EL EXILIO DEL EMPERADOR
TRAS LA DERROTA DE LA BATALLA DE WATERLOO SE INICIÓ EL OCASO DEL EMPERADOR FRANCÉS QUE ACABÓ SUS DÍAS EN EL EXILIO. ESTE ES EL FINAL DE UNO DE LOS PERÍODOS MÁS SORPRENDENTES DE LA HISTORIA DE FRANCIA Y DEL PROPIO NAPOLEÓN BONAPARTE
A LAS 10 DE LA NOCHE DEL 18 DE JUNIO DE 1815, SOBRE EL EXTENSO TERRENO EMBARRADO ENTRE LA POBLACIÓN BELGA DE GENAPPE Y UNA DESTROZADA GRANJA, LA BELLE ALIANCE, POCOS KILÓMETROS AL NORTE, SE EXTENDÍAN EL SILENCIO Y LA DESOLACIÓN HASTA DONDE ALCANZABA LA VISTA. HACÍA UNA HORA QUE SE HABÍA DADO POR TERMINADA UNA DESCOMUNAL Y SANGRIENTA BATALLA. ERA UN DESASTRE POR SU MAGNITUD Y DISPENDIO DE VIDAS: 5.000 BAJAS EN EL COMBINADO BRITÁNICO-HOLANDÉS, 2.000 DEL LADO PRUSIANO Y 20.000 POR PARTE FRANCESA.
CONTRARIAMENTE A LO QUE PUEDA PENSARSE DEBIDO AL CONSTANTE MARTILLEO AL QUE LO HA SOMETIDO LA HISTORIA, EL ENFRENTAMIENTO EN WATERLOO NO FUE TAN DECISIVO COMO PROCLAMARON DE INMEDIATO LOS BRITÁNICOS, QUE EMPEÑADOS EN LA PENÍNSULA EN UNA LUCHA QUE SE CONSIDERABA SECUNDARIA, HASTA ESE MOMENTO SE HABÍAN VISTO DESPLAZADOS DEL TEATRO DE GUERRA EUROPEO Y QUERÍAN OCUPAR UN PUESTO DE PRIVILEGIO EN EL FUTURO CONCIERTO DE LAS NACIONES NEOABSOLUTISTAS. De hecho, Napoleón Bonaparte ya había perdido cualquier posibilidad de vencer en la campaña iniciada tras su fuga de la isla italiana de Elba desde el momento que en Ligny, tras derrotar a los prusianos, fue incapaz de impedir que se retiraran hacia el norte y siguieran en contacto con Wellington. Es más, el mismo Wellington, que había dado en España pruebas suficientes de ser un hombre calculador, jamás se hubiera planteado iniciar la batalla sin la absoluta seguridad de que los prusianos le iban a apoyar.
Tampoco hubiese cambiado nada de haber vencido Bonaparte. A los aliados les quedaba un ejército prusiano completo, otro austriaco y uno ruso, aún más grande que los anteriores, que venía en camino. Incluso es más que probable que los británicos hubieran seguido encargados de financiar la coalición aliada, como hicieron con las seis anteriores. A Francia, en cambio, ya apenas le quedaban recursos.
La noticia de la derrota de Waterloo llegó a París la mañana del 21 de junio, y se confirmó esa tarde en el boletín aparecido en Le Moniteur universel, órgano de propaganda del régimen. El sábado 24, el Diario General de Francia publicaba un relato de la batalla en el que, al concluir la relación del ataque de la Guardia, y la demanda hecha por los generales británicos a rendirse decía: "El general Cambronne respondió a ese mensaje con estas palabras: ¡La Guardia Imperial muere y no se rinde! Hoy, la Guardia Imperial y el general Cambronne ya no existen".
Ese comentario, que apoyado en una proclama de la Cámara de Diputados no buscaba más que dar consuelo y esperanza a los ciudadanos en un momento desesperado, sería el origen de otra indestructible leyenda con la batalla como telón de fondo, pero basada en dos afirmaciones falsas: la primera, que Cambronne había muerto. No era cierto, había sido herido en la cabeza y estaba prisionero. La segunda, que esa frase había salido de su boca. Tampoco lo era; en esos intensos momentos de agotamiento y rabia, no se había dedicado a pensar en valerosas citas para la posteridad, solo había contestado con un sonoro "¡Mierda!". Algo similar le pasaría a Napoleón: sus últimos momentos en el poder los pasaría entre la realidad y la leyenda.
