El DUQUE DE ALBA, un tirano de leyenda
UN TIRANO DE LEYENDA
El III duque de Alba es considerado el hombre más cruel de la historia de Europa. Sin embargo, era uno de los hombres más cultos de su época y un brillante general.
EL III DUQUE DE ALBA CARGA CON LA INFAMIA DE SER CONSIDERADO COMO EL HOMBRE MÁS CRUEL, DESPÓTICO, SANGUINARIO, IMPÍO Y MISERABLE DE LA HISTORIA EUROPEA. SIN EMBARGO, ERA UNO DE LOS HOMBRES MÁS CULTOS DE SU ÉPOCA Y, SIN DUDA, EL GENERAL MÁS BRILLANTE DE SU TIEMPO. AUN ASÍ NO SE LIBRA DE LA MALA FAMA QUE EN POCO MÁS DE CINCO AÑOS SE GANÓ, O SE LE ATRIBUYÓ, MIENTRAS ERA EL GOBERNADOR GENERAL DE LOS PAÍSES BAJOS.
DON FERNANDO ÁLVAREZ DE TOLEDO, MÁS CONOCIDO COMO EL GRAN DUQUE DE ALBA ES UNO DE LOS PERSONAJES MÁS CÉLEBRES DE NUESTRA HISTORIA Y UNO DE LOS ARRASTRA PEOR FAMA. La reputación del general más prestigioso de su época no soportó que su hoja de servicio incluyera el cargo de Gobernador General de los Países Bajos desde agosto de 1567 hasta diciembre de 1573. De nada le sirvió su dilatada carrera al servicio de sus soberanos, ni antes ni después. Su memoria, real o ficticia, se ve con demasiada frecuencia emborronada por una actuación que siempre trató de responder al encargo que le había hecho su rey: castigar a los levantiscos e iconoclastas, hacer cumplir los nuevos acuerdos salidos del Concilio de Trento, fundar, dotar y organizar las nuevas diócesis del territorio sin dependencia de otras extranjeras, poner orden en el sistema fiscal de las diecisiete provincias, normalizar la enseñanza católica en las escuelas y controlar las ediciones de libros peligrosos. El perdón general lo daría en persona la clemente majestad de Felipe II. Aquello se cumplió a rajatabla. Esto, ni por asomo.
Una eficaz propaganda lo convirtió en el arquetipo de tirano, cruel y sanguinario. Maltby lo tiene bien escrito: "A Alba se le recuerda no porque fuera un gran soldado y político, sino porque es un símbolo".
ACTUACIÓN DE UN GOBERNADOR MILITAR
Llegado a Bruselas el 22 de agosto de 1567 al frente de 10.000 soldados veteranos de Italia, lo primero que hizo fue ponerse a disposición de la gobernadora Margarita de Parma para conseguir el castigo de los súbditos que habían ninguneado a la medio hermana del rey y habían osado ponerle condiciones en su gobierno. En abril del año anterior unos trescientos nobles forzaron una entrevista con la gobernadora, en la que la emplazaban a decidir sobre cuestiones de política hasta entonces reservadas en exclusiva a la delegada del soberano. En ese mismo verano un furor iconoclasta, fomentado por hugonotes y calvinistas, había arrasado con una buena parte de la imagenería de la iglesias de la mitad de los Países Bajos.
En los primeros meses de 1567 Margarita había conseguido templar los ánimos y no veía con buenos ojos una interven
ción militar dirigida por Alba, firme defensor de utilizar "mano dura" con los rebeldes. Esta postura, menos contemporizadora, la compartía el duque con el cardenal Granvela, especialmente criticado por la nueva ordenación eclesiástica de la que él era su arzobispo. Era el gran asesor de la gobernadora hasta que los grandes nobles consiguieron que el rey le encomendara otros asuntos fuera de los Países Bajos. La Gobernadora, digustada con el general, prefirió irse a Parma junto a su marido.
El duque no perdió el tiempo. Se hizo con la lista de los trescientos nobles y encarceló a los conde de Egmont y Hornes. Al príncipe de Orange no lo arrestó porque se había marchado a sus territorios alemanes. Nombró un Consejo (de los Tumultos) para que encausara a estos y a todos los iconoclastas denunciados por sus vecinos. El Miércoles de Ceniza del año 1568 empezó su actuación. Por estas mismas fechas Guillermo de Orange y sus hermanos Luis y Adolfo levantaron un ejército contra su señor natural.
Un año más tarde, el duque inició la reforma fiscal con la alcabala del décimo y del cinco por ciento en unos territorios donde no se conocían los impuestos fijos y en los que cualquier aportación era largamente negociada estado a estado.
En 1570 publicó lo que podríamos considerar como el nuevo código civil y penal de aquellos territorios regidos hasta ese momento por normas de carácter medieval. Se dispuso a ordenar escuelas y publicaciones. Tenía ya sesenta y dos años bien corridos, por lo que pidió licencia a Felipe II para volver a casa. El rey, enfrascado en contrarrestar la amenaza turca, le regó que lo meditase despacio porque para él era imposible desplazarse hasta Bruselas. De ahí en adelante, hasta diciembre de 1573, año en que volvió a Madrid, todo fue de mal en peor.
