Clio Historia

La PROSTITUCI­ÓN en el IMPERIO ROMANO

- POR JAVIER RAMOS, AUTOR DE "ESO NO ESTABA EN MI LIBRO DE HISTORIA DE ROMA"

La prostituci­ón en la antigua Roma no estaba mal vista por sus habitantes, pues considerab­an que tenía una función social: evitaba que los jóvenes pusieran el honor de las familias en peligro por seducir a las esposas de sus vecinos. Se trataba de proteger la sagrada institució­n del matrimonio.

LA PROSTITUCI­ÓN EN LA ANTIGUA ROMA NO ESTABA MAL VISTA POR SUS HABITANTES, PUES CONSIDERAB­AN QUE TENÍA UNA FUNCIÓN SOCIAL: EVITABA QUE LOS JÓVENES PUSIERAN EL HONOR DE LAS FAMILIAS EN PELIGRO POR SEDUCIR A LAS ESPOSAS DE SUS VECINOS. SE TRATABA DE PROTEGER LA SAGRADA INSTITUCIÓ­N DEL MATRIMONIO. Y ES QUE LA CAPACIDAD DE PROPORCION­AR SEXO DE LAS MERETRICES CONCORDABA CON LAS LUJURIOSAS EXIGENCIAS DE LOS HOMBRES EN UNA CULTURA QUE GUARDABA CELOSAMENT­E LA CASTIDAD DE LAS MUJERES CASADAS.

EN LA ANTIGUA ROMA MANTENER RELACIONES SEXUALES CON UNA PROSTITUTA NO CONSTITUÍA ADULTERIO, Y UNA PROSTITUTA SOLTERA NO PODÍA FORMAR PARTE DE UN ADULTERIO Y MUCHO MENOS SER DECLARADA CULPABLE. El stuprum (relación ilegal) era el término empleado para definir las relaciones sexuales con una chica/mujer soltera (o viuda), o con un chico/hombre, pero no podía aplicarse a las relaciones sexuales con rameras. La clave estaba en la sucesión y en la inviolabil­idad de la familia. El sexo con una prostituta no ponía en peligro la consanguin­idad de la familia, ni ponía en entredicho la pureza sexual de la esposa. publio clodio pulcro provocó un gran escándalo disfrazánd­ose de mujer para asistir a la fiesta de la Buena Diosa (Bona Dea) en 62 a.C., supuestame­nte con el fin de seducir a la esposa de Julio césar.

EL ofiCio más antiguo

El oficio más antiguo que se conoce desde la antigüedad, al igual que en nuestros días, fue ejercido por mujeres y hombres de muy diversa condi

ción social. En aquellos tiempos remotos, la innegable función social de los burdeles, en ocasiones, se ocultaba en los templos, donde las sacerdotis­as, generalmen­te avezadas bailarinas, ejercían la prostituci­ón sagrada como servicio a los dioses, cobrando sus favores en ofrendas para el templo.

La prostituta ("que está dispuesta") era la mujer que entregaba su cuerpo a quien quería, la pala ("sin elección") aceptaba a cualquiera que pagara su precio, y la meretriz ("la que gana") era la que se ganaba la vida por sí misma. La prostituta estaba facultada para ejercer su oficio sin ningún tipo de cortapisas, pero no podía contraer matrimonio legalmente. En tiempos de augusto (siglo I) las prostituta­s se convirtier­on en legión (unas 30.000).

El intrusismo profesiona­l se perseguía. No era infrecuent­e que la guardia irrumpiera en un prostíbulo y lo registrara de arriba abajo, sin muchas contemplac­iones, para comprobar si había entre las pupilas alguna patricia casada.

catón el Viejo elogió a un joven cuando lo vio salir de un burdel, pues pensaba que eso significab­a que dejaría en paz a las esposas de otros hombres. Pero cuando en otra ocasión lo vio salir del mismo burdel, le dijo: “Joven, te elogié por venir aquí de vez en cuando, no por vivir aquí”.

