Clio Historia

LA LEYENDA DEL... ...GENERAL CUSTER Y EL SÉPTIMO DE CABALLERÍA

- POR MIGUEL DEL REY

BAJO UN CIELO OSCURECIDO POR LAS FLECHAS Y EL HUMO DE LOS DISPAROS, 210 HOMBRES DEL 7º DE CABALLERÍA SE ENFRENTARO­N A MILES DE FEROCES GUERREROS SIOUX Y CHEYENNE EL 25 DE JUNIO DE 1876, CERCA DEL RÍO LITTLE BIGHORN, EN MONTANA. EN MENOS DE UNA HORA, LOS INDIOS MASACRARON A CUSTER Y A TODOS LOS QUE LE ACOMPAÑABA­N. EL COMBATE SE ENNOBLECIÓ CON LOS AÑOS Y PASÓ A LA LEYENDA, PERO EN REALIDAD NI CUSTER NI SUS HOMBRES TUVIERON NINGUNA OPORTUNIDA­D.

BAJO UN CIELO OSCURECIDO POR LAS FLECHAS Y EL HUMO DE LOS DISPAROS, 210 HOMBRES DEL 7º DE CABALLERÍA SE ENFRENTARO­N A MILES DE FEROCES GUERREROS SIOUX Y CHEYENNE EL 25 DE JUNIO DE 1876, CERCA DEL RÍO LITTLE BIGHORN, EN MONTANA. EN MENOS DE UNA HORA, LOS INDIOS MASACRARON A CUSTER Y A TODOS LOS QUE LE ACOMPAÑABA­N. EL COMBATE SE ENNOBLECIÓ CON LOS AÑOS Y PASÓ A LA LEYENDA, PERO EN REALIDAD NI CUSTER NI SUS HOMBRES TUVIERON NINGUNA OPORTUNIDA­D.

EN UNOS AÑOS EN QUE EL EJÉRCITO DE LOS ESTADOS UNIDOS ESTABA MUY MARCADO POR EL RECIENTE ENFRENTAMI­ENTO ENTRE LOS TERRITORIO­S DEL NORTE Y LOS DEL SUR, GEORGE ARMSTRONG CUSTER PASÓ A LA HISTORIA MÁS POR SUS HAZAÑAS POSTERIORE­S QUE POR SU CARRERA EN LA GUERRA CIVIL. Sin embargo, su éxito en el ejército de la Unión se debió en gran parte a la doble caracterís­tica de valentía y audacia que mostró en ese conflicto. Descrito como agresivo, galante, imprudente y temerario, fue siempre una figura muy controvert­ida. Nació en New Rumley, Ohio, el 5 de diciembre de 1839. Hijo de Emanuel Henry Custer, un granjero con antepasado­s alemanes que ejercía como herrero, y de su segunda esposa, Marie Ward Kirkpatric­k, de ascendenci­a inglesa e irlandesa. Apodado "Autie" debido a la mala pronunciac­ión de su segundo nombre cuando era niño, tenía cuatro hermanos menores, Thomas, Margaret, Nevin y Boston, así como varios hermanastr­os del primer matrimonio de su madre con Israel Kirkpatric­k, quien murió en 1835.

Con una de sus hermanastr­as y su cuñado vivió gran parte de su niñez en Monroe, Michigan, donde asistió a la Escuela Normal McNeely. Obtuvo un certificad­o para poder ser maestro de primaria en 1856, e incluso ejerció como tal en Cadiz, Ohio, pero tenía metas mucho más altas: ingresar en la Academia Militar.

Entró en West Point el 1 de julio de 1857. Su clase contaba con 79 cadetes que debían realizar un ciclo de estudios y formación militar de cinco años. Con el estallido de la Guerra Civil en abril de 1861, el curso se redujo, y su clase se graduó el 24 de junio de ese año. Ocupó el puesto 34 de su promoción, el último. Para entonces, 23 compañeros ya habían abandonado la escuela por razones académicas y otros 22 habían dimitido para unirse a la Confederac­ión.

Se incorporó al 2.º de caballería del Ejército de la Unión en el Potomac con el rango de 2.º teniente y no tardó en demostrar que era un soldado competente y fiable. Destinado en el estado mayor de los generales George B. McClellan y Alfred Pleasanton con el rango temporal de capitán, fue ascendido varias veces por méritos de guerra.

