Clio Historia

LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA

- POR MIGUEL DEL REY, HISTORIADO­R

EN 1212, LOS CRISTIANOS OLVIDARON SUS DISENSIONE­S Y PELEAS TERRITORIA­LES Y ADOPTARON UN OBJETIVO COMÚN: DERROTAR A LOS ALMOHADES. LA VICTORIA SE CONOCERÍA CON EL TIEMPO COMO DE LAS NAVAS DE TOLOSA.

EN 1212, LOS CRISTIANOS OLVIDARON SUS DISENSIONE­S Y SUS PELEAS TERRITORIA­LES Y ADOPTARON UN OBJETIVO COMÚN. UNO DE LOS MOMENTOS MÁS DECISIVOS DE ESE AÑO FUE LA ALIANZA ENTRE ALFONSO VIII DE CASTILLA, SANCHO VII DE NAVARRA, PEDRO II DE ARAGÓN Y ALFONSO II DE PORTUGAL, QUE EL LUNES 16 DE JULIO LOGRARON DERROTAR EN UN CHOQUE CAMPAL CERCA DE LA ACTUAL LOCALIDAD DE SANTA ELENA, JAÉN, A LOS ALMOHADES. LA VICTORIA SE CONOCERÍA CON EL TIEMPO COMO DE LAS NAVAS DE TOLOSA, Y PERMITIRÍA OCUPAR TODA LA REGIÓN SUR A EXCEPCIÓN DEL REINO NAZARÍ DE GRANADA.

AFINALES DEL SIGLO XII LA RECONQUIST­A PARECÍA HABER LLEGADO A UN PUNTO MUERTO. EN LA ZONA MUSULMANA HABÍA UN NUEVO PODER: LOS ALMOHADES, PROCEDENTE­S DEL SUR DE MARRUECOS. En la parte cristiana existían diferencia­s entre sus reyes. Alfonso VII de Castilla pactó con los almorávide­s para contener a los almohades. su muerte accedió al trono su hijo Alfonso VIII

que intentó prolongar la obra de su progenitor.

En paralelo, el 20 de abril de 1194 Castilla y León firmaron el Tratado de Tordehúmos, Valladolid, mediante el que el monarca castellano se comprometí­a a devolver las posesiones leonesas que había ocupado, y el leonés a contraer matrimonio con la hija de Alfonso VIII, Berenguela. En el caso de que Alfonso IX de León falleciera sin descendenc­ia, su reino se anexionarí­a a Castilla.

Los acuerdos con el reino de León permitiero­n a Alfonso VIII centrarse en los almohades y romper la tregua que mantenía con ellos. De inmediato emprendió una serie de incursione­s que, de la mano del arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga, llegaron hasta Sevilla.

Abu Yaqub Yusuf al-Mansur, el califa almohade en ese momento, no era de los que estaban dispuestos a permitir afrentas. Se encontraba en el norte de África, cruzó el estrecho de Gibraltar y desembarcó en Tarifa camino de tierras castellana­s. Al recibir la noticia, Alfonso VIII reunió a su ejército en Toledo y, aunque consiguió el refrendo de los reyes de León, Navarra y Aragón, no esperó la llegada de sus tropas y se dirigió hacia Alarcos, una ciudad-fortaleza en construcci­ón situada a pocos kilómetros de la actual Ciudad Real, junto al río Guadiana. Allí, el 19 de julio de 1195, sufrió una contundent­e derrota. Fue una desastre militar y político que dejó al alcance de los musulmanes la conquista de Toledo. Se prolongó con solo pequeñas escaramuza­s hasta 1211. En los últimos meses del año, Alfonso VIII comenzó los preparativ­os para una gran expedición militar. No solo movilizó efectivos castellano­s, también logró que acudieran tropas del resto de reinos de la Península.

LOS PREPARATIV­OS

EL NUEVO ARZOBISPO DE TOLEDO ACONSEJÓ A ALFONSO VIII QUE SE DIRIGIERA AL PAPA, INOCENCIO III, PARA PEDIRLE QUE PROCLAMARA CRUZADA SU CAMPAÑA CONTRA LOS MUSULMANES. LO HIZO A FINALES DE ABRIL DE 1212.

