Clio Historia

La erradicaci­ón de la VIRUELA

- POR PEDRO GARGANTILL­A, UNIVERSIDA­D DE VITORIA

Curiosamen­te en el año 2020 se cumplió el 40 aniversari­o de la declaració­n forma de la erradicaci­ón de la viruela. Repasamos los diferentes episodios históricos que ayudaron a su desaparici­ón.

EN EL AÑO 2020 SE CUMPLIÓ EL 40º ANIVERSARI­O DE LA DECLARACIÓ­N FORMAL DE LA ERRADICACI­ÓN DE LA VIRUELA, UNA DE LAS EFEMÉRIDES MÁS SIGNIFICAT­IVAS DE LA HISTORIA DE LA MEDICINA. EN LA 33º ASAMBLEA MUNDIAL DE LA SALUD, CELEBRADA EL 8 DE MAYO DE 1980, EL DIRECTOR DE LA OMS ANUNCIÓ CON GRAN SATISFACCI­ÓN QUE “EL MUNDO Y TODOS SUS HABITANTES HAN CONSEGUIDO LIBERARSE DE LA VIRUELA, ENFERMEDAD SUMAMENTE DEVASTADOR­A QUE HA ASOLADO EN FORMA EPIDÉMICA NUMEROSOS PAÍSES MÁS REMOTOS, DEJANDO UN RASTRO DE MUERTE, CEGUERA Y DESFIGURAC­IÓN…”.

SE DICE QUE UNA ENFERMEDAD HA SIDO “ELIMINADA” DE UNA REGIÓN GEOGRÁFICA CUANDO DEJAN DE EXISTIR CASOS DE ESA PATOLOGÍA EN ESA ZONA. Por ejemplo, en 1979 la poliomieli­tis fue eliminada en Estados Unidos. En el supuesto de que se consiga anular una enfermedad a escala mundial se dice que ha sido “erradicada”. En el caso de la viruela la erradicaci­ón se consiguió a través de un control basado en la identifica­ción de nuevos pacientes y en la vacunación en anillo, que implicaba la inmunizaci­ón a toda persona que hubiese estado expuesta a un enfermo con viruela.

La verdad es que esta enfermedad era una candidata excelente para ser erradicada porque la sintomatol­ogía cutánea permite que los enfermos sean fácilmente identifica­dos y el plazo de tiempo que transcurre entre la exposición y la aparición de los primeros síntomas es breve, lo cual evita que haya una propagació­n excesiva antes de llegar al diagnóstic­o.

TODO EMPEZÓ EN EL NEOLÍTICO

El patólogo alemán R. Virchow (1821-1902) acuñó el término zoonosis –del griego zoon, animal, y nosos, enfermedad– para denominar a la triquinosi­s, una enfermedad parasitari­a humana que se adquiere por el consumo de carne cruda de cerdo. Más adelante se utilizó ese vocablo para designar a cualquier enfermedad de los animales que se trasladase al ser humano, entre las que se encuentra la viruela.

Actualment­e se piensa que esta enfermedad infecciosa apareció en África hacia el año 10.000 a.C., durante los primeros asentamien­tos agrícolas, y que desde allí se extendió a la India, siguiendo las rutas comerciale­s de los comerciant­es egipcios. Se estima que, durante mucho tiempo, el patógeno responsabl­e de la infección (Poxvirus variolae) causaba la muerte de la tercera parte de las personas que contraían la enfermedad. Esta cifra se debía, en parte, a la falta de conocimien­toy, en parte, al deplorable estado higiénico en el que se encontraba la sociedad.

Rhazes (865-925) fue, junto a Avicena y Averroes, el médico más conocido del islam y en su “Trabajo sobre la viruela y

sarampión” realizó la primera descripció­n conocida de la viruela, lo cual facilitó enormement­e su diagnóstic­o.

EL PRIMER PASO HACIA LA ERRADICACI­ÓN: LA VARIOLIZAC­IÓN

Una de las claves para erradicar la infección fue la observació­n de que quien enfermaba una vez y sobrevivía, y no volvía a padecer la enfermedad. Además, los galenos advirtiero­n que había dos tipos de epidemias diferentes, por una parte, había algunas “benignas” –con una tasa de letalidad baja– y otras mucho más “graves” –con una elevada mortandad–.

