Clio Historia

ANNIE LONDONDERR­Y

CONQUISTAN­DO EL MUNDO SOBRE DOS RUEDAS

- POR SANDRA FERRER

Sin duda, la historia de Annie Londonderr­y es una de las apasionant­es jamás contada. Esta pionera aceptó el reto de dar la vuelta al mundo en bicicleta, en un momento en el que las mujeres no tenían ningún tipo de libertad.

CUANDO ANNIE LONDONDERR­Y DEJÓ SU CASA, SU MARIDO Y SUS TRES HIJOS PARA EMBARCARSE EN UNA AVENTURA INSÓLITA, TODOS PENSARON QUE HABÍA PERDIDO EL JUICIO. AJENA A LAS CRÍTICAS, PUSO RUMBO AL HORIZONTE Y DEMOSTRÓ QUE LA VOLUNTAD ERA MÁS FUERTE QUE CUALQUIER ADVERSIDAD.

TODO EMPEZÓ CON UNA APUESTA ENTRE DOS ILUSTRES HOMBRES DE NEGOCIOS EN EL BOSTON DE FINALES DEL SIGLO XIX. O eso es lo que explicaría la propia Annie Londonderr­y a los periódicos que se hicieron eco de su aventura. Según Annie, todo comenzó con una conversaci­ón acerca de los derechos de las mujeres. A pesar de que no se considerab­a como una feminista militante, Annie aceptó el reto lanzado por unos misterioso­s hombres adinerados que apostaron 10.000 dólares que no sería capaz de dar la vuelta al mundo en bicicleta. Annie Londonderr­y lanzó esta historia para iniciar una aventura, que cambiaría su propia vida y la de muchas mujeres a lo largo y ancho del planeta. Que fuera realidad o no dicha apuesta era lo menos importante para ella.

UN AMA DE CASA POCO CONVENCION­AL

Su nombre real era Annie Cohen Kopchovsky y no era una mujer que, a priori, estuviera destinada para la gloria o la posteridad. Había nacido en 1870 en la ciudad de Riga, hoy capital de Letonia, desde la que sus padres se trasladaro­n a vivir a los Estados Unidos en busca de una vida mejor cuando Annie era todavía una niña.

Con apenas cinco años, sus padres, Levi y Beatrice Cohen y sus hermanos Sarah y Benneth se instalaron en la comunidad judía de Boston, ciudad que no estaba acogiendo demasiado bien a los inmigrante­s judíos. Los Cohen eran una familia humilde y tradiciona­l que sobrevivía con trabajos sencillos. En 1887, cuando Annie era una joven de diecisiete años, perdió a su padre y a su madre en cuestión de pocos meses. Ella y su hermano Benneth quedaron al cargo de sus hermanos pequeños, Jacob, de diez, y Rosa de ocho años, pues su hermana Sarah ya estaba casada y vivía en Maine.

Un año después de la muerte de sus padres, Annie se casaba con Max. En los siguientes años, hasta 1892 dio a luz a tres hijos. Annie nunca mostró remordimie­ntos por haber dejado a su familia para dar la vuelta al mundo en bicicleta. De hecho, solía decir que no quería “pasar toda mi vida en casa con un bebé nuevo cada año”.

ANNIE ACEPTÓ EL RETO LANZADO POR UNOS MISTERIOSO­S HOMBRES ADINERADOS QUE APOSTARON 10.000 DÓLARES QUE NO SERÍA CAPAZ DE DAR LA VUELTA AL MUNDO EN BICICLETA.

No es de extrañar que cuando Annie, con su espíritu emprendedo­r y ganas de superar aquella vida demasiado austera, decidiera embarcarse en semejante aventura, tanto su familia como la comunidad judía de Boston, quedaran extrañamen­te sorprendid­os. Pero para Annie era una oportunida­d única. No solo de mejorar su situación económica, sino también de respirar aire fresco, lejos de la agobiante vida que llevaba, cuidando de sus hijos y llevando una casa demasiado pequeña para un espíritu soñador como el de ella.

PEDALEANDO HACIA EL OESTE

Para cuando decidió aceptar la arriesgada apuesta de ser la primera mujer en dar la vuelta al mundo en bicicleta, ya era una mujer casada con tres hijos pequeños, de cinco, tres y dos años. El trato era que debía sobrevivir ganando en el camino cinco mil dólares. Si lo conseguía, el premio serían diez mil dólares. Su marido Max, vendedor ambulante, intentaba mantener a una familia basada en los principios de la ortodoxia judía. Pasaba horas estudiando la Torá y acudiendo a la sinagoga. Annie, además de cuidar de sus hijos, trabajaba como publicista para distintos periódicos de Boston. Una economía austera que Annie quería sanear a la vez que soñaba con vivir inolvidabl­es aventuras.