El nuevo arzobispo de Toledo, Antonio Jiménez de Rada, aconsejó a Alfonso VIII que se dirigiera al Papa, Inocencio III, para pedirle que proclamara cruzada su campaña contra los musulmanes. Lo hizo a finales de abril de 1212 y enseguida fue predicada por toda Europa. El rey de Navarra acabó por prestar apoyo a Castilla. El monarca de León no lo hizo de forma directa, pero, sí consintió que muchos caballeros leoneses y gallegos se incorporas­en a las fuerzas castellana­s. El rey de Aragón acudió con 3.000 soldados; y así, durante varias semanas, miles y miles de

combatient­es europeos, sobre todo franceses y portuguese­s, se dieron cita en Toledo el 20 de mayo, octava de Pentecosté­s. Un mes después, comandado por Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón, Sancho el Fuerte de Navarra, el arzobispo de Toledo y los obispos de Narbona, Burdeos y Nantes, el enorme ejército se puso en marcha por el camino de Córdoba. Cuando llegó a los pasos de Sierra Morena, comprobó que estaban en poder de los musulmanes. El califa Muhámmad an-Násir, conocido con el sobrenombr­e de Miramamolí­n en tierras cristianas –la deformació­n del título árabe Amir al-Mu'minin o Príncipe de los Creyentes–, tras haber invernado en Sevilla, se había dirigido a Jaén y los había bloqueado.

El 13 de julio se presentó ante Alfonso VIII un pastor, Martín Alhaja, que decía conocer un paso seguro que los almohades no vigilaban. Nada se perdía con probar. El veterano Diego López de Haro, acompañado de García Romeo y un destacamen­to de explorador­es, marcharon junto a Alhaja. Fueron primero al oeste y luego hacia el sur, a través de los actuales parajes del Puerto del Rey y Salto del Fraile, por algunos tramos de la calzada romana del Empedraíll­o. Salieron a la explanada de la Mesa del Rey.

López de Haro comunicó al rey que el paso era perfecto, justo lo que necesitaba­n. Al siguiente amanecer, el grueso del ejército levantó el campamento y acampó en la Mesa del Rey. Los dos inmensos ejércitos se encontraba­n así frente a frente, apenas a cuatro o cinco kilómetros, sin ningún obstáculo natural que impidiera su encuentro.

Perdida su ventaja inicial y obligado a combatir sobre un terreno que no había elegido, An-Nasir decidió plantear la batalla lo antes posible para evitar que los cansados cristianos

y sus caballos se repusieran de las fatigas de la caminata. Formó a sus tropas, se situó de la mejor manera posible en una posición elevada –el cerro de los Olivares– y envió columnas de caballería y arqueros para que empezaran a hostigar a las posiciones enemigas. Los reyes cristianos no aceptaron su envite. Esa jornada la actividad bélica se redujo a pequeñas escaramuza­s sin importanci­a.

Al día siguiente, domingo 15 de julio, los almohades amaneciero­n formados en orden de combate y se mantuviero­n así hasta mediodía. Nuevamente los cristianos eludieron el encuentro y se contentaro­n con librar escaramuza­s poco decisivas.

Durante la noche circuló por el campamento cristiano la orden de prepararse para la lucha. Los clérigos administra­ron la absolución a los cruzados, que aprestaron sus arreos y armas, y, cuando amaneció, ya estaban las fuerzas desplegada­s. Tras las bendicione­s pertinente­s, a las 9 de la mañana del 16 de julio, Alfonso VIII ordenó finalmente el ataque.

LA LUCHA

Tres cuerpos de ejército dispuestos en línea ocuparon la llanura. El central, que sería el eje de la lucha, formado por las tropas de Castilla, con López de Haro en vanguardia; a su izquierda, las de Aragón con Pedro II al frente, y a la derecha, los navarros de Sancho el Fuerte. Las dos alas se reforzaron con tropas de varios concejos castellano­s. Cada uno de estos cuerpos estaba dividido a su vez en tres hileras ordenadas en profundida­d.

La segunda línea la formaron los caballeros templarios, al mando del maestre de la Orden, Gómez Ramírez; los caballeros hospitalar­ios, los de Uclés y los de Calatrava.En la retaguardi­a iba Alfonso VIII acompañado por el arzobispo de Toledo y otra media docena de obispos castellano­s y aragoneses.

EL SECRETO DE LOS JINETES TURCOS RADICABA EN SUS ARCOS ESPECIALME­NTE POTENTES Y EN LA TÁCTICA QUE EMPLEABAN: PODÍAN DISPARAR CON EL CABALLO A GALOPE Y EN CUALQUIER DIRECCIÓN.

Los nobles caballeros y freires de las órdenes militares eran combatient­es profesiona­les que se hacían acompañar de peones y servidores con gran experienci­a, pero a las tropas de los concejos, aportadas por las ciudades castellana­s, les faltaba entrenamie­nto. Se dispuso por ello que combatiera­n mezclados con los profesiona­les, para que formaran una fuerza homogénea y la infantería y la caballería se prestaran apoyo mutuo.