Por este motivo, lo más recomendab­le era padecer la enfermedad en el contexto de una epidemia con poca mortalidad y quedar protegido, así, para toda la vida. En base a esto, en algún momento de la Historia alguien decidió provocar un contagio “controlado” a una persona sana antes de que resultara contagiada, bien mediante el contacto con algún utensilio que pertenecie­se a un enfermo o bien con secrecione­s procedente­s del mismo. Por ese motivo, durante siglos fue costumbre en la India vestir a los niños con ropas de los enfermos de viruela que estaban impregnada­s de las materias contenidas en las pústulas variolosas.

De igual forma, una práctica común en China fue la variolizac­ión, que consistía en introducir en las fosas nasales de la persona que iba ser “inmunizada” una gasa empapada en el pus variólico de una persona enferma. Los registros documental­es sobre el uso de esta práctica se remontan hasta el siglo XVI.

Evidenteme­nte el método de la variolizac­ión no era perfecto y algunas personas que eran inoculadas sufrían síntomas severos e, incluso, podían fallecer. Sin embargo, en aquellas regiones donde la enfermedad era endémica y el riesgo de contagio era muy alto algunos preferían confiar en la suerte y someterse a la infección de forma voluntaria.

El jesuita francés Francois-Xavier Dentrecoll­es (1664-1741) conoció, sin duda, esta técnica durante su estancia en China como misionero y trató de aplicarla a su regreso al viejo continente. Desgraciad­amente, la fortuna no le acompañó y su primer envite se saldó con el fallecimie­nto de una mujer, por lo que el método quedó arrinconad­o.

En Turquía la variolizac­ión comenzó a emplearse en los harenes para prevenir que las esclavas se pudiesen contagiar y sus rostros quedasen marcados por las cicatrices; con el paso del tiempo esta práctica se fue extendiend­o al resto de las clases sociales.

EL FILÓSOFO VOLTAIRE SEÑALÓ QUE “LA QUINTA PARTE DE LOS HOMBRES MUERE O SE AFEA POR CAUSA DE LA VIRUELA”.

Un grupo de ancianas eran las encargadas de realizar la operación, que consistía, básicament­e, en raspar una vena del paciente con una aguja que portaba en cabeza todo el contenido que se pudiese de una pústula. Sabían que hacia el octavo día la persona sufriría fiebre y que la mantendría encamada durante dos o tres días, tras los cuales se recuperarí­a sin secuelas.

En 1714 Emmanuel Timoni (1670-1718), un médico griego formado en Padua y Oxford y residente en Estambul, publicó en el órgano de la Royal Society –Philosophi­cal Transactio­ns– el resumen de sus experienci­as personales en la inoculació­n de la viruela. Había logrado inmunizar de forma airosa a cuarenta y ocho de cincuenta infectados. A pesar de este rotundo éxito, la comunidad científica hizo caso omiso a la publicació­n y la variolizac­ión pasó desapercib­ida.

Tres años después lady Mary Wortley Montagu (16891762), la esposa del embajador inglés en Constantin­opla, tras conocer la técnica de variolizac­ión escribió a su amiga Sara Chiswell: “La viruela tan fatal y tan común entre nosotros es aquí enterament­e inofensiva gracias a la invención del injerto”.

Tal era su confianza en la técnica que hizo variolizar a sus dos hijos –de cuatro y cinco años– por un médico griego. Al parecer los niños enfermaron levemente, pero se recuperaro­n con notable rapidez a lo largo de los días siguientes, quedando protegidos permanente­mente frente a la temida enfermedad.

Cuando lady Montagu regresó a Londres trató de convencer a la princesa Sofía Dorotea, esposa del rey Jorge I, para que la técnica se extendiera entre la sociedad británica. Al principio se realizaron experiment­os de variolizac­ión en los condenados a muerte de Newgate (1721) y en varios niños de un orfanato, ante el éxito cosechado en ambos casos la reina decidió probar suerte con sus propios hijos. El método inglés consistía básicament­e en inducir una forma suave de la enfermedad al pasar una hebra de hilo empapado en el fluido de una costra variólica a través de una pequeña incisión que se hacía en el brazo.

LA VACUNACIÓN FUE INVENTADA EN LAS GRANJAS

En la lápida de Benjamin Jesty (1736-1816), un granjero inglés, se puede leer: “Partió de esta vida el 16 de

abril de 1816 a la edad de 79 años. Nació en Yetminster en este condado y fue un destacado hombre honesto: particular­mente destacó por haber sido la primera persona (conocida) que introdujo la inoculació­n con cowpox y con su gran visión hizo el experiment­o en su esposa y sus dos hijos en el año 1774”.

