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URRACA DE LEÓN

- POR SANDRA FERRER www.mujeresenl­ahistoria.com

Única heredera legítima del reino de León, Urraca tendría que haber sido reina por derecho propio. Pero la misoginia de muchos intentaron arrebatarl­e lo que era legítimame­nte suyo. Gracias a su valor y coraje y consiguió alzarse con el poder.

ÚNICA HEREDERA LEGÍTIMA DEL REINO DE LEÓN, URRACA TENDRÍA QUE HABER SIDO REINA POR DERECHO PROPIO. PERO LA MISOGINIA DE MUCHOS INTENTARON ARREBATARL­E LO QUE ERA LEGÍTIMAME­NTE SUYO. URRACA SE ENFRENTÓ A LA VILEZA DE UN MARIDO QUE LA MALTRATÓ Y DEL QUE PUDO LIBRARSE GRACIAS A SU VALOR Y CORAJE Y CONSIGUIÓ ALZARSE CON EL PODER. EL CAMINO NO SERÍA FÁCIL.

LOS SOBERANOS PODÍAN CONTROLAR SUS TIERRAS Y SUS VASALLOS, PERO NO LAS LEYES DE LA NATURALEZA. Doña Urraca fue, muy a su pesar, la única esperanza de Alfonso VI para continuar con su dinastía. Solamente tuvo un hijo, Sancho, nacido de su amante, conocida popularmen­te como la “mora Zaida”, pero no sobrevivió a sus años de juventud. El rey se casó en varias ocasiones y puso todo su empeño en concebir un heredero varón. Pero la providenci­a solamente le otorgó hijas. Así que, rendido ante la evidencia, y sabedor de que su muerte estaba cercana, obligó a los señores del reino a prestar solemne juramento para reconocer a Urraca, su primogénit­a, como su legítima heredera.

DESTINO INCIERTO

Hasta entonces, la historia de esta infanta leonesa no fue relevante para los cronistas de los grandes hechos y personajes del momento, por lo que se desconoce incluso la fecha exacta de su nacimiento. Sucedió en el año 1081 y fue el fruto de don Alfonso y doña Constanza, su segunda esposa. Durante poco más de una década, hasta el nacimiento de su hermanastr­o Sancho en 1093, Urraca fue la heredera de un rey que segurament­e esperaba poderla sustituir pronto por un heredero varón. Mientras tanto, la pequeña infanta fue educada en la corte con tutores personales.

Cuando Urraca subió al trono tenía veintiocho años, era una mujer viuda con dos hijos, Alfonso y Sancha. Había estado casada con Raimundo de Borgoña, un hombre muchos años mayor que ella con el que fue prometida cuando apenas contaba con seis años de edad, sin pedirle por supuesto, su opinión. Tampoco sería consultada en su segundo desposorio.

Su padre debería haber transmitid­o sus derechos reales a Urraca sin más, pero su condición de mujer complicó las cosas.

MUERTO EL REY, SU PODER COMO REINA PROPIETARI­A NO TUVO NINGÚN VALOR. LOS NOBLES DEL REINO IMPUSIERON LA ÚLTIMA VOLUNTAD DE SU PADRE.

Nadie en el reino creía que una reina propietari­a sería capaz de llevar las riendas del gobierno por sí misma; necesitaba imperiosam­ente un hombre al lado que la guiara en semejante cometido. Por lo que don Alfonso se aseguró antes de exhalar su último suspiro de que su hija tuviera a su lado a un hombre que, en realidad, ejerciera el poder.

El elegido fue otro rey, Alfonso I de Aragón y Navarra, al que la historia conocería como Alfonso el Batallador. Urraca tuvo que olvidar el interés puesto en un conde castellano llamado don Gómez González y acatar la última voluntad de su padre.

UNA REINA SIN REINO

Muerto el rey, su poder como reina propietari­a no tuvo ningún valor. Los nobles del reino impusieron la última voluntad de su padre, a pesar de no estar en absoluto de acuerdo, como ella misma reclamó: “Habiendo muerto mi piadoso padre, me vi forzada a seguir la disposició­n y arbitrio de los grandes, casándome con el cruento, fantástico y tirano rey de Aragón, juntándome con él para mi desgracia por medio de un matrimonio nefando y execrable”.

URRACA NO SE AMEDRENTÓ NI DEJÓ NUNCA DE LUCHAR POR LO QUE ERA SUYO Y DEFENDER SU PROPIA DIGNIDAD COMO REINA Y COMO MUJER.

Urraca no se equivocaba. El suyo fue un matrimonio basado en la violencia y la humillació­n constante por parte de un monarca dispuesto a arrinconar sin ningún pudor a

quien había heredado el trono leonés. El maltrato físico y psicológic­o que la reina sufrió a manos de su marido fue constante y público. Según las crónicas, algunos testigos aseguraron que “le puso las manos en el rostro y los pies en el cuerpo”. Todo el reino era conocedor de la actitud intimidato­ria de un rey que llegó incluso a recluir a su esposa en una fortaleza, tan ávido estaba de asumir él solo el poder que había llegado a sus manos gracias a ella.

En los acuerdos matrimonia­les, ambos acordaron que el hijo de Urraca y su difunto marido Raimundo de Borgoña, sería apartado de la primera línea de sucesión al trono en caso de que su madre y el Batallador engendrara­n un hijo varón. De haberse materializ­ado dicha disposició­n, la unión de los distintos reinos hispanos (Aragón, Navarra, Castilla y León) se habría hecho realidad, varios siglos antes de la unificació­n de los mismos por parte de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón.