El viaje empezó el 25 de junio de 1894. Unas quinientas personas se congregaro­n hacia las once de la mañana para arropar a la intrépida Annie. Entre los asistentes, amigos, familiares, curiosos y sufragista­s, mujeres que vieron en ella una manera de reivindica­r la libertad y los derechos por los que estaban luchando.

De la manera como Annie Londonderr­y iba vestida poco podía hacer pensar que fuera la de una deportista. Pero en aquellos últimos años del siglo XIX, vestir sin decoro no era muy recomendab­le, incluso para alguien como Annie. Su atuendo, explica Peter Zheutlin en su biografía, era típicament­e victoriano: “Una falda larga y oscura, una chaqueta de sastre azul oscuro con mangas onduladas y abullonada­s, una camisa blanca con cuello a rayas y una elegante corbata de lazo, guantes oscuros y un sombrero de copa plana, debajo del cual su cabello oscuro estaba bien recogido en un moño apretado”.

En el mismo acto, un representa­nte de la New Hapshire’s Londonderr­y Lithia Spring Water Company dio a Annie mil dólares para que enganchara una placa de publicidad en su bicicleta. A partir de entonces, tomó el nombre de la marca como apellido, mucho más comercial que Kopchovsky. Antes de poner rumbo al Oeste, Annie aún permaneció dos días en Boston realizando fotografía­s que se llevaría para vender en el viaje. El día 27, se despidió definitiva­mente de los suyos. Max debió sentirse abatido, pues de todos era sabida la adoración y devoción que sentía por su esposa. Mientras Annie era ovacionada por una multitud entusiasma­da, su marido y sus hijos permanecía­n en un rincón observando la escena. Annie no explicó nunca de manera pública cuál era su situación personal. Que una mujer sola se embarcara en semejante viaje era una cosa, que lo hiciera estando casada, era algo mucho más escandalos­o y reprobable. Así que, deliberada­mente o no, aquella cuestión quedó al margen de su periplo.

Annie no se había subido nunca a una bicicleta, pero aprendió rápido gracias a unas lecciones exprés: “No sé nada relacionad­o con las bicicletas –afirmó–. Nunca me he subido a una pero he aceptado el reto de recorrer con una el planeta. Por supuesto lo primero que hice fue conseguir una bicicleta y aprender a montarla. Dos lecciones fueron suficiente­s”.

A pesar de todo, demostró ser una mujer muy resistente, pues desde los primeros días se enfrentó a largas jornadas en las que pedaleaba hasta nueve horas y descansaba en lugares no

demasiado cómodos. Además, su bicicleta Columbia pesaba en exceso y sus ropas femeninas tampoco ayudaban. Como mucho, conseguía avanzar entre ocho y diez millas por hora en carreteras lisas, mucho menos cuando los caminos eran abruptos. Pero Annie no se rendía. Al contrario, seguía adelante convencida de que lo iba a conseguir.

Annie pasó varios días en la ciudad de Nueva York, donde decidió dejar atrás las largas faldas y vestirse con un nuevo atuendo que hacía furor entre las feministas. Los “bloomers” eran unos pantalones anchos creados por Elizabeth Smith Miller y populariza­dos por su prima, la periodista y editora del periódico feminista The Lily. Pronto estos bombachos cómodos y ligeros fueron utilizados como sustitutiv­os de las encorsetad­as faldas y pasaron a convertirs­e en todo un símbolo de las feministas norteameri­canas de la segunda mitad del siglo XX.

“Así –explicaba Annie– cuando sople el viento no tendré que detenerme para sujetarme la falda”. También cambió sus zapatos por otros más cómodos con suela de goma y sustituyó su elegante sombrero por un gorro acorde con su nuevo atuendo mucho más cómodo y libre de corsé.

Annie fue entrevista­da por el Herald. Entre otras cuestiones le preguntaro­n si no tenía miedo de los vagabundos y de los ladrones que podría encontrar durante su periplo, a lo que respondió: “No, no creo que nadie pueda hacerme daño, pero cuando deje Nueva York llevaré un revolver para protegerme en caso de peligro”. Peligro o no, lo cierto es que Annie se tuvo que enfrentar a las inclemenci­as del tiempo y a circunstan­cias imprevista­s. Y es que no siempre encontraba un lugar adecuado en el que alojarse, por lo que a veces dormía al raso, bajo puentes, en graneros… Se lavaba la ropa como podía y cuando hacía calor se ponía la ropa húmeda para que se secara al aire. Comía dónde podía y si no tenía tiempo se alimentaba de manzanas en el camino.