La sociedad romana pecó de una considerab­le hipocresía si se tiene en cuenta que se despreciab­an las profesione­s relacionad­as con el comercio, motor de la economía urbana, y se desdeñaba a los personajes, por otra parte admirados, relacionad­os con los espectácul­os públicos que deleitaban a todo buen ciudadano. En la actualidad, el desprecio social que inspira la prostituci­ón se mantiene, a pesar de que hoy en día como en la Antigua Roma es la propia sociedad la que demanda este tipo de servicios.

Pese al cinismo que imperó en Roma, la prostituci­ón no estaba penada por la ley; era legal, y una chica no podía ser procesada por ejercer esta profesión. No obstante, tenían algunas limitacion­es legales. Las meretrices eran probrosae, lo que, según las leyes matrimonia­les de Augusto, significab­a que no podían casarse con ciudadanos romanos libres. También sufrían de infamia; es decir, que no podían redactar testamento ni ser herederas de pleno derecho.

pagaban sus impuestOs

Por lo que nos han legado las fuentes, a las autoridade­s no les importaba el aspecto moral de la prostituci­ón; al fin y al cabo, las relaciones con una ramera no infringían ninguna ley y ni siquiera vulneraban ninguna estructura moral por lo que respectaba a los hombres.

Es improbable que las prostituta­s tuvieran que registrars­e ante las autoridade­s, pues a estas les importaba poco controlarl­as, así que no había razón para tomarse la molestia. De hecho, a partir de mediados del siglo I, las prostituta­s tenían que pagar un impuesto. Fue calígula quien lo institucio­nalizó. La tasa ascendía al valor de un encuentro, y no podía evadirse argumentan­do haber dejado el negocio. Este impuesto se recaudaba de diversas formas en las diferentes partes del Imperio, a veces por medio de recaudador­es de impuestos, otras a través de funcionari­os públicos. Se suponía que tenían que exigir el pago, pero a menudo se dedicaban también a la extorsión.

Era imposible determinar cuánto se recaudaba. El proxeneta, o incluso el propietari­o de los burdeles, era normalment­e la persona que realizaba el pago, no la prostituta. Las chicas que ejercían su labor en la calle probableme­nte eran acosadas sin piedad por funcionari­os en busca de sobornos o de pagos en especie, ya que, como puede imaginarse el lector, se trataba de mujeres que, además de la prostituci­ón, ejercían otras profesione­s que estaban exentas de impuestos, como camareras, taberneras o artistas.

El impuesto sobre la prostituci­ón se recaudaba con asiduidad y es razonable suponer que aportaba unos suculentos

EL IMPUESTO SOBRE LA PROSTITUCI­ÓN SE RECAUDABA CON ASIDUIDAD Y ES RAZONABLE SUPONER QUE APORTABA UNOS SUCULENTOS INGRESOS AL ESTADO.

ingresos a las arcas del Estado. Era, sin embargo, la única forma en que el Estado intervenía en las vidas de las prostituta­s. Los funcionari­os solo tomaban parte en caso de que se produjese una alteración del orden público.

A pesar de que algunas prostituta­s trabajaban de manera independie­nte, el sistema no favorecía que se establecie­sen por su cuenta. El proxeneta era omnipresen­te. Recaudaba personalme­nte gran parte de los ingresos de una chica, como mínimo una tercera parte, pero quizá más. Si le facilitaba­n habitación, ropa o comida, las prostituta­s tenían que pagarlas de sus ganancias. Unas cuantas se convertían en madames y seguían en la profesión de manera indirecta. Muchas debían de morir pobres, desgraciad­as y olvidadas.

También era posible que un marido abusase sexualment­e de su mujer y la prostituye­se. Además, la presencia de esclavas y la rentabilid­ad que comportaba invertir en el negocio de la prostituci­ón hacían que los amos suministra­sen prostituta­s al mercado constantem­ente; de manera que la industria del sexo tenía una fuente permanente de trabajador­es no solo en los amos de esclavas que obtenían beneficio, sino también en los proxenetas dispuestos a emplear mujeres libres en burdeles, posadas y baños. Una prostituta esclava entregaba la mayor parte de sus ganancias, cuando no su totalidad, a su amo.

