Clio Historia

LA BATALLA DE ALJUBARROT­A

EL INTENTO CASTELLANO DE HACERSE CON PORTUGAL

- POR MIGUEL DEL REY, HISTORIADO­R

CUANDO CASTILLA, CON GRAN VENTAJA HEGEMÓNICA, QUISO ANEXIONARS­E PORTUGAL, DIVERSOS ENFRENTAMI­ENTOS CULMINARON EN LA BATALLA DE ALJUBARROT­A, DONDE SE ENFRENTARO­N DOS REYES CON IGUAL NOMBRE Y ORDINAL, JUAN I.

CUANDO CASTILLA, CON GRAN VENTAJA HEGEMÓNICA, QUISO ANEXIONARS­E PORTUGAL, DIVERSOS ENFRENTAMI­ENTOS CULMINARON EN LA BATALLA DE ALJUBARROT­A, DONDE SE ENFRENTARO­N DOS REYES CON IGUAL NOMBRE Y ORDINAL, JUAN I. EL TRIUNFO PORTUGUÉS DESARROLLÓ UN CLARO SENTIMIENT­O DE NACIONALID­AD, CONSOLIDAD­O POR EL PAPA Y LOS PRÍNCIPES DE EUROPA, TEMEROSOS DEL AUGE DE CASTILLA. LA SEGURIDAD DE SU INDEPENDEN­CIA PERMITIÓ A PORTUGAL SU EXPANSIÓN MARÍTIMA Y LA CONQUISTA DE NUEVOS TERRITORIO­S EN EL ATLÁNTICO, LA COSTA AFRICANA O LA INDIA. ADEMÁS, LA DERROTA DE JUAN I LLEVÓ A JUAN DE GANTE A REINTENTAR UN NUEVO ASALTO AL TRONO CASTELLANO, Y EN JULIO DE 1386 DESEMBARCÓ EN LAS COSTAS DE GALICIA DISPUESTO A PROCLAMARS­E REY, COMO YA LO HABÍA INTENTADO EN 1373.

EUROPA LLEVABA CASI CINCO LUSTROS ENFANGADA EN LO QUE SE DENOMINARÍ­A LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS –DURÓ 116 EXACTAMENT­E– CUANDO A FINALES DE 1382, PORTUGAL, CON SU SOBERANO FERNANDO I AL BORDE DE LA MUERTE, DECIDIÓ EMBARCARSE EN EL PROYECTO DE APOYAR AL DUQUE DE LANCASTER, HERMANO DEL REY DE INGLATERRA, COMO HIPOTÉTICO MONARCA DE CASTILLA Y LEÓN –TENÍA OPCIÓN POR SU MATRIMONIO CON DOÑA CONSTANZA, HIJA DE PEDRO I–. Así estaban las cosas en el momento en que se produjo un suceso inesperado que alteraría el orden geopolític­o de la Península: el fallecimie­nto al dar a luz una niña, que también murió, de la reina leonor de Castilla. Dejó viudo al rey Juan I, que tenía tan solo 24 años.

El 22 de octubre de 1383, otra muerte, la esperada de Fernando I, complicó las cosas todavía más. El rey Juan había contraído nuevas nupcias con la infanta beatriz de Portugal en un intento de lograr la paz entre ambos reinos y decidió reclamar el trono para su esposa. Se opuso con vehemencia gran parte de la burguesía comerciant­e, que en buena relación con Inglaterra e insatisfec­ha con la regencia de la reina leonor téllez de meneses, y especialme­nte con su favorito, Juan Fernández de Andeiro, conde de Ourém, se alzó en armas.

Andeiro fue asesinado por Juan, un hijo natural del rey Pedro I de Portugal, que desde 1364 era maestre de la influyente Orden de Avis. La inminente anexión castellana polarizó rápidament­e Portugal. Juan fue elegido defensor del reino y regente el 16 de diciembre de 1383. Su primera disposició­n fue levantar un ejército que puso al mando del condestabl­e nuno Álvares Pereira y solicitar, una vez más, apoyo a los ingleses.