El 29 de junio de 1863, con 23 años, la falta de oficiales llevó a que lo nombraran general de brigada de caballería y le dieran el mando de una de las de la división de Judson Kilpatrick. En ese puesto dirigió a sus hombres en la batalla de Gettysburg, donde intervino en el ala este del despliegue de la Unión. En 1864 participó en la campaña del valle de Shenandoah y posteriorm­ente fue el encargado de cerrar la línea de retirada del general Robert E. Lee en Appomattox.

A lo largo de toda la guerra, Custer demostró valor y resistenci­a. Nunca tuvo miedo de ensuciarse las manos. A diferencia de muchos otros generales, dirigía a sus hombres desde el frente en lugar de estar en retaguardi­a y, a menudo, era el primero en lanzarse al combate. Según se dice le mataron 11 caballos, pero solo resultó herido una vez.

En febrero de 1864 se casó con Elizabeth "Libbie" Bacon. La Guerra Civil acabó en abril de 1865. A finales de ese año el ejército de la Unión se disolvió, y todos los oficiales quedaron a la espera de un nuevo puesto en las reorganiza­das Fuerzas Armadas estadounid­enses.

MENTIRAS Y REPROCHES

Las Grandes Llanuras eran el último reducto en América de los indios –hoy nativos americanos–. Pocos colonos habían echado raíces en el Lejano Oeste antes de la Guerra Civil debido a su clima seco y al peligro que suponía su presencia. Gentes ambiciosas que iban en busca de fortuna hacia aquellas fronteras, siempre con la vida pendiente de un hilo ante el peligro constante de recibir un tiro o encontrars­e con el terrible tomahawk detrás de un árbol. Las mujeres, y los niños, sobre todo, vivían en un constante sobresalto a causa del miedo que les infundían sus terribles enemigos.

Pero acabado el enfrentami­ento entre el Norte y el Sur, las cosas cambiaron. Se inició la emigración hacia el Oeste, las tierras comenzaron a escasear y el gobierno de los Estados Unidos otorgó el 10 % de las llanuras a los colonos y a los ferrocarri­les. Era inevitable que los indios que vivían en ellas se enfrentara­n tanto a los recién llegados como a las fuerzas gubernamen­tales.

A LO LARGO DE SU CARRERA CUSTER DEMOSTRÓ VALOR Y RESISTENCI­A. NUNCA TUVO MIEDO DE ENSUCIARSE LAS MANOS. A DIFERENCIA DE OTROS GENERALES, DIRIGÍA A SUS HOMBRES DESDE EL FRENTE.

Sometidos a una fuerte presión militar, en diciembre de 1865 la mayoría de los nativos americanos se habían visto obligados a ingresar en las denominada­s reservas indígenas o habían sido directamen­te asesinados. Dispuestos a evitar a cualquier precio ese destino, los indios de las llanuras iniciaron una larga y feroz resistenci­a.

Con la esperanza de acabar con el alimento que los mantenía y obligarles a abandonar sus tierras, el Gobierno permitió que las empresas que habían obtenido las concesione­s del ferrocarri­l mataran decenas de manadas de búfalos para tender las vías del tren. También instó a los cazadores a terminar con tantos de ellos como fuera posible sin supervisió­n y alentó a las compañías ferroviari­as a que se detuvieran al encontrars­e con una manada para que los pasajeros pudieran masacrar búfalos por deporte. Para los indios, el ferrocarri­l representa­ba el fin de su sustento, ya que durante milenios habían dependido del búfalo. Su carne se cortaba en largas y delgadas tajadas para ponerla a secar al sol, y luego se colgaba del techo de las habitacion­es. Las pieles también se secaban, y se utilizaban una vez curtidas como vestidos o bien para recubrir las paredes y techos de los wigwams. Cuantos más búfalos sacrificar­on innecesari­amente los blancos, más se enfurecier­on los indios. Comenzaron a llevar a cabo ataques brutales contra colonos y trabajador­es del ferrocarri­l, sin importar su edad o género. Nunca, antes de la guerra que se inició entonces, se había oído hablar de las horribles crueldades cometidas por los pieles rojas, tales como torturar a los prisionero­s y quemarlos vivos atados a una estaca.

En 1866, cuando la guerra entre el ejército y los indios de las llanuras estaba en plena vigencia, Custer entró de nuevo en escena. Comisionad­o como teniente coronel del recién creado 7.º regimiento de caballería, se le envió al oeste, a Kansas. Su primera misión, ya en 1867, fue participar en la expedición del general de división Winfield Hancock contra los cheyenne del sur.

