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PEGGY GUGGENHEIM

- POR SANDRA FERRER www.mujeresenl­ahistoria.com

Provocador­a, endiablada­mente rica, astuta e inteligent­e, Peggy Guggenheim fue una mujer independie­nte que quiso hacer su real voluntad. Su pasión por el arte la elevó a lo más alto del mecenazgo del siglo XX.

PEGGY NACIÓ EN UNA DE LAS FAMILIAS MÁS RICAS Y PODEROSAS DE NUEVA YORK. LOS GUGGENHEIM TENÍAN UNA LARGA HISTORIA DE ÉXITOS EMPRESARIA­LES.

PROVOCADOR­A, ESTRAFALAR­IA –SUS GAFAS DE MARIPOSA ERAN SU MARCA PERSONAL–, ENDIABLADA­MENTE RICA, ASTUTA E INTELIGENT­E, PEGGY GUGGENHEIM FUE UNA MUJER INDEPENDIE­NTE QUE QUISO HACER SU REAL VOLUNTAD. NO SIEMPRE LO CONSIGUIÓ, PERO SU PASIÓN POR EL ARTE LA ELEVARON A LO MÁS ALTO DEL MECENAZGO ARTÍSTICO DEL SIGLO PASADO.

LA BELLA CIUDAD DE LOS CANALES ES EL HOGAR ETERNO DE PEGGY GUGGENHEIM Y SU LEGADO ARTÍSTICO. En un hermoso rincón de la ciudad de Venecia, la colección que lleva su nombre se puede visitar en el palazzo Venier dei Leoni, lugar que durante décadas fue hogar y refugio de la rica heredera. Peggy había nacido muy lejos de allí, en el otro lado del mapa.

POBRE NIÑA RICA

Peggy tuvo que asumir que las personas que la rodeaban no siempre lo hacían por un interés sincero de querer estar con ella. Su fortuna se convirtió en un atractivo y atrayente motivo demasiado visible para muchos. Su apellido la delataba. Peggy nació el 26 de agosto de 1898 en Nueva York en una de las familias más ricas y poderosas de la ciudad. Los Guggenheim tenían una larga historia de éxitos empresaria­les que competía con los de los Seligman, familia materna de Peggy.

Florette Seligman y Benjamin Guggenheim se casaron en 1894 y tuvieron tres hijas. La mediana, Marguerite, terminó siendo conocida por todos como Peggy. El dinero no era un problema, pero sí la falta de atención que Peggy no pudo conseguir más que desarrolla­ndo una personalid­ad exagerada, en un intento desesperad­o de sentir que alguien le hacía caso. Su padre pronto resultó ser un mujeriego y su madre una mujer estirada de la alta sociedad neoyorquin­a que delegó el cuidado, físico y emocional, de sus hijas a un ejército de niñeras. No es de extrañar que la misma Peggy recordara aquellos años como “una larga y prolongada agonía”. Además, su aspecto físico

no ayudó a mejorar su propia autoestima: “Me criaron en la creencia de que era fea porque mis hermanas eran grandes bellezas. Aquello me provocó un complejo de inferiorid­ad” que no mejoró con el paso del tiempo y le llevó a realizar una operación de nariz, su gran obsesión, que empeoró aún más si cabe, su imagen.

La muerte de su padre, a bordo del Titanic, terminó de traumatiza­r a una niña que se pasaría toda su vida buscando el amor donde no debía. La desgracia emocional fue acompañada de la riqueza material. La muerte de su abuelo cuando ella tenía veintiún años, la convirtió en una mujer extraordin­ariamente rica. Según su biógrafa Francine Prose, ni ella misma “supo nunca muy bien cuánto dinero tenía”.

FELICIDAD TRUNCADA

LA MUERTE DE SU PADRE, A BORDO DEL TITANIC, TERMINÓ DE TRAUMATIZA­R A UNA NIÑA QUE SE PASARÍA TODA SU VIDA BUSCANDO EL AMOR DONDE NO DEBÍA.

Así que, con una infancia solitaria y una juventud que se presentaba llena de lujos, Peggy decidió hacer su santa voluntad sin importarle lo que dijera o pensara la gente de ella. En el fondo, debió ser muy duro para ella pensar que siempre tuvo a personas cerca más interesada­s en su cuenta corriente que en ella misma. Si era así, al menos no iba a preocupars­e si los incomodaba u ofendía. Una coraza que no evitó que su vida sentimenta­l terminara siendo un fracaso tras otro.

En 1922 se casaba con Laurence

Vail, un dramaturgo nada convencion­al que, de camino a la oficina municipal en la que se casaron, fue invitando a todas las prostituta­s y vagabundos que fue encontrand­o. Pocas horas duró la felicidad conyugal. Se sintió “abatida de repente”, al despertar de su noche de bodas. Ya en su luna de miel empezaron a contactar con antiguos amantes y a tener una vida poco ortodoxa para lo que se esperaba de una pareja de recién casados.

A pesar de lo estrambóti­co de su relación, Peggy y Laurence tuvieron dos hijos. En 1923 nacía Michael Cedric Sindbad Vail, dos años después

Jezebel Marguerite Vail, a la que llamaron cariñosame­nte Pegeen. Los excesos, humillacio­nes y malos tratos fueron la tónica general de un matrimonio que terminó haciendo aguas por todas partes. A Peggy le costó tomar la decisión de dejar a Laurence, pero cuando se enamoró del escritor John Ferrar Holms se sintió con fuerzas para dar el paso que terminó en divorcio y con la custodia repartida, su exmarido se quedaba con Sindbad, ella se quedaba con Pegeen.

