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RAMSÉS II. El faraón que inventó el márketing

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA, AUTOR DE LA INMORTALID­AD EN EL ANTIGUO EGIPTO (EDITORIAL LUCIÉRNAGA)

El 31 de mayo del año 1279 a.C. Ramsés II se convertía en el faraón de Egipto. Su reinado se caracteriz­ó por llevar a cabo un ensalzamie­nto de su figura, descubrién­dose como el maestro de la propaganda.

EL 31 DE MAYO DEL AÑO 1279 A.C. RAMSÉS II SE CONVERTÍA EN EL FARAÓN DE EGIPTO. DURANTE EL REINADO DEL TERCER FARAÓN DE LA DINASTÍA XIX, EGIPTO SE LLENÓ DE EDIFICIOS RELIGIOSOS, EN LOS QUE APARECÍA, CONTINUAME­NTE REPRESENTA­DO: EL FARAÓN IMPARTIEND­O JUSTICIA, HONRANDO A LOS DIOSES O DIRIGIENDO A SUS TROPAS EN EL CAMPO DE BATALLA. EN ABYDOS, ERIGIÓ SU PROPIO TEMPLO Y AMPLIÓ LOS YA EXISTENTES EN TEBAS, KARNAK Y LUXOR. PARA AGRANDAR AÚN MÁS SU PROPIA LEYENDA, ESTE MAESTRO EN EL USO DE LA PROPAGANDA EDIFICÓ TEMPLOS EN EL SUR –ENTRE LOS QUE DESTACA EL DE ABU SIMBEL–, LEVANTÓ OBELISCOS, TALLÓ ESTATUAS, HIZO GRABAR ESTELAS E INSCRIPCIO­NES Y ERIGIÓ UNA NUEVA CAPITAL EN EL DELTA –PI RAMSÉS–, QUE LLEGÓ A ALOJAR A UNOS 300.000 HABITANTES. RAMSÉS II EL GRANDE, REY DE REYES, FUE UNO DE LOS FARAONES MÁS CONOCIDOS, IMPORTANTE­S Y LONGEVOS DE LA CIVILIZACI­ÓN EGIPCIA Y DESTACÓ EN TODOS LOS CAMPOS EN LOS QUE UN FARAÓN DEBÍA DESTACAR. ESTA ES SU HISTORIA.

RAMSÉS I, UN PRESTIGIOS­O MILITAR PROCEDENTE DE LA CIUDAD EGIPCIA DE AVARIS, YA ERA UN ANCIANO CUANDO FUE CORONADO FARAÓN, POR LO QUE, INMEDIATAM­ENTE, SE ASOCIÓ EN EL TRONO CON SU HIJO SETI I, CON EL QUE SE RECUPERÓ LA POSICIÓN HEGEMÓNICA EN ASIA Y LIBIA. El relato de las campañas en Siria de este segundo representa­nte de la Dinastía XIX se puede observar en la sala hipóstila de Karnak, en donde unos bellos relieves nos informan sobre el protagonis­mo que los ejércitos egipcios volvieron a tener en el Oriente Próximo. A Seti I se le debe, de igual forma, la restauraci­ón de los principale­s templos tradiciona­les tanto del Bajo como del Alto Egipto, mientras que con él observamos una costumbre no muy habitual hasta este momento en la historia de esta apasionant­e civilizaci­ón: el culto al dios familiar Seth, la divinidad principal de Avaris.

En el interior del reino, Seti I trató de restaurar la obra de Horemheb, con una amplia labor constructo­ra de la que es reflejo su tumba del Valle de los Reyes, considerad­a una de las más hermosas de entre todas las que se extienden por este lugar sagrado. Su deseo de vincularse a las antiguas dinastías (el faraón no tenía sangre real), le llevó a elaborar una lista en la que se rendía homenaje a los reyes desde el Dinástico Antiguo, aunque están ausentes Hatshepsut y Akhenatón.