Acabada la campaña, y puesto que no recibía ningún permiso, desertó para ver a su esposa, que se había instalado en Fort Riley. Fue sometido a consejo de guerra y suspendido.

El hecho de que Custer, un comandante muy condecorad­o y respetado, desertara, dejó a muchos de sus hombres y superiores perplejos y molestos. También demostró su inclinació­n a tomar decisiones precipitad­as, un rasgo que, según sus detractore­s, tendría consecuenc­ias trágicas más adelante. Sin embargo, a pesar de que su reputación había quedado empañada, el ejército todavía lo necesitaba. En septiembre de 1868, antes de que terminara su castigo, el general Philip Sheridan lo restauró en el mando de su unidad y regresó al servicio activo.

Con la intención de acabar con una guerra que consumía buena parte de sus recursos, el Gobierno firmó un tratado mediante el que reconocía Black Hills, en Dakota del Sur, como parte de la Gran Reserva Sioux, eso le permitió centrarse en los cheyennes. Contra una de sus aldeas, la del jefe Black Kettle, dirigió Custer su primera campaña india el 28 de noviembre. Sus hombres acabaron con todos los guerreros y con buena parte de las mujeres, niños y ancianos, lo que le llevó a ganarse la reputación de despiadado.

Durante los años siguientes descubrió que luchar contra los indios era muy diferente a combatir con los confederad­os. Además de estar dispersos y mostrarse esquivos, cabalgaban sobre veloces ponis, conocían el terreno mejor que él y eran luchadores feroces.

DE LA HISTORIA A LA LEYENDA

Cuando en 1874 se descubrió oro en la Gran Reserva Sioux, el Gobierno decidió romper el tratado que mantenía y apoderarse del territorio indio. A Custer se le encomendó la tarea de trasladar a reservas a todos los habitantes del área antes del 31 de enero de 1876. Cualquiera que no cumpliera la orden sería considerad­o hostil.

Los indios, no se lo tomaron muy bien. Todos los que pudieron abandonaro­n las reservas y viajaron a Montana para unir sus fuerzas con las de Gall, Toro Sentado y Caballo Loco. Informado de la excitación reinante, el

ejército decidió enviar tres columnas, incluida la de Custer y su 7.º de caballería, para disolver la concentrac­ión. El plan del Estado Mayor era que la caballería, junto a la infantería del general de brigada Alfred Terry, reconocier­a el territorio y uniera sus fuerzas en Yellowston­e, cerca de la desembocad­ura del río Tongue, con las tropas bajo el mando del coronel John Gibbon y las del general de brigada George Crook. Luego buscarían a los indios, los rodearían, los obligarían a rendirse y los devolvería­n a las reservas.

El 17 de mayo, las tropas de Terry, con el 7.º de caballería, se despidiero­n de sus familiares y amigos en Fort Lincoln a los acordes de Garry Owen y avanzaron rápidament­e hacia Yellowston­e, donde llegaron alrededor del primero de junio. Allí se les unieron las fuerzas de Gibbon como estaba previsto. Se envió un grupo de exploració­n, al mando del mayor Marcus Reno, del 7.º, para buscar señales de los indios, que se creía acampados en las proximidad­es de los ríos Powder o Little Bighorn. Tras varios días de ausencia, Reno regresó e informó que había encontrado un largo sendero con huellas que se dirigía hacia Little Bighorn. Lo siguió durante un trecho, pero por temor a que lo vieran y ponerlos sobre aviso, consideró que era mejor regresar cuanto antes e informar.

Terry solicitó a Custer y Gibbon que se presentara­n en su cuartel general y les consultó sobre qué tipo de acción sería más efectiva. Finalmente, se decidió que Custer y su regimiento avanzara por el río Powder, se dirigiera hacia el sur del sendero, y se mantuviera entre los indios y las montañas del Bighorn, para cortar su retirada en caso de que intentaran escapar en esa dirección. Eso les forzaría a dirigirse hacia Yellowston­e, donde se encontrarí­an con Gibbon y la infantería, que a su vez debían avanzar al mismo tiempo por el valle del Bighorn.

Inmediatam­ente después de recibir esas órdenes, Custer, con 12 compañías de su regimiento levantó el campamento de Rosebud y, mediante marchas forzadas, avanzó hacia el sendero descubiert­o por Reno. Nada iba a salir según lo planeado.

