Bandidos y asesinos
En la Antigua Roma existieron dos tipos de delincuentes muy importantes: los tribales, habitualmente denominados bandidos o piratas, y los pequeños delicuentes comunes (latrones). ¿Cuáles fueron los nombres que han pasado a la Historia?
EN LA ANTIGUA ROMA, EL BANDIDAJE FUE UNA FORMA, QUIZÁ LA ÚNICA Y SEGURAMENTE LA MÁS RÁPIDA, DE ZAFARSE DE LA MANO DURA DE LA LEY Y DE QUIENES LA IMPONÍAN. LOS MALHECHORES LLEVARON UNA VIDA ALTERNATIVA DENTRO DE LA SOCIEDAD LEGAL ROMANA, AUNQUE PRESENTABAN UNA ESPECIE DE IGUALITARISMO Y DEMOCRACIA QUE CONTRASTABA CON LA ESTRUCTURA JERÁRQUICA DEL SISTEMA QUE IMPERABA ENTONCES. DOS TIPOS DE DELINCUENTES MUY IMPORTANTES EXISTIERON EN ROMA: LOS TRIBALES, HABITUALMENTE DENOMINADOS BANDIDOS O PIRATAS POR SUS COETÁNEOS, Y POR OTRO LOS PEQUEÑOS DELINCUENTES COMUNES (LATRONES). LOS PRIMEROS NO ACTUABAN EN EL ÁMBITO DE LA SOCIEDAD ROMANA, PUES FORMABAN PARTE DE SU COMUNIDAD PROPIA AL TENER SUS NORMAS Y ESTAR ORGANIZADOS DE MANERA ESTRATIFICADA Y JERÁRQUICA. NO ACATABAN LAS LEYES ROMANAS. A ESTA CATEGORÍA PERTENECÍAN MALEANTES COMO LOS BANDIDOS DEL VALLE DEL CALYCADNUS, EN CILICIA, LOS MARATOCUPRENI DE SIRIA Y, MUCHO MÁS TARDE, LOS SAJONES MERODEADORES DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA. ERAN SOCIEDADES SAQUEADORAS BASADAS EN UNA ESTRUCTURA TRIBAL, QUE ATACABAN A CUALQUIERA A QUIEN PUDIERAN ARREBATAR SUS POSESIONES, SEGÚN ESTABLECE ROBERT C. KNAPP EN "LOS OLVIDADOS DE ROMA".
LOS ROMANOS, QUE ERAN A SU VEZ EL PUEBLO SAQUEADOR POR EXCELENCIA QUE HABÍA LOGRADO CONQUISTAR Y SAQUEAR TODO EL MUNDO MEDITERRÁNEO, CONSIDERABAN Y TRATABAN A ESTAS TRIBUS DE BANDIDOS COMO UNA COMUNIDAD ENEMIGA. El Estado no dudó en calificar como "bandoleros" a todos los habitantes de las regiones y pueblos que escapaban a su control. La forma habitual de hacer frente a estos bandidos era recurrir a la intervención militar.
Por su parte, los delincuentes comunes (asesinos, ladrones, mafiosos de poca monta...) constituían una amenaza para la sociedad legítima, pero surgían de ella y regresaban a ella sin formar nunca una alternativa a la misma. Estos pequeños maleantes no rechazaban las normas de la sociedad, sino que la golpeaban en sus entrañas, a menudo con delitos de oportunidad.
Hacían uso de un bandidaje o violencia a pequeña escala, una forma de violencia personal que se presentaba integrada en las sociedades campesinas (aunque no solo) y solían llevar a cabo pequeñas partidas. Estos bandoleros se presentaban como parásitos, al recurrir a extorsionar a los campesinos locales a través del uso de todo tipo de amenazas y violencia con el fin de adquirir los bienes y servicios que necesitaban. Sin embargo, por muy detestables y preocupantes que fueran, no representaban una amenaza real ni tenían una identidad grupal cohesionada. El poder bandolero representaba un tipo de "protesta individual", en la que contaba mucho el carisma, la apariencia, la fuerza bruta y los lazos personales.
El término bandido hacía referencia a cualquiera que no actuaba según las reglas, y lo utilizaban con el fin de vencer en una discusión o enfrentamiento. Se trataba de un uso metafórico para difamar a un contrincante, criminalizarlo y justificar cualquier acción en su contra. Estos "bandidos" no eran en absoluto "delincuen
tes", ya que actuaban dentro del marco político y social de la élite y no tenían nada que ver con la realidad de los fuera de la ley que vivían apartados de las leyes de la sociedad.
AL MARGEN DE LA LEY
Los fuera de la ley representaban la ideología de la sociedad estratificada jerárquicamente. Formaban una comunidad organizada para la adquisición de poder y posesiones por parte de algunos a expensas de otros, pero fuera del marco legal de dicha sociedad, a diferencia de otras que, como la comunidad gobernada por la élite, lo hacían desde dentro.