PUNTO FINAL
Mientras los restos de su ejército derrotado cruzaban la frontera belga, seguidos de Wellington y Blücher, Napoleón también llegó a las afueras de la capital el 21 de junio tras tres largos días de viaje, pero poco antes de las 8 de la mañana. Fue directamente al palacio del Elíseo, pidió tomar un baño y luego se dirigió a presidir un accidentado Consejo de Ministros.
Se cuenta que todavía parecía aferrado a la esperanza de una resistencia nacional, pero es difícil de creer, pues su situación era insostenible. Pronto llegarían los aliados, que habían evacuado la ciudad hacía apenas un año tras
LA NOTICIA DE LA DERROTA DE WATERLOO LLEGÓ A PARÍS LA MAÑANA DEL 21 DE JUNIO, Y SE CONFIRMÓ ESA TARDE EN EL BOLETÍN APARECIDO EN "LE MONITEUR UNIVERSEL", ÓRGANO DE PROPAGANDA DEL RÉGIMEN.
obligarlo a dejar el trono y llevarlo al exilio, y esta vez, estaba seguro, no le regalarían el mantenerlo en libertad a poca distancia de Francia. Además, el pueblo pedía a gritos que se marchase. «Mi carrera política ha terminado», aseguró esa misma noche a sus familiares.
La mañana del día 22, al tiempo que sus soldados se batían para impedir la invasión del país, decidió dar por concluido su intento de restauración y abdicó en favor de su hijo, Napoleón II. Fue un acto meramente representativo, un tanto ridículo, porque el rey de Roma estaba en Austria, con su madre, la emperatriz María Luisa, y Austria en guerra con Francia. Obviamente nadie tenía intención de dejar que el niño –tenía 4 años– fuera el soberano de un Imperio francés al que se le negaba cualquier principio de legitimidad. De hecho, se nombró el día 23 un gobierno provisional dirigido por el intrigante Joseph Fouché, antiguo jefe de la policía, con el mariscal Louis Davout como ministro de guerra. Claramente, era hora de salvaguardar lo que quedaba, y eso podría hacerse mejor bajo el escudo de legalidad que pensaba desplegar el incombustible Charles Talleyrand.
Pero eso a Napoleón ya apenas le importaba. Tenía un plan: cruzar el Atlántico, establecerse en Estados Unidos, comprar una propiedad y dedicarse a la lectura y la ciencia. Se veía a sí mismo perfectamente asentado en lo que por entonces era un pequeño pueblo, Cincinnati, fundado en 1788 como Losantiville, pero renombrado dos años después por Arthur St. Clair, gobernador del Territorio del Noroeste, en honor a
la Sociedad de los Cincinnati, de la cual era presidente. No era una elección al azar, la sociedad, que llevaba su nombre en honor de un patricio romano del siglo V a.C. llamado Lucius Quinctius Cincinnatus –un hombre que vivía de manera frugal y trabajaba él mismo sus tierras–, se había fundado tras la independencia de los británicos y solo aceptaba miembros que hubieran servido desinteresadamente a la patria.
Para su viaje, el emperador disponía de una identidad falsa, la de coronel Muiron. En un aparte le confió a Gaspard Monge, el matemático que lo había acompañado a Italia y Egipto cuando solo era general y que seguía siendo uno de sus fieles: "Quiero hacer una nueva carrera, dejar trabajos, descubrimientos dignos de mí. Necesito un compañero que me informe del estado actual de la ciencia. Luego caminaremos juntos por el Nuevo Mundo desde Canadá hasta Cabo de Hornos".
