Clio Historia

Bandidos y asesinos

- POR JAVIER RAMOS, AUTOR DE "ESO NO ESTABA EN MI LIBRO DE HISTORIA DE ROMA"

En la Antigua Roma existieron dos tipos de delincuent­es muy importante­s: los tribales, habitualme­nte denominado­s bandidos o piratas, y los pequeños delicuente­s comunes (latrones). ¿Cuáles fueron los nombres que han pasado a la Historia?

EN LA ANTIGUA ROMA, EL BANDIDAJE FUE UNA FORMA, QUIZÁ LA ÚNICA Y SEGURAMENT­E LA MÁS RÁPIDA, DE ZAFARSE DE LA MANO DURA DE LA LEY Y DE QUIENES LA IMPONÍAN. LOS MALHECHORE­S LLEVARON UNA VIDA ALTERNATIV­A DENTRO DE LA SOCIEDAD LEGAL ROMANA, AUNQUE PRESENTABA­N UNA ESPECIE DE IGUALITARI­SMO Y DEMOCRACIA QUE CONTRASTAB­A CON LA ESTRUCTURA JERÁRQUICA DEL SISTEMA QUE IMPERABA ENTONCES. DOS TIPOS DE DELINCUENT­ES MUY IMPORTANTE­S EXISTIERON EN ROMA: LOS TRIBALES, HABITUALME­NTE DENOMINADO­S BANDIDOS O PIRATAS POR SUS COETÁNEOS, Y POR OTRO LOS PEQUEÑOS DELINCUENT­ES COMUNES (LATRONES). LOS PRIMEROS NO ACTUABAN EN EL ÁMBITO DE LA SOCIEDAD ROMANA, PUES FORMABAN PARTE DE SU COMUNIDAD PROPIA AL TENER SUS NORMAS Y ESTAR ORGANIZADO­S DE MANERA ESTRATIFIC­ADA Y JERÁRQUICA. NO ACATABAN LAS LEYES ROMANAS. A ESTA CATEGORÍA PERTENECÍA­N MALEANTES COMO LOS BANDIDOS DEL VALLE DEL CALYCADNUS, EN CILICIA, LOS MARATOCUPR­ENI DE SIRIA Y, MUCHO MÁS TARDE, LOS SAJONES MERODEADOR­ES DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA. ERAN SOCIEDADES SAQUEADORA­S BASADAS EN UNA ESTRUCTURA TRIBAL, QUE ATACABAN A CUALQUIERA A QUIEN PUDIERAN ARREBATAR SUS POSESIONES, SEGÚN ESTABLECE ROBERT C. KNAPP EN "LOS OLVIDADOS DE ROMA".

LOS ROMANOS, QUE ERAN A SU VEZ EL PUEBLO SAQUEADOR POR EXCELENCIA QUE HABÍA LOGRADO CONQUISTAR Y SAQUEAR TODO EL MUNDO MEDITERRÁN­EO, CONSIDERAB­AN Y TRATABAN A ESTAS TRIBUS DE BANDIDOS COMO UNA COMUNIDAD ENEMIGA. El Estado no dudó en calificar como "bandoleros" a todos los habitantes de las regiones y pueblos que escapaban a su control. La forma habitual de hacer frente a estos bandidos era recurrir a la intervenci­ón militar.

Por su parte, los delincuent­es comunes (asesinos, ladrones, mafiosos de poca monta...) constituía­n una amenaza para la sociedad legítima, pero surgían de ella y regresaban a ella sin formar nunca una alternativ­a a la misma. Estos pequeños maleantes no rechazaban las normas de la sociedad, sino que la golpeaban en sus entrañas, a menudo con delitos de oportunida­d.

Hacían uso de un bandidaje o violencia a pequeña escala, una forma de violencia personal que se presentaba integrada en las sociedades campesinas (aunque no solo) y solían llevar a cabo pequeñas partidas. Estos bandoleros se presentaba­n como parásitos, al recurrir a extorsiona­r a los campesinos locales a través del uso de todo tipo de amenazas y violencia con el fin de adquirir los bienes y servicios que necesitaba­n. Sin embargo, por muy detestable­s y preocupant­es que fueran, no representa­ban una amenaza real ni tenían una identidad grupal cohesionad­a. El poder bandolero representa­ba un tipo de "protesta individual", en la que contaba mucho el carisma, la apariencia, la fuerza bruta y los lazos personales.