Pronto la cuestión dinástica alcanzó connotacio­nes de guerra civil y revolución burguesa cargada de tintes nacionalis­tas; se abrió entonces para Inglaterra una inesperada oportunida­d de que la crisis sucesoria rompiera el bloque franco-castellano con el que estaba en guerra, por lo que Juan de gante, duque de Lancaster, hermano del rey de Inglaterra, envió tropas que reforzasen la posición del maestre de Avis y le permitiese­n a él invadir el reino de Castilla y reclamar sus derechos al trono.

Solo que Juan I de Castilla no pensaba permitirlo. Apenas tres meses después de los sucesos ocurridos en Portugal, cuando comenzaba la primavera de 1384, se presentó ante Lisboa su potente escuadra para colaborar en el sitio de la ciudad con las tropas terrestres castellana­s, que se encontraba­n ya ante sus murallas. A pesar de las enfermedad­es y el calor, que se incrementa­ba día a día, se estableció un asedio formal, con la esperanza de rendir la ciudad por hambre.

El escaso número de naves de que disponía por entonces Portugal, que estaban en ese momento en Oporto, pusieron rumbo hacia el Sur con la esperanza de poder romper el bloqueo y desembarca­r suministro­s a los lisboetas, lo que significab­a enfrentars­e una vez a más a la temible flota castellana. Los portuguese­s, además, estaban faltos de hombres para poder combatir, por lo que antes de llegar a Lisboa se aproximaro­n a tierra en Cascáis, para embarcar refuerzos, y con ellos como apoyo, intentar abrirse paso.

Los experiment­ados capitanes de galera castellano­s, dirigidos por el capitán mayor Per Afán de Rivera, se habían propuesto esperar a la flota portuguesa dentro del puerto, para aprovechar la maniobrabi­lidad de sus barcos y evitar el combate en mar abierto, en tanto

LA BATALLA FUE DURÍSIMA, LAS NAOS PORTUGUESA­S DE VANGUARDIA SE SACRIFICAR­ON EN UNA LUCHA TERRIBLE, ASALTADAS POR TODOS LADOS POR LAS NAOS GRUESAS DE LOS CASTELLANO­S, QUE LAS ABORDARON Y DESTROZARO­N.

que el almirante Fernán Sánchez de Tovar prefería aprovechar la calidad de las naos y cocas castellana­s, y detener a los portuguese­s en alta mar o en la costa. Finalmente, el rey Juan optó por esperar en el puerto, y el 17 de junio, la nao gruesa de Ruy Pereira, que dirigía la flota portuguesa, entró en la desembocad­ura del Tajo a la cabeza de otras cuatro naos más. La seguían las 17 galeras que protegían a los 12 transporte­s cargados de provisione­s.

La batalla fue durísima, las naos portuguesa­s de vanguardia se sacrificar­on en una lucha terrible, asaltadas por todos lados por las naos gruesas de los castellano­s, que las abordaron y destrozaro­n una por una. ruy Pereira cayó combatiend­o en su nao, en la que disponía de 60 hombres de armas y 40 ballestero­s que no lograron impedir el abordaje castellano. Fueron tomadas tres de las cuatro naos, pero las galeras castellana­s no lograron romper la cortina defensiva de las portuguesa­s, que consiguier­on con enorme esfuerzo que los transporte­s desembarca­ran su carga intacta, un sacrificio que logró salvar la ciudad.

después las galeras portuguesa­s fueron varadas en la costa para convertirl­as en fortalezas individual­es, en reductos, protegidos por ballestero­s, desde los que evitar desembarco­s de los castellano­s, que fracasaron en su intento de incendiarl­as el 27 de julio mediante una operación por sorpresa de Sánchez de

Tovar. A pesar de la superiorid­ad de la flota de bloqueo –que llegó a tener 61 naos, cocas y carracas, 16 galeras, una galeaza y varios leños– no se consiguió ningún resultado satisfacto­rio. La peste, la disentería y el resto de enfermedad­es que afectaban al ejército sitiador llegaron también a las tripulacio­nes de los barcos. Agotadas todas las posibilida­des de tomar Lisboa, el 17 de agosto, en plena canícula, el ejército castellano levantó el cerco. La flota mantuvo el bloqueo durante un tiempo, pero ya sin Sánchez de Tovar, que había fallecido en su barco. Su cuerpo lo llevaron hasta Sevilla, donde recibió sepultura con todos los honores en la catedral.

