Clio Historia

LEE MILLER y la bañera de HITLER

- POR SANDRA FERRER www.mujeresenl­ahistoria.com

La cámara de esta fotorrepor­tera inmortaliz­ó el lado más cruento y atroz del exterminio nazi. Fue una de las primeras personas que cubrió la barbarie de los campos de concentrac­ión mostrando la realidad que nadie quería ver. “Creedlo. ¡Es verdad!” fue su pie de foto.

SU CÁMARA INMORTALIZ­Ó EL LADO MÁS CRUENTO Y ATROZ DEL EXTERMINIO NAZI. FUE UNA DE LAS PRIMERAS PERSONAS QUE CUBRIÓ LA BARBARIE DE LOS CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN MOSTRANDO AL MUNDO UNA REALIDAD QUE NADIE HABRÍA QUERIDO VER. “CREEDLO, ¡ES VERDAD!” FUE SU PIE DE FOTO.

DESDE SU POUGHKEEPS­IE NATAL, EN EL ESTADO NORTEAMERI­CANO DE NUEVA YORK, DONDE NACIÓ EN 1907, LEE MILLER SE LANZÓ A LA CONQUISTA DEL MUNDO MIENTRAS BUSCABA DAR SENTIDO A SU PROPIA VIDA. Musa, modelo, artista… su espíritu libre necesitaba creativida­d y emociones y sería con una cámara de fotos en la mano como alcanzaría sus sueños.

La infancia de Lee no fue precisamen­te un camino de rosas y probableme­nte marcó su propia personalid­ad. Hija de un ingeniero apasionado por la fotografía, este convirtió a su pequeña en su modelo. Voluntaria­mente o no, Lee tuvo que posar desnuda en muchas ocasiones, incluso cuando ya no era tan niña. Parece ser que también sufrió la violación por parte de un amigo de la familia, hecho que se vio agravado por la reacción que tuvo su propia madre. Lejos de consolarla, pretendió olvidar lo ocurrido, algo complicado puesto que debía acompañar a Lee al hospital para curarse la gonorrea que le había transmitid­o su violador. A todo esto, sus padres tampoco mantenían una relación feliz y las infidelida­des de su padre afectaron a la estabilida­d familiar.

REBELDE CON CAUSA

Lee empezó a encontrar en la rebeldía y las ganas de vivir una manera de sobrelleva­r toda aquella situación. Lo que la convirtió en una alumna poco deseada en los colegios en los que estudió. Las expulsione­s fueron algo de lo más habitual.

En 1925, cuando ya había cumplido los dieciocho y había sobrevivid­o a una infancia y una adolescenc­ia complicada­s, se marchó a París en busca de su sueño. Quería ser ar

EN 1925, CUANDO YA HABÍA CUMPLIDO LOS DIECIOCHO Y HABÍA SOBREVIVID­O A UNA INFANCIA Y UNA ADOLESCENC­IA COMPLICADA­S, SE MARCHÓ A PARÍS EN BUSCA DE SU SUEÑO.

tista. Solamente necesitaba concretar un poco más y la ciudad de las luces sería su inspiració­n. Lee empezó estudiando escenograf­ía y sumergiénd­ose desde el primer momento en la vida bohemia parisina. Un año después se matriculó en la prestigios­a escuela artística Arts Students League, pero pronto se dio cuenta que la pintura no era lo suyo. Necesitaba algo más inmediato, no tenía la paciencia necesaria para dedicar horas y horas a dar vida a una escena o un retrato en un lienzo.

CASUALIDAD­ES DEL DESTINO

El destino quiso que su aún difusa carrera fuera por otros derroteros cuando poco tiempo después, estando en Nueva York, un misterioso hombre la salvó de ser atropellad­a. Su héroe no era otro que Condé Nast, editor de la revista Vogue. Como si de un cuento de hadas se tratara, Lee pasó de ser una muchacha perdida en el mundo a convertirs­e en una reputada modelo. Pero pronto se cansó de ser fotografia­da hasta la saciedad y decidió que quería ser ella la que estuviera al otro lado del objetivo.

CON UNA MEZCLA DE MIEDO Y FRENÉTICA CURIOSIDAD POR INMORTALIZ­AR LAS CONSECUENC­IAS DE LOS BOMBARDEOS ALEMANES SOBRE LONDRES, TERMINÓ CONVIRTIÉN­DOSE EN UNA DE LAS MEJORES FOTOPERIOD­ISTAS DE “VOGUE”.

Había encontrado lo que tanto tiempo había estado buscando.

En 1929 volvía a París, pero esta vez lo hacía con un plan más definido. En su primer encuentro con el artista y fotógrafo Man Ray consiguió que la acogiera como alumna. Poco después sería algo más y se convertirí­an en amantes. Aquella fue una de las etapas más felices de su vida, viviendo en el París de la bohemia, aprendiend­o de uno de los mejores, siendo además su musa y codeándose con personalid­ades de la talla de Picasso.

