La FURIA ESPAÑOLA en la batalla de Amberes
ENTRE EL 4 Y 7 DE NOVIEMBRE DE 1576 SE DESATÓ EN AMBERES UNA DESCOMUNAL BATALLA, EN LA QUE COMBATIERON CUATRO MIL SOLDADOS DE LOS EJÉRCITOS DEL REY FRENTE A UN NÚMERO MUY SUPERIOR DE MERCENARIOS CONTRATADOS POR LOS CIUDADANOS AMBERINOS. LA INTENCIÓN ERA LA DE ASALTAR LA CIUDADELA LEVANTADA EN TIEMPOS DEL DUQUE DE ALBA, Y EN LA QUE ESTABAN CERCADOS SEISCIENTOS SOLDADOS DE GUARNICIÓN AL MANDO DE SANCHO DÁVILA.
EL SAQUEO QUE SE PRODUJO DESPUÉS DE LA BATALLA ES UNO DE LOS ACONTECIMIENTOS ANGULARES EN LA QUE SE ASIENTA LA CAMPAÑA DENIGRATORIA DE LA PRESENCIA ESPAÑOLA EN LOS PAÍSES BAJOS. Los hechos aludidos se produjeron fundamentalmente entre el 4 y el 7 de noviembre de 1576, y sobre ellos hay profusión de informaciones que hablan de la magnitud y gravedad de lo acontecido y de la enorme repercusión que habría de tener en el futuro de la revuelta de los Países Bajos.
Amberes era la ciudad más poblada y próspera de Flandes. Por aquellos días su censo estable no era menor de 80.000 ciudadanos, y a sus establecimientos comerciales se acercaban multitud de mercaderes, proveedores y consignatarios de toda Europa. Desde 1531 su potente Bolsa contaba con un magnífico edificio y su correspondencia con Medina del Campo era muy intensa. El comercio de la lana había sido siempre un buen motivo para sus relaciones con Castilla y el flujo entre ambas zonas se puede comprobar muy bien en España por la gran cantidad de obras flamencas que atesoran nuestras iglesias, museos y palacios.
Desde la sublevación de los rebeldes contra la política del Duque de Alba la ciudad empezó a perder algo de protagonismo económico en favor de Amsterdam, aunque nunca dejó de ser la ciudad de referencia para el comercio con la Península ibérica. El río Escalda y su puerto la convertían en un asentamiento estratégico. Además, la ciudad estaba fuertemente fortificada y muy bien defendida. El Duque de Alba mandó levantar a su costado una fortísima ciudadela, tanto para su defensa como para su vigilancia. Desde 1574, con el gobierno de Luis de Requesens, la dotación militar rondaba los ochocientos soldados al mando de Sancho Dávila, el mismo que había causado un grave quebranto a los rebeldes en la batalla de Mook.
Durante el año 1575 hubo unas fracasadas negociaciones de paz en Breda, el mercado de lana se hundió y Felipe II declaró la bancarrota. Al año siguiente murió Requesens y las tropas mercenarias se amotinaron al no recibir los grandes atrasos en sus pagas. A las órdenes de Cristóbal de Mondragón, durante el verano, habían conseguido con grandes dificultades ganar la plaza de Zierikzee y una vez más no recibieron sus retribuciones atrasadas. Declarados en motín, se dirigieron a Alost, a unos 30 kilómetros de Bruselas, donde despidieron a sus jefes y proclamaron a su electo.
En esas circunstancias los amberinos decidieron contratar un fuerte ejército sufragado por los Estados Generales y lo alojaron dentro del recinto amurallado de Amberes. Las noticias de unos y otros alimentaron las mayores animadversiones.
LA BATALLA DE AMBERES
De lo que ocurrió en Amberes en aquellos días conservamos abundante información. Hoy las investigaciones del profesor Raymond Fagel (Fagel, R., 2020. "Los orígenes de la furia española en Amberes" –1576–) nos permiten reconstruir bien las circunstancias en las que se desarrollaron los hechos de noviembre. La autoridad civil de la ciudad la ejercía el señor de Champaigney, que, si bien había manifestado su fidelidad a su señor natural el rey Felipe, siguió las recomendaciones de los Estados Generales y decidió contratar fuerzas valonas y alemanas.