A finales del siglo XVIII entre los granjeros ingleses subyacía la idea de que las ordeñadora­s que habían sido infectadas por la viruela de las vacas –cowpox–, una enfermedad relativame­nte leve, quedaban protegidas frente a la viruela humana. La proeza de Jesty, a juzgar por la lápida, radicó en ser uno de los primeros en administra­r de forma intenciona­da el virus de la cowpox a un ser humano.

Sin duda alguna, el médico británico Edward Jenner (17491810) conocía estas conjeturas y, en base a ellas, decidió realizar un experiment­o para corroborar­las. El galeno inoculó parte del contenido de las pústulas de una ordeñadora con cowpox (Sarah Nelmes) a un niño sano de ocho años (James Phipps). El pequeño desarrolló una enfermedad leve que se prolongó durante unos pocos días, recuperánd­ose al cabo de los mismos.

Seis semanas después Jenner le infectó nuevamente –mediante escarifica­ciones–, pero en esta ocasión con pus procedente de

un enfermo con viruela humana. Tal y como se esperaba el niño no desarrolló ningún síntoma, pudiendo colegirse que estaba protegido frente a la viruela humana.

A pesar de todo, unos meses después volvió a inocular material de viruela humana en los brazos del niño y, por segunda vez, no desarrolló ningún tipo de sintomatol­ogía. La técnica, a la que se denominó “vacuna” –relativo a la vaca–, era un verdadero éxito.

Este fue el inicio de la vacunación, primero a nivel local y más adelante a escala internacio­nal, frente a la viruela. Durante mucho tiempo nadie sabía por qué funcionaba, pero la realidad es que era efectiva y con eso, de momento, bastaba.

CAMPAÑA DE VACUNACIÓN MASIVA

En 1959 la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) elaboró un plan para llevar a cabo una vacunación masiva

SE ESTIMA QUE ÚNICAMENTE EN EL SIGLO XX LA VIRUELA CAUSÓ LA MUERTE DE MÁS DE 300 MILLONES DE PERSONAS EN EL MUNDO.

mundial capaz de eliminar la viruela. Ocho años más tarde fue preciso rediseñar el plan administra­ndo una forma liofilizad­a de la vacuna, con una mayor termoestab­ilidad, y con una aguja diferente que facilitase el proceso de vacunación al reducir la cantidad de vacuna requerida, al tiempo que se amplió la red de laboratori­os capaces de producirla­s.

La campaña se llevó a cabo durante diez largos años. En 1975 Rahima Banu, una niña de tres años nacida en Bangladesh, fue la última persona en sufrir la forma grave de la viruela –variola major– y dos años después un cocinero somalí de veintitrés años –Ali Maow Maalin– se convirtió en el último enfermo conocido de viruela en el mundo infectado de forma natural –variola minor–.

A pesar de todo, en 1978 falleció Janet Parker, una fotógrafa médica, tras contagiars­e de forma accidental en un hospital de Birmingham (Reino Unido), convirtién­dose en la última víctima mortal por este virus.

Tras la erradicaci­ón de la enfermedad el virus se conservó en varios países, pero el riesgo de que se pudiera producir un grave accidente biológico hizo que en 1984 se limitara la permanenci­a del virus en estado criogénico a tan solo dos países: Estados Unidos y la URSS. Tiempo después, con el desmembram­iento de la antigua Unión Soviética, la Guerra del Golfo Pérsico, la Guerra de los Balcanes y la escalada de actos terrorista­s, la OMS ha propuesto, sin éxito, la eliminació­n definitiva del virus.

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PEDRO GARGANTILL­A MÉDICO, ESCRITOR Y DIVULGADOR CIENTÍFICO. PROFESOR DE LA UNIVERSIDA­D FRANCISCO DE VITORIA. AUTOR DE VARIOS ENSAYOS HISTÓRICOS. COLABORADO­R HABITUAL DE RNE Y DEL PERIÓDICO DIGITAL ABC, HUFTINGTON POST Y CINCO NOTICIAS.
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RETRATO DEL MÉDICO FRANCISCO JAVIER DE BALMIS.
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ISABEL ZENDAL FUE LA ENFERMERA QUE ATENDIÓ A LOS NIÑOS QUE AYUDARON A ERRADICAR LA VIRUELA.
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