El 1 de abril de 1572 una pandilla de maleantes y "mendigos del mar", al mando del cruel Guillermo van der Marck, tomaron por sorpresa la desguarnecida población de Brielle (Den Briel). Se inició la rebelión de Holanda y Zelanda.
CAMPAÑA MILITAR
Hasta que en octubre de 1573 las tropas comandadas por don Fadrique, hijo del duque, se negaron a intentar el tercer asalto de las murallas de Alkmaar, se encadenaron los desgraciados asedios y castigos de Zutphen, Malinas, Naarden y Haarlem.
Fueron episodios de una campaña torpemente resuelta en el campo militar y peor administrada en la aplicación de la "justicia militar". Al final el Duque de
ALBA HUBIERA SIDO HONRADO, SI SU REY LE HUBIERA DEJADO VOLVER A ESPAÑA A LOS TRES AÑOS DE ESTAR EN BRUSELAS. PARA ENTONCES YA HABÍA CUMPLIDO TODOS SUS OBJETIVOS.
Alba vivió la incompresión y la crítica en todos los campos. En el militar, por los fríos y sangrientos castigos de la ciudades asaltadas y por el amotinamiento de las tropas a las que les prohibió el libre saqueo de Haarlem. En la política de Flandes, por conseguir que se enconara la resistencia de los rebeldes al comprobar el salvaje final que les aguardaba, tanto si se rendían como si lograban resistir. En Madrid, porque sus enemigos ebolistas, ahora comandados por Antonio Pérez, aprovecharon la incompetencia de don Fadrique para exacerbar los ánimos del rey contra su comisionado, al que hasta esos momentos había felicitado una y otra vez.
Alba hubiera sido honrado por la memoria colectiva, si su rey le hubiera dado permiso para retornar a España a los tres años de estar en Bruselas con todos sus objetivos cumplidos. El desprestigio político, social y familiar dictaron prisión para su hijo y destierro para él. Con todo, nunca pudo imaginar que los años posteriores, y todo el tiempo hasta hoy,
tendrían a su persona como el símbolo de una nación de tiranía inconmensurable.
GUERRA DE PAPEL
En el caso de la conocida como Leyenda Negra de España hay un hito de ese camino marcado por la actuación del Duque de Alba en los Países Bajos. Es más que posible que don Fernando contrajera algunos méritos para ello; lo que es mucho más cierto es que en torno a su figura se montó una campaña de propaganda negativa que es todavía difícil de lavar con la descripción objetiva de los hechos.
Empecemos por el marco. Suele decirse, y aceptarse como tal, que en 1568 empezó una guerra que duró hasta 1648 con la independencia definitiva de las Provincias Unidas. Se trata de la serie de Guerras de Flandes conocida como Guerra de los 80 años de la historiografía neerlandesa. Y se marca como arranque glorioso de tal enfrentamiento el día 23 de mayo de 1568 con el "triunfo" de Luis y Adolfo de Nassau en Heiligerlee. 4.000 soldados al mando de los hermanos Nassau vencieron a los 3.000 que dirigía Juan de Ligne, estatúder de Groninga. Nada se suele decir de que un mes antes, en Dalen, 1.600 soldados de los tercios viejos, al mando de Sancho Dávila y Sancho de Lodoño, derrotaron a los 3.000 mandados por Joost de Soete. El 21 de julio las tropas del Duque dictaron sentencia en Jemmingen: con una desventaja de más de 3 a 1, los tercios de Lombardía y de Sicilia derrotaron estrepitosamente al ejército de Luis de Nassau.
Si nos hemos detenido en los detalles de estas peripecias del año 1568 es para dejar de manifiesto que una buena campaña propagandística se asienta en datos inciertos, hábilmente presentados como heroicos en tiempos posteriores. La realidad histórica es que en 1568 los ejércitos de Orange fueron duramente derrotados, ajusticiados Egmont, Horne y varios cientos de rebeldes acusados todos de un delito de lesa majestad y no hubo mayor protesta. De la historia oficial que se ha venido explicando en los Países Bajos parece deducirse que los ochenta años fueron de lucha continua, cuando en más de la mitad del tiempo lo que hubo se parecía más a una guerra civil que a un levantamiento. También parece que nunca hubo una Tregua de los Doce Años y que la rebelión fue general.
Los primeros grabados que se publicaron, con el Duque como excusa, son los que Frans Hogenberg dedicó a las decapitaciones de nobles en la plaza mayor de Bruselas. En ellos, además de la gran maestría del grabador, se apreciaba una clara voluntad de mostrar con sumo detalle todo lo que veían los espectadores. Tienen un carácter "periodístico". Los textos que los acompañan son igual de concisos y descriptivos, sin mayores valoraciones éticas o políticas. Todavía no se había intentado aplicar un impuesto general, común a todos las provincias y del que no se debía librar ni la nobleza. Ni tampoco habían empezado las quejas por las denuncias anónimas de los propios vecinos ("los siete peniques") que solían acarrear la confiscación de bienes.