El dispositiv­o almohade no era menos formidable. Tropas de las más variadas procedenci­as, representa­ntes de cada kabila y tribu del imperio, habían acudido a la llamada de guerra santa, y tras convivir durante año y medio se habían preparado para el encuentro. Su plan era simple y efectivo. Primero, sus tropas ligeras, fanáticos voluntario­s árabes, bereberes, almohades y andalusíes, aspirantes a ganar el Paraíso, desorganiz­arían al enemigo. Luego, los hábiles arqueros de An-Nasir sembrarían la muerte en las líneas castellana­s. Eran agzaz, turcos llegados al Imperio almohade, vía Egipto, unos veinticinc­o años atrás. El padre de An-Nasir, el vencedor de Alarcos, uno de los más expertos generales de su tiempo, los había incorporad­o a su ejército y los pagaba espléndida­mente. El secreto de los jinetes turcos radicaba en sus arcos especialme­nte potentes y en la táctica que empleaban: podían disparar con el caballo a galope y en cualquier dirección.

Una vez que el enemigo se hubiese desgastado y estuviese en terreno desfavorab­le, entrarían en combate los almohades para dar el golpe definitivo. Si alguna carga de los cruzados llegaba hasta la retaguardi­a musulmana, las formidable­s defensas de su palenque y la guardia bastarían para detenerla. Los componente­s de la guardia eran fanáticos voluntario­s, los imesebelen –desposados– que, ligados por un juramento, ofrecían sus vidas en defensa del islam y se hacían atar por las rodillas o al suelo –hay opiniones dispuestas a confirmar ambos argumentos– para asegurarse de que se sacrificar­ían llegado el caso. La de los ime

sebelen es una institució­n que con diversos nombres ha perdurado hasta nuestros días.

Aunque es difícil calcular las fuerzas que iban a enfrentars­e, pues las fuentes varían enormement­e, ambos contendien­tes estaban próximos a los 100.000 efectivos, cifra probableme­nte superada por los musulmanes y algo inferior para los cristianos; unos ejércitos de enormes dimensione­s para la época.

El campo de batalla era relativame­nte estrecho –entre dos y tres kilómetros de ancho– y estaba delimitado en ambos lados por fuertes desniveles y barrancos formados por los arroyos del Rey y de la Campana. La vanguardia cristiana descendió de la Mesa del Rey y cargó contra el enemigo a lo largo del llano. Las avanzadas musulmanas se dispersaro­n y los cristianos prosiguier­on su galopada hacia los altozanos contiguos, donde estaba apostado un gran contingent­e enemigo. Allí se produjeron los primeros choques.

La táctica seguida por los cristianos era la clásica de los ejércitos europeos de la época que tenían en la caballería acorazada su principal fuerza ofensiva. Todos los movimiento­s estaban orientados a lanzar oleadas sucesivas de caballeros que cabalgaban muy unidos contra la formación enemiga con el objetivo de desbaratar­la. Si la carga no era profunda y la absorbía la formación atacada, los caballeros quedaban a merced del enemigo. En Las Navas, el éxito del ejército cristiano se debió en buena parte a que el número de combatient­es fue suficiente

EL CAMPO DE BATALLA ERA RELATIVAME­NTE ESTRECHO Y ESTABA DELIMITADO EN AMBOS LADOS POR FUERTES DESNIVELES Y BARRANCOS FORMADOS POR LOS ARROYOS DEL REY Y DE LA CAMPANA.

como para lanzar sucesivas cargas a un ritmo que hizo imposible que lo soportara el cuerpo central del ejército enemigo almohade.

Frente a la brutal potencia de la caballería acorazada cristiana, los musulmanes presentaba­n una estrategia que consistía en atacar, retirarse y, por último, contraatac­ar. Era la misma que les había dado la victoria en Alarcos. La imposibili­dad de ponerla en práctica, las rivalidade­s internas y las numerosas desercione­s finales, llevarían al inevitable fracaso almohade.

Después de un duro enfrentami­ento inicial, los atacantes, que comenzaban a desorganiz­arse, atravesaro­n con dificultad la segunda línea. Allí los esperaba el grueso de los almohades y los arqueros turcos, que los recibieron en un alto, los contuviero­n y los atacaron pendiente abajo.

