Clio Historia

FLORA TRISTÁN, y los derechos de los obrero

- POR SANDRA FERRER

Flora Tristán sufrió una tras otra un sinfín de injusticia­s en su propia piel. Luchó toda su vida por salir a flote y en el camino se unió a las reivindica­ciones de los más desamparad­os. No en vano, ella misma se consideró siempre una paria de la sociedad.

FLORA TRISTÁN SUFRIÓ UNA TRAS OTRA UN SINFÍN DE INJUSTICIA­S EN SU PROPIA PIEL. HIJA BASTARDA, CRECIÓ EN LA MISERIA Y SE CASÓ CON UN HOMBRE QUE LA MALTRATABA. TUVO TRES HIJOS QUE NO DESEABA Y ATRAVESÓ EL OCÉANO EN BUSCA DE UNA HERENCIA QUE NUNCA LE FUE DEVUELTA. LUCHÓ TODA SU VIDA POR SALIR A FLOTE Y EN EL CAMINO SE UNIÓ A LAS REIVINDICA­CIONES DE LOS MÁS DESAMPARAD­OS. NO EN VANO, ELLA MISMA SE CONSIDERÓ SIEMPRE UNA PARIA DE LA SOCIEDAD.

Karl Marx está considerad­o coMo uno de los priMeros líderes de la lucha obrera en la europa del siglo xix. con su grito “¡Proletario­s del mundo, uníos!” Marx encendía la Mecha de las revolucion­es proletaria­s. Eso sucedía en 1848. Pero pocos años antes, en 1843, una mujer, con una vida de dramáticas vicisitude­s, hacía tiempo que había empezado su propia lucha. Se llamaba Flora Tristán y aquel año de 1843 había publicado su obra Unión Obrera en la que afirmó: “¡Aislados sois débiles y caéis aplastados bajo el peso de toda clase de miserias! ¡Pues salid de vuestro aislamient­o! ¡Uníos!”. Flora Tristán superó una infancia paupérrima, un matrimonio basado en los malos tratos y un largo viaje en busca de sus raíces. A lo largo de su periplo vital no se olvidó de los hombres y mujeres que sufrían como ella las injusticia­s de una sociedad industrial en pleno crecimient­o. Flora fue una de las primeras luchadoras del movimiento obrero.

UNA INFANCIA IDÍLICA

la llegada al mundo de Flora Tristán no auguraba los agónicos caminos que aquella niña tendría que tomar en su edad adulta. Había nacido el 7 de abril de 1803, en el lujoso barrio parisino de Vaugirard. Allí vivió los primeros años de su vida, feliz y ajena a su verdadero

A LO LARGO DE SU PERIPLO VITAL, FLORA NO SE OLVIDÓ DE LOS QUE SUFRÍAN INJUSTICIA­S. FUE UNA DE LAS PRIMERAS LUCHADORAS DEL MOVIMIENTO OBRERO.

origen, que tanto marcaría su destino. Su padre, Mariano de Tristán y Moscoso, era un reputado coronel del ejército español con orígenes en Perú, pertenecie­nte a una de las familias más influyente­s del país andino. Mariano se había casado con Thérèse Lesnais, una joven francesa que le había robado el corazón y con la que llegaría a tener dos hijos. La pareja se conoció en Bilbao, donde se casaron con la bendición de un párroco francés. Una boda que, andando el tiempo, resultó no ser válida. El coronel Tristán no había recibido la autorizaci­ón necesaria de sus superiores para casarse, por lo que dicho matrimonio nunca fue reconocido oficialmen­te. A la pareja de enamorados no pareció importarle­s aquel pequeño detalle burocrátic­o y se marcharon a vivir a París, ajenos a lo que el destino les tenía deparado.

Flora vivió sus primeros años rodeada de alegría y de personalid­ades ilustres que desfilaban por el prestigios­o hogar de los Tristán, entre ellos, Simón Bolívar. Una etapa de su vida que se truncó de la noche a la mañana con la muerte en 1808 de su padre. Fue entonces cuando la viuda Thérèse se dio de bruces con la realidad. En verdad, no era la viuda oficial del coronel Mariano, porque, según las autoridade­s, nunca habían estado casados. Eso significab­a que Thérèse y sus hijos se convertían automática­mente en parias de una sociedad que no aceptaba legalmente el nacimiento de hijos fuera del matrimonio, que era como se considerar­on a Flora y su hermano. Thérèse tampoco pudo quedarse en su bonito hogar, no podía heredar nada de su marido, pues a los ojos del mundo nunca lo había sido. Así que hizo las maletas con lo poco que era suyo y abandonó aquel mundo alegre y despreocup­ado de Vaugirard para adentrarse en el París más lúgubre.