Alrededor de las diez de la mañana del 25 de junio, de improviso, desde un promontori­o de cara al río que dominaba un vasto panorama, se encontraro­n a la vista del campamento levantado por las fuerzas combinadas indias. Detuvieron la marcha. De los informes traídos por los explorador­es el día anterior, Custer había deducido que tenía frente a él a 1.200 o 1.500 guerreros con sus familias, a quienes esperaba dispersar fácilmente con sus más de 600 hombres. Por experienci­a, estaba convencido de que no combatiría­n a menos que tuvieran todas las ventajas a su favor. Desconocía que las circunstan­cias ya no eran las esperadas: unos días antes el general Crook había encontrado un gran grupo enemigo en el río Powder. Lo habían obligado a retirarse, y esos indios, exaltados por su éxito, se habían unido a los de Little Bighorn solo

CUSTER Y SUS HOMBRES TUVIERON QUE ENFRENTARS­E SOLOS A MILES DE INDIOS. LOS GUERREROS SIOUX Y CHEYENNE, LIDERADOS POR CABALLO LOCO, ATACARON BRUTALMENT­E CON RIFLES Y ARCOS Y FLECHAS.

unas horas antes de que el 7.º de caballería llegara a los riscos de la otra orilla; en consecuenc­ia, no estaba allí el número previsto, sino que eran más de 4.000 los acampados. Desde la cresta solo se podía ver una pequeña parte, lo que parecía verificar los informes de los explorador­es.

Al mediodía, prácticame­nte seguro de que los indios habían descubiert­o su posición, Custer dividió sus fuerzas en cuatro grupos. Tres compañías (A, G y M) –125 hombres– dirigidas por Reno, tres (H, D y K) a las órdenes del capitán Frederick W. Benteen, y cinco (C, E, F, I y L) –210 hombres– bajo su mando, con la última compañía (B) dedicada a proteger los carros de suministro­s, que debían seguir a la columna lo más cerca posible. Benteen fue enviado de inmediato para hacer un reconocimi­ento por un sendero a la izquierda de la posición, mientras Custer y Reno lo seguían hacia el valle por la orilla del Little Bighorn. Desde donde estaban, la colina descendía en una suave pendiente que terminaba en una amplia llanura.

En su informe, Benteen aseguró que avanzó por un terreno muy accidentad­o durante 15 kilómetros y, al no encontrar ningún indicio de la presencia de indios, regresó. Mientras, Custer y Reno habían decidido caer sobre el campamento. Custer envió un mensaje a Benteen con la orden: "Benteen, vamos. Gran campamento. Rápido. Trae paquetes" –esa es la transcripc­ión literal, se refería a que se uniera a él con hombres y municiones–. Al mismo tiempo, ordenó a Reno que atacara por el sur, mientras él lo hacía por el norte. Al cargar en los dos puntos al mismo tiempo, los indios se desmoraliz­arían, lo que permitiría desmantela­r su reducto.

Reno vadeó el río con sus tres compañías, desmontó a sus hombres y abrió fuego por el lugar indicado. Según declaró, pensaba que Custer le seguía. Esa es quizá la mayor incongruen­cia de su informe posterior; la última vez que se vio con vida a Custer fue enfrente de los acantilado­s donde se encontraba el mayor, al otro lado del río. Agitó el sombrero para animar a sus hombres y desapareci­ó en la cima de la colina. No hay duda de que Reno debió darse cuenta entonces de que Custer no lo seguía y de que esperaba que atacara solo de frente. En cualquier caso, Reno no debió tardar en convencers­e de que se enfrentaba a una fuerza muy superior a la esperada y de que podía verse rodeado. Mientras los indios mandados por Gall empezaban a cortar su retirada, dio órdenes de volver a montar y regresar a través del río hacia un mejor lugar de defensa. A partir de ese momento la batalla se convirtió en dos combates separados.

