EINSTEIN y la bomba atómica
El 18 de abril de 1955 fallecía Albert Einstein, un brillante científico que cambió para siempre nuestra forma de ver el Universo. No solo fue una de las mentes más destacadas del siglo XX, sino que también tuvo una vida muy interesante.
EL 18 DE ABRIL DE 1955 FALLECÍA ALBERT EINSTEIN, UN BRILLANTE CIENTÍFICO, CONVERTIDO EN ICONO POP EN VIDA, QUE CAMBIÓ PARA SIEMPRE NUESTRA FORMA DE VER EL UNIVERSO. FUE, SIN DUDA, UNA DE LAS MENTES MÁS DESTACADAS E INFLUYENTES DEL SIGLO XX, PERO TAMBIÉN TUVO UNA VIDA MUY INTERESANTE, CON BASTANTES CLAROSCUROS Y MUCHAS CURIOSIDADES.
AFINALES DEL SIGLO XIX, MUCHOS CIENTÍFICOS, PECANDO QUIZÁS DE INGENUOS, LLEGARON A CONSIDERAR QUE HABÍAN CONSEGUIDO RESOLVER LA INMENSA MAYORÍA DE LOS MISTERIOS DE LA FÍSICA, DESDE LOS QUE AFECTABAN A LO MÁS PEQUEÑO HASTA TODO LO RELACIONADO CON EL UNIVERSO; Y ADEMÁS, HABÍAN ENCONTRADO UNA UTILIDAD PRÁCTICA PARA GRAN PARTE DE SUS DESCUBRIMIENTOS. Tanto es así que a un joven alemán llamado Max Planck, interesado por la física, le instaron a que no ahondase en ese campo porque ya estaba todo descubierto. No hizo caso y estudió física teórica, graduándose con éxito y consiguiendo su doctorado en 1879. Un par de décadas después, siendo catedrático en la Universidad de Berlín, provocó un terremoto cuyas consecuencias aún nos afectan: planteó que la energía no era algo que fluye como el agua en un río, sino que estaba compuesta por diminutos contenedores que llamó “cuantos”. Había nacido la física cuántica y el mundo de la ciencia, una vez más, tuvo que resetearse en parte.
Esto sucedió en 1900. Cinco años más tarde, la revista alemana Annalen der Physik publicó cinco artículos escritos por un desconocido señor, inspector de segunda de la Oficina Nacional de Patentes de Berna, que nada tenía que ver con el mundo universitario y que no tenía acceso a ningún laboratorio. Tres de esos artículos pasarían a la historia de la física por sus importantísimas contribuciones: uno sobre el efecto fotoeléctrico visto desde la perspectiva de las nuevas ideas planteadas por Max Planck, otro sobre el comportamiento de las pequeñas partículas en suspensión (el movimiento browniano) y otro que hablaba de algo llamado “teoría especial de la relatividad”.
El primero, nada más y nada menos, explicaba qué era la luz y le llevó a ganar el Nobel en 1921; el segundo, entre otras cosas, probaba que los átomos, en efecto, existían –algo que aún era objeto de cierta polémica–, y le permitió obtener el grado de doctor en la Universidad de Zúrich; y el tercero, además de recibir los elogios de Planck, cambió por completo nuestra concepción de la realidad.
Aquel anodino y desconocido señor, como habrán podido imaginar, se llamaba Albert Einstein y en 1905 tenía 26 años.
SUS PRIMEROS AÑOS
Einstein nació el 14 de marzo de 1879 en el seno de una familia judía de Ulm, Alemania, aunque se crio en Múnich, donde pasó los primeros 14 años de su vida. Si bien no mostró una inteligencia en exceso brillante durante su niñez —de hecho, no aprendió a hablar hasta los tres años—, no sacaba malas notas —excepto en idiomas—, diga lo que diga algún mito moderno bastante extendido, y brillaba en las asignaturas de ciencia. Un profesor del Luitpold Giymnasium de Múnich llegó a decirle que nunca conseguiría nada en la vida. En efecto, era un buen estudiante, pero no excepcional. Aunque, sobra decir, aquel profesor se equivocó de lleno.
Por otro lado, desde pequeño mostró algunos problemas para relacionarse socialmente. Prefería tocar el violín o pa
EL PODER POLÍTICO LO OSTENTABA EL ZAR, QUE MANTENÍA UNA MONARQUÍA ABSOLUTA Y TEOCRÁTICA APOYADA EN LA NOBLEZA Y EL CLERO.
sarse las horas muertas leyendo los libros que le apasionaban a juntarse con sus compañeros y amigos.
En 1894, cuando contaba quince primaveras, su familia se vio obligada a mudarse a Milán. Albert se quedó un tiempo más en Múnich para concluir sus estudios de bachillerato, pero no consiguió terminarlos por motivos que no están del todo claros. Su familia intentó matricularle en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, pero como no tenía el título de bachiller, tuvo que presentarse a un examen de acceso… que suspendió por los malos resultados en las asignaturas de letras. Así que se vio obligado a volver al instituto y sacarse el bachiller. Lo hizo en 1896, con 16 años. Poco después renunció a la ciudadanía alemana para librarse del servicio militar y, a finales de ese mismo año, ahora sí, consiguió ser aceptado en Zúrich para estudiar física.