Flora tenía entonces cinco años y, a pesar de su corta edad, a buen seguro que notaría la diferencia entre el mundo en el que había nacido y el nuevo hogar en el que se instalaron en uno de los barrios más pobres de París. De lo que aún no era consciente era de su condición de bastarda, algo que no le abriría precisamen­te las puertas del mundo.

En 1818, el hijo pequeño de los Tristán falleció, posiblemen­te a causa de las paupérrima­s condicione­s en las que vivían. Thérèse trabajaba a destajo mientras suplicaba una y otra vez a los familiares de su marido que la ayudaran a sobrevivir. Pero estaban demasiado lejos, un océano y los muchos prejuicios de la época, la separaban de la salvación. Para entonces, el dinero se había acabado y Flora estaba a punto de descubrir cuál era la verdadera situación. Convertida en una joven soñadora, se había enamorado de un muchacho, cuya familia rechazó de pleno que su hijo se casara con una bastarda. Fue entonces cuando Flora se dio cuenta de su condición de paria.

MUÑECA ROTA

Flora debió sentirse hundida, era como un juguete roto, pero no había tiempo para lamentarse de nada porque a su madre ya solo le quedaba empeñar lo poco que tenía para poder comer. Un día, se vistió con lo mejor que tenía y se presentó en el estudio de un pintor que buscaba personas que trabajaran como coloristas. Dicho pintor se llamaba André Chazal, que colaboraba en el taller de su hermano Antoine. André no tuvo ningún reparo en contratar a Flora, quien se presentó como la hija de un militar español.

André, que en realidad era un grabador mediocre, no solo contrató a Flora, sino que en poco tiempo se había enamorado de ella. Cuando su madre se enteró de las intencione­s de André, no dudó en aceptarlo como esposo de su hija. A Flora nadie le pidió opinión, pero a Thérèse tampoco se la podía culpar de buscar una solución a su situación desesperad­a. Antes de que ambas mujeres se dieran cuenta que más que una solución iba a ser un problema aún más grave, ya era demasiado tarde.

ESPOSA VILIPENDIA­DA

“A esta unión debo todos mis males”. Así de claro lo dejó años después cuando recordaba cómo había sido su vida conyugal. Flora se vio de la noche a la mañana convertida en la esposa de un hombre mediocre, bebedor y adúltero que no la respetaba en absoluto. Estaba atrapada en un matrimonio del que nacerían tres hijos. La tristeza se apoderó entonces de la nueva señora Chazal. incapaz de soportar la actitud violenta de su marido, la maternidad tampoco trajo sosiego a su corazón. Más bien todo

fLorA TUVo qUE SACAr ADELAnTE A AqUELLA FAMiLiA ABoCADA A LA MiSEriA, PUES EL PoCo DinEro qUE EnTrABA En CASA SU MAriDo SE Lo gASTABA En jUEgo y BEBiDA. CAnSADA y EnFErMA, FLorA TUVo qUE SoPorTAr UnA DUrA ProPUESTA PArA SoBrEViVir, ProSTiTUir­SE.

lo contrario, pues se sentía culpable de no haber deseado con más intensidad a aquellas criaturas inocentes.

Flora tuvo que sacar adelante a aquella familia abocada a la miseria, pues el poco dinero que entraba en casa, André se lo fundía en juego y bebida. Cansada, enferma, desesperad­a, Flora tuvo que soportar la insolente propuesta hecha por su marido para poder sobrevivir, prostituir­se. Embarazada de su tercer hijo, abandonó a su marido aún a sabiendas que lo que hacía era objeto de delito puesto que el divorcio era ilegal y no se contemplab­a la posibilida­d de que una esposa abandonara a su esposo, por muy infame que fuera. “Está bien –afirmaría resignada–, seré una paria”. Ya lo era por nacimiento. Ahora lo sería por abandono del hogar. Llegó incluso a pensar en quitarse la vida, pero sabía que sus hijos dependían de ella.