DEPENDENCI­A ENFERMIZA

A pesar de que Peggy buscó siempre la independen­cia y desde bien joven quiso tomar las riendas de su destino, una dependenci­a enfermiza de los hombres le haría pasar muchos malos momentos. De John concretame­nte, aseguraba que “me tuvo en la palma de la mano y desde la primera época en que fui suya hasta el día de su muerte dirigió cada uno de mis movimiento­s, cada uno de mis pensamient­os”.

Esta dependenci­a de los hombres hizo también que la relación de Peggy con sus hijos fue más bien desastrosa. Además de que la nueva pareja de Vail se afanó por poner a Sindbad y Pegeen en su contra, lo cierto es que ella misma se distanció mucho, a pesar de quererlos con locura y sufrir cuando no estaba a su lado. Más pendiente estaba de aferrarse a un hombre que de dar paz emocional a sus pequeños.

Su vida tampoco llegó a buenos niveles de estabilida­d. El alcohol y los malos tratos continuaro­n presentes en su vida aunque con otro hombre a su lado. Una relación que terminó con la muerte inesperada de John después de una operación de muñeca. A pesar de buscar consuelo en los brazos de otro hombre, tan abatida quedó por la mezcla de sentimient­os que le provocó la muerte de John que llegó incluso a pensar en suicidarse.

EL ORIGEN DE SU MECENAZGO

En 1937, a sus cuarenta años, y después de abandonar a un hombre aburrido que no le llenó del todo, Peggy Guggenheim decidió tomar las riendas de su vida y focalizar sus esfuerzos en algo que no fuera el amor de otra persona. Fue entonces cuando abrió una galería de arte en Londres. Como explica Prose en su biografía sobre Peggy, aquel giro en su vida “le iba a permitir utilizar su dinero para algo útil y productivo, y también le iba a permitir seguir brindando apoyo a personas en cuyo talento creía; algo que ya llevaba haciendo muchos años de manera informal”.

Poco le importó la oposición de su familia a que la pequeña Peggy optara no solo por convertirs­e en una mujer de negocios, sino que lo hiciera dedicándos­e a impulsar a artistas surrealist­as. La primera exposición ya era un aviso de lo que iba a ser la carrera como mecenas de Peggy Guggenheim, unas sábanas pintadas y decoradas con vello púbico realizadas por Jean Cocteau, uno de los artistas más revolucion­arios del París vanguardis­ta. Ese mismo año fallecía su madre y recibía otra herencia millonaria que le serviría para afianzar su proyecto artístico, la galería que bautizó como Guggenheim Jeune.

La vida de Peggy Guggenheim parecía por fin alcanzar una meta y un sentido. Se rodeó de expertos en arte y aprendió pronto a descubrir el talento de artistas abstractos, surrealist­as y de las distintas vanguardia­s que explosiona­ban en aquellos años de entreguerr­as. Su principal objetivo fue el de dar a conocer la obra de Jean Arp, Vasily Kandinsky, Yves Tanguy, Leonora Carrington, Paul Klee... hombres y mujeres con un gran potencial artístico, pero que no tenían cabida en las grandes y tradiciona­les pinacoteca­s del mundo. Sin embargo, estos encontrarí­an en la colección de Peggy Guggenheim no solo un lugar donde exponer, sino un espacio de proyección internacio­nal de gran valía para todos ellos.

La unión entre el arte heterodoxo y la personalid­ad libre de una mujer que no quería pasar desapercib­ida se convirtió en la fórmula mágica de un éxito que se expandiría desde la pequeña galería de Cork Street.

Su carrera como mecenas no evitó, sin embargo, que continuara buscando el amor. Samuel Beckett, futuro premio Nobel de literatura, fue un amor pasajero y Max Ernst su segundo marido, un hombre que la quiso exclusivam­ente por su dinero y que, como sus otras relaciones, terminó en fracaso. Su último “amor importante”, en palabras de Prose, fue un joven italiano llamado Raoul Gregorich, una relación que duró diez años. Pero este no sería el último de sus romances.

Peggy vivió en Londres, París, Nueva York hasta que encontró aquel pequeño rincón veneciano en el que dar cabida a su valiosa colección de arte. Y convertirl­a en su último hogar. Desde la década de 1950 y hasta su muerte, el palazzo Venier dei Leoni se convirtió en punto de encuentro de artistas e intelectua­les que acudían a compartir veladas con Peggy y a admirar su magnífica colección. Después de su muerte, a finales de 1979, su legado continúa vivo sobre los canales de Venecia.

 ??  ?? SANDRA FERRER ES LICENCIADA EN PERIODISMO. ES RESPONSABL­E DE LA PÁGINA WEB WWW.MUJERESENL­AHISTORIA.COM Y AUTORA DE “MUJERES SILENCIADA­S EN LA EDAD MEDIA”, “BREVE HISTORIA DE ISABEL LA CATÓLICA” Y “BREVE HISTORIA DE LA MUJER”. COLABORA CON LA REVISTA CLÍO CON REPORTAJES ESPECÍFICO­S SOBRE MUJERES EN LA HISTORIA.
SANDRA FERRER ES LICENCIADA EN PERIODISMO. ES RESPONSABL­E DE LA PÁGINA WEB WWW.MUJERESENL­AHISTORIA.COM Y AUTORA DE “MUJERES SILENCIADA­S EN LA EDAD MEDIA”, “BREVE HISTORIA DE ISABEL LA CATÓLICA” Y “BREVE HISTORIA DE LA MUJER”. COLABORA CON LA REVISTA CLÍO CON REPORTAJES ESPECÍFICO­S SOBRE MUJERES EN LA HISTORIA.
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