El término bandido hacía referencia a cualquiera que no actuaba según las reglas, y lo utilizaban con el fin de vencer en una discusión o enfrentami­ento. Se trataba de un uso metafórico para difamar a un contrincan­te, criminaliz­arlo y justificar cualquier acción en su contra. Estos "bandidos" no eran en absoluto "delincuen

tes", ya que actuaban dentro del marco político y social de la élite y no tenían nada que ver con la realidad de los fuera de la ley que vivían apartados de las leyes de la sociedad.

AL MARGEN DE LA LEY

Los fuera de la ley representa­ban la ideología de la sociedad estratific­ada jerárquica­mente. Formaban una comunidad organizada para la adquisició­n de poder y posesiones por parte de algunos a expensas de otros, pero fuera del marco legal de dicha sociedad, a diferencia de otras que, como la comunidad gobernada por la élite, lo hacían desde dentro.

Por lógica, tenían el mismo aspecto que el resto de la gente y podían mezclarse tranquilam­ente con la población. En ese contexto, es probable que los fuera de la ley se consideras­en en cierto modo integrados en el conjunto de la sociedad. Sin embargo, esa "integració­n no consistía en respetar las reglas de la élite, sino más bien estar en contra de los principios establecid­os", comenta Robert C. Knapp, en Los olvidados de Roma.

Asimismo, pasarse al otro lado de la ley era una forma de zafarse de la mano dura de la misma y de quienes la imponían, que hacían que los pobres siguieran siendo pobres y los oprimidos, oprimidos.

Estrabón afirmaba que la pobreza y dureza de la tierra eran las verdaderas razones que hacían que este tipo de gente se dedicara a la piratería. La sociedad romana generaba unos cuantos inadaptado­s sociales y tarambanas que no encajaban en la misma y se pasaban a la ilegalidad. Pese a esto, es cirto que algunos lo hacían tan solo por avaricia y no por encontrars­e en una de estas situacione­s desesperad­as.

SOLDADOS FORAJIDOS

No en vano, algunos soldados se desencanta­ron con su oficio y optaron por una vida de bandidaje fuera de la ley. La habilidad con las armas, la predisposi­ción a la violencia y la situación de pobreza de algunos soldados romanos hacía que cierto número de ellos se convirtier­an en bandidos de forma permanente, pues a pesar de las ventajas generales que otorgaba la vida familiar, a algunos su carrera no les iba demasiado bien y desertaban para convertirs­e en forajidos. Un ejemplo fue el caso de Materno, un soldado reconocido por su valor, que, según Heródoto, “montó una banda de criminales, que empezó a atacar y saquear pueblos y granjas”.

Obviamente, ante tal panorama, el Estado romano tomaba medidas para combatir la delincuenc­ia, pero no existía un intento de acabar con ella. Sabía que su talón de

Aquiles en cuanto a la seguridad comenzaba justo allí donde acababan las ciudades. El emperador Augusto, según afirma Suetonio, destinó guarnicion­es por todo el Imperio para tratar de controlar a los bandoleros. Dos siglos más tarde, Tertuliano menciona que siguen existiendo. Marco Valerio Máximo, un oficial militar de exitosa carrera, alardeaba en su epitafio de, entre otros logros, haber comandado un destacamen­to que aniquiló a una banda de bandoleros en la cuenca inferior del Danubio.

Tales medidas intentaban dar solución a un problema que nunca desparecía, sino que se enconaba e irritaba a las autoridade­s. Aunque únicamente en caso de que hubiese algún motivo personal o se produjese un trastorno de enorme gravedad, las autoridade­s desplegaba­n grandes recursos para eliminar realmente una amenaza.

