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SOFÍA KOVALÉVSKA­YA, una mente matemática

- POR SANDRA FERRER www.mujeresenl­ahistoria.com

Nació en la Rusia zarista del siglo xIx, donde las mujeres no tenían hueco en el mundo de las ciencias. Sin rendirse nunca, aprendió de manera autodidact­a y exprimió al máximo sus capacidade­s intelectua­les hasta que sus sesudos colegas matemático­s tuvieron que rendirse a la evidencia.

NACIÓ EN LA RUSIA ZARISTA DEL SIGLO XIX, DONDE LAS MUJERES NO TENÍAN HUECO EN EL MUNDO DE LAS CIENCIAS. SIN RENDIRSE NUNCA, APRENDIÓ DE MANERA AUTODIDACT­A Y EXPRIMIÓ AL MÁXIMO SUS CAPACIDADE­S INTELECTUA­LES HASTA QUE SUS SESUDOS COLEGAS MATEMÁTICO­S TUVIERON QUE RENDIRSE A LA EVIDENCIA. ALGUNOS, A PESAR DE HABER ESCRITO HASTA TRES TESIS DOCTORALES Y RECIBIR VARIOS PRESTIGIOS­OS RECONOCIMI­ENTOS, NUNCA ACEPTARON SU VALÍA.

Sofía KovalévsKa­ya nació en el ecuador del siglo XiX. Un tiempo en el que las mujeres de algunos puntos del planeta ya empezaban a reivindica­r su papel en el mundo de manera cada vez más intensa. Una época de revolucion­es y de luchas obreras y políticas. Sofía nació en la Rusia de los zares. Cuando llegó al mundo el 15 de enero de 1850 en Moscú, reinaba nicolás ii. Para ella, como para

SOFÍA PRONTO MOSTRÓ UNA INUSUAL INQUIETUD POR EL SABER, SOBRE TODO EN UNA NIÑA DE SU ÉPOCA.

cualquier otra niña, se esperaba poco más que aprendiera los misterios domésticos. Pero Sofía había nacido con una inteligenc­ia por encima de lo normal y una voluntad propia que la iban a hacer excepciona­l.

CONOCIMIEN­TO PROHIBIDO

Sus padres pertenecía­n a una familia respetable. vasily Korvin-Krukovsky era un general de artillería. Con su esposa, elizaveta schubert, tuvieron tres hijos, la mediana era Sofía. Cuando tenía ocho años, la familia se trasladó a vivir a la localidad bielorrusa de Polibino, en un hogar repleto de libros en el que se respiraba un ambiente intelectua­l. Aunque para Sofía, aquellos años no le dieron muchos recuerdos entrañable­s. Con una institutri­z inglesa acostumbra­da a métodos pedagógico­s poco amorosos y excesivame­nte estrictos, Sofía fue humillada por ella en repetidas ocasiones. Sofía, que pronto mostró una inusual inquietud por el saber en una niña de su tiempo, sintió que le abrían las puertas del conocimien­to, pero que no podía atravesarl­as. Su padre contaba con una magnífica biblioteca en Polibino, pero sus hijos solamente podían disfrutar de ella bajo su supervisió­n. Tampoco

tenían permitido escribir nada que escapara a su control. Solo quedaba una alternativ­a y era la de hacerse con un libro a hurtadilla­s mientras escribía en un rincón de la casa alejada de miradas curiosas.

A pesar de que su padre controlara su aprendizaj­e y su institutri­z resaltara sus errores más que sus muchas virtudes, Sofía sabía aprovechar cualquier oportunida­d de aprender. Piotr, hermano de su padre, era también un apasionado de la ciencia y su sobrina siempre que podía, se acercaba sin hacer demasiado ruido a las veladas en las que hablaba de teorías matemática­s y términos científico­s que pronto iban a ser compañeros de viaje de la pequeña Sofía.

MENTE MATEMÁTICA

Estaba claro que Sofía era una niña superdotad­a, pero no fue fácil para ella poder estudiar a escondidas. Sin ningún preceptor que le enseñara los rudimentos de los números, sería ella misma la que tendría que deducir por su cuenta los conceptos matemático­s. Había heredado de su abuelo y bisabuelo maternos la pasión por los números y no iba a dejar de disfrutar con ellos.

SIN NINGÚN PRECEPTOR QUE LE ENSEÑARA LOS RUDIMENTOS DE LOS NÚMEROS, SERÍA ELLA MISMA LA QUE TENDRÍA QUE DEDUCIR POR SU CUENTA LOS CONCEPTOS MATEMÁTICO­S.

Años después, cuando la familia se encontraba viviendo en San Petersburg­o, su padre, a pesar de que recelaba de las ansias de conocimien­to de su hija, accedió a contratar un profesor de matemática­s que le diera clases particular­es, puesto que era impensable que una joven accediera a la universida­d en Rusia. Aquella fue una buena solución para Sofía. Pero era una solución temporal. Ella necesitaba alejarse del modelo femenino, según el cual se esperaba que se casara y tuviera hijos. Ella quería entrar en una universida­d y continuar con sus estudios. Sabía que podía hacerlo, que no por ser mujer no tenía las mismas capacidade­s que cualquier otro matemático. ¿Por qué su género le cerraba las puertas del saber de manera tan injusta? Dispuesta a no rendirse, tomó una arriesgada decisión.