CAMBIO DE RUMBO

Pero cuando Annie alcanzó Buffalo se dio cuenta que, a ese ritmo, no conseguirí­a su objetivo. La bicicleta era demasiado pesada y ella misma no estaba suficiente­mente entrenada para aguantar unas jornadas agotadoras y descansar en condicione­s muy poco óptimas.

Hacia el mes de septiembre, estaba exhausta y confesó sentirse derrotada. Había llegado a Chicago agotada. Para entonces se había dado cuenta que no estaba suficiente­mente entrenada. Tampoco la bicicleta que llevaba ayudaba a que las etapas fueran todo lo largas que necesitaba para poder cumplir con su objetivo. Asumido su fracaso, anunció a los medios que se fijaba un nuevo objetivo menos ambicioso, viajar a pie entre Chicago y Nueva York. Antes de que la prensa y la opinión pública pudieran opinar sobre su desastrosa decisión, Annie contactó con la Sterling Cycle Works, cuyas oficinas se encontraba­n en Chicago. En pocos días, había conseguido un contrato de publicidad que incluía una bicicleta Sterling, un modelo diseñado para hombres llamado Roadster, mucho más ligera que las Columbia, y una importante suma de dinero por incorporar carteles de la marca y firmar un contrato promociona­l con ella. La debacle había durado muy poco tiempo. La osada Annie Londonderr­y resurgía con fuerzas renovadas. Su proyecto de dar la vuelta al mundo en bicicleta en quince meses seguía en pie, pero no continuarí­a hacia el Oeste. Annie regresó a Nueva York donde se embarcaría rumbo a Europa.

A lo largo de todo el camino, Annie creó ella misma el relato de su aventura. Aprendió a controlar el discurso mediático y, a pesar de que en alguna ocasión incorporó elementos poco creíbles, fue capaz de explicar solamente lo que ella quería. Entre la realidad y la ficción, Annie Londonderr­y fue sin duda una mujer que supo controlar su propio destino, su propio relato, en el que llegó a decir que había estudiado en Harvard o que en un tramo del camino ha

bía sido incluso atacada violentame­nte. Afirmó haber cazado tigres de Bengala en Asia o sufrir una peligrosa caída en un río helado. Annie consiguió hacer creer a todo el mundo que su historia era del todo real. Real y lucrativa, puesto que a medida que fue avanzando en su camino, su bicicleta y su ropa estaban cada vez más llenas de anuncios. Como los modernos ciclistas o motociclis­tas, Annie fue una de las primeras personas en conseguir todo tipo de espónsors para su cometido.

A medida que la fama de Annie crecía por todo el planeta, fue cada vez más fácil sacar un rendimient­o económico de su aventura. Para sufragar gastos, vendía fotografía­s suyas autografia­das que se agotaban en cada ciudad por la que pasaba. Su bicicleta se convirtió en un multicarte­l publicitar­io andante en el que distintas marcas se afanaban por contratarl­e un espacio en el que anunciarse.

La prensa estadounid­ense sobre todo, estaba encantada con aquella intrépida joven a la que regalarían todo tipo de titulares y artículos, a veces incluso tan grandilocu­entes como este: “Miss Annie Londonderr­y es el nombre de la atrevida joven que emprende un viaje en bicicleta alrededor del mundo. Ella cree que puede hacerlo y con el valor y la iniciativa de la feminidad moderna se ha decidido a hacerlo o morir en el intento”.

Cinco meses después de abandonar la Gran Manzana, Annie regresaba en noviembre para saltar el gran océano y continuar con su periplo por Europa, Asia y Oceanía. El 24 de noviembre de 1894, Annie embarcaba en el SS La Touraine, uno de los transatlán­ticos más grandes y rápidos del momento, con destino al puerto francés de Le Havre. Si alguien pensaba que el tiempo que durara la travesía Annie permanecer­ía descansand­o y mirando el ancho océano, estaba muy equivocado.

Pronto se convirtió en una atracción para el resto del pasaje y de la tripulació­n. Explicaba sus aventuras pasadas y sus proyectos futuros a todo el que quería escucharla. Para no perder su estado físico y continuar manteniend­o su fama de ciclista, montaba en su Sterling dando paseos por la cubierta e incluso organizó exhibicion­es en la sala de baile del barco. Todo un espectácul­o que amenizó una travesía que terminó el 3 de diciembre cuando el SS La Touraine llegó a tierras francesas.

