RELIQUIAS PROFANAS y otros objetos de poder
La veneración de reliquias no solo es propia de personas religiosas. También existen reliquias profanas. En Estados Unidos se venera la dentadura postiza de George Washington que él mismo talló en madera. Y los franceses adoran la mano ortopédica del héroe de la legión extranjera... Pero hay muchas reliquias curiosas...
LA VENERACIÓN DE RELIQUIAS NO SOLO ES PROPIA DE PERSONAS RELIGIOSAS. TAMBIÉN EXISTEN LAS RELIQUIAS PROFANAS. EN ESTADOS UNIDOS SE VENERA LA DENTADURA POSTIZA DE GEORGE WASHINGTON QUE ÉL MISMO TALLÓ, EN MADERA. Y LOS FRANCESES ADORAN EN PARÍS LA MANO ORTOPÉDICA DEL HÉROE DE LA LEGIÓN EXTRANJERA, EL CAPITÁN DANJOU, HALLADA EN CAMERONE AL DÍA SIGUIENTE DEL FAMOSO COMBATE. ESTAS SON ALGUNAS DE LAS RELIQUIAS MÁS CURIOSAS...
LAS RELIQUIAS, DEL CARIZ QUE SEAN, ESTÁN SIEMPRE PRESENTES EN NUESTRA VIDA COTIDIANA. CONSERVAR RELIQUIAS NO ES, COMO SUELE CREERSE, UNA COSTUMBRE CRISTIANA, SINO ALGO TÍPICO DE CUALQUIER RELIGIÓN Y CULTURA. Como dice el gran Umberto Eco, el culto de las reliquias también responde a un normal gusto anticuario que pueden estar carentes de toda religiosidad. Y como tal, el viajero inicia ahora un peregrinaje por algunos objetos simbólicos para la historia de España, testigos de grandes gestas militares, hechos sobresalientes, talismanes, amuletos, objetos de poder que, ¿también conectan el mundo visible con el invisible, lo natural con lo sobrenatural? Las reliquias de las que vamos a hablar no dejan de ser objetos físicos en principio exentas de sacralidad. Pero las hazañas de las que tomaron parte fueron la excusa perfecta para que la Iglesia los dotara de una protección divina y convirtiera en fetiches de fe para su veneración.
EL PENDÓN DE LAS NAVAS DE TOLOSA
Nuestra primera parada nos dirige a Burgos. En el conocido monasterio de las Huelgas Reales podemos ver, en la austera sala capitular, un hermoso y pesado tapiz almohade: se trata de la bandera o el pendón de la batalla de
las Navas de Tolosa, que, según la tradición, decoraba la tienda del Miramamolín derrotado en la contienda del año 1212.
Este precioso trofeo arrebatado a los árabes es el mejor tapiz almohade que se conserva. Está tejido en oro, plata y sedas con un tamaño de 3,30 metros de anchura por 2 metros de altura. Predominan en él los colores rojo, amarillo, azul, blanco y verde y cuenta con una inscripción que hace alusiones a la figura de Alá que rodea una gran estrella central.
La versión más aséptica revela que este pendón posiblemente se trate de un adorno de entrada de la tienda o qubba del sultán Abú-Yusuf-Yaqub (Miramamolín), pero es evidente que se trata de una bandera por su confección y por su parecido con otras muchas aparecidas en las miniaturas de las Cantigas y en las pinturas de El Partal de la Alhambra. El historiador C. Bernis,
por otro lado, cree más factible que en realidad fuera efectivamente un trofeo de guerra, pero algo posterior, conseguido por Fernando III de Castilla y donado al monasterio cuando este hizo la obra de su claustro.
Junto al pendón se guardan también en Las Huelgas otros objetos de la batalla de las Navas de Tolosa: la Cruz de Arzobispo D. Rodrigo, una lanza de los soldados que custodiaban a Miramamolín y la casulla con que el arzobispo ofreció misa el mismo día de la batalla.
En el año 1953 se llevó a cabo su restauración y desde entonces cada año la máxima autoridad militar porta en la procesión del Corpus una copia bastante fiel de tan preciado tapiz. Y es junto con el museo de Ricas Telas la joya más preciada del monasterio burgalés. Tal ha sido su importancia en la historia de nuestro país que fue exhibido por Franco en el primer desfile de la Victoria de 1939, como símbolo de su "cruzada".