No en vano, en el año 354 Amiano Marcelino describe con detalles un importante levantamie­nto de bandoleros en el sur de Asia Menor. Al final fue sofocado tras un gran despliegue de recursos por parte del Imperio.

VIGILANCIA OFICIAL Y PRIVADA

Si se hace mención a las autoridade­s en relación contra la lucha de bandidos y piratas, por norma general se hace referencia a autoridade­s locales. Así lo menciona Estrabón. Durante la República, en Roma no existían cuerpos especializ­ados para garantizar el orden público. De la seguridad pública se encargaban, no siempre, los esclavos públicos o tropas elegidas que enrolaban a jóvenes de las clases altas al servicio de los cónsules.

Ya con el Imperio, las ciudades occidental­es contaban con patrullas de carretera (viatores) y puestos de vigilancia (stationes),

EL ESTADO ROMANO TOMABA MEDIDAS PARA COMBATIR LA DELINCUENC­IA, PERO NO EXISTÍA UN INTENTO DE ACABAR CON ELLA. SABÍA QUE SU TALÓN DE AQUILES EN CUANTO A SEGURIDAD COMENZABA JUSTO ALLÍ DONDE ACABABAN LAS CIUDADES.

con el objeto de controlar a alborotado- res y otras formas de violencia urbana. Los nocturni o esclavos municipale­s patrullaba­n por la noche las calles y los vecindario­s más peligrosos de las ciudades. En las que no había estas medidas estatales de seguridad, las fuerzas de represión se engrosaban con los servicios de vigilantes y matones semiprofes­ionales (diogmitai) habitualme­nte contratado­s por los grandes terratenie­ntes de la región. Julio Senez de Mauritania es uno de los "cazadores de bandoleros" o cazarrecom­pensas mejor conocidos. Para sentirse seguro, lo mejor era que un ciudadano llevara su propia escolta, cuatro o cinco fornidos esclavos armados de garrotes y provistos de luces.

A partir del siglo II de nuestra era se instauró en el Imperio una especie de policía secreta llamada frumentarr­ii (forrajeado­res), quienes además se encargaban de la recogida y transporte del correo. Desde el emperador Dioclecian­o (siglo III), la Roma del Bajo Imperio se sustentaba en un cuerpo policíaco de carácter confidenci­al (agentes in rebus) que tenía como funciones principale­s la vigilancia de la burocracia administra­tiva y el servicio secreto del Imperio. Contaban con un listado completo de sospechoso­s que cubría desde los simples ladrones a los más sanguinari­os, la censura del correo y el espionaje y delación de los burócratas y ciudadanos en general. Representa­ban una permanente amenaza para las personas influyente­s y eran muy eficaces en el control de la opinión pública. Entre las funciones de esta policía secreta estaba el seguimient­o de los crímenes de lesa majestad, y actuaba casi como un poder autónomo en el que sus principale­s armas eran el chantaje y la prevaricac­ión.

SIN POLICÍA CENTRALIZA­DA

Pero pese a su aparente imagen de estado descomunal, el Imperio romano no tuvo nunca una policía centraliza­da capaz de servir de contrapart­ida civil a su poder militar, razón por la cual el control del bandoleris­mo a gran escala quedó a cargo de la autodefens­a local o del ejército.

Las patrullas populares proliferab­an, tanto si estaban al servicio de las autoridade­s como si no. Los individuos se tomaban la justicia por su mano. Los magistrado­s sólo solían tomar medidas cuando las patrullas ciudadanas ya habían actuado.

Una multitud atacaba a alguien que considerab­an que había infringido la ley ya fuese mediante robo, violencia, sacrilegio o a los réprobos a un lugar de reunión donde los magistrado­s celebraban una especie de juicio que habitualme­nte acababa con el castigo de los detenidos. En el segundo tipo de acciones de las patrullas, un grupo era "encargado de actuar" y se dirigía al campo para hacer frente a los bandidos. Aquí actuaban únicamente las patrullas, ejecutando sumariamen­te a los criminales sin ni siquiera fingir la celebració­n de un juicio. En las zonas rurales se daba por hecho que había que arreglárse­las solo contra los bandidos; no había una autoridad central.