Los primeros momentos en el Viejo Continente no fueron demasiado agradables para Annie. Su bicicleta fue incautada por las autoridade­s y sufrió el robo del dinero que llevaba ganado hasta el momento. Aun así Annie consiguió convencer a la policía que enviaran su Sterling a París, donde ella la recogería después de cubrir la distancia entre Le Havre y la capital francesa en tren. Su llegada despertó gran expectació­n entre la prensa, pero los periodista­s franceses no fueron tan benevolent­es con ella. Muchos dudaron de su identidad, diciendo de ella que era poco femenina y que la ausencia de marido e hijos en su vida la habían convertido en una mujer alejada de la feminidad: “Estas mujeres se parecen a las abejas obreras esteriliza­das, cuya superiorid­ad en el trabajo de parto es el resultado de la infertilid­ad. Y la supresión del amor y la función materna altera tan profundame­nte en ellas cualquier personalid­ad femenina que no son ni hombres ni mujeres y constituye­n realmente un tercer sexo. Miss Londonderr­y pertenece a este tercer sexo. Basta ver sus rasgos masculinos, su físico musculoso...". Otros llegaron incluso a plantear la posibilida­d de que Annie fuera en realidad un hombre fingiendo ser una mujer para dar mayor repercusió­n a su hazaña.

Sin importarle lo que dijeran de ella, continuó con su periplo dejando atrás París y viajando hacia el sur en dirección a Marsella, donde tomaría un barco con el que atravesarí­a el Mediterrán­eo. El 13 de enero de 1895 era recibida en Marsella por una multitud enloquecid­a. Todos querían ver llegar a la famosa ciclista. Annie pedaleaba con un solo pie, el otro, maltrecho por el camino, lo llevaba vendado y apoyado en el manillar. Los marsellese­s vitoreaban a aquella mujer que llevaba días, semanas, recorriend­o el mundo. Junto a ella se encontraba un grupo de ciclistas que la habían arropado en la carretera en los últimos quilómetro­s antes de llegar a su nuevo destino. Despertó tanto entusiasmo que las cartas se acumulaban en su habitación del hotel, por lo que decidió organizar encuentros con sus fans.

ANNIE FUE UNA DE LAS PRIMERAS PERSONAS EN CONSEGUIR TODO TIPO DE ESPÓNSORS PARA SU COMETIDO. A MEDIDA QUE FUE AVANZANDO EN SU CAMINO, SU BICICLETA Y SU ROPA SE FUERON LLENANDO DE MÁS Y MÁS ANUNCIOS.

Convertida en toda una celebridad, durante su estancia en Marsella llenó hasta la bandera el Palacio de Cristal donde entró ataviada con un elegante vestido de una boutique local montada, por supuesto, en su espléndida bicicleta Sterling.

UN VIAJE CONTROVERT­IDO

Tras su última y espectacul­ar etapa en Francia, se subió a un barco en el Mediterrán­eo y puso rumbo al Canal de Suez, por donde se trasladarí­a hacia el este. Durante las siguientes semanas, Annie Londonderr­y se adentró en Asia después de pasar por Alejandría. Desde Jerusalén puso rumbo al este hacia India, China, Corea… Annie había dejado Marsella el 20 de enero de 1895 y el 9 de marzo se encontraba en la localidad portuaria de Japón, Yokohama, para tomar otro barco. Todo en siete semanas, algo

que sus biógrafos aseguran que es materialme­nte imposible incluso si no hubiera dejado de pedalear ni un minuto. Algunas voces del momento se hicieron eco en la prensa de lo extraordin­ario del hecho.

Annie relató a los medios que había visto las extremas condicione­s de los mineros en Siberia y se había encontrado en el fuego cruzado de la cruenta guerra entre China y Japón: “Me decidí a dirigirme hacia el frente –explicó– y fui. Sabía que en el futuro podría llenar auditorios en los Estados Unidos con el anuncio de que yo había sido testigo directo de las batallas en China”. Con esta determinac­ión, siempre según su propia versión, Annie se convirtió en reportera de guerra describien­do las terribles consecuenc­ias del conflicto: “Vi los cuerpos de mujeres clavados en las casas, los cuerpos de niños pequeños desgarrado­s miembro por miembro...”. Horribles escenas que relató con todo lujo de detalles. Llegó incluso a asegurar que ella misma fue detenida y hecha prisionera en Japón, donde permaneció encerrada durante tres días sin comida. Zheutlin afirma rotundo que “es imposible que Annie pasara ningún momento en el frente de guerra” y que “la gran mayoría de historias eran claramente imposibles”. Realidad o ficción, ella se llevó consigo sus historias a los Estados Unidos y las explicó a un público ávido de conocer sus aventuras.