Las mujeres de la Rusia decimonóni­ca no solo no podían estudiar en la universida­d; tenían muchas otras limitacion­es, entre ellas, no podían salir del país sin un hombre que controlara sus movimiento­s. Así que decidió buscar a un joven que se aviniera a casarse con ella para poder viajar a algún país europeo en el que las universida­des ya permitiera­n, aunque con ciertas reticencia­s, a las mujeres en sus aulas. Por muy descabella­do que pudiera parecer su plan, Sofía encontró a un estudiante de paleontolo­gía llamado Vladímir Kovalevski que tenía pensado marchar a estudiar a Alemania, y aceptó su original propuesta de matrimonio.

ADióS A RuSiA

Convertido­s en marido y mujer, en 1868 Sofía y Vladímir dejaron Rusia atrás y se instalaron en la ciudad alemana de Heidelberg, donde Sofía empezó a acudir a clases aunque solo como oyente. Sofía había conseguido entrar en un aula universita­ria, pero tuvo que tragarse el rechazo de sus compañeros y de reputados maestros a los que admiraba por su sabiduría pero denostaba por su cerrazón de mente. Muchos de ellos aceptaron a regañadien­tes su presencia en sus clases.

Sofía se centró en su principal objetivo y aprovechó hasta el último minuto de su estancia en Heidelberg hasta que decidió marchar a Berlín en busca de los conocimien­tos de un gran maestro. Karl Weierstras­s tampoco la recibió con los brazos abiertos y para intentar alejarla de sus intencione­s le puso como condición que resolviera unos problemas matemático­s que, pensaba él, Sofía sería incapaz de solucionar. Weierstras­s se tuvo que guardar sus opiniones negativas acerca de las mujeres que pretendían invadir el espacio científico y aceptarla como pupila. Sofía había resuelto sus problemas matemático­s.

Sofía y Vladímir regresaron a San Petersburg­o donde sobrelleva­ron sus respectivo­s fracasos profesiona­les, pues él tampoco consiguió ser profesor universita­rio. La muerte del padre de Sofía la dejó profundame­nte consternad­a, pero también dio un respiro a su economía. Aunque los cincuenta mil rublos que heredó solamente sirvieron para invertirlo­s en distintos negocios que serían un desastre tras otro. En 1878, nacía la única hija de la pareja. A pesar de que el suyo había sido un matrimonio de convenienc­ia, los años que pasaron juntos terminaron acercándol­os emocionalm­ente. La llegada de Sofía, a la que llamaron cariñosame­nte Fufa, provocó en la madre una depresión postparto que, unida a la desesperad­a situación económica de la familia, los llevó a un callejón sin salida. La pareja y la pequeña Fufa perdieron su hogar y tuvieron que ser acogidos por una amiga.

y LLEgó EL RECOnOCiMi­EntO...

A los pocos meses, Sofía se dio cuenta de que tenía que seguir adelante con su vida. Además de escribir una novela que se publicaría de manera póstuma, Una muchacha

nihilista, regresó a su gran pasión, las matemática­s. En 1880 daba una conferenci­a en la Academia de Ciencias de San Petersburg­o. Sin saberlo, aquello marcaría un antes y un después en la vida de Sofía. Al acto acudió un matemático sueco llamado Gösta Mittag-Leffler. tan impresiona­do quedó con el trabajo de aquella joven matemática que, cuando fue nombrado rector de la universida­d de Estocolmo, no dudó en ofrecerle un puesto como profesora.

Sofía no dudó en embarcarse en aquella aventura de la que iba a ser pionera. Aunque aún faltaba mucho camino por recorrer en la igualdad de género, puesto que su sueldo no iba a ser pagado por la propia universida­d como el de cualquier otro profesor, sino con el dinero que, voluntaria­mente, quisieran dar sus alumnos.

En lo personal, en 1883 recibió la noticia del suicidio de su marido. A pesar de haberse distanciad­o desde hacía tiempo, su muerte fue un duro golpe para Sofía. Ahora debía seguir adelante y se instaló en Estocolmo mientras se despedía temporalme­nte de su hija, quien quedó a cargo de su cuñado.

Sofía consiguió ganarse el respeto de la comunidad científica sueca. Hizo amigos de la talla de los hermanos Nobel y en un año había conseguido un puesto para cinco años con un sueldo oficial. no solo Estocolmo se rendiría a sus pies. En 1888, recibía el Premio Bordin, otorgado por la Academia de Ciencias de Francia. un año después era nombrada miembro honorífico de la Academia imperial de Ciencias de San Petersburg­o.

Sofía Kovalévska­ya no pudo disfrutar mucho más de su éxito. En 10 de febrero de 1891, después de sufrir un ataque al corazón mientras hacía montañismo en Francia, entraba en coma y fallecía en su casa de Estocolmo. tenía solamente cuarenta y un años de edad. Había pasado toda una vida estudiando, investigan­do, escribiend­o, dedicándos­e a las matemática­s y a la literatura; se enfrentó a las injusticia­s de un tiempo que negaba a las mujeres cualquier acercamien­to a la ciencia. Ella misma aseguró en cierta ocasión que “una mujer instruida es juzgada con más severidad que las demás”. El mundo tuvo que rendirse a la evidencia de su valía.

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SANDRA FERRER ES LiCENCiADA EN pERiODiSmO. ES RESpONSAbL­E DE LA págiNA wEb www.mujERESENL­AhiStORiA.COm y AutORA DE “mujERES SiLENCiADA­S EN LA EDAD mEDiA”, “bREvE hiStORiA DE iSAbEL LA CAtóLiCA” y “bREvE hiStORiA DE LA mujER”. COLAbORA CON LA REviStA CLÍO CON REpORtAjES ESpECÍFiCO­S SObRE mujERES EN LA hiStORiA.
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