El primer humorista del IMPERIO ROMANO
Marco Valerio Marcial escribía pequeñas sátiras, llamadas epigramas. No es casualidad que don Francisco de Quevedo fuera uno de sus traductores.
cuatro osos grises, tres tigres, cinco panteras, un leopardo, un elefante de nueve años, cuatro pumas, seis hienas, un lobo de Noruega, un puerco espín de África, tres llamas, dos aligatores del Mississippi, algunas focas, una gacela, un axis-cerdo, un makivari, numerosos monos y pájaros flamencos, cigüeñas, patos mandarines de Australia y marabús”.
La capital de España no le anduvo a la zaga. En un local llamado Tívoli (donde hoy se alza el hotel Ritz) se puso de largo en 1877 la Gran Exposición Zoológica Bidel. Su domador, en palabras de Antonio R. Dalmau, “entraba en una jaula en la que había cuatro hienas, un león, un oso y un elefante”. No tuvo mucha suerte Bidel, pues resultó atacado por su león en un par de ocasiones y al final quedó amputado de ambas piernas.
DENTRO DE LAS JAULAS
El paso de los animales exhibidos a los acróbatas o sabios no se hizo de forma fulminante. Algunos circos, sobre todo los estadounidenses, incluían entre sus espectáculos una exhibición de animales enjaulados, en una carpa separada de la pista. La colección de animales llegaba a albergar hasta veinte o treinta ornamentados remolques-jaula que se alineaban en los laterales, llenos de todo tipo de animales, desde leones del Atlas, tigres de Bengala y leopardos africanos, hasta un elefante. En el centro de la carpa de la colección de animales podían ponerse en fila grandes manadas de animales exóticos, como cebras, dromedarios y camellos, así como jirafas varias, y quizá incluso avestruces y emúes, encerrados en recintos alambrados. En el extremo opuesto de la tienda, cerca de la entrada de la gran carpa, se ubicaba una larga hilera de elefantes. También había rarezas del mundo animal: un ternero con cinco patas, una cabra con tres cuernos y alguna que otra especie "misteriosa".
Hacia mediados del siglo XIX, algunos circos se asociaron con los parques zoológicos, cuyos animales no se exhibían ya en jaulas y participaban en el desfile, cada vez más espectacular, que anunciaba la llegada del circo a una localidad, así como en cabalgatas y carreras (entre camellos, elefantes e incluso avestruces con monos como jinetes) que tenían lugar bajo la carpa y en números especiales.
Durante todo el siglo XIX los circos habían mostrado animales salvajes en jaulas rodantes. La gran innovación consistió en llevar esa jaula rodante, ahora de barrotes, al centro de la pista. Solo quedaba construir una gran jaula circular en la pista misma, que no tardaría mucho tiempo en llegar. Hasta ese momento, los domadores de las ménageries se metían dentro de las jaulas de sus animales para realizar los espectáculos. La exhibición del animal se combinaba con la valentía que mostraba el bestiario, que era capaz de encerrarse con osos, panteras o leones. En los circos contemporáneos, los animales amaestrados hacen lo que les manda el domador: es un espectáculo de obediencia pura, que el público confunde con inteligencia.
EL DOMADOR, UNA PROFESIÓN DE RIESGO
La llegada de la jaula central convirtió el número de animales en auténtico circo. Y con ella alcanzó tanto o más protagonismo que las fieras la persona que las amaestraba con docilidad no exenta de riesgos, para divertimento del público. Uno de los pioneros fue el estadounidense, aunque de origen holandés, Isaac van Amburgh. Ya desde 1829 trabajaba en las ménageries y fue el primero en lograr que sus animales se desplazasen en filas ordenadas o se colocasen en posiciones concretas. Simulaba, asimismo, llevar a cabo batallas con las fieras sin peligro alguno, lo que dejaba boquiabierto al público. Trabajó con el circo de Astley y luego en la sala Drury Lane.
A principios del siglo XX tomaron la delantera los domadores franceses Alfred Court, Firmin Bouglione y los hermanos Amar. El primero fue el fundador del Zoo Circus (el más importante circo francés iti
LA LLEGADA DE LA JAULA CENTRAL CONVIRTIÓ EL NÚMERO DE ANIMALES EN UN AUTÉNTICO CIRCO. Y CON ELLA ALCANZÓ TANTO O MÁS PROTAGONISMO QUE LAS FIERAS LA PERSONA QUE LAS AMAESTRABA CON DOCILIDAD NO EXENTA DE RIESGOS, PARA DIVERTIMENTO DEL PÚBLICO.
nerante) y quien asentó las bases de una genuina y prolífica escuela de doma. Después de trabajar varios años en Estados Unidos, se convirtió en el mejor domador del mundo. Con los Amar, los domadores se convirtieron en cabezas de cartel y las auténticas estrellas de circo. Y Gilbert Houcke fue uno de los discípulos más aventajados de Court. Salía a la pista disfrazado de Tarzán, con un único taparrabos como atuendo.
Hubo que esperar hasta el período de entreguerras para que emergiera la figura de Togare, el mejor domador de su época. Comenzó su carrera en el Circo Krone alemán y luego dio el salto al Circo Carmo en Inglaterra. Actuaba en la jaula con nueve tigres, y el culmen lo cerraba un ataque de la fiera al que el domador dominaba obligándole a echarse a sus pies y dándole la espalda.
En Italia, sobresalió la figura del domador Darix Togni, a quien un grupo de investigadores de aquel país le pidió ayuda para emular la gesta que realizó Aníbal en el año 219 antes de Cristo: cruzar los Alpes con los mejores elefantes de su circo. La improvisada expedición salió de Turín en septiembre de 1976 hasta la frontera francesa, para acceder desde allí a la garganta de Caldibona. Todo se desarrollaba felizmente dentro de la dura aspereza del camino, cuando al llegar a la cumbre de los Alpes, a 2.200 metros de altitud, un violento temporal de agua y nieve se abatió furiosamente sobre ellos impidiéndoles avanzar. La expedición se vio obligada a volver.
Si miramos a nuestro país, uno de los domadores más destacados fue Jesús Vargas Liquiñano, que llegó a actuar en el Ringling Bros. Barnum & Bailey. Asiduo del Circo Price de Madrid, una serie de infortunios le acabaron llevando a dirigir un número de monos. Más contemporáneo es Ángel Cristo, un buen domador al que no le acompañó la suerte como empresario.
Tradicionalmente han existido dos tipos de domas. La de fuerza o ferocidad, en la que el domador acorrala e incordia a la fiera haciéndole soltar zarpazos y rugidos aterradores que impresionan al público. El otro tipo, lo podemos denominar de suavidad y en ella el domador hace realizar sus números a las fieras por medio de la voz y de caricias. Las dos tienen un peligro similar y lo atestigua la larga serie de domadores que han perdido la vida en el ejercicio de su profesión.
El exceso de confianza, los descuidos o la propia esencia de las fieras, que no dejan de ser animales salvajes sin capacidad de raciocinio en busca de su propia supervivencia, han pasado factura a los domadores en forma de terribles accidentes o incluso la propia muerte. Los ejemplos son numerosos: Jack Bonavita perdió una mano; a Cherif le destrozaron el rostro...; James Crocket pereció de un ataque al corazón; Adolf Kosmy fue destrozado por un oso... Son las propias leyes de la naturaleza, pero esa es otra historia...