UNA PARIA VAGANDO POR EL MUNDO

Con la ayuda de algunas personas, y fingiendo ser viuda, Flora consiguió que la ayudaran a cuidar de sus hijos mientras ella encontraba un trabajo de vendedora. En los pocos momentos de descanso, Flora encontró refugio y consuelo en la lectura. Y no en cualquier libro, en novelas románticas u otras historias que la evadieran de su trágico mundo. Flora descubrió la obra de Mary Wollstonec­raft, Vindicació­n de los derechos de las mujeres, y desde el primer momento, se sintió plenamente identifica­da con las ideas que aquella mujer había puesto sobre el papel pocas décadas antes. Flora también se sintió atraída por los teóricos sociales del momento, que analizaban profundame­nte los grandes cambios que la nueva era industrial estaba provocando en la vida de los obreros.

Flora marchó una temporada a Londres para trabajar como sirvienta y allí también entraría en contacto con el incipiente movimiento obrero. de vuelta a casa, enterró a su hijo mayor. Corría el año 1829 y Flora continuaba hundida en un pozo del que no creía que iba a salir. Y fue entonces cuando una luz de esperanza llegó desde lo más remoto del mundo.

VIAJE A PERÚ

un día, se topó por casualidad con un hombre que le dijo conocer a sus familiares del perú y le ofreció ayuda para poder viajar hasta allí y reclamar lo que era suyo como hija del coronel Tristán. Atravesar el Atlántico y el continente Americano era una aventura que provocaba vértigo a cualquiera que se le propusiera. para Flora, una mujer sola, madre de familia, pobre, exhausta y desanimada, era una temeridad. pero aun así, aún siendo consciente de los peligros que podía suponer, aún sabiendo que debía dejar atrás a sus propios hijos, no descartó aquella posibilida­d. por el momento, se dispuso a escribir a su tío, don Pío Tristán, un hombre muy conocido en el perú, pues había sido su virrey años atrás.

“Es la hija de su hermano, de ese Mariano tan querido para usted, quien se toma la libertad de escribirle. Quiero creer que usted ignora mi existencia y que de más de veinte cartas escritas a usted por mi madre, en el espacio de diez años, ninguna ha llegado a su poder. Sin una última desgracia que me ha reducido al colmo del infortunio no me dirigiría a usted. He encontrado un conducto seguro para hacerle llegar esta carta y abrigo la esperanza de que no será usted insensible a ella. Adjunto mi partida de bautismo. Si le quedan algunas dudas, el célebre Bolívar, amigo íntimo de los autores de mis días, podrá esclarecer­las”. En la carta evitó mencionar la existencia de su marido y sus hijos y le hizo una petición directa de ayuda en nombre de la memoria de su hermano Mariano.

Puede que Flora no esperara respuesta, pero su tío le respondió. No solo le informó de que ya conocía su existencia y su condición de hija ilegítima, sino que le aseguró que estaba dispuesto a ayudarla y para ello la invitaba a viajar allí donde se encontraba­n los orígenes de su familia paterna. Tras mucho meditar, Flora vio que era la única manera de encontrar una solución a sus problemas. Así que dejó bien colocados a sus hijos y se dispuso a dejar su Francia natal en busca de sus raíces peruanas.

RUMBO A AMÉRICA

Como hicieran muchos de los conquistad­ores españoles, Flora Tristán también fue en busca de su propio El Dorado. una tierra prometida en la que encontrar el refugio de los suyos, no solo emocional, también, y sobre todo, económico. Llegar hasta allí, sin embargo, no fue fácil.

La travesía empezó el 7 de abril de 1833, el día de su trigésimo cumpleaños, cuando se embarcó en el Mexicano, en una travesía que se alargaría cinco meses. un viaje que la dejó agotada, pasando buena parte del tiempo enferma. La tripulació­n la ayudó en todo momento a poder superar aquel largo periplo, en el que conoció la amistad y el amor sincero de la mano de uno de los hombres que viajaba con ella. Se llamaba Zacarías Chabrié y era el mismo hombre que le había informado de la existencia de su familia peruana.

La felicidad que le pudo dar sentirse sinceramen­te amada por aquel hombre se disipó rápidament­e cuando fue consciente que ella aún estaba legalmente casada con André, algo que había ocultado a Zacarías. Este, desesperad­o, le insistía convencido de que su amor era correspond­ido, sin que Flora le pudiera dar la verdadera razón de su rechazo. Nada más pisar tierras americanas, se separaron para siempre, provocando una nueva herida en el corazón de Flora.

El encuentro con su familia peruana en Arequipa supuso el encuentro con un mundo que Flora no había ni tan siquiera imaginado. una casa llena de opulencia, en la que un ejército de esclavos se encontraba al servicio de su rica familia. A pesar de que sintió una cierta desazón por aquella situación tan injusta, Flora se entregó por unos meses al merecido descanso de una vida de miseria, aceptando los agasajos que recibió de los Tristán.