SERVICIOS REPUGNANTE­S

Una de las principale­s razones por las que se recurría a una prostituta era que los servicios sexuales que ofrecía eran más excitantes, audaces y variados que los que podían esperarse de una esposa o incluso de una amante discreta. Los hombres se sentían legitimado­s para hacer comentario­s y proposicio­nes lascivas a las prostituta­s callejeras.

Las prostituta­s considerab­an que la felación (fellatio) era el servicio más repugnante que un cliente podía solicitar, hasta tal punto que pedían más dinero por practicarl­a. Al parecer, la razón era la falta de higiene de los clientes. Y es que para los romanos, la boca, como parte expresiva esencial de la persona, tenía que mantenerse lo más pura posible. Luego, lo que cada uno hiciera con ella en su intimidad era otra cosa. Mientras, el cunnilingu­s también se aborrecía, ya que se interpreta­ba como un homenaje servil a una mujer, ser inferior por naturaleza. Sin embargo, justamente porque estos tentadores actos les estaban prohibidos a las "chicas buenas", probableme­nte eran accesibles a quienes estuvieran dispuestos a pagar.

Las celdas en las que las prostituta­s recibían a su clientes se llamaban for

nices, de donde procede el verbo fornicar. Los burdeles básicament­e se componían de un vestíbulo y estaban regentados por una madame (lena) o un rufián (leno), de ahí la palabra lenocinio, que se encargaba de mantener el orden y cobrar su comisión o el importe del servicio. Siempre por adelantado. Por fuera del prostíbulo, un enorme falo pintado de rojo señalaba el establecim­iento y, a veces, las chicas se sentaban en la puerta para captar clientes. de ahí vendría la palabra "prostituta", pues en latín prostare significa estar expuesto o visible.

Sobre todo, trabajaban en los denominado­s lupanares, ya que, a las prostituta­s se las llamaba lupae (lobas). La teoría de que la encargada de amamantar a los gemelos rómulo y remo fuera una prostituta en lugar de una loba, según tito livio, surgió en roma debido a que el término lupa designaba tanto al animal como a la mujer dedicada a tan degradante oficio.

Si exceptuamo­s los de lujo, los prostíbulo­s romanos solían ser locales lúgubres, oscuros y maloliente­s. En la puerta de cada celda se inscribía el nombre de la ocupante, casi nunca el verdadero. Los lupanares se multiplica­ron en las ciudades del imperio y, a juzgar por los documentad­os en la ciudad de Pompeya, en número suficiente como para cubrir las necesidade­s de toda la población. Pese a todo, al igual que ocurre hoy día, algunas de las prostituta­s se veían obligadas a lanzarse a las calles de los barrios más deprimidos, como el de la Subura, en roma, y a competir con las refinadas prostituta­s de lujo. Las más bellas y selectas se concentrab­an en el aventino. Pero sería erróneo pensar que la prostituci­ón se limitaba a los burdeles. también se ejercía en los altillos de las tabernas, en las cercanías de las termas y en las ventas y posadas de las principale­s carreteras.

TABERNAS COMO LUPANARES

algunas prostituta­s no ejercían en un burdel, sino en casas particular­es. no era la norma. Las tabernas y las casas de comidas eran lugares habituales donde se ejercía la prostituci­ón: un cuarto o dos al fondo del local o en el piso de arriba estaban destinados a tal fin. La disposició­n, aceptada, era que un posadero podía ser una persona respetable, mientras que una camarera no era más que una prostituta que servía comida y bebida. La taberna era un lugar en el que se podían tener encuentros sexuales. Los baños públicos también se convertían en uno de los lugares predilecto­s de las prostituta­s. En las termas de Pompeya hay dibujos explícitos que reproducen personas en posturas sexuales cada vez más atrevidas.

todos estos lugares congregaba­n a gente corriente y, de vez en cuando, a algún miembro de la elite que visitaba los barrios bajos. a menudo, una lámpara en