También en 1896 conoció a Mileva Marić, una compañera de clase de origen serbio –de hecho, era la única mujer que estudiaba física en aquella universidad–, que se convertiría unos años después, en 1903, en su esposa –tuvo una hija en secreto con ella en enero de 1902, hija de la que nada se sabe y que, según se cree, fue entregada en adopción en Serbia; su existencia se conoció en 1987, gracias a una serie de cartas de Einstein–. Ambos se graduaron en 1900 –a la vez que Planck regalaba
al mundo su teoría cuántica–. Albert intentó encontrar trabajo en la universidad, pero no lo consiguió. Así que tuvo que conformarse con trabajar, a partir de 1902, como técnico en la Oficina Nacional de Patentes de Berna, en Suiza, donde se había instalado con Mileva. Allí trabajaría durante los siguientes siete años.
TODO ES RELATIVO
Y así llegamos a su annus mirabilis, 1905, cuando publicó aquellos tres míticos artículos que comentábamos antes. Comentar, a propósito de esto, que los textos no tenían notas ni referencias bibliográficas, ni apenas fórmulas matemáticas, ni mencionaban a ninguna obra que le hubiese precedido o ayudado. En parte, se puede decir que Einstein llegó a esas fantásticas conclusiones prácticamente solo, sí, montado a hombros de gigantes, como dijo Newton, pero más bien en un claro ejercicio de introspección racional casi mística.
Las repercusiones de estas propuestas científicas, en especial de su teoría de la relatividad, provocaron una tremenda sacudida en el mundo de la ciencia. Einstein había demostrado, por ejemplo, que dentro de cualquier objeto material existe una enorme cantidad de energía encerrada, y de camino, explicaba cómo las estrellas pueden arder durante miles de millones de años o por qué no hay nada más rápido que la velocidad de la luz. Eso sí, el efecto no fue inmediato, aunque le sirvió para conseguir en 1908 un puesto como profesor en la Universidad de Berna.
Dos años después, Einstein y Mileva tuvieron un segundo hijo, Eduard –antes había nacido Hans Albert–, justo antes de mudarse a Praga, en cuya universidad comenzó a trabajar como profesor de física teórica. Allí estuvo hasta 1913, cuando se trasladó a Berlín para dirigir la sección de física del Instituto Kaiser Wilhelm de Física. Allí viviría hasta 1930.
Desde 1907 comenzó a interesarse por la gravedad, que no terminaba de encajar en su teoría de la relatividad especial. ¿Cómo afectaba esta, por ejemplo, a la luz? Es decir, ¿afectaba la gravedad a las partículas pequeñas? Durante una década le estuvo dando vueltas a esto, hasta que en 1917 publicó un artículo titulado “Consideraciones cosmológicas sobre la Teoría General de la Relatividad”. En esencia, defendía que el espacio y el tiempo son relativos, tanto para el observador como para el objeto observado, y que cuanto más deprisa se mueve algo, más se nota este efecto. Además, explicaba la gravedad como un producto de la curvatura del espacio-tiempo, otro concepto novedoso que propuso en ese artículo, y dejaba claro que la luz también se veía afectada por esto.
El mundo le descubrió poco después, en cuanto terminó la Gran Guerra.
EXILIO Y FRACASO
Ese mismo año, 1919, se divorció de Mileva y se casó con
AUNQUE EL NAZIMO TARDARÍA AÚN MÁS DE UNA DÉCADA EN LLEGAR AL PODER, EN ENERO DE 1933 EINSTEIN, VIÉNDOLO VENIR, DEJÓ ALEMANIA Y SE MUDÓ A ESTADOS UNIDOS.
una prima suya, Elsa Loewenthal –también divorciada; su apellido de soltera era Einstein–, con la que no tuvo ningún hijo. Como curiosidad, mencionar que le ofreció a Mileva el dinero que esperaba recibir por el premio Nobel algún día, 32.350 dólares, para que le concediese el divorcio, más de diez veces el salario anual medio de un profesor universitario.
Por esa misma época, los ataques contra los judíos comenzaron a incrementarse en Alemania. El nazismo tardaría aún más de una década en llegar al poder, en enero de 1933, pero Einstein, viéndolo venir, dejó Alemania un mes antes y se mudó a Estados Unidos, donde comenzó a enseñar en el Institute for Advanced Study.
Sus últimos años los dedicó a intentar integrar en una misma teoría la física cuántica, que afectaba al mundo atómico y subatómico, y la relatividad, que explicaba el funcionamiento básico del Universo. Estaba convencido de no podía existir ese aparente desorden y centró sus estudios en integrar las cuatro interacciones fundamentales: la gravedad y el electromagnetismo –que afectaban a “las cosas grandes”–, y la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil –presentes a un nivel subatómico–, estas dos últimas millones de veces más potentes que la primera. Así, dedicó más de dos décadas al estudio de una gran teoría unificada, pero no lo consiguió. Como comenta Bill Bryson en su magnífica obra Breve historia de casi todo, “con el paso del tiempo, fue quedándose cada vez más al margen y hasta se le llegó a tener un poco de lástima. Casi sin excepción, escribió Snow, ‘sus colegas pensaban, y aún piensan, que desperdició la segunda mitad de su vida’”.
El 16 de abril de 1955 sufrió una hemorragia interna causada por un aneurisma de la aorta abdominal. Falleció dos días después, a los 76 años. Sus cenizas fueron esparcidas al río Delaware. Eso sí, su cerebro se conservó, sin permiso de su familia, por orden del forense que le practicó la autopsia.