Su tío, Pío Tristán, la había recibido con los brazos abiertos y no había dicho en ningún momento que su condición de bastarda fuera un impediment­o para que formara parte de su familia. Sin embargo, el dinero que había ido a reclamar como parte de la herencia legítima de su padre se resistía a salir de los bolsillos de don Pío. Cansada de esperar una respuesta afirmativa, llegó incluso a encararse con él: “¿Me condena fríamente a sufrir la miseria? ¡Cuando usted tiene un millón y más, usted me abandona a los horrores de la pobreza, me entrega a la desesperac­ión, me obliga a despreciar­lo, usted a quien mi padre me enseñó a amar, usted, el único pariente sobre quien descansaba­n todas mis esperanzas!”.

Nada pudo hacer para ablandar el corazón de aquel hombre rico y poderoso. Solamente consiguió que le mantuviera una renta de dos mil quinientos francos anuales. Solamente tenía una salida, marchar de aquella casa que, en realidad, no era ni había sido nunca su hogar. Cuando salió por la puerta de la hacienda de los Tristán, Flora

COMO HICIERAN MUCHOS DE LOS CONQUISTAD­ORES ESPAÑOLES, FLORA TRISTÁN TAMBIÉN FUE EN BUSCA DE SU PROPIO EL DORADO.

no sabía hacía donde ir. París estaba muy lejos y sabía que el viaje iba a ser largo y penoso. Primero se dirigió hacia Lima y desde allí cogió un barco rumbo a Liverpool, desde donde viajaría hasta Francia. Llegaba a casa en 1835. Y de nuevo la sombra de su marido, quien en cualquier momento podría encontrarl­a y denunciarl­a, volvía a hacerse intensa en su vida.

UNA ESCRITORA DE ÉXITO

Flora intentó seguir adelante y centró su existencia en la escritura de una obra en la que plasmaría su experienci­a en tierras americanas. también empezó a acudir a reuniones organizada­s por las primeras organizaci­ones obreras abanderada­s por

unos hombres dispuestos a levantarse contra las injusticia­s sociales que había traído la nueva industria decimonóni­ca. Sus propias ideas, largamente maduradas, sirvieron para escribir artículos en distintos periódicos de París. Eso, y la exitosa publicació­n de Peregrinac­iones de una paria en 1838 fue un gran consuelo para ella, además de un buen colchón económico que, sumado a la renta de su tío le habían permitido vivir en mejor situación que antes. Pero la deriva pública que había tomado su vida, como escritora y articulist­a, permitió que André la pudiera encontrar con más facilidad.

Cuando este supo dónde vivía, decidió llevarse por la fuerza a su hija, Aline. Su hijo ya vivía con él, pero que le arrebatara­n a Aline fue un duro golpe para Flora. No solo porque le habían arrebatado a la única hija que había querido de veras, sino porque pronto supo que la pequeña podría estar sufriendo acoso sexual de su propio padre. Incapaz de soportar aquella situación, y con la ayuda de unos amigos, consiguió recuperar a la pequeña. Flora decidió entonces denunciar a André, al que consiguió meter entre rejas gracias a la declaració­n de la niña ante la policía. Un alivio que duró poco, pues André volvió pronto a ser libre y el juez obligó a internar a los dos niños lejos de sus padres.

Para colmo de males, el éxito de su libro fue también su condena, puesto que la obra llegó a tierras americanas y al caer en manos de su tío, este no solo mandó quemarlo públicamen­te, sino que retiró a su sobrina su asignación. Pocos meses después recuperaba a sus hijos, pero volvía a estar en otro callejón sin salida. La miseria continuaba escañando su alma, mientras el miedo por una nueva acción de su marido la paralizaba a cada paso que daba.

Sus temores no eran infundados. A finales de 1838, se cruzó en el camino de André en una calle de París. Él, sin mediar palabra, le disparó. Era su manera de vengarse de una esposa que había humillado su honra abandonand­o el hogar conyugal y, además, había tenido la desfachate­z de pretender ser alguien en la vida valiéndose por sí misma. A pesar de que Flora sabía que André pretendía matarla, consiguió sobrevivir. Aunque lo hizo en unas condicione­s muy preocupant­es, puesto que no se le pudo extraer la bala que permanecer­ía alojada bajo su pecho izquierdo y ahí se quedó por el resto de sus días.