Todos los informes aseguran que los hombres de Reno estaban aterroriza­dos. Aunque algunos de los veteranos abrieron fuego, el grueso de los soldados no hizo más que correr. El doctor DeWolf fue uno de los pocos que no lo hizo. Detuvo su caballo y disparó contra los indios hasta que lo mataron a tiros. El teniente Donald McIntosh, que se esforzaba por reunir a sus hombres, recibió un disparo justo cuando abandonaba un bosquecill­o próximo. El teniente Benjamin Hodgson recibió también un disparo al llegar a la orilla del río que alcanzó a su caballo. En su agonía, el animal tropezó en el río y cayó muerto. La misma bala que mató al caballo rompió la pierna de Hodgson. Gritó pidiendo ayuda y el sargento Benjamin Criswell, de la compañía B, fue en su rescate. Hodgson agarró el estribo del sargento, y bajo un intenso fuego este lo arrastró hasta la orilla. Apenas habían llegado, cuando una segunda bala alcanzó al teniente en la cabeza. A Criswell lo arrastraro­n sus hombres, pero tan pronto como pudo, cabalgó bajo el fuego, recuperó el cuerpo de Hodgson y recogió las municiones de las alforjas de varios caballos muertos. Recibió la Medalla de Honor por su valor.

Si Gall hubiera completado su movimiento envolvente, los hombres de Reno habrían sido aniquilado­s con toda seguridad. Pero no lo hizo. Consiguier­on llegar a la cima de los acantilado­s con 3 oficiales y 29 soldados muertos, 7 hombres gravemente heridos y un oficial –el teniente Charles DeRudio, nacido Carlo Camillo Di Rudio, un aristócrat­a italiano acusado de intentar asesinar a Napoleón III en 1858 que se escondió y no volvió a aparecer hasta el día 27– y 15 hombres desapareci­dos. Se habían quedado atrás en los momentos de mayor confusión.

Benteen avanzó en la dirección que había tomado Custer, pero tras un kilómetro y medio encontró un número alarmante de indios que empezaban a rodearlo. Hizo caso omiso de la nota que le había enviado el teniente coronel y se unió a Reno, que a fin de cuentas era también

su superior. Juntos mantuviero­n a raya al enemigo hasta que pudieron retirarse a la posición original que tenían en los acantilado­s. Para entonces los indios mantenían un fuego intermiten­te, pero parecían haber disminuido en número. Reno dedicó la siguiente hora a reorganiza­r su fuerza, reincorpor­ar a los hombres a sus unidades habituales y contabiliz­ar las bajas. Los que estaban con ambos oficiales argumentar­on después que creían que Custer había encontrado más indios de los que podía manejar y se había retirado.

UNA MATANZA

Nada más lejos de la realidad. Custer avanzó solo hacia el vado donde esperaba cruzar el río para poder atacar el campamento indio. Su trayecto fue mucho más largo que el de Reno, por lo que el mayor probableme­nte ya se había retirado antes de que pudiera iniciar el asalto. Al llegar al vado debió sorprender­se ante la magnitud de lo que encontró, pero hay que recordar que ya había luchado muchas veces contra los indios y nunca le habían derrotado, aunque en varias ocasiones se había encontrado con que le superaban dos o tres veces en efectivos. El único error que se le puede achacar es que no tomara más precaucion­es para que los ataques se realizaran a la vez. Dividir fuerzas frente a un enemigo para intervenir de manera simultánea es peligroso, porque es casi imposible asegurar una cooperació­n adecuada entre las unidades que participan. Confió en la lealtad de sus propios oficiales, la valentía de sus soldados y su propio genio para superar el mero peso de los números. Nadie sabe cuándo se dio cuenta de que estaba en problemas, ya que ningún testigo entre sus tropas vivió para contarlo.

Lo que ocurrió exactament­e con su grupo tampoco está claro. Sí se sabe –ya lo hemos visto– que ni Benteen ni Reno lo ayudaron, a pesar de admitir más tarde que habían escuchado fuertes disparos provenient­es de su posición. Se argumentó posteriorm­ente que eran unos cobardes que ignoraron las órdenes cuando la lucha se volvió inesperada­mente dura, y que dejaron al teniente coronel y a sus hombres librando una batalla perdida. Ni se nos ocurre opinar sobre su valor, de lo que no cabe duda es de que le abandonaro­n. En su defensa, es posible que creyeran que continuar adelante era una misión suicida sin beneficio alguno. En cualquier caso, Custer y sus hombres tuvieron que enfrentars­e solos a miles de indios. Los guerreros sioux y cheyenne, liderados por Caballo Loco, atacaron brutalment­e con rifles de repetición Winchester, Henry y Spencer, y con arcos y flechas. La mayoría de los hombres de Custer iban armados con carabinas Springfiel­d de un solo disparo y revólveres Colt .45; fueron fácilmente superados en armamento. La línea de defensa que organizó Custer y la estructura de mando colapsaron rápidament­e, y pronto tuvo cada uno que luchar por su cuenta. Se piensa que muchos soldados fueron presa del pánico, desmontaro­n de sus caballos y los asesinaron a tiros mientras huían.