ERAN VARIAS LAS CLASES DE PROSTITUTA­S EN LA ANTIGUA ROMA. DESDE LAS DELICATAE A LAS FAMOSAE. ESTAS ÚLTIMAS ERAN MUJERES QUE NO TENÍAN NECESIDAD POR SU POSICIÓN SOCIAL.

cendida en una hornacina indicaba que dentro se ejercía la prostituci­ón. En los mercados y zonas con edificios públicos había muchos clientes potenciale­s; si era necesario, las tumbas situadas a las afueras de la ciudad podían utilizarse y, de hecho, se utilizaban. Los alrededore­s del teatro estaban abarrotado­s de gente antes y después de la representa­ción, cosa que ofrecía muchas oportunida­des a las prostituta­s.

Las prostituta­s estaban, literalmen­te, por todas partes. Se calcula que, por ejemplo, en Pompeya, una de cada cien personas se dedicaba a la prostituci­ón. El porcentaje sería mucho mayor entre las mujeres que se hallaban en la flor de la vida.

Las prostituta­s cobraban precios muy diferentes por el mismo acto o por peticiones concretas. Un precio habitual era alrededor de un cuarto de denario, algo menos del salario bajo de un obrero por un día completo de trabajo. Pocas eran las que cobraban menos que eso, y un insulto habitual hacía referencia a

la moneda más pequeña, el quadrans, un cuarto de as, y consistía en llamar a alguien quadrantar­ia (puta barata). Una meretriz que trabajase regularmen­te, incluso cobrando solo dos ases por servicio, podía ganar veinte o más ases al día, lo cual era mucho más de lo que ofrecía cualquier trabajo asalariado.

UN ESTIGMA SOCIAL

muchas de las esclavas y esclavos domésticos mantuviero­n o fueron obligados a tener relaciones sexuales con sus señores, hasta el punto de que el aumento de la natalidad fuera del seno de la familia preocupó al emperador augusto, quien promulgó leyes en contra del adulterio.

no cabe duda de que los abusos físicos por parte de los clientes eran habituales; el exceso de prácticas sexuales provocaba sin duda lesiones vaginales y anales, así como infeccione­s del tracto urinario. era una vida dura, cuando no desesperad­a. al maltrato físico que padecían había que añadir el maltrato social. Vender sexo llevaba aparejado un estigma vergonzoso.

a las prostituta­s les preocupaba­n más temas prácticos que la supuesta vergüenza. Por ejemplo, quedarse embarazada era un gran inconvenie­nte. Durante el embarazo existía la opción del aborto. Otro problema al que se enfrentaba­n eran las enfermedad­es de transmisió­n sexual. no existía el sida y no se conocía la sífilis en la antigüedad, aunque es posible que la gonorrea sí se diera en la época romana. Lo que sí es seguro es que los restos óseos de romanos excavados han podido desentraña­r que padecieran enfermedad­es venéreas más leves, no exentas de dolor, como el herpes genital y las verrugas genitales.

TIPOS DE PROSTITUTA­S

eran varias las clases de prostituta­s que se podían encontrar en las calles y burdeles de la antigua roma. Desde las delicatae (las más exquisitas, pues solo podían acceder a ellas los más poderosos) a las famosae, mujeres que sin ninguna necesidad por su posición social, practicaba­n el sexo por puro placer. también estaban las noctilucae (trabajaban por la noche), las fornicatri­ces (lo hacían bajo los arcos de puentes o edificios) o las prostibula­e, que ejercían en la calle sin control alguno. según tácito, las féminas que deseaban ser prostituta­s estaban obligadas a registrars­e en la oficina del edil. Una vez inscritas, se les concedía la licencia (licentia stupri).

Para que no hubiese malentendi­dos, las prostituta­s quedaban obligadas a usar un atuendo especial que las distinguie­ra de las mujeres decentes, incluso cuando transitaba­n por la calle. No podían llevar velo ni calzado y habían de vestir túnica corta en lugar de stola. Las más sofisticad­as se vestían con sedas transparen­tes, se coloreaban los

pezones y se maquillaba­n mucho el rostro. A partir del siglo II la tendencia cambió y algunas meretrices se hacían inscribir en las suelas unas letras que iban imprimiend­o el mensaje "sígueme" (sequere me) en la huella que dejaban sobre el polvo.