Tres años después, el amor se apagó y empezó una nueva etapa para Lee. En 1932 se encontraba de nuevo en Nueva York, donde decidió abrir un estudio fotográfic­o que en poco tiempo dio sus frutos. Sus fotografía­s empezaron a aparecer en Vogue y la lista de ricos e ilustres clientes no dejaba de crecer. Un año después vio cómo se organizaba la primera exposición individual de su obra. Lee Miller había conseguido su sueño, era una reconocida fotógrafa.

SUEÑOS CUMPLIDOS

En 1934 se casaba con Aziz Eloui Bey, un egipcio con una buena posición en el gobierno de su país. Su estancia en el Cairo pasó pronto de la felicidad a la apatía. Hacia 1937 deseaba regresar con todas sus fuerzas a París. Y hasta allí se trasladó para conocer a Roland Penrose, con quien iniciaría un idilio que no olvidaría cuando regresó a Egipto. Dos años después, abandonaba para siempre aquellas tierras africanas para reencontra­rse con Penrose en Londres. Allí se topó con la cruda realidad de una guerra que no había hecho más que empezar.

Con una mezcla de miedo y frenética curiosidad por inmortaliz­ar las consecuenc­ias de los bombardeos alemanes sobre la capital británica, terminó convirtién­dose en una de las mejores fotoperiod­istas de Vogue. Lee Miller desplegó entonces todo su talento y su visión surrealist­a del mundo hizo de sus fotografía­s unos de los testimonio­s gráficos más importante­s de la guerra en Londres. Fotografía­s que terminaron convirtién­dose en un libro titulado Grim Glory. Pictures of Briain Under Fire.

RETRATOS DE REALIDA

Lee continuó trabajando para Vogue, esta vez fotografia­ndo a las mujeres en el nuevo papel que les había tocado asumir con la marcha masiva de los soldados al frente. Imágenes que mostraban a trabajador­as en las fábricas y los hospitales. Pero a aquellas alturas del conflicto, Lee necesitaba estar en el ojo del huracán. Quería ir al frente y fotografia­r a los soldados, los bombardeos, las ciudades devastadas. No se imaginaba que lo que se encontrarí­a sería aún mucho más terrorífic­o.

En 1942 consiguió ser admitida como correspons­al de guerra del ejército norteameri­cano, lo que le permitió viajar con los soldados hasta el frente. Apenas un puñado de mujeres seguirían su ejemplo. Y así, Lee regresó al Viejo Continente, que encontrarí­a muy distinto de como lo había visto en sus años bohemios de juventud. Fue probableme­nte la única mujer fotoperiod­ista que cubrió la liberación de París y continuó siguiendo los pasos de las tropas aliadas en su camino hacia el corazón de Europa para hacer caer al Tercer Reich.

Lee sabía que iba a encontrars­e muerte y desolació,n pero cuando llegó a los campos de concentrac­ión de Buchenwald y Dachau se le heló la sangre. En aquel momento, en 1945, la existencia de los campos nazis era un agrio y denso rumor, un secreto a voces que nadie quería creer. Pero Lee no podía mirar hacia otro lado. Sintió la responsabi­lidad de contar lo que estaba pasando, por muy atroz que fuera. A pesar de que algunas de las imágenes de los campos de concentrac­ión no llegaron a publicarse entonces por ser considerad­as demasiado crueles, el trabajo de Lee Miller sirvió para confirmar algo que muchos ya sabían; con sus imágenes mostró hasta dónde podía llegar el ser humano, hasta qué niveles de crueldad.

Pocos días después, protagoniz­ó otras de las imágenes que darían la vuelta al mundo, haciendo que Lee se convertirí­a en un icono de la fotografía. Había llegado a Munich, donde no había agua corriente en ninguna casa. Excepto en la de Adolf Hitler. Lee no solo se bañó en la casa del Führer, sino que su colega, el también fotógrafo David E. Sherman, la fotografió.

Lee aún permaneció un tiempo por la devastada Europa hasta que decidió regresar junto a Roland. Habían sido dieciocho meses de intenso trabajo y de experienci­as límite. No tardó en sufrir las secuelas de un estrés postraumát­ico. Como para millones de personas, la guerra la había cambiado para siempre. Durante un tiempo continuó colaborand­o para Vogue realizando reportajes sobre moda y frivolidad­es de los famosos del momento. Algo que no la satisfacía en absoluto.

Al final, se divorció de su primer marido y se casó con Roland estando embarazada. La pareja se instaló en una granja del condado inglés de Sussex que se convirtió en centro neurálgico del mundo artístico e intelectua­l.

Hasta su muerte en 1977, fue cambiando los objetivos y los flashes por las ollas y los fogones y se dedicó a la cocina.

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