CaminO deL desastRe

En los primeros meses de 1385, fracasado el asedio de Lisboa y reforzada la moral portuguesa con los triunfos menores de Atoleiros y Trancoso, las cortes de Coimbra apoyaron la entronizac­ión de Juan I de Avis. Juan I de Castilla regresó entonces a Portugal con su ejército a través del valle de Mondego. Ante la nueva invasión, el maestre de Avis decidió anticipars­e, salir a su encuentro, intercepta­rlo en las proximidad­es de Leiria y evitar así que llegara a Lisboa.

Sobre las diez de la mañana del 14 de agosto las tropas lusas tomaron posiciones en el lugar que había elegido la víspera Álvares Pereira como más idóneo para enfrentars­e a los castellano­s. Tras hacer maniobrar a sus tropas para lograr la mejor posición defensiva, las des

plegó en la cara norte del alto de San Jorge, entre huertos, justo enfrente del trazado de la calzada romana por la que aparecería el ejército de Castilla camino de la capital. Aconsejado por los asesores del duque de Lancaster, estaba dispuesto a plantear una batalla defensiva con las mismas tácticas que Eduardo, el Príncipe Negro, había utilizado en Poitiers para derrotar a los franceses. La hueste del de Avis, desmontada, formó una línea defensiva al mando del condestabl­e; junto a él, y a su derecha, aguardaban los caballeros portuguese­s, mientras que su izquierda quedó cubierta por 400 arqueros ingleses, que ya habían demostrado su temible eficacia en la batalla de Crecy, cuarenta años antes. Detrás, alejadas tresciento­s metros, se posicionar­on, bajo el mando directo de Juan I de Portugal, una segunda línea defensiva y una reserva de infantería.

Desde donde estaban, los portuguese­s observaban bien protegidos la llegada de las tropas de Juan de Castilla. El frente era bastante estrecho y estaba flanqueado por dos arroyos, el Calvaria y el Carqueijal, con sus correspond­ientes barrancos, insalvable­s para la caballería y con grandes dificultad­es para ser vadeados por la infantería. La espera permitió a los portuguese­s reforzar aún más sus posiciones mediante fosos, zanjas y empalizada­s, cubriéndol­os en lo posible para evitar que fueran descubiert­os, y formando una especie de cuadrado a cuyos lados se situaron los arqueros y los ballestero­s.

La vanguardia castellana apareció por el norte sobre el mediodía. Al ver el rey la fuerte posición que ocupaba el ejército que le cortaba el paso decidió evitar el choque directo, puesto que eso implicaría la subida por un terreno en condicione­s extremadam­ente desfavorab­les, y prefirió que sus cerca de 30.000 hombres comenzaran a flanquear por el lado del mar la colina donde se encontraba la posición portuguesa. En el momento en que los explorador­es le informaron de que por la cara sur se podía realizar el ataque, situó a sus tropas en la explanada de Chao da Feira, a retaguardi­a del enemigo. Mientras, el ejército portugués, que había advertido el movimiento castellano, maniobró a su vez e invirtió su posición, moviéndose también unos dos kilómetros hacia el sur para volver a situarse de frente a su adversario. Confiado de su superiorid­ad numérica, el ejército castellano decidió entablar combate. Por su parte, los portuguese­s, pese a tener el sol de frente, se dispusiero­n a sacar el máximo partido del lugar que ocupaban en el alto.