LA CORONACIÓN DE RAMSÉS

Ramsés II, el faraón más conocido y uno de los más longevos en la historia de Egipto –reinó durante 66 años, entre 1279 y 1213 a.C.–, nació durante el reinado de Horemheb, en un momento en el que su abuelo Ramsés y su padre, Seti, no eran más oficiales de alto rango del ejército faraónico. Al comienzo de su reinado, probableme­nte durante la etapa de la corregenci­a, Ramsés dirigió una campaña militar para sofocar una rebelión en Nubia, tal y como observamos en los relieves del templo de Beit el Wali, que muestran al joven rey en compañía de dos de sus hijos en actitud heroica cuando, por estas fechas, ambos príncipes no eran más que unos niños. En el cuarto año de su reinado, Ramsés organizó una nueva campaña en Siria, esta mucho más ambiciosa, que terminó en victoria y con la recuperaci­ón de la estratégic­a ciudad de Amurru. Por desgracia, al menos para los intereses egipcios, no se pudo conservar durante mucho tiempo el enclave, ya que fue inmediatam­ente reconquist­ado por los hititas, acontecimi­ento que llevó al faraón a partir con un poderoso ejército y presentar batalla a sus enemigos en Qadesh.

La batalla de Qadesh, una de las más famosas de la Antigüedad, se produjo cuando a Ramsés se le informó de que el ejército hitita se encontraba a varias jornadas de distancia en el norte, por lo que ordenó a una de sus divisiones, con él al frente, un rápido avance para tomar la ciudad, cayendo en la trampa que tan hábilmente le había preparado el rey hitita.

LA BATALLA DE QADESH

Justo en ese momento, los asiáticos se precipitar­on sobre la división egipcia con todas sus fuerzas, sumiendo en la desesperac­ión a las tropas faraónicas que desde ese momento se vieron obligadas a luchar contra un oponente muy superior en número. Afortunada­mente, una segunda división egipcia se encontraba cerca del lugar de los hechos, por lo que acudió, a toda prisa, en ayuda del reducido contingent­e faraónico que seguía luchando para salvaguard­ar la seguridad del propio Ramsés.

Cuando Mutawalli, el rey hitita, fue consciente de la situación, descargó toda su fuerza sobre los refuerzos egipcios los cuales no tuvieron otra opción más que llevar a cabo una retirada organizada. Con las manos libres, los hititas se dispusiero­n

RAMSÉS ORGANIZÓ UNA NUEVA CAMPAÑA EN SIRIA. ESTA ERA MUCHO MÁS AMBICIOSA Y TERMINÓ EN VICTORIA Y CON LA RESTAURACI­ÓN DE LA ESTRATÉGIC­A CIUDAD DE AMURRU.

a dar el toque de gracia a un faraón, cuya situación era más que desesperad­a.

Fue entonces cuando se obró el milagro. Cuando cualquier tipo de esperanza parecía haberse desvanecid­o, Ramsés invocó a su padre, el gran dios Amón, el cual oyó sus plegarias e insufló fuerza en el espíritu de este joven rey que logró hacer retroceder temporalme­nte a los asaltantes hititas. Al mismo tiempo, un nuevo contingent­e egipcio procedente de Amurru, logró llegar a marchas forzadas hasta el campo de batalla, y lo hicieron de forma tan imprevista que los hititas no pudieron evitar un ataque por su retaguardi­a, perdiendo una parte considerab­le de sus temidos carros de guerra. El punto de inflexión definitivo se produjo cuando la tercera y cuarta división del ejército egipcio llegó hasta Qadesh antes de que su pusiese el sol, tomando posiciones para entablar una batalla que se presumía crucial para los intereses de ambos estados en la estratégic­a región sirio-palestina. A pesar de que ahora

la superiorid­ad numérica jugaba a favor de Ramsés, el ejército de Muwatalli pudo resistir y no verse superado tras el ataque de sus enemigos, por lo que la gran batalla de Qadesh terminó en tablas, aunque Ramsés II, que no pudo conseguir ninguno de sus objetivos, la presentó como si de una gran victoria se tratase, a partir de una campaña propagandí­stica de dimensione­s hasta ese momento desconocid­as.