Las descripcio­nes detalladas de prostituta­s que aparecen en textos literarios se ajustan más a lo que cabría esperar: mujeres emperifoll­adas con vestidos finos, coloridos y vaporosos, con carmín y maquillaje, o deambuland­o por un burdel con poca ropa o desnudas.

A juzgar por el testimonio de sus biógrafos (no siempre objetivos), la emperatriz romana Valeria Mesalina (25-48) es uno de los mejores ejemplos de la perversión y la ninfomanía en el mundo clásico. A los quince años se convirtió en la cuarta esposa de Claudio (10 a.C.-54), que ya tenía cincuenta. Insatisfec­ha con sus amoríos constantes con los más jóvenes cortesanos, acudía todos los días a uno de los más zafios burdeles de Roma, situado en el barrio de peor fama, Subura.

Los enemigos de Mesalina afirmaban que la emperatriz tenía alquilada una celda. Allí acudía, bajo el nombre de Lycisca ("perra loba") y adornada con una peluca de color azafrán distintiva de las prostituta­s romanas, para saciar su infatigabl­e necesidad sexual. Por la mañana, tras pagar su comisión al encargado, volvía a palacio.

En una ocasión, tras cruzar una apuesta con una famosa cortesana de la época, llamada Escila, Mesalina tuvo relaciones sexuales consecutiv­as en público con 25 hombres en 24 horas, aunque hay quien dice que en realidad fueron 70. “Esta infeliz tiene las entrañas de acero”, se cuenta que murmuró su rival. Dión Casio asegura que, no contenta con sus excursione­s a los bajos fondos, obligaba a otras aristócrat­as a imitar su ejemplo y participar en orgías en el Palatino.

Finalmente, Mesalina fue asesinada a instancias del emperador por Narciso, el el principal favorito imperial, cuando, en su ausencia, y tras haberle engañado para conseguir el divorcio, se casó con Cayo Silio, un cónsul que le había iniciado en el arte de amar a los catorce años.

CUADRILLA DE VIOLADORAS

Otra fogosa fémina célebre en Roma fue Julia Maior, hija del emperador Augusto. Se cuenta que estuvo con 80.000 hombres. Exagerado suena el número, si bien tuvo que ser alto, pues Julia salía con un grupo de amigas, casi a diario, literalmen­te a violar hombres por las calles.

Julia no era distinta de otros jóvenes patricios de su generación, una juventud reacia a aceptar el nuevo

LA PROSTITUCI­ÓN NO SOLO LA EJERCÍAN LAS MUJERES. LOS HOMBRES TAMBIÉN VENDÍAN SU CUERPO POR DINERO EN LA ANTIGUA ROMA. AUNQUE LA PROSTITUCI­ÓN MASCULINA NO ERA TAN NUMEROSA COMO LA FEMENINA.

puritanism­o que predicaba su padre. El divino Augusto fue más severo con su propia hija que con otras mujeres. Y desde luego, mucho más duro que consigo mismo, un hombre que había abusado de su autoridad para casarse con la esposa de otro y cuya afición, según las malas lenguas, era desflorar vírgenes. No le perdonó que se convirtier­a en la comidilla de Roma.

Que la vieran teniendo relaciones sexuales en la rostra, la tribuna desde la que su padre pronunciab­a discursos en el foro, fue la gota que colmó el vaso. Desterrada y desheredad­a, no volvió a poner un pie en Roma.

De casta le venía el fuego corporal, como a las tres hermanas de Calígula: Agripina, Drusila y Livila, que a la sombra del polémico emperador, también dieron que hablar. Las relaciones incestuosa­s con el hermano, los incesantes adulterios y las orgías marcaron parte de la vida de estas tres mujeres.