Por lógica, tenían el mismo aspecto que el resto de la gente y podían mezclarse tranquilamente con la población. En ese contexto, es probable que los fuera de la ley se considerasen en cierto modo integrados en el conjunto de la sociedad. Sin embargo, esa "integración no consistía en respetar las reglas de la élite, sino más bien estar en contra de los principios establecidos", comenta Robert C. Knapp, en Los olvidados de Roma.
Asimismo, pasarse al otro lado de la ley era una forma de zafarse de la mano dura de la misma y de quienes la imponían, que hacían que los pobres siguieran siendo pobres y los oprimidos, oprimidos.
Estrabón afirmaba que la pobreza y dureza de la tierra eran las verdaderas razones que hacían que este tipo de gente se dedicara a la piratería. La sociedad romana generaba unos cuantos inadaptados sociales y tarambanas que no encajaban en la misma y se pasaban a la ilegalidad. Pese a esto, es cirto que algunos lo hacían tan solo por avaricia y no por encontrarse en una de estas situaciones desesperadas.
SOLDADOS FORAJIDOS
No en vano, algunos soldados se desencantaron con su oficio y optaron por una vida de bandidaje fuera de la ley. La habilidad con las armas, la predisposición a la violencia y la situación de pobreza de algunos soldados romanos hacía que cierto número de ellos se convirtieran en bandidos de forma permanente, pues a pesar de las ventajas generales que otorgaba la vida familiar, a algunos su carrera no les iba demasiado bien y desertaban para convertirse en forajidos. Un ejemplo fue el caso de Materno, un soldado reconocido por su valor, que, según Heródoto, “montó una banda de criminales, que empezó a atacar y saquear pueblos y granjas”.
Obviamente, ante tal panorama, el Estado romano tomaba medidas para combatir la delincuencia, pero no existía un intento de acabar con ella. Sabía que su talón de
Aquiles en cuanto a la seguridad comenzaba justo allí donde acababan las ciudades. El emperador Augusto, según afirma Suetonio, destinó guarniciones por todo el Imperio para tratar de controlar a los bandoleros. Dos siglos más tarde, Tertuliano menciona que siguen existiendo. Marco Valerio Máximo, un oficial militar de exitosa carrera, alardeaba en su epitafio de, entre otros logros, haber comandado un destacamento que aniquiló a una banda de bandoleros en la cuenca inferior del Danubio.
Tales medidas intentaban dar solución a un problema que nunca desparecía, sino que se enconaba e irritaba a las autoridades. Aunque únicamente en caso de que hubiese algún motivo personal o se produjese un trastorno de enorme gravedad, las autoridades desplegaban grandes recursos para eliminar realmente una amenaza.
No en vano, en el año 354 Amiano Marcelino describe con detalles un importante levantamiento de bandoleros en el sur de Asia Menor. Al final fue sofocado tras un gran despliegue de recursos por parte del Imperio.
VIGILANCIA OFICIAL Y PRIVADA
Si se hace mención a las autoridades en relación contra la lucha de bandidos y piratas, por norma general se hace referencia a autoridades locales. Así lo menciona Estrabón. Durante la República, en Roma no existían cuerpos especializados para garantizar el orden público. De la seguridad pública se encargaban, no siempre, los esclavos públicos o tropas elegidas que enrolaban a jóvenes de las clases altas al servicio de los cónsules.
Ya con el Imperio, las ciudades occidentales contaban con patrullas de carretera (viatores) y puestos de vigilancia (stationes),
EL ESTADO ROMANO TOMABA MEDIDAS PARA COMBATIR LA DELINCUENCIA, PERO NO EXISTÍA UN INTENTO DE ACABAR CON ELLA. SABÍA QUE SU TALÓN DE AQUILES EN CUANTO A SEGURIDAD COMENZABA JUSTO ALLÍ DONDE ACABABAN LAS CIUDADES.
con el objeto de controlar a alborotado- res y otras formas de violencia urbana. Los nocturni o esclavos municipales patrullaban por la noche las calles y los vecindarios más peligrosos de las ciudades. En las que no había estas medidas estatales de seguridad, las fuerzas de represión se engrosaban con los servicios de vigilantes y matones semiprofesionales (diogmitai) habitualmente contratados por los grandes terratenientes de la región. Julio Senez de Mauritania es uno de los "cazadores de bandoleros" o cazarrecompensas mejor conocidos. Para sentirse seguro, lo mejor era que un ciudadano llevara su propia escolta, cuatro o cinco fornidos esclavos armados de garrotes y provistos de luces.
A partir del siglo II de nuestra era se instauró en el Imperio una especie de policía secreta llamada frumentarrii (forrajeadores), quienes además se encargaban de la recogida y transporte del correo. Desde el emperador Diocleciano (siglo III), la Roma del Bajo Imperio se sustentaba en un cuerpo policíaco de carácter confidencial (agentes in rebus) que tenía como funciones principales la vigilancia de la burocracia administrativa y el servicio secreto del Imperio. Contaban con un listado completo de sospechosos que cubría desde los simples ladrones a los más sanguinarios, la censura del correo y el espionaje y delación de los burócratas y ciudadanos en general. Representaban una permanente amenaza para las personas influyentes y eran muy eficaces en el control de la opinión pública. Entre las funciones de esta policía secreta estaba el seguimiento de los crímenes de lesa majestad, y actuaba casi como un poder autónomo en el que sus principales armas eran el chantaje y la prevaricación.