Meses después, durante el juicio contra André Chazal, fue la propia Flora la que vio poner en tela de juicio su comportami­ento como esposa irresponsa­ble y madre incauta. Él había intentado matarla, sí, pero en parte, la sociedad del momento lo considerab­a una víctima de aquella mujer que había osado romper con el vínculo del matrimonio, algo que todo el mundo perfectame­nte sabía que era ilegal. Sus propias confesione­s reveladas en su exitoso libro Peregrinac­iones de una paria no ayudaron a Flora. Tras el juicio, André Chazal fue condenado a prisión, pero la honra de Flora Tristán había quedado públicamen­te dañada. “Fui mujer, fui madre, y la sociedad me destrozó el corazón –se lamentaba Flora– Me agredieron, pues protestaba contra la infamia, y la sociedad me deshonró condenando a regañadien­tes a mi agresor. Ahora ya no soy mujer, ya no soy madre, ¡soy la paria!”.

SU LUChA

Probableme­nte aquello no le importó, puesto que ahora empezaba una nueva etapa en su vida en la que ya no tendría que temer por un reencuentr­o, al menos en mucho tiempo, con su marido. Con fuerzas renovadas, y a pesar de que las secuelas que le había dejado el intento de asesinato ponían en peligro su vida, Flora emprendió el camino de la lucha en favor de las mujeres y de los más débiles de la sociedad. Lo primero que hizo fue viajar a Inglaterra. Su viaje no era un viaje de placer, era el encuentro con la realidad de las clases trabajador­as de las fábricas, una realidad que plasmó en su libro Paseos en Londres.

Su libro no solo fue un éxito de ventas, sino que situó definitiva­mente a Flora Tristán entre los abanderado­s de la lucha social. Su vida continuaba sin ser un camino de rosas, pero asumió las consecuenc­ias: “Estoy viviendo sola, sin ningún apoyo, sin dinero para pagar a los periodista­s provincial­es para que hagan publicidad de mi labor, y prácticame­nte todo el mundo está en mi contra. Los hombres, porque demando

AUNQUE SU MARIDO LA DISPARÓ, INTENTANDO MATARLA, A OJOS DE LA SOCIEDAD DE AQUEL MOMENTO ÉL ERA LA VÍCTIMA. Y ES QUE FLORA HABÍA OSADO ROMPER CON EL VÍNCULO DEL MATRIMONIO, ALGO QUE ERA ILEGAL.

la emancipaci­ón de las mujeres; los empresario­s, porque exijo la emancipaci­ón de los asalariado­s”.

En 1843 publicaba su obra Unión obrera,

en la que Flora Tristán hablaba de la necesidad de unir a todos los trabajador­es y trabajador­as para poder superar las muchas injusticia­s sociales que sufrían: “¡La unión hace la fuerza. Tenéis a vuestro favor el número, y esto ya es mucho. Yo vengo a proponeros una unión general de los obreros y las obreras!”. Flora defendía, por encima de todo, una lucha del proletaria­do pacífica e internacio­nal para poder superar aquella vida de constantes sufrimient­os.

A lo largo de su vida, Flora Tristán se mantuvo al margen de los grupos feministas surgidos en el siglo XIX. Para ella, la lucha de las mujeres debía unirse a la de otros colectivos desfavorec­idos: “En realidad nosotras, las mujeres, luchando solas, nunca vamos a transforma­r la sociedad. Vamos a ser atajadas, frenadas, reprimidas, y nuestra lucha será un sacrificio inútil. Hay que unir a las mujeres con las otras víctimas de la sociedad, que son los obreros, los trabajador­es explotados”. Flora insistía en interpelar­las en estos términos: “Mujeres, ¿qué papel desempeñái­s en la sociedad? Ninguno. Pues bien, si queréis vivir dignamente vuestra vida, dedicadla al triunfo de la más santa de las causas. La unión obrera”.

Los siguientes meses, convertida en símbolo de la lucha contra las injusticia­s sociales, Flora Tristán viajó por distintas ciudades de Francia para exponer sus ideas. Sin embargo, en el invierno de 1844, su cuerpo dijo vasta. Flora Tristán fallecía el 14 de noviembre de 1844. Tenía solamente cuarenta y un años. El pueblo que había empezado a entender su mensaje, lloró sinceramen­te la muerte de esta luchadora en mil frentes; de esta supervivie­nte de un mundo convulso que pisoteó su felicidad una y otra vez.

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RETRATO DE fLORA TRisTán. LiTOgRAfÍA.
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rETrATo dE FLorA TrisTán.
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