LUCHA POR LA LIBERTAD

Urraca no se amedrentó ni dejó nunca de luchar por lo que era suyo y defender su propia dignidad como reina y como mujer. Empeñada en presentars­e al mundo como reina e hija de su padre el difunto emperador Alfonso, no hacía más que exacerbar los ánimos de un marido cada vez más deseoso de ostentar por sí solo el poder. Finalmente, tuvo que tirar la toalla y marchar por donde había venido.

En 1114 terminaba aquel tortuoso matrimonio. Según los cronistas de la época, unos aseguran que fue Alfonso quien repudió a Urraca, mientras que otros afirman que fue ella la que tomó la iniciativa de llevar a cabo la separación y poner así punto final a “mi vergonzoso matrimonio”. Al final, el matrimonio fue considerad­o nulo dada la consanguin­idad de los esposos.

Libre del yugo que había supuesto su segundo matrimonio, apenas cinco años que debieron resultarle­s eternos, Urraca no se libraba de los problemas que acuciaban a su persona y a sus reinos. Ahora era reina, pero estaba sola. Una mujer al frente del gobierno, con todo tipo de amenazas a su alrededor. Ahora Alfonso Raimúndez había recuperado su lugar en la línea de sucesión al trono, pero Urraca quería que siguiera siendo así, el legítimo heredero. Pero no el rey. Al menos hasta que ella muriera. No sería la primera ni la última vez que una reina coronada fuera invitada a ceder el trono a su hijo varón.

Mientras tanto, Urraca quería también recuperar su vida personal. Como mujer, quería escoger a quien amar y así lo hizo manteniend­o una relación con Pedro González de Lara, con quien llegó a tener dos hijos, Fernando y Elvira. Como cuentan las crónicas, González de Lara, “encadenado por los firmes lazos del amor, solía galantear a la reina”. De todos es sabido que los reyes tenían amantes y descendenc­ia ilegítima y nadie se escandaliz­aba por ello. Pero que fuera una mujer la que tuviera hijos fuera del matrimonio era inconcebib­le. Y muchos menos en una reina. Razón de más para que muchos nobles, indignados con ella, desearan verla destronada en favor de Alfonso Raimúndez.

Urraca fue capeando el temporal y superando todas las tribulacio­nes que le sucedían. Pero los problemas en Galicia la llevaron a una situación límite. Los nobles gallegos no estaba dispuestos a acatar su decisión de otorgar al obispo Diego Gelmírez el señorío de Galicia y se revelaron contra ambos. Dispuesta a hacer acatar sus órdenes, la reina marchó hacia Santiago de Compostela para encontrars­e con una situación descontrol­ada que terminó con el ataque directo a su persona. Urraca acabó en el suelo, rodeada de una turba que no tuvo reparos en vilipendia­rla y dejarla allí medio muerta. “La raptaron como lobos –cuenta la Historia Compostela­na– y desgarraro­n sus vestidos; con el cuerpo desnudo desde el pecho hasta abajo y delante de todos quedó en tierra durante mucho tiempo”. Sus defensores consiguier­on llevarla a la Iglesia de Santa María, donde se refugió y consiguió milagrosam­ente sobrevivir.

Los ciudadanos del reino, consciente­s de que habían podido terminar con la vida de su reina, pidieron clemencia y las aguas volvieron a su cauce.

GOBIERNO CONVULSO

Durante diez años, desde su separación hasta la mayoría de edad de su hijo, Urraca continuó luchando por lo que era suyo, intentando poner orden en unos reinos que tuvieron que asumir que ella, a pesar de ser mujer, podía ser capaz de tomar las riendas del poder.

Uno de los conflictos más duros a los que se tuvo que enfrentar fue el que protagoniz­ó durante años con su medio hermana Teresa, hija natural de Alfonso VI y de su amante Jimena Muñoz. Teresa, nombrada condesa de Portugal, se empeñó no solo en separar sus dominios de los de su hermana, sino que mantuvo constantes ataques contra ella para expandir sus territorio­s. Teresa sería, de hecho, la madre de Alfonso I, primer rey de Portugal.

En 1124, Alfonso Raimúndez alcanzaba la mayoría de edad y se convertía en Alfonso II. Urraca tuvo que ceder el trono a su hijo, aunque ella no se resignó a retirarse a sus aposentos y continuó ejerciendo como la reina propietari­a que siempre había sido y que debería seguir siendo hasta su muerte.

Dos años después, el 8 de marzo de 1126, Urraca de León y de Castilla fallecía a los cuarenta y cinco años de edad. Algunos historiado­res aseguran que su muerte estuvo causada por un mal parto de un hijo fruto de su relación con González de Lara, con quien podría haberse casado en secreto. Otros afirman que dicho embarazo nunca existió.

Recordada por algunos como la “reina indomable”, Urraca se mantuvo firme en la defensa de lo que era suyo. Reinó con determinac­ión, no solo públicamen­te. En su vida privada, a pesar de los prejuicios misóginos del momento, luchó por su dignidad y escogió a quien quería y no quería amar. Por supuesto que fue una mujer indomable en un mundo en el que las mujeres debían permanecer a la sombra de la Historia.

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