SIN POLICÍA CENTRALIZADA
Pero pese a su aparente imagen de estado descomunal, el Imperio romano no tuvo nunca una policía centralizada capaz de servir de contrapartida civil a su poder militar, razón por la cual el control del bandolerismo a gran escala quedó a cargo de la autodefensa local o del ejército.
Las patrullas populares proliferaban, tanto si estaban al servicio de las autoridades como si no. Los individuos se tomaban la justicia por su mano. Los magistrados sólo solían tomar medidas cuando las patrullas ciudadanas ya habían actuado.
Una multitud atacaba a alguien que consideraban que había infringido la ley ya fuese mediante robo, violencia, sacrilegio o a los réprobos a un lugar de reunión donde los magistrados celebraban una especie de juicio que habitualmente acababa con el castigo de los detenidos. En el segundo tipo de acciones de las patrullas, un grupo era "encargado de actuar" y se dirigía al campo para hacer frente a los bandidos. Aquí actuaban únicamente las patrullas, ejecutando sumariamente a los criminales sin ni siquiera fingir la celebración de un juicio. En las zonas rurales se daba por hecho que había que arreglárselas solo contra los bandidos; no había una autoridad central.
EN EL AÑO 354 SE PRODUJO UN IMPORTANTE LEVANTAMIENTO DE BANDONEROS EN EL SUR DE ASIA MENOR. AL FINAL FUE SOFOCADO TRAS UN GRAN DESPLIEGUE DE RECURSOS POR PARTE DEL IMPERIO ROMANO.
Los ciudadanos romanos estaban bastante preparados para proteger sus propiedades de los bandidos empleando la violencia. Y otra forma de hacer frente a los maleantes era evitar salir por la noche. En este caso las ciudades, en especial las amuralladas, ofrecían cierta protección, junto con las resistentes verjas y puertas de las casas.
Aunque, según las fuentes, el medio más eficaz para hacer frente a los malhechores era la traición. Y Roma no era una excepción. A Bulla Felix, el más famoso de los bandidos, lo bajaron de las nubes mediante traición: las autoridades descubrieron que mantenía relaciones sexuales con la mujer de otro hombre, así que le tendieron una trampa para capturarlo. Materno fue apresado también mediante traición, igual que lo fue Jesús de Nazaret. Si la traición no surtía efecto, los éxitos de las autoridades a la hora de derrotar a los bandidos eran mínimos.
CASTIGO: CRUCIFIXIÓN O DEVORADO POR LAS BESTIAS
Una vez que un forajido era capturado, se le aplicaba el merecido castigo. A menudo, este iba precedido de su exhibición ante el público. No era tan extraño que a los bandidos se les aplicase la pena de muerte, que implicaba una de las dos ejecuciones más humillantes en el mundo romano: la muerte por crucifixión o en el ruedo en las fauces de fieras salvajes. La tortura y otras formas extremas de interrogatorio eran prácticas comunes cuando se les detenía.
En la obra que nos ha legado el escritor Apuleyo, la comunidad de los fuera de la ley se componía en exclusiva de varones. Eran personas pobres y desesperadas, que vivían en un lugar apartado de la sociedad, sobre todo cuevas y montañas; sitios preferidos por su difícil acceso y su escasa población. Los piratas, por su parte, y como era lógico, utilizaban el mar, calas e islas como base, lo que hacía que fuera más complicado poder localizarlos.
En su base, los bandidos vivían en una comunidad igualitaria. Incluso disponían de sus leyes propias (leges latronum) a las que había que prestar atención y obedecer. Los delincuentes de Apuleyo echaban las tareas a suertes, por ejemplo hacer guardia o servir la mesa. Escogían a su cabecilla, custodiaban el fondo común, se repartían equitativamente el botín... En "El asno de oro", los bandidos celebran un consejo en el que toman decisiones por mutuo acuerdo. Ya lo advertía Cicerón: “A menos que el capitán pirata divida el botín de forma ecuánime, sus compañeros lo asesinarán o desertarán”. La adquisición de la riqueza era la característica que predominaba en los fuera de la ley por encima de la amistad y el parentesco (Los olvidados de Roma; Robert C. Knapp).
EL IMPERIO ROMANO NUNCA TUVO UNA POLICÍA CENTRALIZADA CAPAZ DE SERVIR DE CONTRAPARTIDA CIVIL A SU PODER MILITAR; RAZÓN POR LA CUAL EL CONTROL DEL BANDOLERISMO A GRAN ESCALA QUEDÓ A CARGO DE LA AUTODEFENSA LOCAL O DEL EJÉRCITO.