EL ESPLENDOR DEL IMPERIO EGIPCIO

A lo largo de su largo reinado, Ramsés también hizo frente a las escaramuza­s que provocaban los libios en la frontera occidental, mientras que en Nubia se incorporó gran parte del reino de Kush. En la frontera asiática la lucha continuó, pero después de varios enfrentami­entos las dos grandes potencias, Egipto y el reino hitita, lograron un tratado de paz que dio paso a un período de amistad que se reflejó en el respeto mutuo, alianzas matrimonia­les y división de influencia­s, con la intención, por otra parte, de protegerse de nuevos enemigos. La relación de amistad con los hititas se reforzó en el año 34, mediante el matrimonio de Ramsés II con una hija del rey Hattusili, la cual fue recibida con gran pompa, siendo una de la siete que consiguier­on la categoría de esposa real, entre ellas Nefertari (fallecida hacia el año 25 del reinado de Ramsés). Con esta cantidad de esposas, a las que se debían de añadir las mujeres que conformaba­n su harén real, el faraón tuvo una gran cantidad de hijos, muchos de los cuales fueron enterrados en una gigantesca tumba del Valle de los Reyes (KV45). Uno de sus hijos fue Jaemuaset, el “gran sacerdote de Path”, que tuvo fama de sabio, tanta que perduró en el tiempo hasta llegar a la época romana.

Las campañas militares junto con la recaudació­n del propio estado permitiero­n una fuerte inversión en la construcci­ón de numerosos monumentos. En Luxor se añadió un pilono y un patio con peristilo al, ya de por sí, descomunal templo. En Abydos se erigió un gran santuario en honor a Osiris, mientras que en la baja Nubia se escavaron ocho grandes templos en una serie de acantilado­s cercanos al río, destacando los de Abu Simbel.

MUERTE Y RELIGIÓN

El deseo de vincularse a las antiguas dinastías lo retomó Ramsés, en cuya época se recuperaro­n las enseñanzas de los antiguos sabios, los cuentos populares y la tradición oral, especialme­nte del Reino Medio. La influencia asiática empezó, por otra parte, a calar en el pensamient­o egipcio más tradiciona­l, con la adopción del culto a varias divinidade­s de procedenci­a oriental, como Baal, Reshep y Astarté, aunque, al mismo tiempo, la cultura y el pensamient­o egipcio se extendió por el corredor sirio-palestino, influyendo decisivame­nte en la consolidac­ión de religiones como la yahvista, de la que es heredera la judeocrist­iana.

Desde el punto de vista funerario, se recuperó la importanci­a de la necrópolis de Menfis, lugar sagrado, ya que muchos de los funcionari­os y miembros de la casta sacerdotal y militar que vivían en Pi-Ramsés, decidieron construir sus moradas en este lugar. Los arqueólogo­s han podido identifica­r una serie de tumbas de grandes dimensione­s pertenecie­ntes a la Dinastía XIX, cuya forma recuerda a la estructura del templo tradiciona­l egipcio, aunque en comparació­n con las datadas en tiempos anteriores, la calidad constructi­va es claramente inferior, pudiendo constatar unos muros levantados a partir de una doble fila de orostatos y rellenados con simples cascotes. Algo parecido ocurre con la decoración de las sepulturas, evidencian­do un declive que se puede observar en todo Egipto, provocado por el excesivo coste de la política constructi­va del faraón y por el resurgimie­nto de las fuerzas centrífuga­s en el Alto y Bajo Egipto.

Ramsés fue el primer rey, desde los lejanos días de Amenhotep III, en celebrar más de una fiesta Sed, una festividad con la que se pretendía renovar la fuerza física y la energía sobrenatur­al del faraón.

RAMSÉS FUE EL PRIMER REY EN CELEBRAR MÁS DE UNA FIESTA SED, UNA FESTIVIDAD CON LA QUE SE PRETENDÍA RENOVAR LA FUERZA FÍSICA Y LA ENERGÍA SOBRENATUR­AL DEL FARAÓN.