En esas estaba cuando el día 25 Fouché le insinuó de manera poco sutil que abandonara París. No había conseguido que ni Blücher ni Wellington le dieran un salvoconducto. Habían asegurado que no tenía autoridad de su gobierno, o de los aliados, para dar respuesta a tal demanda. Esa misma tarde Napoleón salió hacia Malmaison, la antigua residencia de la fallecida Josefina, por el portón trasero del parque del palacio, para evitar a la multitud reunida frente a la entrada principal. Su última ocupación oficial fue quemar varios documentos y recibir a algunos antiguos altos funcionarios.
La proximidad de los prusianos, que tenían órdenes de apresarlo vivo o muerto, le obligó también a huir de allí. Recogió muebles, libros e instrumentos científicos y vestido de burgués y acompañado de los generales Bertrand y Gourgaud y otros amigos devotos, partió hacia Rochefort, en el golfo de Vizcaya, a las 5 de la tarde del 29 de junio. En el puerto le esperaban dos fragatas, la Saale, al mando del capitán Pierre-Henri Philibert y la Medusa, a las órdenes del capitán Ponée. Fouché las había puesto a su disposición para cruzar el Atlántico.
EN PARALELO A LAS AVENTURAS DE BONAPARTE, FRANCIA VIVÍA DURANTE ESAS JORNADAS UN ENORME DESASOSIEGO. JEAN-DEDIEUS SOULT FUE DESTITUIDO Y SE LE DIO EL MANDO AL CONTROVERTIDO MARISCAL GROUCHY.
Había escapado por poco de caer en manos de los prusianos. Blücher, al enterarse de que vivía en Malmaison, envió el 28 de junio al teniente coronel Friedrich von Colomb con el 8.º de húsares y dos batallones de infantería para asegurar el puente de Chatou, sobre el Sena, que daba acceso a la residencia. El mariscal Davout, cuando supo que los prusianos se acercaban, ordenó al general Becker, que dirigía a los dragones y a la infantería de la Guardia imperial, que destruyera el puente. Von Colomb, que no conocía la zona, no pudo acceder a Malmaison, no sabía que había un vado a 800 metros y que Napoleón aún no se había marchado.
En paralelo a las aventuras de Bonaparte, Francia vivía durante esas jornadas un enorme desasosiego. Jean-de-Dieu Soult, que dirigía el Ejército del Norte en retirada, fue destituido y se le dio el mando al controvertido mariscal Grouchy –¿casualidad o agradecimiento por no llegar a tiempo en Waterloo?–. La razón, según Soult, fue que el Gobierno Provisional sospechaba de su fidelidad. Es lo más probable, pues es imposible explicar de otra forma que se prescindiera de un hombre claramente superior a su sucesor en cualidades y habilidades.
El rápido avance de los ejércitos de la Coalición hizo que Grouchy redoblara su velocidad para llegar a París antes que ellos. En la capital, entre los restos del ejército y los guardias nacionales disponía de más de 40.000 hombres, todavía una fuerza formidable capaz de mucha resistencia.
Al tiempo que avanzaban los prusianos, Wellington también continuaba sus operaciones. El 27 de junio, cuando ambos ejércitos ya estaban muy próximos, Fouché de
cidió inclinarse por uno de los bandos y escribió una carta al comandante británico. Entre elogios y parabienes, se ponía prácticamente a sus órdenes, le solicitaba que detuviera los combates y le pedía que diera la guerra por terminada. ¿Pactó también entregarle el emperador y le contó sus intenciones? Es posible, pero eso no está por escrito.
EL SUEÑO AMERICANO
Según quedó acordado en la Convención de St. Clou firmada el 3 de julio, el ejército francés, a las órdenes del mariscal Davout, abandonó París y se dirigió al Loira. El día 7, los dos ejércitos de la coalición ocuparon la ciudad. La Cámara de Pares, que había recibido del Gobierno Provisional una notificación del curso de los acontecimientos, dio por terminadas sus sesiones; la Cámara de Representantes protestó, pero en vano. Su presidente dimitió, se cerraron las puertas, y todos los accesos quedaron custodiados por tropas extranjeras.
El 8 de julio, Luis XVIII entró en París aclamado por el pueblo y volvió a ocupar el trono. Ese mismo día, Napoleón embarcó en la Saale y se dirigió acompañado del Medusa, en el que viajaba un pequeño séquito, a un fondeadero frente a la isla de Aix, con la intención de esperar las condiciones meteorológicas favorables para zarpar hacia América.