No menos de seis mil soldados se acantonaron en la ciudad, mejoraron las defensas, dispusieron baterías de cañones y se prepararon para asaltar la ciudadela. A ese refuerzo mercenario se sumó la guardia armada de la ciudad y, además, se recomendó a la población civil que se pertrechara con armas y permaneciera preparada y lista para intervenir si fuera necesario.
Los observadores apostados por Sancho Dávila en los baluartes de la ciudadela seguían los preparativos dentro de la urbe. El maestre de campo, visto el peligro inminente, decidió dejar entrar en su recinto a todos l os soldados que estuvieran dispuestos a participar en una defensa a ultranza. Así llegaron los que estaban a las órdenes de Julián Romero y Alonso de Vargas y, conocida la apurada situación, los amotinados de Alost, que habían servido a las órdenes de Francisco de Valdés, caminaron a marchas forzadas hasta llegar a la ciudadela en la mañana del día 4 de noviembre. Cuando estos últimos fueron invitados a reponer fuerzas por sus agradecidos compañeros dieron la famosa contestación, no siempre admitida como cierta: "Venimos con propósito cierto de victoria, y así hemos de cenar en Amberes, o desayunar en los infiernos".
En resumen, todas las fuentes coinciden en que las fuerzas dispuestas en la ciudad eran casi el doble de las que se habían reunido en la ciudadela. Estaban mandadas por el conde de Eberstein, el conde de Egmont, el señor de Capres, el señor de Goignies y el señor de Hauré.
Así las cosas, el jefe electo de los amotinados, el alférez Juan de Navarrete, enarbolando un estandarte con un crucifijo estampado en una cara y con la efigie de la Virgen María por la otra, se lanzó al asalto de los muros de Amberes.
Como muy bien se aprecia en el grabado superior las murallas de la ciudad estaban protegidas por grandes gaviones, cuadros de piqueros, mosqueteros, arcabuceros y artillería gruesa para disparar contra los baluartes de la ciudadela. Desde esta se hizo fuego también con sus medios cañones que hubieron de producir el incendio de algunos edificios próximos a las calles de san Miguel y de san Jorge, por donde penetrarían las huestes de Francisco Valdés y de Julián Romero.
Superada la primera barrera, la infantería española, en la que se mantenían fieles varias compañías alemanas, perseguían a las tropas valonas y alemanas contratadas por Amberes. Entretanto la caballería de Alonso de Vargas empujaba a las fuerzas valonas hasta el ayuntamiento en la Plaza Mayor. Aquí se hicieron fuertes los defensores y arcabuceaban con saña a los soldados del capitán Damián de Morales. Como recurso dentro de la batalla, los españoles incendiaron el edifico hasta desalojar a sus defensores. Estos emprendieron la huida hacia el río donde más de uno acabó ahogándose como el mismísimo Eberstein. Sobrevivieron y fueron hechos prisioneros Egmont, Capres y Goignies.
La fuente escrita más difundida, y a la que mayor fiabilidad se le ha concedido en la guerra de papel contra la Monarquía Hispana es The Spoyle of Antwerpe, opúsculo que publicó el escritor inglés George Gascoigne que por aquellos días estaba alojado con un salvoconducto
LA FUENTE ESCRITA MÁS DIFUNDIDA EN LA GUERRA DE PAPEL CONTRA LA MONARQUÍA HISPANA ES "THE SPOYLE OF ANTWERPE", OPÚSCULO QUE PUBLICÓ EL ESCRITOR INGLÉS GEORGE GASCOIGNE.
en el consulado inglés de Amberes. Hoy sabemos que más de la mitad de su texto debe su literalidad a un panfleto escrito por un amberino anónimo con el título The Warachtige beschrijvinghe van het innemen van Antwerpen, traducido al francés como Brieve et veritable Histoire de la prise d’Anvers.
A la pluma de Gascoigne se deben los fragmentos y las frases que con mayor acritud se valora la acción española. No aporta datos que varíen los que se tienen como más próximos a la realidad: el día 4 de noviembre de 1576 las fuerzas españolas, regulares y amotinadas, reunidas en torno a Sancho Dávila, tomaron al asalto la ciudad de Ambere,s que tenía preparada la toma por la fuerza de la ciudadela con catorce mil ciudadanos armados y casi seis millares de soldados mercenarios.