Sobre las seis de la tarde el ejército castellano estaba ya preparado, pero los soldados daban muestras de cansancio tras la larga marcha

JUAN I DE CASTILLA REGRESÓ A PORTUGAL CON SU EJÉRCITO A TRAVÉS DEL VALLE DE MONDEGO. ANTE LA NUEVA INVASIÓN, EL MAESTRE DE AVIS DECIDIÓ ANTICIPARS­E, SALIR A SU ENCUENTRO Y EVITAR ASÍ QUE LLEGARA A LISBOA.

bajo el implacable sol de una calurosa jornada y aún no habían comido. Se consumía el tiempo, debía comenzar la batalla para mantener la iniciativa del lado de Castilla. Pese a todo, el rey decidió esperar, puesto que los portuguese­s solo tenían dos posibilida­des: atacar y ser derrotados, o esperar sin provisione­s y con el temor de la superiorid­ad numérica de los castellano­s, lo que aumentaría las posibilida­des de que durante la noche se produjeran desercione­s entre sus filas. Los nobles castellano­s no lo vieron así, ansiosos por conseguir la victoria, y sin esperar los refuerzos del rey de Navarra, insistiero­n ante Juan I para que iniciase el ataque con constantes referencia­s a su mayor número de efectivos, pese a encontrars­e peor situados. Convencido, el rey ordenó el ataque y el ejército formó para el combate.

La vanguardia castellana, que estaba al mando de Pedro de Aragón, hijo del marqués de Villena, se encontraba 700 metros al sur de la línea del frente, y junto a él formaban los portuguese­s leales a la reina Beatriz. Por su parte, el maestre de Alcántara, reforzado por cerca de 800 hombres de armas franceses, debía de atacar las posiciones inglesas, y Pedro Álvares Pereira, hermano del condestabl­e, caer con la caballería de la Orden de Calatrava sobre las posiciones portuguesa­s. Tras ellos, a la espera de cómo se iniciase la lucha, formaba la caballería pesada bajo el mando directo de Juan I. Aún más atrás, la retaguardi­a, que estaba incompleta cuando se inició el ataque, reunía a algunos millares de hombres de armas distribuid­os en varias líneas.

Casi una hora después de que se situaran las tropas se inició el asalto. La caballería francesa que formaba la vanguardia cargó en el orden cerrado que tenía acostumbra­do contra las alineadas filas del centro portugués, al tiempo que recibía una lluvia de flechas procedente de los flancos. Una vez más, como ya había sucedido en Crecy y Poitiers sin que aprendiera­n la lección, cuando llegaron a tomar contacto con el enemigo sus filas estaban totalmente rotas y el efecto de su carga era absolutame­nte nulo.

Desde las filas castellana­s, la segunda línea vio perfectame­nte cómo los caballeros que no habían muerto durante el ataque eran hechos prisionero­s y pasados a la retaguardi­a portuguesa. Era el momento de que se incorporas­e a la batalla el grueso del ejército de Juan I. Su línea era enorme debido al gran número de soldados que la formaban y, para poder llegar al centro portugués, debía reorganiza­rse en el espacio que quedaba entre los dos arroyos que protegían los flancos. El principio de la lucha ya no auguraba nada bueno.

Mientras los castellano­s recomponía­n el ataque, los portuguese­s reformaron a su vez las líneas, y la vanguardia de Álvares Pereira se dividió en dos sectores. Tras él, su soberano, seguro de que se iba a llegar al combate cuerpo a cuerpo, había ordenado la retirada de los arque

ros y el avance a través del espacio que habían abierto los hombres del condestabl­e, de las tropas que se encontraba­n en retaguardi­a.

Los castellano­s habían conocido días mejores. Aprisionad­os entre los flancos portuguese­s y la avanzada retaguardi­a, sus bajas en todos los frentes eran enormes, especialme­nte en el flanco izquierdo donde nadie daba cuartel. La posición castellana no tardó en hacerse indefendib­le y su situación en volverse desesperad­a.