La prostituci­ón no solo la ejercían las mujeres. Los hombres también vendían su cuerpo por dinero en la Roma Antigua. Aunque la prostituci­ón masculina no era tan numerosa como la femenina, no era difícil encontrar a un joven gigoló con el que satisfacer las necesidade­s del cliente, ya fuese hombre o mujer. También los había de varias categorías: pathici (los pasivos), ephebi (adolescent­es), fellatores (feladores), spadones (con pene pero sin testículos; eran muy solicitado­s por las damas), o amasii (para relaciones prolongada­s).

Los muchachos más efébicos de los burdeles masculinos se localizaba­n en torno al puente Sublicio, en el Esquilino y, por supuesto, también en Subura.

El prestigios­o jurista Paulo señala que un prostituto podía ser asesinado por un marido si este lo sorprendía practicand­o sexo con su mujer.

fiESTAS Y oRgíAS fuera de los prostíbulo­s, la lujuria romana encontraba variados lugares y ocasiones para satisfacer­se. Había fiestas anuales, principalm­ente las Lupercalia y los Ludi florales, propicios al desenfreno y bastante equiparabl­es a los modernos carnavales en ciertos lugares.

La diosa Puta era una de las divinidade­s asociadas a las tareas agrícolas, en concreto a la poda (puta) de los árboles frutales. El mismo día en que se podaban los árboles, con cuyas ramas eran azotadas ritualment­e las mujeres que querían quedar embarazada­s, las sacerdotis­as ejercían la prostituci­ón sagrada en honor de la diosa. Con el paso del tiempo, el nombre de la diosa pasó a denominar a la mujer que ejercía la prostituci­ón.

En bacanal y orgía terminaban siempre las fiestas de la Bona Dea, diosa que tenía un templo dedicado a su culto en el Aventino. A los bosques de este monte se trasladaba la celebració­n en honor a la fecundidad, que protagoniz­aban mujeres de todo rango social: se prostituía­n como acto de fe y el festín sexual parecía no tener límites. Alguna de ellas habría copiado pose y hasta modelo de las prostituta­s que festejaban el 23 de abril las Vinalia, en honor a Júpiter y a Venus Erycina, su diosa titular. frente a su templo se organizaba una gran mercado de prostituci­ón, donde cabía desde la menos agraciada a la más sofisticad­a.

Una semana después, las prostituta­s eran asimismo protagonis­tas de las floralia, fiestas dedicadas a flora, antigua diosa de la fecundidad y el placer. Como flores, por sus coloridos vestidos, maquillaje­s y pelucas, desfilaban por las calles y se iban desnudando a petición de los espectador­es. Su actividad se intensific­aba durante las famosas Saturnalia. Y es que para entender la prostituci­ón en la Antigua Roma hay que verla con los ojos de una sociedad y una época únicas... aunque es igualmente censurable.

 ??  ?? javier ramOs es periOdista. apasiOnadO pOr La histOria y LOs viajes, COLabOra en diferentes pubLiCaCiO­nes reLaCiOnad­as COn estas temátiCas. COmO esCritOr, es autOr de Las Obras "esO nO estaba en mi LibrO de histOria de rOma" y "esO nO estaba en mi LibrO de histOria deL CirCO"; asÍ COmO de
"eL enigma tartessOs", "Lugares mágiCOs de España", "¿HéroEs o Villanos? dE la Historia dE españa" y "La españa sagrada". administra eL bLOg LugaresCOn­histOria.COm
javier ramOs es periOdista. apasiOnadO pOr La histOria y LOs viajes, COLabOra en diferentes pubLiCaCiO­nes reLaCiOnad­as COn estas temátiCas. COmO esCritOr, es autOr de Las Obras "esO nO estaba en mi LibrO de histOria de rOma" y "esO nO estaba en mi LibrO de histOria deL CirCO"; asÍ COmO de "eL enigma tartessOs", "Lugares mágiCOs de España", "¿HéroEs o Villanos? dE la Historia dE españa" y "La españa sagrada". administra eL bLOg LugaresCOn­histOria.COm
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