LA FURIA ESPAÑOLA
Lo que ocurrió en los dos días siguientes es el origen de la famosa expresión con la que se califica la matanza despiadada e indiscriminada que los españoles, en un comportamiento propio de ellos, causaron a la población de Amberes: a los ricos para arrancarle sus bienes, a los pobres porque no tenía qué robarles.
Ya hemos tenido ocasión de explicar, no de justificar, el atroz comportamiento de las tropas del rey (ver La guerra de papel, págs. 365390). Aunque ahora lo veamos como inhumano, las leyes de la guerra de la época justificaban un saqueo de tres días de las ciudades que se hubieran tenido
LAS CONSECUENCIAS POLÍTICAS, SU REPERCUSIÓN INMEDIATA, Y EL DAÑO QUE PRODUJO EN LA REPUTACIÓN DE TODO LO QUE SONARA A ESPAÑOL FUERON EXPLOTADAS POR LA PRENSA DE AMBERES, COLONIA, LONDRES Y PARÍS.
que ganar al asalto. Circunstancia que en este caso venían agravadas por el acorralamiento a las que se vieron sometidas las fuerzas de Dávila, con la mitad de ellas amotinadas por impago de sus soldadas, y por la fuerte resistencia que ofrecieron los burgueses que se habían armado siguiendo las instrucciones de las autoridades rebeldes.
El día 8 de noviembre los delegados de las diecisiete provincias reunidos en Gante dictaron los puntos que habría de
aceptar el nuevo gobernador de los Países Bajos como tutor de las autoridades locales. Juan de Austria, aterrizado en esos días en Flandes, aceptó las condiciones y firmó el Edicto Perpetuo el 5 de enero de 1577. No pasó ni un año para que tuvieran que volver las fuerzas del rey.
Las consecuencias políticas, su repercusión inmediata, y el daño que produjo en la reputación de todo lo que sonara a español fueron sabiamente explotadas en los panfletos estampados en las poderosas prensas de Amberes, Colonia, Londres y París. Los grabados de Hogenberg fueron mutilados en sus textos de crítica de los burgueses de Amberes, sus imágenes fueron reproducidas haciendo ligeras variaciones para que en cada paso se agravara la ferocidad española y el desvalimiento de los ciudadanos. Se abusó de las escenas en que se recogía toda una muestra de tormentos que en la premura del saqueo nunca hubiera podido tener cabida. Y como imagen de la barbarie hispana, el precioso ayuntamiento renacentista envuelto en llamas, siempre más grandes y siempre con un menor número de defensores disparando desde sus ventanas y balcones.
Para mayor abundamiento de la crítica más acerba, los textos añadidos a los panfletos y a los grabados manipulados ofrecían una constante referencia a la "natural crueldad de los españoles". A los pocos años la verdad oficial nada decía de que Amberes se estaba preparando para tomar la ciudadela y que no se podría esperar un resultado muy distinto al conocido como "furia española", si se hubiera dado el resultado contrario. De hecho, una vez acuñada la expresión, se aplicó en ocasiones similares aun cuando no intervinieran en nada tropas españolas: furia inglesa en Malinas (1580), furia francesa en Amberes (1583), etc. El súmmum de la exageración lo ofreció el óleo reproducido en esta página, no representa un saqueo, es una inútil carnicería de inocentes y un muestrario de fatigosos tormentos y vejaciones escasamente lucrativas.
ESTRAMBOTE FUTBOLERO
Desde hace poco más de cien años esta expresión, "furia española", es utilizada con frecuencia cuando se trata de elogiar el brío con que la selección nacional de fútbol gana a otro equipo. Por extensión se aplica a otros deportes y a situaciones en las que el ganador lo hace con coraje, pese a tener los pronósticos en contra.
La "comparación con los legendarios tercios de Flandes" y su utilización en el campo deportivo se debe a la pluma de un gacetillero francés que tituló así su crónica del primer partido de España en los Juegos Olímpicos de 1920:"Dinamarca derrotada por la furia española". En Amberes, Bélgica, el dicho hizo fortuna. En los siguientes encuentros, hasta lograr la medalla de plata, el equipo español que, si no mostró un juego sofisticado, sí tuvo un bravo comportamiento ("Sabino, a mí el pelotón, que los arrolló") se mereció un tratamiento similar. Los rotativos de Holanda, Suecia, Francia lo consagraron. Hasta hoy.