En un último intento por romper la línea, la carga de la caballería pesada de Alcántara, a las órdenes de Gonzalo Núñez de Guzmán, chocó frontalmen­te contra las dos columnas portuguesa­s, las hizo ceder, pero al intentar maniobrar, se encontró con un corte vertical en el terreno –una hoya profunda–, y, tras él, una empinada cuesta. Mientras intentó superarla, recibió una nueva lluvia de flechas procedente­s de los flancos, que le produjo múltiples pérdidas.

A la caída del sol la batalla estaba perdida. Dentro del cuadrado portugués, Gutierre González de Quiros, conde de San Antolín de Sotillo y señor de Villoria, que ya había estado al servicio de Enrique II, y que ocupaba el puesto de alférez mayor con el pendón real, combatía sin descanso. Tanto, que para arrebatarl­e el estandarte le cortaron las manos, y, aun así, lo mantuvo apretado contra el pecho y mordiendo el cendal hasta que murió, como ya habían caído en el combate su hermano Lope y su primo García de Quirós. Cuando la bandera de Castilla dejo de flamear, el rey ordenó la retirada y el pánico cundió entre las filas de su ejército, que emprendió una desesperad­a y desorganiz­ada huida perseguido por los portuguese­s. Como siempre ocurría en las retiradas, desencaden­aron una carnicería entre las filas vencidas, rematando a los heridos y capturando a todos los caballeros por los que se pudiese obtener algún rescate.

Junto al rey estaba Pedro González de Mendoza, que le acompañaba sirviéndol­e desde que era infante y en 1384 había sido regente durante su ausencia. Era uno de los que le aconsejó no iniciar la batalla, y ahora, ante la desbandada de las tropas, le entregó su caballo para que pudiera salvar la vida y no cayera prisionero. En el romancero quedó el poema:

Si el caballo vos han muerto, Subid rey en mi caballo,

Y si no podeis subir,

Llegar subiros hé en brazos.

Natural de Guadalajar­a, donde su familia disponía de propiedade­s y gran ascendient­e político, al ver a muchos de los alcarreños que le habían acompañado muertos, rehusó huir y encomendó al rey a su hijo Diegote, al que dijo al despedirlo: "Non quiera Dios que las mujeres de Guadalajar­a digan que aquí quedan sus fijos e maridos muertos e yo torno allá vivo". No fue el único que cayó aquel día; la batalla fue un desastre para Castilla, muchos miembros de la nobleza perecieron, y otros, como el canciller Pedro López Ayala, acabaron prisionero­s, cubiertos de heridas y "quebrados dientes e muelas".

Juan I, con algunos cientos de sus caballeros, galopando sin descanso, se retiró hasta llegar a Santarém, a unos cincuenta kilómetros del lugar de la batalla. Esa misma noche, exhausto, embarcó hacia Lisboa y, desde allí, recogido por la flota, partió el día 17 para Sevilla.

El resto del ejército en retirada se dividió para salir de Portugal, una parte se dirigió a Badajoz, pasando, igual que su rey, por Santarém, y la otra fue hacia Castilla, a través de Beira. A la mañana siguiente, mientras seguía la persecució­n por los pueblos que costaría la vida a

LA SUPERIORID­AD DE LA ARMADA

CASTELLANA REDUJO EN CIERTO MODO LOS EFECTOS DESASTROSO­S DE LA BATALLA, PUES NO ABANDONÓ EL BLOQUEO DE LISBOA HASTA MEDIADOS DE SEPTIEMBRE, Y SIGUIÓ SIENDO LA DUEÑA DEL MAR.

5.000 castellano­s, pudo verse la magnitud de la tragedia: en el campo de batalla quedaban alrededor de 4.000 muertos, y unos 5.000 prisionero­s iban camino del cautiverio.

tentar a la suerte

la superiorid­ad de la armada castellana redujo en cierto modo los efectos desastroso­s de la batalla, pues no abandonó el bloqueo de lisboa hasta mediados de septiembre, y siguió siendo la dueña del mar, pero no pudo evitar que el desastre afectase a la moral, lo que unido a las enfermedad­es y el largo tiempo en la mar hizo que se fuese relajando el control efectivo de las costas lusas. En Inglaterra se recibió con alborozo la noticia de la victoria portuguesa, y el maestre de Avis, ya convertido en Juan I, ajustó con el rey Ricardo II el Tratado de Windsor, firmado el 9 de mayo de 1386, que renovaba aquel de alianza anglo-portuguesa rubricado en 1373. Dispuesto a secundar a su tío, el monarca inglés sí logró ahora el apoyo del Parlamento y la nobleza para poder equipar un ejército a las órdenes de Juan de Gante, con el que llevar de nuevo la guerra a Castilla una década después.

La flota inglesa que transporta­ba a las tropas de invasión, al mando de sir Thomas Percy, sabedora de que el bloqueo castellano sobre lisboa seguía, marchó a Coruña, a donde llegó el 25 de julio. En Galicia, el duque de Lancaster consiguió el apoyo de parte de la nobleza que había seguido a Pedro I, y penetró en tierras leonesas. El rey, que contaba con el apoyo de sus súbditos, con la neutralida­d de aragón y navarra –en paz con Castilla desde 1375 y 1379, respectiva­mente– y con una nueva colaboraci­ón francesa, se dispuso a hacerle frente, mientras, en parte del territorio, como había sucedido en Portugal, la invasión excitaba unos primarios sentimient­os nacionalis­tas. Juan de Gante, quedó aislado, el apoyo portugués detenido en León y sus tropas en territorio hostil, al tiempo que su desorganiz­ada ofensiva coincidía con el agotamient­o bélico de franceses e ingleses, incapaces de solucionar su conflicto. Dos años después se firmaban las treguas de Bayona que ponían fin al conflicto dinástico castellano iniciado en 1366: Juan de Gante renunciaba al trono de Castilla a cambio de una fuerte suma y una renta anual y Juan I casaba al futuro Enrique III con Catalina, hija del duque de Lancaster y nieta de Pedro I, para los cuales se creaba el título de Príncipe de Asturias a imitación del principado de Gales propio del sucesor del trono inglés. Se unían así definitiva­mente las dinastías trastamari­sta y petrista, rama bastarda y rama legítima de la corona de Castilla, enfrentada­s desde 1354.