El monasterio de las Huelgas Reales alberga, asimismo, las banderas de los barcos que don Juan de Austria mandó en la batalla de Lepanto (1571) y los banderines y guiones de las embarcaciones de doña Ana de Austria.
El espacio que acoge el pendón asombra a cualquier viajero que lo visite. El resumen histórico del monasterio sería el siguiente: Alfonso VIII y su mujer, Leonor Plantagenet (hermana de Ricardo Corazón de León), deciden en 1187 crear un cenobio cisterciense a las afueras de Burgos. La opinión de la reina pesará para que el monasterio sea femenino y para que disfrute de unos privilegios inmensos: en pocos años se le dota de multitud de propiedades, se le exime de la autoridad episcopal, se le concede jurisdicción sobre amplios territorios y se le convierte, en suelo hispano, en casa madre de la rama femenina de la orden, arrebatando este papel al de Tulebras.
El acceso al monasterio por la puerta que se abre en el extremo norte del transepto, bajo la torre, es una pieza maravillosa, cuajada de una decoración vegetal, cuya figura no se vuelve a encontrar en el gótico hispano. Atravesada la portada, el viajero se encuentra ante la perspectiva más diáfana que puede hallar en su interior, la que compone el transepto desde uno al otro extremo.
Las estancias más chocantes del monasterio son un conjunto de salas o capillas de tipo islámico, en las que no hay la habitual impregnación de motivos andalusíes en realizaciones cristianas, sino una traslación literal de ámbitos musulmanes, que no tienen de cristiano más que el uso.
EL MONASTERIO DE LAS HUELGAS REALES ALBERGA LAS BANDERAS DE LOS BARCOS QUE DON JUAN DE AUSTRIA MANDÓ EN LA BATALLA DE LEPANTO (1571).
LA LINTERNA DE LEPANTO
Un curioso objeto pende de los techos de la sacristía del fabuloso monasterio de Guadalupe (Cáceres). Sobre una colección excepcional de zurbaranes, esta "reliquia" tuvo mucho que ver con la batalla de Lepanto (1571), donde nuestro más insigne escritor (Miguel de Cervantes) fue herido tres veces perdiendo el uso de uno de sus brazos.
Se trata del fanal de la galera capitana turca mandada por Alí-Bajá que, recuperada por don Juan de Austria, devoto de la virgen desde sus tiempos de Jeromín, fue enviada al santuario extremeño.
La batalla de Lepanto enfrentó a los turcos, cabeza del islamismo de por aquel entonces, y las tropas eurocatólicas de la Liga Santa formada por el Papa de Roma, España, Venecia, Génova y Saboya en las aguas griegas de Lepanto. Si la conquista turca de Constantinopla, actual Estambul, en 1453, fue decisiva para la historia de Europa, no menos trascen
dente fue la derrota de los turcos en Lepanto, cuando todo parecía señalar que se avecinaba la conquista islámica del Mediterráneo y de las naciones europeas.
Tras la imponente victoria de la contienda, Juan de Austria ordenó el destino de unos fanales de bronce forjado al estilo musulmán conquistados a la principal galera enemiga. Se llamaba fanales a las lámparas o linternas emblemáticas que alumbraban las noches del mar para las embarcaciones importantes, como lo era la nave capitana de los otomanos desde donde dirigía la batalla Alí-Bajá.
No se olvidó el militar español de las vírgenes morenas de Guadalupe y Montserrat, a cuyos monasterios decidió enviar dos de ellos tras un paso obligado por el monasterio de El Escorial. “En 20 de agosto del año de 1573 el señor don Juan de Austria, hermano del Rey Don Filippe nuestro Señor, envió á S. M. cuatro fanales ó linternas de las galeras del Turco, que eran de las que había tomado y vencido en el año pasado de 1571 en la guerra naval, los cuales se pusieron en la librería deste monesterio por memoria de tan señalada victoria. Los tres fanales fueron de la galera capitana de Ali Baxá, al que cortaron la cabeza y el cuarto fué el que tomó el Marqués de Sancta Cruz en el año de 1572 de un nieto de Barbarroja,á quien mató el dicho Marqués en la dicha galera. Después mandó S. M. del Rey nuestro Señor que se llevase uno destos faroles al monesterío de nuestra Señora de Guadalupe, y otro se llevase al monesterío de nuestra Señora de Monserrate, porque ansí lo había prometido el dicho señor D. Juan de Austria” (Memorias, de Fray Juan de san Gerónimo).
En el año 1597, el padre Gabriel de Talavera destacó, entre las más de 70 lámparas que tenía el monasterio de Guadalupe, el vistoso fanal del bajel principal de la flota otomana. Según su descripción, porque ahora no se permite observarlo de cerca, en el fanal hay varias señales de impactos de proyectiles que testimonian la dureza que tuvo la batalla.
Menos mal que el fanal turco de Lepanto que colgaba de los techos de Guadalupe era de bronce. De haber sido de oro o plata, habría sido fundido y enviado a las arcas vacías de la Corona. Pero su escaso valor metálico y económico hizo que el fanal de la nave capitana turca sobreviviera trasladado a la sacristía pendiendo del cupulín de la capilla de san Jerónimo, como contó en 1962 el franciscano Arturo Álvarez, archivero del monasterio.
Con la excusa de contemplar esta peculiar reliquia el viajero se sumerge en la historia del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe. Su historia arranca a finales del siglo XIII, cuando algunos eremitas se instalaron allí. En 1330 el rey Alfonso XI visitó la iglesia y la encontró tan pequeña y en tan mal estado que mandó edificar una nueva. En 1336 terminaron las obras.
Abierta a la plaza de Santa María, una escalera permite entrar en la basílica (siglo XIV) En la entrada hay dos puertas de bronce labradas con escenas de la vida de Cristo y la
Virgen. Consta de tres amplias naves, de estilo gótico, con elementos mudéjares, reformadas en los siglos XV y XVIII.
EL ESCRITORIO DE FELIPE II
La capilla mayor muestra mármoles, pinturas (siglo XVII) y un retablo labrado en madera presidido por la imagen de la Virgen de Guadalupe. A ambos lados se contemplan los sepulcros de Enrique IV y su madre doña María de Aragón. Una verja de hierro (siglo XVI) cierra las tres naves. En el centro del altar está el escritorio de Felipe II (siglo XVI). El coro, del siglo XIV y reformado en el XVIII, presenta sillería barroca.
En el antiguo pórtico del templo se halla la capilla de Santa Ana, gótica, donde está el sarcófago de don Alonso de Velasco y doña Isabel de Cuadros. A su lado se alza una pila bautismal (siglo XV) de bronce. La capilla de San Gregorio alberga el sepulcro de don Juan Serrano, prior de Guadalupe. No obstante, la pieza principal es la sacristía, de planta rectangular y cinco bóvedas de medio punto sobre pilastras toscanas.
La sacristía da paso a la capilla de San Jerónimo, con ocho grandes lienzos de Zurbarán. El camarín, situado detrás del presbiterio, está decorado con yeserías, jaspes, tallas y pinturas, con una capilla barroca en forma de rotonda. Las pinturas al temple corresponden a Pedro José de Uceda.
La imagen de la Virgen de Guadalupe, talla románica en madera de cedro, muestra al Niño sentado en su regazo. La Virgen descansa sobre un trono de bronce con decoración de mármoles, columnas y esmaltes. El papa Gregorio Magno, devoto de la imagen, la envió a San Leandro, arzobispo de Sevilla. En 714 la talla salió de Sevilla escondida en las alforjas de unos clérigos que huían de los invasores árabes. Estos la escondieron. Y fue un pastor quien la descubrió siglos después. En el lugar del hallazgo se construyó una ermita que, con el paso de los siglos, se convirtió en el monasterio actual.
El cenobio alberga también algunos museos de interés, tales como el Museo de Bordados, en el antiguo refectorio (siglo XV), con una extraordinaria colección de ornamentos sagrados de los siglos XV al XIX. El Museo de Libros Miniados, en la sala capitular, presenta libros de gran valor tanto por su antigüedad como por sus miniaturas, la mayoría del siglo XVI.
El Museo de Pintura y Escultura, en la antigua ropería del monasterio, conserva importantes obras de El Greco (La coronación de Nuestra Señora, San Pedro y San Andrés), Francisco de Zurbarán, Juan de Flandes, Diego de Correo o Francisco de Goya (Confesión en la cárcel).
LA BANDERA QUEMADA
A lo objetos traídos de tierras otomanas, hay que sumar muchos otros. Según nos legan las fuentes, el traje del almirante Alí-Bajá y su poderoso e importante alfanje, el de su hijo y otras armas se conservaron por parte de los reyes de España en sus armerías.
Sobre la enseña, quedó reducida a cenizas en un incendio fortuito y terrible que sufrió el Escorial en 1671: “Entregó Hernando de Beiviesca un estandarte de lienzo dorado, de 15 palmos de largo y ocho de largo, escrito todo él de letras arábigas, parte dellas doradas y parte negras, y por la una parte tiene cuatro círculos de las dichas letras, mas menudas todas con sus orlas de letras grandes doradas”.
Antes de perecer en el incendio, se nos menciona cómo era el gran estandarte o bandera de la batalla de Lepanto: “En damasco azul, tiene decoración vegetal en dorado, con cenefa exterior. Aquí el crucifijo es grande, proporcionado a la longitud del estandarte que mide 16 metros y los escudos son los de la Liga Santa, es decir, España, Venecia y el Papa. Debajo el escudo de Don Juan de Austria. Aquí están dispuestos en sentido vertical, y el final de la bandera se divide en dos puntas”. Toda una joya histórica con trágico final.
Tras la victoria, don Juan de Austria hizo regalos de dos banderas capturadas, las principales: El estandarte imperial otomano fue a parar al Papa; la fabulo
EL TRAJE DEL ALMIRANTE ALÍ-BAJÁ Y SU PODEROSO ALFANJE, EL DE SU HIJO Y OTRAS ARMAS SE CONSERVARON POR PARTE DE LOS REYES DE ESPAÑA EN SUS ARMERÍAS.
sa bandera de seda verde marchó a dependencias de Felipe II. Con él vinieron 34 banderas que serían repartidas por el Imperio español, incluidas las impresionantes banderas otomanas.
También relacionado con la batalla turca sobresale otra reliquia de interés: En una de las capillas de la catedral de Barcelona se venera, desde 1932, al Cristo de Lepanto, adorado por Felipe II, que viajó a bordo de la embarcación capitana de don Juan de Austria en la célebre contienda. Los combatientes se encomendaron al Cristo que, según los navegantes, favoreció la victoria de la Liga Santa.
En Lepanto participaron 80.000 hombres y casi 300 embarcaciones cristianas, que arremetieron contra los mahometanos, que contaban con un mayor número de barcos. Los hijos de Alá salieron malparados, con 25.000 muertos. La propia naturaleza de los enfrentamientos entre galeras propiciaba que el bando perdedor resultase casi aniquilado. Las pérdidas de las Liga Santa fueron muy bajas en naves, solo diez de ellas fueron capturadas, aunque nueve volvieron a ser recuperadas.
Lepanto ha sido la batalla naval más sangrienta de la historia, no siendo superada en número de bajas por ninguna otra batalla de la antigüedad ni de las dos guerras mundiales. Con razón Cervantes la describió como “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”.
LA LÁMPARA VOTIVA DE EL GRAN CAPITÁN
Una lámpara que dicen arde desde 1510 ilumina el altar mayor de la catedral de Santiago de Compostela. También arden cuatro cirios, en cumplimiento de un voto de Alfonso XI, con motivo de su triunfo en la batalla del Salado (1340). Pende bajo la cúpula de un camarín, obra del artista salmantino Figueroa (1701), que empleó en ella veinte años.
Según la tradición, el peregrino que llegaba a Compostela, a fin de poder dar el abrazo con mayor soltura, situaba su sombrero-viajero sobre la cabeza de la figura del apóstol, que antaño no estaba coronada con la presente aureola. Arriba de la cabeza del peregrino, cuando el peregrino entra en la seo gallega, se halla la lámpara votiva construida con las empuñaduras de plata de las armas del renombrado Gran Capitán, brazo derecho de los Reyes Católicos, quien cumplió esta donación cuando alcanzó tierras compostelanas como romero a Galicia.
Ante el altar mayor de Santiago, Gonzalo Fernández de Córdoba, muy emocionado, leyó un papel en el que le decía al apóstol como, en el curso de tantas campañas victoriosas, había experimentado los efectos de su protección. En agradecimiento le regalaba una lámpara de plata perpetuamente encendida. Era de plata maciza y pesaba no menos de tres arrobas.
También establecía el Gran Capitán que todos los años, en la octava fiesta apostólica, le rezaran una misa solemne con procesión y responsos para él, su mujer, su hija, su hermano y su tía, alguno de los cuales, sino todos, vendrían a ser sepultados en la iglesia de Santiago. Gonzalo pedía que le enterraran con los canónigos. La cosa no
resultó, ya que el Gran Capitán recibió sepultura en San Jerónimo de Granada. Tampoco fueron a Santiago los restos de su mujer y parientes.
El camarín donde pende la lámpara "mágica" está revestido de láminas de plata y embellecido con preciosas cinceladuras. Las pilastras que adornan el nicho del santo apóstol están delicadamente trabajadas, y sostienen un arco, sobre el que se ve entre nubes y rodeado de ángeles al Padre Eterno. Encima del camarín y tocando casi en el techo del inmenso dosel aparece la imagen del apóstol en pie y en traje de peregrino, al cual rinden el homenaje de su adoración cuatro reyes postrados de rodillas ante el patrón de España.
EL CULMEN DEL ROMÁNICO
Y es que si en algún lugar el arte románico alcanza la cota máxima de su esplendor es en la impresionante catedral de Santiago de Compostela. Empezó a construirse en 1075, bajo el reinado de Alfonso VI, y las obras fueron impulsadas con posterioridad por el obispo Xelmírez hasta su culminación en 1128. La planta del edificio forma una cruz latina de inmensas proporciones, con tres naves en el brazo principal, así como en el crucero y la cabecera.
No es una exageración el considerar esta catedral como una de las obras cumbres del arte universal. Aquí, la espiritualidad ha sido traducida en volúmenes de piedra, juegos de alturas, luces y espacios, de forma magistral. Y representan a la perfección la sensibilidad medieval, en general poco comprendida por culpa de los tópicos acerca de su rudeza y oscurantismo.
Lo que más destaca de la catedral son las portadas. La de las Platerías fue realizada en 1103 por el maestro Esteban y conserva íntegramente los elementos románicos. El famoso
Pórtico de la Gloria fue concluido en 1188 y es una de las joyas de la escultura medieval. La típica rigidez románica se convierte aquí en una finura exquisita, tanto en la presentación de los diferentes personajes como en los detalles de sus vestiduras.
LAS CADENAS DE NAVARRA
Se han convertido en elementos simbólicos para una ciudad. Resultan ser así aquellas cadenas o grilletes que tal o cual persona llevó durante su cautiverio, como es el caso de las cadenas con las que Teodosio de Goñi peregrinó a Roma entregándolas a su vuelta a San Miguel de Aralar, santuario en el que actualmente permanecen expuestas.
Según nos cuenta una leyenda del siglo XVIII, fue Teodosio un ilustre caballero navarro natural del pueblo de Goñi (a 30 kilómetros de Pamplona), que vivió en el siglo VIII, en tiempos del rey godo Witiza. Pasaba los días felizmente con su esposa doña Constanza de Butrón y su hijo Miguel, hasta que tuvo que marchar al frente para prestar servicios al monarca. En concreto, a los dominios españoles en la Berbería africana. Cumplido el cometido, Teodosio retornó al hogar. En su vuelta a casa un hombre con apariencia de ermitaño le salió al paso y le
EL ARTE ROMÁNICO ALCANZÓ LA COTA MÁXIMA DE SU ESPLENDOR EN LA IMPRESIONANTE CATEDRAL DE SANTIAGO DE COMPOSTELA. EMPEZÓ A CONSTRUIRSE EN 1075, BAJO EL REINADO DE ALFONSO VI.
advirtió de que su mujer yacía con un esclavo. Al parecer era el demonio.
Ciego de ira, el caballero corrió raudo hacia Goñi. Llegó cuando caía la noche y se dirigió con sigilo hasta sus aposentos. Allí vio a una pareja acostada y Teodosio les asestó varios espadazos hasta acabar con ellos. Solo cuando salió a la calle y vio a su fiel esposa que volvía de la iglesia, se estremeció del terrible error que había cometido.
El caballero había matado a sus ancianos padres, que en su ausencia habían sido acogidos por su mujer en su casa. Tras confesar su horrible crimen, el obispo de Pamplona le mandó a Roma a pedir la absolución del papa Juan VII. El prelado le conminó a vivir lejos de su pueblo, llevando una cruz de madera a cuestas, con una argolla en el cuello y unas cadenas en su cintura hasta que se rompieran. Esa sería la señal de que Dios le habría perdonado por sus pecados.
Siete fueron los años de penitencia de Teodosio vagando en soledad, hasta que un día llegó a la sierra de Aralar. En una de sus cuevas habitaba un dragón, que le atacó cuando apareció por el monte. Sin fuerzas, Teodosio imploró con fe la protección de San Miguel, el capitán de los ejércitos celestiales. De repente, el arcángel apareció llevando consigo una pequeña efigie suya de madera, con su cruz unida y levantada sobre su cabeza.
Cuando Teodosio se repuso de la visión, el dragón yacía muerto y nuestro protagonista liberado de las cadenas. “¿Quién como Dios?”, exclamó mientras el arcángel desaparecía de su vista. Tal suceso tuvo lugar en el año 714, tres años después de la derrota de los godos en la batalla de Guadalete.
EN EL SANTUARIO DE ARALAR
Después de contar la hazaña a su familia, Teodosio regresó a Aralar para construir un santuario donde vivió el resto de su vida, junto a su mujer, consagrado al culto a San Miguel. Las cadenas que hoy cuelgan en una pared exterior de la capilla serían las de don Teodosio, y la efigie del arcángel, la misma que dejó San Miguel cuando se le apareció.
Este santuario se ubica en una sierra que es un museo al aire libre de la prehistoria en territorio hispano. El macizo calcáreo de Aralar, a caballo entre Vasconia y Navarra, pastizales de la legendaria oveja vasca, es notable por sus valores ecológicos y por su patrimonio megalítico compuesto de más de 60 dólmenes, túmulos, yacimientos en cuevas, círculos de piedra, crómlechs y menhires. Se trata de una zona montañosa poco poblada, que conserva un aspecto primitivo y salvaje.
El descubrimiento de Jentillarri, el primer dolmen, en el año 1789, dio paso a continuación a una sucesión de hallazgos que han convertido la sierra de Aralar en una de las más claras referencias europeas en cuanto a la Prehistoria se refiere. Bellos caserones como los de Madotz, Astitz o Baraibar, molinos como el de Aitzarrateta o ermitas como la de Santiago de Itxasperri son otros de los testigos del pasado que aún permanecen en pie en Aralar y que merecen la pena ser visitados.
También son dignas de mención las cadenas que cuelgan de la fachada de San Juan de los Reyes (Toledo), que representan las cadenas de los cristianos que fueron cautivos en Málaga y Baeza en la fase de conquista de Granada por los Reyes Católicos. El motivo de que esas cadenas se exhiban en los muros de San Juan de los Reyes no es únicamente el de resaltar el esfuerzo de los monarcas en la liberación de los prisioneros; tienen su propia leyenda.
Se cuenta que había un afamado herrero judío que fabricaba cadenas de hierro en grandes cantidades y que cada noche de su taller salían encargos de cadenas con rumbo desconocido. Cuando los prisioneros cristianos fueron liberados, sus cadenas llevaban la marca del judío toledano, por lo que creyeron conveniente que esos grilletes volvieran a su ciudad de origen.
Incluso hoy día cobran marchamo de adoración otras piezas de muy diferente cariz a los mencionados anteriormente, como las bombas de la Guerra Civil que cayeron sin explotar sobre la basílica del Pilar de Zaragoza. Con todo, la cubierta del Pilar conserva aún los boquetes que dejaron dos de los proyectiles, que no se han tapado ni siquiera en las sucesivas reformas, mientras que una cruz de mármol señala el lugar exacto de la plaza en el que cayó la tercera bomba.