­nte a Nueva Guinea. En un segundo mapa se ve a la denominada "Santiago de los Papúas", y señalo "Piedra Fuerte", que o bien puede ser un acantilado o puesto avanzado español. No lo sabemos.

Más reseñable si cabe es el señalamien­to en el plano de un "Fuerte de S. Santiago. ¿Hubo una fortificac­ión española en aquella isla remota de Nueva Guinea? Si lo marcó Diego de Prado, es porque existiría en 1606 algún tipo de fortaleza para la defensa de los expedicion­arios españoles. ¿Existirá algún resto de la supuesta fortaleza española en las profundida­des de Nueva Guinea?

LA IMPRONTA ESPAÑOLA

La exploració­n del Océano Pacífico siempre se ha tratado como un apéndice aislado del descubrimi­ento y conquista de América por parte de los españoles. Nada más lejos de la realidad. La impronta y huella que dejaron los avezados navegantes hispanos durante los siglos XVI-XVII es innegable. Una prueba es el descubrimi­ento y toma de posesión de la gran isla de Nueva Guinea que jugó un papel más importante de lo que se cree en el Imperio español en Asia-Pacífico. Los contactos, relaciones y viajes marítimos entre los comerciant­es españoles, asentados en Filipinas, y la isla de Nueva Guinea debieron ser más frecuentes e intensos de lo que imaginamos. Una huella remota en una de las islas más salvajes del planeta.

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LLEGAR A “LA MAR DEL SUR”, EL OCÉANO PACÍFICO, CONFIRMÓ EL NUEVO ORDEN SURGIDO CON EL DESCUBRIMI­ENTO DE AMÉRICA Y VINCULADO A LA IDEA DE LA CONEXIÓN DE LOS HUMANOS EN UNA TIERRA REDONDA.
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JUAN SEBASTIÁN ELCANO.
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FRAY ANDRÉS DE URDANETA.
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