Los caballeros se mantuviero­n firmes, pero las endebles tropas de los concejos comenzaron a ceder terreno. Cuando todo parecía estar perdido, caballeros de los tres reinos, unidos en una potente carga final, consiguier­on abrirse camino hasta caer sobre la guardia de An-Nasir. Dice la tradición que Sancho VII de Navarra fue el primero en romper sus cadenas, lo que obligó al califa a huir a toda prisa. Sus últimos súbditos leales le prestaron un caballo para que pudiera refugiarse tras los muros de Jaén.

Cuando los almohades, los árabes y los kabilas bereberes vieron que los voluntario­s habían sido exterminad­os por completo, que los andaluces huían, que el combate arreciaba contra los que quedaban, y que cada vez los cristianos eran más numerosos, se desbandaro­n y abandonaro­n al califa. Desde ese momento cada musulmán intentó escapar del campo de batalla como pudo mientras los cristianos llevaban a rajatabla la máxima tradiciona­l de la caballería: perseguir y destruir por completo al enemigo. El degüello de musulmanes duró hasta la noche. Esa jornada hubo pocos cautivos.

Con la victoria, la puerta de Andalucía quedó abierta. Alfonso VIII conquistó después Navas, Vilches y Baños, Baeza y Úbeda. El empuje cristiano era ya imparable. Sin embargo, diversas circunstan­cias, incluida la peste, retrasaría­n la Reconquist­a todavía casi tres siglos.

 ??  ??
 ??  ?? LA BATALLA DE LAS
NAVAS DE TOLOSA, OBRA DE FRANCISCO DE PAULA VAN HALEN REALIZADA EN 1864. PALACIO DEL SENADO, MADRID.
LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA, OBRA DE FRANCISCO DE PAULA VAN HALEN REALIZADA EN 1864. PALACIO DEL SENADO, MADRID.
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? SOBRE ESTAS LÍNEAS, INOCENCIO III, A LA DERECHA, TIENE UNA VISIÓN DE SAN FRANCISCO DE ASÍS QUE LE LLEVARÁ A ACEPTAR EN LA IGLESIA CRISTIANA A LA ORDEN FRANCISCAN­A. DE ORIGEN NOBLE Y EMPEÑADO EN TERMINAR CON LOS HEREJES Y LOS INFIELES, EN 1212 DECLARÓ CRUZADA LA LUCHA EN LA PENÍNSULA. OBRA DE MANUEL DE LA CRUZ VÁZQUEZ REALIZADA EN 1788. MUSEO DEL PRADO, MADRID.
SOBRE ESTAS LÍNEAS, INOCENCIO III, A LA DERECHA, TIENE UNA VISIÓN DE SAN FRANCISCO DE ASÍS QUE LE LLEVARÁ A ACEPTAR EN LA IGLESIA CRISTIANA A LA ORDEN FRANCISCAN­A. DE ORIGEN NOBLE Y EMPEÑADO EN TERMINAR CON LOS HEREJES Y LOS INFIELES, EN 1212 DECLARÓ CRUZADA LA LUCHA EN LA PENÍNSULA. OBRA DE MANUEL DE LA CRUZ VÁZQUEZ REALIZADA EN 1788. MUSEO DEL PRADO, MADRID.
 ??  ?? ABAJO, MONUMENTO A LA BATALLA EN LA CAROLINA, JAÉN.
ABAJO, MONUMENTO A LA BATALLA EN LA CAROLINA, JAÉN.
 ??  ??
 ??  ?? SOBRE ESTAS LÍNEAS, CHOQUE ENTRE CABALLERÍA CRISTIANA Y MUSULMANA. CÁNTIGAS DE SANTA MARÍA.
ABAJO, MAPA DEL SIGLO XIX QUE CONTEMPLA EL ESCENARIO DE LA BATALLA. AN-NASIR HABÍA PLANTADO SU EMBLEMÁTIC­A TIENDA ROJA, EN EL CENTRO DE UNA FORTIFICAC­IÓN CONSTRUIDA POR UNA AMPLIA EMPALIZADA DE TRONCOS UNIDOS Y REFORZADOS POR CADENAS.
SOBRE ESTAS LÍNEAS, CHOQUE ENTRE CABALLERÍA CRISTIANA Y MUSULMANA. CÁNTIGAS DE SANTA MARÍA. ABAJO, MAPA DEL SIGLO XIX QUE CONTEMPLA EL ESCENARIO DE LA BATALLA. AN-NASIR HABÍA PLANTADO SU EMBLEMÁTIC­A TIENDA ROJA, EN EL CENTRO DE UNA FORTIFICAC­IÓN CONSTRUIDA POR UNA AMPLIA EMPALIZADA DE TRONCOS UNIDOS Y REFORZADOS POR CADENAS.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain