LA BATALLA DE ALJUBARROTA
EL INTENTO CASTELLANO DE HACERSE CON PORTUGAL
CUANDO CASTILLA, CON GRAN VENTAJA HEGEMÓNICA, QUISO ANEXIONARSE PORTUGAL, DIVERSOS ENFRENTAMIENTOS CULMINARON EN LA BATALLA DE ALJUBARROTA, DONDE SE ENFRENTARON DOS REYES CON IGUAL NOMBRE Y ORDINAL, JUAN I.
CUANDO CASTILLA, CON GRAN VENTAJA HEGEMÓNICA, QUISO ANEXIONARSE PORTUGAL, DIVERSOS ENFRENTAMIENTOS CULMINARON EN LA BATALLA DE ALJUBARROTA, DONDE SE ENFRENTARON DOS REYES CON IGUAL NOMBRE Y ORDINAL, JUAN I. EL TRIUNFO PORTUGUÉS DESARROLLÓ UN CLARO SENTIMIENTO DE NACIONALIDAD, CONSOLIDADO POR EL PAPA Y LOS PRÍNCIPES DE EUROPA, TEMEROSOS DEL AUGE DE CASTILLA. LA SEGURIDAD DE SU INDEPENDENCIA PERMITIÓ A PORTUGAL SU EXPANSIÓN MARÍTIMA Y LA CONQUISTA DE NUEVOS TERRITORIOS EN EL ATLÁNTICO, LA COSTA AFRICANA O LA INDIA. ADEMÁS, LA DERROTA DE JUAN I LLEVÓ A JUAN DE GANTE A REINTENTAR UN NUEVO ASALTO AL TRONO CASTELLANO, Y EN JULIO DE 1386 DESEMBARCÓ EN LAS COSTAS DE GALICIA DISPUESTO A PROCLAMARSE REY, COMO YA LO HABÍA INTENTADO EN 1373.
EUROPA LLEVABA CASI CINCO LUSTROS ENFANGADA EN LO QUE SE DENOMINARÍA LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS –DURÓ 116 EXACTAMENTE– CUANDO A FINALES DE 1382, PORTUGAL, CON SU SOBERANO FERNANDO I AL BORDE DE LA MUERTE, DECIDIÓ EMBARCARSE EN EL PROYECTO DE APOYAR AL DUQUE DE LANCASTER, HERMANO DEL REY DE INGLATERRA, COMO HIPOTÉTICO MONARCA DE CASTILLA Y LEÓN –TENÍA OPCIÓN POR SU MATRIMONIO CON DOÑA CONSTANZA, HIJA DE PEDRO I–. Así estaban las cosas en el momento en que se produjo un suceso inesperado que alteraría el orden geopolítico de la Península: el fallecimiento al dar a luz una niña, que también murió, de la reina leonor de Castilla. Dejó viudo al rey Juan I, que tenía tan solo 24 años.
El 22 de octubre de 1383, otra muerte, la esperada de Fernando I, complicó las cosas todavía más. El rey Juan había contraído nuevas nupcias con la infanta beatriz de Portugal en un intento de lograr la paz entre ambos reinos y decidió reclamar el trono para su esposa. Se opuso con vehemencia gran parte de la burguesía comerciante, que en buena relación con Inglaterra e insatisfecha con la regencia de la reina leonor téllez de meneses, y especialmente con su favorito, Juan Fernández de Andeiro, conde de Ourém, se alzó en armas.
Andeiro fue asesinado por Juan, un hijo natural del rey Pedro I de Portugal, que desde 1364 era maestre de la influyente Orden de Avis. La inminente anexión castellana polarizó rápidamente Portugal. Juan fue elegido defensor del reino y regente el 16 de diciembre de 1383. Su primera disposición fue levantar un ejército que puso al mando del condestable nuno Álvares Pereira y solicitar, una vez más, apoyo a los ingleses.
Pronto la cuestión dinástica alcanzó connotaciones de guerra civil y revolución burguesa cargada de tintes nacionalistas; se abrió entonces para Inglaterra una inesperada oportunidad de que la crisis sucesoria rompiera el bloque franco-castellano con el que estaba en guerra, por lo que Juan de gante, duque de Lancaster, hermano del rey de Inglaterra, envió tropas que reforzasen la posición del maestre de Avis y le permitiesen a él invadir el reino de Castilla y reclamar sus derechos al trono.
Solo que Juan I de Castilla no pensaba permitirlo. Apenas tres meses después de los sucesos ocurridos en Portugal, cuando comenzaba la primavera de 1384, se presentó ante Lisboa su potente escuadra para colaborar en el sitio de la ciudad con las tropas terrestres castellanas, que se encontraban ya ante sus murallas. A pesar de las enfermedades y el calor, que se incrementaba día a día, se estableció un asedio formal, con la esperanza de rendir la ciudad por hambre.
El escaso número de naves de que disponía por entonces Portugal, que estaban en ese momento en Oporto, pusieron rumbo hacia el Sur con la esperanza de poder romper el bloqueo y desembarcar suministros a los lisboetas, lo que significaba enfrentarse una vez a más a la temible flota castellana. Los portugueses, además, estaban faltos de hombres para poder combatir, por lo que antes de llegar a Lisboa se aproximaron a tierra en Cascáis, para embarcar refuerzos, y con ellos como apoyo, intentar abrirse paso.
Los experimentados capitanes de galera castellanos, dirigidos por el capitán mayor Per Afán de Rivera, se habían propuesto esperar a la flota portuguesa dentro del puerto, para aprovechar la maniobrabilidad de sus barcos y evitar el combate en mar abierto, en tanto
LA BATALLA FUE DURÍSIMA, LAS NAOS PORTUGUESAS DE VANGUARDIA SE SACRIFICARON EN UNA LUCHA TERRIBLE, ASALTADAS POR TODOS LADOS POR LAS NAOS GRUESAS DE LOS CASTELLANOS, QUE LAS ABORDARON Y DESTROZARON.
que el almirante Fernán Sánchez de Tovar prefería aprovechar la calidad de las naos y cocas castellanas, y detener a los portugueses en alta mar o en la costa. Finalmente, el rey Juan optó por esperar en el puerto, y el 17 de junio, la nao gruesa de Ruy Pereira, que dirigía la flota portuguesa, entró en la desembocadura del Tajo a la cabeza de otras cuatro naos más. La seguían las 17 galeras que protegían a los 12 transportes cargados de provisiones.
La batalla fue durísima, las naos portuguesas de vanguardia se sacrificaron en una lucha terrible, asaltadas por todos lados por las naos gruesas de los castellanos, que las abordaron y destrozaron una por una. ruy Pereira cayó combatiendo en su nao, en la que disponía de 60 hombres de armas y 40 ballesteros que no lograron impedir el abordaje castellano. Fueron tomadas tres de las cuatro naos, pero las galeras castellanas no lograron romper la cortina defensiva de las portuguesas, que consiguieron con enorme esfuerzo que los transportes desembarcaran su carga intacta, un sacrificio que logró salvar la ciudad.
después las galeras portuguesas fueron varadas en la costa para convertirlas en fortalezas individuales, en reductos, protegidos por ballesteros, desde los que evitar desembarcos de los castellanos, que fracasaron en su intento de incendiarlas el 27 de julio mediante una operación por sorpresa de Sánchez de
Tovar. A pesar de la superioridad de la flota de bloqueo –que llegó a tener 61 naos, cocas y carracas, 16 galeras, una galeaza y varios leños– no se consiguió ningún resultado satisfactorio. La peste, la disentería y el resto de enfermedades que afectaban al ejército sitiador llegaron también a las tripulaciones de los barcos. Agotadas todas las posibilidades de tomar Lisboa, el 17 de agosto, en plena canícula, el ejército castellano levantó el cerco. La flota mantuvo el bloqueo durante un tiempo, pero ya sin Sánchez de Tovar, que había fallecido en su barco. Su cuerpo lo llevaron hasta Sevilla, donde recibió sepultura con todos los honores en la catedral.
CaminO deL desastRe
En los primeros meses de 1385, fracasado el asedio de Lisboa y reforzada la moral portuguesa con los triunfos menores de Atoleiros y Trancoso, las cortes de Coimbra apoyaron la entronización de Juan I de Avis. Juan I de Castilla regresó entonces a Portugal con su ejército a través del valle de Mondego. Ante la nueva invasión, el maestre de Avis decidió anticiparse, salir a su encuentro, interceptarlo en las proximidades de Leiria y evitar así que llegara a Lisboa.
Sobre las diez de la mañana del 14 de agosto las tropas lusas tomaron posiciones en el lugar que había elegido la víspera Álvares Pereira como más idóneo para enfrentarse a los castellanos. Tras hacer maniobrar a sus tropas para lograr la mejor posición defensiva, las des
plegó en la cara norte del alto de San Jorge, entre huertos, justo enfrente del trazado de la calzada romana por la que aparecería el ejército de Castilla camino de la capital. Aconsejado por los asesores del duque de Lancaster, estaba dispuesto a plantear una batalla defensiva con las mismas tácticas que Eduardo, el Príncipe Negro, había utilizado en Poitiers para derrotar a los franceses. La hueste del de Avis, desmontada, formó una línea defensiva al mando del condestable; junto a él, y a su derecha, aguardaban los caballeros portugueses, mientras que su izquierda quedó cubierta por 400 arqueros ingleses, que ya habían demostrado su temible eficacia en la batalla de Crecy, cuarenta años antes. Detrás, alejadas trescientos metros, se posicionaron, bajo el mando directo de Juan I de Portugal, una segunda línea defensiva y una reserva de infantería.
Desde donde estaban, los portugueses observaban bien protegidos la llegada de las tropas de Juan de Castilla. El frente era bastante estrecho y estaba flanqueado por dos arroyos, el Calvaria y el Carqueijal, con sus correspondientes barrancos, insalvables para la caballería y con grandes dificultades para ser vadeados por la infantería. La espera permitió a los portugueses reforzar aún más sus posiciones mediante fosos, zanjas y empalizadas, cubriéndolos en lo posible para evitar que fueran descubiertos, y formando una especie de cuadrado a cuyos lados se situaron los arqueros y los ballesteros.
La vanguardia castellana apareció por el norte sobre el mediodía. Al ver el rey la fuerte posición que ocupaba el ejército que le cortaba el paso decidió evitar el choque directo, puesto que eso implicaría la subida por un terreno en condiciones extremadamente desfavorables, y prefirió que sus cerca de 30.000 hombres comenzaran a flanquear por el lado del mar la colina donde se encontraba la posición portuguesa. En el momento en que los exploradores le informaron de que por la cara sur se podía realizar el ataque, situó a sus tropas en la explanada de Chao da Feira, a retaguardia del enemigo. Mientras, el ejército portugués, que había advertido el movimiento castellano, maniobró a su vez e invirtió su posición, moviéndose también unos dos kilómetros hacia el sur para volver a situarse de frente a su adversario. Confiado de su superioridad numérica, el ejército castellano decidió entablar combate. Por su parte, los portugueses, pese a tener el sol de frente, se dispusieron a sacar el máximo partido del lugar que ocupaban en el alto.
Sobre las seis de la tarde el ejército castellano estaba ya preparado, pero los soldados daban muestras de cansancio tras la larga marcha
JUAN I DE CASTILLA REGRESÓ A PORTUGAL CON SU EJÉRCITO A TRAVÉS DEL VALLE DE MONDEGO. ANTE LA NUEVA INVASIÓN, EL MAESTRE DE AVIS DECIDIÓ ANTICIPARSE, SALIR A SU ENCUENTRO Y EVITAR ASÍ QUE LLEGARA A LISBOA.
bajo el implacable sol de una calurosa jornada y aún no habían comido. Se consumía el tiempo, debía comenzar la batalla para mantener la iniciativa del lado de Castilla. Pese a todo, el rey decidió esperar, puesto que los portugueses solo tenían dos posibilidades: atacar y ser derrotados, o esperar sin provisiones y con el temor de la superioridad numérica de los castellanos, lo que aumentaría las posibilidades de que durante la noche se produjeran deserciones entre sus filas. Los nobles castellanos no lo vieron así, ansiosos por conseguir la victoria, y sin esperar los refuerzos del rey de Navarra, insistieron ante Juan I para que iniciase el ataque con constantes referencias a su mayor número de efectivos, pese a encontrarse peor situados. Convencido, el rey ordenó el ataque y el ejército formó para el combate.
La vanguardia castellana, que estaba al mando de Pedro de Aragón, hijo del marqués de Villena, se encontraba 700 metros al sur de la línea del frente, y junto a él formaban los portugueses leales a la reina Beatriz. Por su parte, el maestre de Alcántara, reforzado por cerca de 800 hombres de armas franceses, debía de atacar las posiciones inglesas, y Pedro Álvares Pereira, hermano del condestable, caer con la caballería de la Orden de Calatrava sobre las posiciones portuguesas. Tras ellos, a la espera de cómo se iniciase la lucha, formaba la caballería pesada bajo el mando directo de Juan I. Aún más atrás, la retaguardia, que estaba incompleta cuando se inició el ataque, reunía a algunos millares de hombres de armas distribuidos en varias líneas.
Casi una hora después de que se situaran las tropas se inició el asalto. La caballería francesa que formaba la vanguardia cargó en el orden cerrado que tenía acostumbrado contra las alineadas filas del centro portugués, al tiempo que recibía una lluvia de flechas procedente de los flancos. Una vez más, como ya había sucedido en Crecy y Poitiers sin que aprendieran la lección, cuando llegaron a tomar contacto con el enemigo sus filas estaban totalmente rotas y el efecto de su carga era absolutamente nulo.
Desde las filas castellanas, la segunda línea vio perfectamente cómo los caballeros que no habían muerto durante el ataque eran hechos prisioneros y pasados a la retaguardia portuguesa. Era el momento de que se incorporase a la batalla el grueso del ejército de Juan I. Su línea era enorme debido al gran número de soldados que la formaban y, para poder llegar al centro portugués, debía reorganizarse en el espacio que quedaba entre los dos arroyos que protegían los flancos. El principio de la lucha ya no auguraba nada bueno.
Mientras los castellanos recomponían el ataque, los portugueses reformaron a su vez las líneas, y la vanguardia de Álvares Pereira se dividió en dos sectores. Tras él, su soberano, seguro de que se iba a llegar al combate cuerpo a cuerpo, había ordenado la retirada de los arque
ros y el avance a través del espacio que habían abierto los hombres del condestable, de las tropas que se encontraban en retaguardia.
Los castellanos habían conocido días mejores. Aprisionados entre los flancos portugueses y la avanzada retaguardia, sus bajas en todos los frentes eran enormes, especialmente en el flanco izquierdo donde nadie daba cuartel. La posición castellana no tardó en hacerse indefendible y su situación en volverse desesperada.
En un último intento por romper la línea, la carga de la caballería pesada de Alcántara, a las órdenes de Gonzalo Núñez de Guzmán, chocó frontalmente contra las dos columnas portuguesas, las hizo ceder, pero al intentar maniobrar, se encontró con un corte vertical en el terreno –una hoya profunda–, y, tras él, una empinada cuesta. Mientras intentó superarla, recibió una nueva lluvia de flechas procedentes de los flancos, que le produjo múltiples pérdidas.
A la caída del sol la batalla estaba perdida. Dentro del cuadrado portugués, Gutierre González de Quiros, conde de San Antolín de Sotillo y señor de Villoria, que ya había estado al servicio de Enrique II, y que ocupaba el puesto de alférez mayor con el pendón real, combatía sin descanso. Tanto, que para arrebatarle el estandarte le cortaron las manos, y, aun así, lo mantuvo apretado contra el pecho y mordiendo el cendal hasta que murió, como ya habían caído en el combate su hermano Lope y su primo García de Quirós. Cuando la bandera de Castilla dejo de flamear, el rey ordenó la retirada y el pánico cundió entre las filas de su ejército, que emprendió una desesperada y desorganizada huida perseguido por los portugueses. Como siempre ocurría en las retiradas, desencadenaron una carnicería entre las filas vencidas, rematando a los heridos y capturando a todos los caballeros por los que se pudiese obtener algún rescate.
Junto al rey estaba Pedro González de Mendoza, que le acompañaba sirviéndole desde que era infante y en 1384 había sido regente durante su ausencia. Era uno de los que le aconsejó no iniciar la batalla, y ahora, ante la desbandada de las tropas, le entregó su caballo para que pudiera salvar la vida y no cayera prisionero. En el romancero quedó el poema:
Si el caballo vos han muerto, Subid rey en mi caballo,
Y si no podeis subir,
Llegar subiros hé en brazos.
Natural de Guadalajara, donde su familia disponía de propiedades y gran ascendiente político, al ver a muchos de los alcarreños que le habían acompañado muertos, rehusó huir y encomendó al rey a su hijo Diegote, al que dijo al despedirlo: "Non quiera Dios que las mujeres de Guadalajara digan que aquí quedan sus fijos e maridos muertos e yo torno allá vivo". No fue el único que cayó aquel día; la batalla fue un desastre para Castilla, muchos miembros de la nobleza perecieron, y otros, como el canciller Pedro López Ayala, acabaron prisioneros, cubiertos de heridas y "quebrados dientes e muelas".
Juan I, con algunos cientos de sus caballeros, galopando sin descanso, se retiró hasta llegar a Santarém, a unos cincuenta kilómetros del lugar de la batalla. Esa misma noche, exhausto, embarcó hacia Lisboa y, desde allí, recogido por la flota, partió el día 17 para Sevilla.
El resto del ejército en retirada se dividió para salir de Portugal, una parte se dirigió a Badajoz, pasando, igual que su rey, por Santarém, y la otra fue hacia Castilla, a través de Beira. A la mañana siguiente, mientras seguía la persecución por los pueblos que costaría la vida a
LA SUPERIORIDAD DE LA ARMADA
CASTELLANA REDUJO EN CIERTO MODO LOS EFECTOS DESASTROSOS DE LA BATALLA, PUES NO ABANDONÓ EL BLOQUEO DE LISBOA HASTA MEDIADOS DE SEPTIEMBRE, Y SIGUIÓ SIENDO LA DUEÑA DEL MAR.
5.000 castellanos, pudo verse la magnitud de la tragedia: en el campo de batalla quedaban alrededor de 4.000 muertos, y unos 5.000 prisioneros iban camino del cautiverio.
tentar a la suerte
la superioridad de la armada castellana redujo en cierto modo los efectos desastrosos de la batalla, pues no abandonó el bloqueo de lisboa hasta mediados de septiembre, y siguió siendo la dueña del mar, pero no pudo evitar que el desastre afectase a la moral, lo que unido a las enfermedades y el largo tiempo en la mar hizo que se fuese relajando el control efectivo de las costas lusas. En Inglaterra se recibió con alborozo la noticia de la victoria portuguesa, y el maestre de Avis, ya convertido en Juan I, ajustó con el rey Ricardo II el Tratado de Windsor, firmado el 9 de mayo de 1386, que renovaba aquel de alianza anglo-portuguesa rubricado en 1373. Dispuesto a secundar a su tío, el monarca inglés sí logró ahora el apoyo del Parlamento y la nobleza para poder equipar un ejército a las órdenes de Juan de Gante, con el que llevar de nuevo la guerra a Castilla una década después.
La flota inglesa que transportaba a las tropas de invasión, al mando de sir Thomas Percy, sabedora de que el bloqueo castellano sobre lisboa seguía, marchó a Coruña, a donde llegó el 25 de julio. En Galicia, el duque de Lancaster consiguió el apoyo de parte de la nobleza que había seguido a Pedro I, y penetró en tierras leonesas. El rey, que contaba con el apoyo de sus súbditos, con la neutralidad de aragón y navarra –en paz con Castilla desde 1375 y 1379, respectivamente– y con una nueva colaboración francesa, se dispuso a hacerle frente, mientras, en parte del territorio, como había sucedido en Portugal, la invasión excitaba unos primarios sentimientos nacionalistas. Juan de Gante, quedó aislado, el apoyo portugués detenido en León y sus tropas en territorio hostil, al tiempo que su desorganizada ofensiva coincidía con el agotamiento bélico de franceses e ingleses, incapaces de solucionar su conflicto. Dos años después se firmaban las treguas de Bayona que ponían fin al conflicto dinástico castellano iniciado en 1366: Juan de Gante renunciaba al trono de Castilla a cambio de una fuerte suma y una renta anual y Juan I casaba al futuro Enrique III con Catalina, hija del duque de Lancaster y nieta de Pedro I, para los cuales se creaba el título de Príncipe de Asturias a imitación del principado de Gales propio del sucesor del trono inglés. Se unían así definitivamente las dinastías trastamarista y petrista, rama bastarda y rama legítima de la corona de Castilla, enfrentadas desde 1354.