Cuatro años más tarde, en 1572, cuando las tropas reales asediaban y castigaban severamente las ciudades rebeldes, empezaron a publicarse varias series de hojas volantes en las que ya se apreciaba una clara intencionalidad de crítica. Se iniciaban con tres muy populares, de carácter simple, directo y ofensivo, en los que se identificaba al personaje con un ogro comeniños, como amante de la prostituta de Babilonia o dejándose comprar por el dinero del Papa. Los textos que los acompañan ya lo trataban de hombre venal, impío y sanguinario, a las órdenes del rey, los cardenales y el Papa.
EN TORNO A LA FIGURA DEL DUQUE DE ALBA SE MONTÓ UNA CAMPAÑA DE PROPAGANDA NEGATIVA QUE ES TODAVÍA DIFÍCIL DE LAVAR CON LA DESCRIPCIÓN OBJETIVA DE LOS HECHOS.
Un tiempo después se publicaron los que enmarcaban la actuación del gobernador militar en consonancia con su predecesora Margarita de Parma, el cardenal Granvela, ayudados por el hijo Fadrique (objeto de una acerba serie en particular), por los juristas del Tribunal de los Tumultos, algun predicador y, a lo lejos, por las órdenes del Papa y del rey Felipe. Era una serie en la que ya se desarrollaba con claridad la línea de la maldad, aun a costa de la verdad: Granvela se marchó varios años antes de la llegada del general y la gobernadora
lo hizo antes de finalizar 1567. Pero la tríada hizo fortuna en la iconografía neerlandesa: el general siempre vestía su brillante armadura con el toisón de oro; la gobernadora con el ropaje cortesano y gorguera a la moda y el cardenal con su espectacular vestido talar de color escarlata y el capelo propio de su condición de príncipe de la Iglesia católica. Mientras Margarita ayuda y empuja, el clérigo –ayudado de un diablillo– siempre sopla malas ideas al oído del gobernante.
LA TIRANÍA DEL DUQUE DE ALBA
En 1573, año final de la estancia del Duque en aquellas tierras, se desató una verdadera tormenta de panfletos, carteles y hojas volantes, en cuyos títulos eran frecuentes frases como "trono de Alba", "tiranía de Alba" o "triste opresión de los Países Bajos". Era la cosificación de la maldad encarnada por el representante del rey "español".
Este esquema tuvo un espectacular desarrollo pictórico en los primeros decenios del siglo XVII, más de cuarenta años después de los hechos y con sus protagonistas ya bien muertos. El príncipe de Orange había publicado su Apología, y su asesinato lo había convertido en mártir de la causa; Antonio Pérez difundió sus malévolas Relaciones; La brevísima relación de la destrucción de las Indias fue aviesamente editada como advertencia a lo pueblos de Europa, aparecieron varios libros sobre la crueldad y la furia de los españoles... Fue el tiempo de la Tregua de los Doce Años, cuando más arreció la propaganda antiespañola.
La ilustración de esta página es una buena muestra de cómo el Duque de Alba se convirtió en el arquetipo de malvado: en la imagen aparece con su inconfundible barba blanca puntiaguda, bien asentado en el trono adornado con dosel purpúreo donde luce el escudo ajedrezado de la casa ducal de Alba y a sus pies la alcancía para guardar los tesoros robados. El alevoso gobernador ostenta brillante armadura, toisón, bastón de mando en la mano diestra y en la izquierda los fueros locales rotos. Está asistido por un grupo de españoles (con florón rojo) y por Granvela armado del fuelle de la malas ideas. Por encima de sus cabezas un diablo juega con la tiara papal y la corona imperial, insinuando que son las secretas intenciones de los dos dirigentes. Arrodilladas y encadenadas están diecisiete doncellas que representan las provincias con sus correspondientes escudos. Otro grupo de obispos y juristas, a la izquierda del general, lo ayudan a dictar nuevas leyes y a condenar nuevos sospechosos; a la derecha del cuadro, los representantes de los distintos estados se ven silenciados (dedos en la boca) por la fuerza. En los fondos se aprecian escenas de tormentos, ejecuciones y castigos contra el pueblo. En el vano central la gobernadora "pesca" las riquezas confiscadas a los encausados. Por último, en primer plano y por los suelos, las sagradas escrituras y las leyes derogadas.
Desde entonces la figura ducal ha dado motivos para canciones ("Cantemos la bondad de Dios que alejará de nosotros al duque de Alba, el tirano"), medallones con su efigie rodeada de escenas vulgares con la leyenda "Alba, capitán de los locos", castigos de infancia, denominación de los postes de amarre de barcos ("ducdalf"), frases jocosas ("En Briel el duque de Alba perdió su gafas [bril]") o fiestas en que los españoles son centro del jolgorio etílico y motivo de mofa y escarnio (Heilligerlee): "A colgarlos, a colgarlos".