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 ??  ?? MigueL deL reY es MieMbrO de varias asOCiaCiOn­es naCiOnaLes e internaCiO­naLes OCupadas en La investigaC­ión de La histOria MOderna Y MedievaL. autOr de deCenas de artÍCuLOs Y ensaYOs históriCOs, ObtuvO en eL añO 2011 eL ix preMiO aLgaba de biOgrafÍa, MeMOrias e InvestIgac­Ión hIstórIca –a modo compartIdo– y, entre 2012 Y 2106, se enCargó de La COLeCCión trazOs de La histOria, pubLiCada pOr La editOriaL edaf.
La bataLLa de aLjubarrOt­a. a La izquierda, Las trOpas CasteLLana­s COn juan i; a La dereCha, Las pOrtuguesa­s a Las órdenes deL COndestabL­e aLvares pereira. iLustraCió­n de CróniCa ingLesa, Obra de jean d’Wavrin pubLiCada en eL sigLO xv.
MigueL deL reY es MieMbrO de varias asOCiaCiOn­es naCiOnaLes e internaCiO­naLes OCupadas en La investigaC­ión de La histOria MOderna Y MedievaL. autOr de deCenas de artÍCuLOs Y ensaYOs históriCOs, ObtuvO en eL añO 2011 eL ix preMiO aLgaba de biOgrafÍa, MeMOrias e InvestIgac­Ión hIstórIca –a modo compartIdo– y, entre 2012 Y 2106, se enCargó de La COLeCCión trazOs de La histOria, pubLiCada pOr La editOriaL edaf. La bataLLa de aLjubarrOt­a. a La izquierda, Las trOpas CasteLLana­s COn juan i; a La dereCha, Las pOrtuguesa­s a Las órdenes deL COndestabL­e aLvares pereira. iLustraCió­n de CróniCa ingLesa, Obra de jean d’Wavrin pubLiCada en eL sigLO xv.
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 ??  ?? edifiCadO paRa COnmemORaR La viCtORia sObRe LOs CASTELLAno­S En LA bATALLA dE ALJubArroT­A En 1385, eL mOnasteRiO de LOs dOminiCOs de santa maRÍa de La vitORia se enCuentRa en La viLLa de bataLha, a 120 KiLómetROs aL nORte de LisbOa pOR La en1 y ReaLza, dESdE Su nAvE dE grAnITo, unA dE LAS MÁS hErMoSAS peRspeCtiv­as de La CaRReteRa de LisbOa a OpORtO.
edifiCadO paRa COnmemORaR La viCtORia sObRe LOs CASTELLAno­S En LA bATALLA dE ALJubArroT­A En 1385, eL mOnasteRiO de LOs dOminiCOs de santa maRÍa de La vitORia se enCuentRa en La viLLa de bataLha, a 120 KiLómetROs aL nORte de LisbOa pOR La en1 y ReaLza, dESdE Su nAvE dE grAnITo, unA dE LAS MÁS hErMoSAS peRspeCtiv­as de La CaRReteRa de LisbOa a OpORtO.
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 ??  ?? SObrE EStAS LíNEAS, bODA EN 1387 DE JUAN I DE POrtUgAL, mAEStrE DE AvIS, CON FELIPA DE LANCAStEr, hIJA PrImOgéNIt­A DE JUAN DE gANtE.
SObrE EStAS LíNEAS, bODA EN 1387 DE JUAN I DE POrtUgAL, mAEStrE DE AvIS, CON FELIPA DE LANCAStEr, hIJA PrImOgéNIt­A DE JUAN DE gANtE.
 ??  ?? AbAJO, CArtA NÁUtICA DE 1565 AtrIbUIDA A SEbAStIãO LOPES. ES SOrPrENDEN­tE qUE NO APArEzCA CAStILLA, tODA LA PENíNSULA PErtENECE A POrtUgAL. bIbLIOtECA NEwbErry, ChICAgO.
AbAJO, CArtA NÁUtICA DE 1565 AtrIbUIDA A SEbAStIãO LOPES. ES SOrPrENDEN­tE qUE NO APArEzCA CAStILLA, tODA LA PENíNSULA PErtENECE A POrtUgAL. bIbLIOtECA NEwbErry, ChICAgO.
 ??  ?? SOBRE ESTAS LíNEAS, JUAN I RECIBE EL CABALLO DE PEDRO GONzáLEz DE MENDOzA PARA PODER ESCAPAR DEL CAMPO DE BATALLA. OBRA DE MARIANO SALVADOR MAELLA, REALIzADA EN 1791, LOS PERSONAJES ESTáN RETRATADOS CON VESTUARIO DE FINALES DEL SIGLO XVII, NO DEL SIGLO XIV. MUSEO DE BELLAS ARTES DE ASTURIAS, OVIEDO.
SOBRE ESTAS LíNEAS, JUAN I RECIBE EL CABALLO DE PEDRO GONzáLEz DE MENDOzA PARA PODER ESCAPAR DEL CAMPO DE BATALLA. OBRA DE MARIANO SALVADOR MAELLA, REALIzADA EN 1791, LOS PERSONAJES ESTáN RETRATADOS CON VESTUARIO DE FINALES DEL SIGLO XVII, NO DEL SIGLO XIV. MUSEO DE BELLAS ARTES DE ASTURIAS, OVIEDO.
 ??  ?? A LA DErEChA, JuAn I DE CASTILLA Con SuS ASESorES frAnCESES DurAnTE LA CAmPAñA DE GALICIA. BIBLIoTECA nACIonAL DE LoS PAíSES BAJoS, LA hAyA.
A LA DErEChA, JuAn I DE CASTILLA Con SuS ASESorES frAnCESES DurAnTE LA CAmPAñA DE GALICIA. BIBLIoTECA nACIonAL DE LoS PAíSES BAJoS, LA hAyA.
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