El día 10 fue la primera vez que el viento sopló a favor. Se levaron anclas y se comenzaron a desplegar las velas, pero aparecieron los británicos.
El Bellerophon, un navío de su majestad de 74 cañones a las órdenes del capitán Frederick Maitland llevaba apostado frente a Rochefort desde antes de la batalla de Waterloo, su misión era vigilar a los buques de guerra franceses estacionados en el puerto. Las noticias de todo lo acontecido le llegaron el 28 de junio, seguidas de una carta enviada
DURANTE LAS DOS SEMAÑAS EN QUE EL EMPERADOR RESIDIÓ EN AGUAS TERRITORIALES BRITÁNICAS, LOS INGLESES, QUE LE TENÍAN UNA MEZCLA DE ADMIRACIÓN, ODIO Y MIEDO, SE APELOTARON PARA VERLO PASEAR POR CUBIERTA.
desde Burdeos que le advertía de que Napoleón planeaba fugarse a América desde la costa atlántica. La nota indicaba que probablemente lo hiciera desde Burdeos, por lo que se requería allí su presencia. Maitland no estaba de acuerdo. Pensaba que era más probable que fuese Rochefort el lugar elegido, pero no podía eludir las órdenes. Decidió enviar a los dos buques más pequeños de que disponía a cubrir respectivamente Burdeos y Arcachon. Acababa de demostrar que tenía razón.
Cuentan las crónicas que Philibert le propuso a Ponée que entablara combate con el Medusa mientras él escapaba con la Saale, a lo que se negó rotundamente. De una forma u otra, Napoleón, que ya estaba cansado, hizo oídos sordos a los que le sugirieron que abandonara Rochefort y se embarcara más discretamente en el estuario del Gironda y autorizó llegar a un acuerdo con Maitland. Las conversaciones se iniciaron el 10 de julio.
El británico se negó a permitir que el emperador navegara hacia América, pero se ofreció a llevarlo a Inglaterra. Aseguró a los emisarios de Napoleón que, tal y cómo le habían confirmado, no en calidad de prisionero, sino como invitado del pueblo inglés. La propuesta era tentadora, porque en cuanto pusiera un pie en Gran Bretaña podría acogerse al Habeas Corpus, que prohibía encarcelarle sin juicio. Además, en Francia no podía esperar nada bueno del regreso de los Borbones.
Las negociaciones se prolongaron durante cuatro días. Finalmente, Napoleón accedió. El 15 de julio se embarcó
en el Belerofonte con su personal y sus sirvientes. Maitland puso a su disposición su propio camarote y al día siguiente zarpó hacia Inglaterra. Llegó a Torquay, Devon, el 24 de julio. A pesar de sus protestas, a Napoleón no se le permitió desembarcar en Gran Bretaña. Durante las dos semanas que el emperador residió en aguas territoriales británicas, los ingleses, que le tenían una mezcla de admiración, odio y miedo, se apelotonaron para verlo pasear por cubierta.
El 4 de agosto el Bellerophon puso proa a la base naval de Plymouth, mientras el gobierno discutía el destino de Bonaparte. El día 7, a la altura de Berry Head, Maitland recibió la orden de que Napoleón y su personal fueron trasladados al Northumberland, un navío de línea de tercera clase que estaba al mando del contraalmirante sir George Cockburn. Se había tomado una decisión.
La única preocupación de los ministros británicos era asegurarse de que el "general Bonaparte" no interfiriera en los asuntos europeos, y con la experiencia de Elba no iban a caer en la tentación de ser indulgentes. Dispusieron recluirlo para siempre en la isla de Santa Elena, perdida en medio del Atlántico, aunque eso supusiera desafiar la ley. Estaban seguros de que la Francia de Luis XVIII no tenía ninguna intención de defender los intereses del más engorroso de sus ciudadanos.
El Northumberland zarpó con la marea del 8 de agosto, durante la travesía, cuando se hablaba del "emperador", el almirante fingía no entender: "No hay ningún emperador a bordo", contestaba.