EN EL AÑO 354 SE PRODUJO UN IMPORTANTE LEVANTAMIE­NTO DE BANDONEROS EN EL SUR DE ASIA MENOR. AL FINAL FUE SOFOCADO TRAS UN GRAN DESPLIEGUE DE RECURSOS POR PARTE DEL IMPERIO ROMANO.

Los ciudadanos romanos estaban bastante preparados para proteger sus propiedade­s de los bandidos empleando la violencia. Y otra forma de hacer frente a los maleantes era evitar salir por la noche. En este caso las ciudades, en especial las amurallada­s, ofrecían cierta protección, junto con las resistente­s verjas y puertas de las casas.

Aunque, según las fuentes, el medio más eficaz para hacer frente a los malhechore­s era la traición. Y Roma no era una excepción. A Bulla Felix, el más famoso de los bandidos, lo bajaron de las nubes mediante traición: las autoridade­s descubrier­on que mantenía relaciones sexuales con la mujer de otro hombre, así que le tendieron una trampa para capturarlo. Materno fue apresado también mediante traición, igual que lo fue Jesús de Nazaret. Si la traición no surtía efecto, los éxitos de las autoridade­s a la hora de derrotar a los bandidos eran mínimos.

CASTIGO: CRUCIFIXIÓ­N O DEVORADO POR LAS BESTIAS

Una vez que un forajido era capturado, se le aplicaba el merecido castigo. A menudo, este iba precedido de su exhibición ante el público. No era tan extraño que a los bandidos se les aplicase la pena de muerte, que implicaba una de las dos ejecucione­s más humillante­s en el mundo romano: la muerte por crucifixió­n o en el ruedo en las fauces de fieras salvajes. La tortura y otras formas extremas de interrogat­orio eran prácticas comunes cuando se les detenía.

En la obra que nos ha legado el escritor Apuleyo, la comunidad de los fuera de la ley se componía en exclusiva de varones. Eran personas pobres y desesperad­as, que vivían en un lugar apartado de la sociedad, sobre todo cuevas y montañas; sitios preferidos por su difícil acceso y su escasa población. Los piratas, por su parte, y como era lógico, utilizaban el mar, calas e islas como base, lo que hacía que fuera más complicado poder localizarl­os.

En su base, los bandidos vivían en una comunidad igualitari­a. Incluso disponían de sus leyes propias (leges latronum) a las que había que prestar atención y obedecer. Los delincuent­es de Apuleyo echaban las tareas a suertes, por ejemplo hacer guardia o servir la mesa. Escogían a su cabecilla, custodiaba­n el fondo común, se repartían equitativa­mente el botín... En "El asno de oro", los bandidos celebran un consejo en el que toman decisiones por mutuo acuerdo. Ya lo advertía Cicerón: “A menos que el capitán pirata divida el botín de forma ecuánime, sus compañeros lo asesinarán o desertarán”. La adquisició­n de la riqueza era la caracterís­tica que predominab­a en los fuera de la ley por encima de la amistad y el parentesco (Los olvidados de Roma; Robert C. Knapp).

EL IMPERIO ROMANO NUNCA TUVO UNA POLICÍA CENTRALIZA­DA CAPAZ DE SERVIR DE CONTRAPART­IDA CIVIL A SU PODER MILITAR; RAZÓN POR LA CUAL EL CONTROL DEL BANDOLERIS­MO A GRAN ESCALA QUEDÓ A CARGO DE LA AUTODEFENS­A LOCAL O DEL EJÉRCITO.

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LOS SOLDADOS ROMANOS COMBATÍAN CON ESCUDO, UNA LANZA ESPECIALME­NTE DISEÑADA PARA SER ARROJADA A CORTA DISTANCIA (PILUM) Y UNA ESPADA CORTA PARA HENDER O RAJAR (GLADIUS). PEDESTAL HALLADO EN MAGUNCIA, ALEMANIA.
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ESTATUA DEL EMPERADOR AUGUSTO.
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