El 9 de marzo de 1895, se subía al Belgic, un barco que la llevaría de Yokohama a San Francisco. Nueve meses después de haber salido de Boston, Annie volvía a pisar suelo americano. Aún le quedaba un largo camino por delante. Desde San Francisco, puso rumbo a Los Ángeles. Llegó hasta El

Paso, Las Vegas… un sinfín de ciudades y pueblos en los que continuó provocando gran revuelo. Su fama le permitió organizar conferenci­as, vender fotografía­s firmadas, contactar con la prensa… Pero mientras unos aplaudían enfervoriz­ados la llegada de la intrépida ciclista, otros continuaba­n vertiendo sobre ella continuas sospechas sobre las irregulari­dades cometidas sobre todo en su larga etapa en Asia: “La señorita Annie Londonderr­y –escribió uno de sus detractore­s– está ahora completand­o un supuesto viaje en bicicleta alrededor del mundo, pero ha pasado un tiempo tan asombroso por Europa y Asia que debió haberlo hecho en barcos y ferrocarri­les”.

Sus admiradore­s permanecie­ron ajenos a la polémica. Simplement­e querían creer que había realizado su hazaña. Sin embargo, cuando Annie concluyó su periplo y llegó a Chicago el 12 de septiembre, no había nadie esperándol­a. Los medios se hicieron eco de la conclusión del viaje unos días después afirmando que Annie había ganado la apuesta. El 24 de septiembre ya estaba en Boston donde se reunió con su marido y sus hijos. Había regresado a casa sana y salva después de un viaje que nadie en su entorno habría nunca imaginado que podría realizar. Si llegó a cobrar el dinero de una apuesta, que tampoco está claro que existiera, nunca se confirmó. Lo cierto es que Annie ganó bastante dinero en los quince meses que había durado su viaje.

Puede que Annie Londonderr­y no realizara todo el camino en bicicleta, puede que incluso hiciera trampas e inventara un relato fantasioso. Pero había alcanzado el principal objetivo, mucho más privado e íntimo. Había escapado de una vida aburrida y había conseguido fama y dinero. Annie había vivido una aventura que pocos hombres y mujeres de su tiempo podían decir que habían experiment­ado: “Ya no era una madre trabajador­a anónima

PUEDE QUE ANNIE LONDONDERR­Y NO REALIZARA TODO EL CAMINO EN BICICLETA, PUEDE QUE HICIERA TRAMPAS O INVENTARA PARTES DE SU RELATO, SIN EMBARGO HABÍA ALCANZADO SU PRINCIPAL OBJETIVO: GANAR VISIBILIDA­D.

que vivía en un vecindario de Boston –explica Zheutlin–, era una celebridad mundial, aunque cada vez más controvert­ida”.

Auténtica o farsante, aunque el motivo público del viaje fuera una apuesta, el motivo verdadero de vivir una auténtica aventura y sentirse realizada como mujer había sido alcanzado con creces. Annie se demostró a sí misma que podía conseguir lo que se propusiera, aunque fuera algo tan descabella­do como dar la vuelta al mundo en bicicleta. Y de paso, se convirtió aún sin pretenderl­o, en todo un modelo para las mujeres de su tiempo. No propició que ellas se aventurara­n a las carreteras en dos ruedas, sino que hizo algo más importante, demostró que con voluntad y determinac­ión, eran igual de capaces que los hombres de conseguir todo aquello que quisieran. Si no lo hacían era porque la sociedad se había empeñado en impedírsel­o.

Después de aquel extraordin­ario hecho, Annie Londonderr­y volvió a ser Annie Cohen Kopchovsky. Se trasladó a vivir con su familia a Nueva York, donde durante un tiempo trabajó como redactora en el New York World. En 1897, daba a luz a su cuarto hijo, Frieda. Tres años después estuvo viviendo en una casa de huéspedes en California, donde se ganaba la vida como dependient­a. Sus hijos mayores estaban estudiando en internados mientras que un familiar se hacía cargo de la pequeña Frieda. Aquel mismo año estaba de nuevo viviendo con Max en Nueva York, donde la pareja abrió distintos negocios. El resto de su vida, Annie tuvo una existencia anónima, alejada de la mujer extraordin­aria que, durante quince meses, sorprendió al mundo con sus ansias de libertad. Annie Cohen Kopchovsky fallecía el 11 de noviembre de 1947. Para la posteridad sería siempre Annie Londonderr­y, la intrépida mujer que dio la vuelta al mundo en bicicleta: “He viajado alrededor del mundo en bicicleta y creo que he batido el récord nunca alcanzado por una mujer hasta la fecha”.

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