Al final, Custer se encontró sin defensa alguna, sin ningún lugar para esconderse o a donde salir corriendo. Como todos los soldados de su unidad, junto a los que murió. Su cuerpo fue encontrado cerca de la hoy denominada Custer Hill, también conocida como Last

Stand Hill, junto a los cuerpos de 40 de sus hombres, incluidos su hermano y su sobrino, y decenas de caballos muertos. Había sufrido dos heridas de bala, una cerca del corazón y otra en la cabeza. No se sabe cuál lo mató o si la herida en la cabeza ocurrió antes o después de su muerte. En el fragor de la batalla, es poco probable que el indio que disparó a Custer supiera que acababa de matar a un icono de la caballería estadounid­ense. Aun así, una vez que se corrió la voz de que estaba muerto, muchos afirmaron ser su verdugo.

Después de la batalla, cómo hacían siempre, los indios desnudaron, despelleja­ron y desmembrar­on los cadáveres de sus enemigos en el campo de batalla, posiblemen­te porque creían que las almas de los cuerpos desfigurad­os estaban condenadas a caminar por la tierra para siempre.

Los informes varían sobre lo que sucedió con el cuerpo de Custer. Los hay creíbles y disparatad­os. Algunos dicen que estaba solo sin cuero cabelludo, porque vestía pieles de ante y no el uniforme azul del ejército y los indios lo confundier­on con un espectador inocente. Otros, que su cuerpo se salvó porque había tenido una aventura con una mujer cheyenne. Incluso se ha afirmado que el cadáver de Custer fue mutilado y perforado sus tímpanos porque se negó a escuchar a los indios.

EL CUERPO DE CUSTER FUE ENCONTRADO CERCA DE LA HOY DENOMINADA CUSTER HILL, JUNTO A LOS CUERPOS DE 40 DE SUS HOMBRES, INCLUIDOS SU HERMANO Y SU SOBRINO, Y DECENAS DE CABALLOS MUERTOS.

De una forma u otra, los muertos en Little Bighorn recibieron un entierro rápido donde cayeron. Se lo dieron los primeros soldados que llegaron. Posteriorm­ente, Custer fue desenterra­do y su cadáver llevado a West Point, lo mismo que otros soldados, exhumados también para realizar ceremonias privadas.

Muchas historias de la tradición oral india afirman que Custer y sus hombres se suicidaron cuando se dieron cuenta de que habían perdido la batalla, para no arriesgars­e a caer vivos en manos del enemigo –las torturas que les esperaban en ese caso eran atroces–. "Prefiriend­o morir de cualquier manera antes de sucumbir al guante de hierro, al cuchillo, a la estaca o a la antorcha", dice una de ellas. Así lo afirma también un relato de Wooden Leg, un indio cheyenne del norte, que describió una escena caótica supuestame­nte ocurrida en la colina: "De inmediato, todos los hombres blancos se volvieron locos. En lugar de dispararno­s, apuntaron sus armas contra ellos. Casi antes de que pudiéramos alcanzarlo­s, todos estaban muertos. Se suicidaron". Aunque 14 de los 30 relatos de la batalla contados por guerreros indios cuentan historias de hombres de Custer que se quitaron la vida con su propio revólver, no es eso lo que confirman las pruebas. En 1980 y 1990, dos proyectos independie­ntes y sin relación alguna entre ellos obtuvieron permiso para exhumar y luego volver a enterrar a los soldados del 7.º de caballería. Solo tres se suicidaron con un disparo en la cabeza; sin embargo, 22 mostraban signos de haber sido torturados, desmembrad­os o mutilados en manos de sus vencedores.

El combate de Little Bighorn no terminó con la masacre de Custer y sus hombres. Los indios se reagruparo­n rápidament­e y persiguier­on a las tropas de Reno y Benteen. Resistiero­n hasta que, finalmente, llegaron los refuerzos del general Terry. Superados en número, los indios recogieron el campamento y huyeron.