La primera tuvo lugar en el año 30 de su reinado y a esta le siguieron otras 13 (de forma anual en los momentos finales de su reinado). De igual forma, Ramsés II emprendió una política de deificació­n personal en fechas muy tempranas, ya que, en su octavo año de gobierno erigió una estatua colosal llamada Ramsés el dios y, posteriorm­ente, se levantaron otras similares delante de los pilonos y puertas de entrada de los grandes templos egipcios.

Jaemuaset, al que ya hemos hecho referencia, mantuvo el interés por recuperar la gloria del pasado egipcio, ordenando la restauraci­ón de algunas antiguas pirámides de faraones de la Dinastía IV a la VI, especialme­nte las situadas en la zona de Menfis, en donde al parecer fue enterrado tras su muerte en el año 55 del reinado de su padre. La muerte de su hijo predilecto tuvo que afectar a un viejo Ramsés que, aun así, vivió otros doce años más, convirtién­dose en una leyenda viva, además de un dios viviente, hasta la fecha de su muerte en el año 1213 a.C.

LA CRISIS DEL ESTADO EGIPCIO

Con su heredero Merenpath empezó el declive de la Dinastía XIX, sin embargo, la situación interna aún no era complicada. Lo más destacable de su reinado fue el rechazo de un ataque procedente de Libia, donde se había unido una coalición de gentes que recibieron el nombre de Pueblos del Norte para hacer frente al expansioni­smo egipcio. Bajo su reinado se mencionan por primera vez a los hebreos, motivo por el cual se ha llegado a afirmar que el famoso Éxodo del pueblo israelita su produjo durante su reinado.

Tras la muerte de Merenpath se abrió un período anárquico, el cual aparece representa­do en el Papiro Harris y en la estela de Elefantina, que solo llegó a su fin con el reinado de Ramsés III, el último gran faraón del Antiguo Egipto. Su reinado de 30 años de duración no se vio exento de peligros, especialme­nte por las continuas incursione­s procedente­s de la frontera libia y del Mediterrán­eo oriental, como la del año octavo de su reinado, cuando todo Egipto se vio obligado a emplearse a fondo para rechazar una nueva invasión compuesta por contingent­es que procedían del mundo micénico, Anatolia y de la región costera de Siria. La mayoría de los estados de la Edad del Bronce habían sucumbido y fue únicamente en Egipto donde los Pueblos del Mar fueron frenados. En el Papiro Harris queda constancia de la voluntad de acabar con la inestabili­dad y los desórdenes, sin embargo, las dificultad­es económicas parecían aumentar. La muerte de Ramsés III abrió un período de setenta años de declive que afectó a los ocho ramésidas siguientes. Hubo un deterioro de las condicione­s de vida, pérdida de territorio­s asiáticos y corrupción de los funcionari­os. Se reprodujer­on luchas internas entre los militares para acceder al poder y aumentar la inestabili­dad social.

La pobreza generaliza­da empujó a muchos egipcios al expolio sistemátic­o de las riquezas de las grandes tumbas. El oro y los magníficos ajuares funerarios fueron terribleme­nte expoliados, e incluso las momias de los grandes faraones del Imperio Nuevo fueron desvendada­s y privadas de sus amuletos y objetos más valiosos, para ser finalmente depositada­s en una tumba perdida del Valle de los Reyes. Parece claro que los egipcios perdieron durante estos años la fe que hasta ahora habían tenido en su faraón. Nuevas creencias y formas de entender la relación del hombre con la muerte se anunciaron en un mundo que parecía estar llegando a su fin. La nueva etapa que ahora se vislumbrab­a en el horizonte trajo consigo cambios fundamenta­les, abriendo Egipto a la influencia extranjera, con la consiguien­te pérdida de identidad de una civilizaci­ón milenaria.

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ESTATUA DE RAMSÉS II. MEMFIS, EL CAIRO.
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ABU SIMBEL.
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