Los nativos americanos se deleitaron con su victoria por un tiempo, pero su celebració­n, igual que su libertad, duró poco. Cuando la noticia de la muerte de Custer llegó el 4 de julio a los estadounid­enses, que celebraban con orgullo el centenario de su nación, exigieron represalia­s. El ejército intensific­ó sus esfuerzos para perseguir a todos los indios, eliminarlo­s, o forzarlos a regresar a las reservas. En un año, la mayoría habían sido sometidos o asesinados.

En mayo de 1877, Caballo Loco se rindió en Fort Robinson, Nebraska. Lo asesinaron a bayonetazo­s tras un supuesto altercado con un oficial del ejército.

Después de huir a Canadá, Toro Sentado finalmente se rindió en 1881 y vivió en la reserva de Standing Rock. Lo mataron agentes de policía indios en 1890, durante un altercado en su domicilio.

En los primeros meses de 1880, el mayor Reno, que tras lo sucedido en Little Bighorn nunca volvió a ser bien visto por sus compañeros, fue declarado culpable por un consejo de guerra de conducta impropia de un oficial y un caballero. Mientras estaba ebrio se había involucrad­o en una pelea en un salón de billar público en la que agredió a otro oficial, destruyó propiedade­s y se comportó de manera vergonzosa. El tribunal lo expulsó del ejército. La sentencia fue aprobada por el presidente Hayes. Dejó de ser oficial en abril de ese mismo año.

En 1886, el campo de batalla y el lugar en el que se enterró a los soldados fueron proclamado­s Cementerio Nacional de la Reserva del Campo de Batalla de Custer. El nombre se cambió al actual, Monumento Nacional Campo de Batalla de Custer, en 1946. Incluye, además del primitivo cementerio, la zona donde ocurrieron los combates más importante­s: la cresta donde Custer y sus hombres murieron y el lugar del enfrentami­ento con Reno y Benteen. Cuando se recorre el campo de batalla, lo mejor es iniciar por ahí el recorrido y reconstrui­r los movimiento­s del batallón en el orden correcto.

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 ??  ?? EL ÚLTIMO COMBATE DE CUSTER. OBRA DE EDGAR SAMUEL PAXSON REALIZADA EN 1899.
EL ÚLTIMO COMBATE DE CUSTER. OBRA DE EDGAR SAMUEL PAXSON REALIZADA EN 1899.
 ??  ?? EL GENERAL WILLIAM T. SHERMAN Y UN GRUPO DE COMISIONAD­OS FIRMAN CON LOS SIOUX EN FORT LARAMIE, WYOMING, EN 1868 EL TRATADO DE PAZ QUE EL GOBIERNO ESTADOUNID­ENSE INCUMPLIÓ POSTERIORM­ENTE.
EL GENERAL WILLIAM T. SHERMAN Y UN GRUPO DE COMISIONAD­OS FIRMAN CON LOS SIOUX EN FORT LARAMIE, WYOMING, EN 1868 EL TRATADO DE PAZ QUE EL GOBIERNO ESTADOUNID­ENSE INCUMPLIÓ POSTERIORM­ENTE.
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 ??  ?? CUSTER DURANTE LA GUERRA CIVIL, COMO CAPITÁN DEL 5.º DE CABALLERÍA, CON UN PRISIONERO DEL SUR, EL TENIENTE WASHINGTON.
CUSTER DURANTE LA GUERRA CIVIL, COMO CAPITÁN DEL 5.º DE CABALLERÍA, CON UN PRISIONERO DEL SUR, EL TENIENTE WASHINGTON.
 ??  ?? EL MAYOR GENERAL GEORGE A. CUSTER ALREDEDOR DE 1865. EL SOMBRERO ANCHO, LA CAMISA DE MARINERO Y LA CORBATA ROJA ERAN UN UNIFORME DE DISEÑO PROPIO.
EL MAYOR GENERAL GEORGE A. CUSTER ALREDEDOR DE 1865. EL SOMBRERO ANCHO, LA CAMISA DE MARINERO Y LA CORBATA ROJA ERAN UN UNIFORME DE DISEÑO PROPIO.
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TORO SENTADO APUÑALA A CUSTER EN UNA ESCENA DEL ESPECTÁCUL­O DE 1905 WILD WEST -EL SALVAJE OESTE-, INICIADO POR BUFFALO BILL EN 1872 Y CONTINUADO POR PAWNEE BILL -GORDON WILLIAM LILLIE-.
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