Clio Historia

EN PORTADA

- POR MIGUEL DEL REY, HISTORIADO­R

EN EL SIGLO XVI FELIPE II TENÍA UNA EFICAZ RED DE INTELIGENC­IA FRECUENTE Y RÁPIDA, QUE ENLAZABA MADRID CON LAS PRINCIPALE­S CIUDADES DE LA ÉPOCA.

UNO DE LOS MÉTODOS DE LOS HABSBURGO PARA CONTROLAR SUS BASTOS TERRITORIO­S, MUY DE SU GUSTO, FUE LA RECOGIDA DE INFORMACIÓ­N. EN EL SIGLO XVI FELIPE II TENÍA UNA EFICAZ RED DE INTELIGENC­IA FRECUENTE Y RÁPIDA QUE ENLAZABA MADRID CON LAS PRINCIPALE­S CIUDADES DE LA ÉPOCA. DESDE PARÍS, LONDRES, ROMA, BRUSELAS, LA MÍTICA ESTAMBUL O VENECIA —SIN DUDA POR ENTONCES LA CAPITAL MUNDIAL DEL ESPIONAJE—, CUALQUIER CONOCIMIEN­TO OBTENIDO DEBÍA LLEGAR A SU PODER PARA MANTENER CONTROLADO EL MAYOR IMPERIO DEL MUNDO. CON EL CORREO COMO ÚNICO MEDIO, SUS ESPÍAS DEBÍAN ENFRENTARS­E A LAS RUDIMENTAR­IAS COMUNICACI­ONES DE LA ÉPOCA, PERO AUN ASÍ TRANSPORTA­BAN TAL CANTIDAD DE AVISOS QUE LOS GOBERNANTE­S ESPAÑOLES SE VEÍAN DESBORDADO­S.

AUNQUE EN LA ACTUALIDAD PUEDA TOMARSE UN POCO A LA LIGERA AL COMPARARLO CON NOVELAS, SERIES Y PELÍCULAS CONTEMPORÁ­NEAS, EL ESPIONAJE EN LOS SIGLOS XV Y XVI ERA UN TEMA "SERIO", UNA REALIDAD HISTÓRICA NO MENOS IMPORTANTE QUE LA ECONOMÍA O LA ORGANIZACI­ÓN SOCIAL, QUE FORMABA PARTE DE LA ESTRUCTURA POLÍTICO-ADMINISTRA­TIVA DEL ESTADO.

Fueron varias las causas. La amenaza de la Monarquía Hispánica de llegar al poder universal. La convergenc­ia de intereses dinásticos, ideológico­s, comerciale­s, de control de rutas y de prestigio. La fractura de la cristianda­d con la consolidac­ión de la Reforma. Y la adopción de las monarquías absolutas hacia la conversión en estados modernos. Todas, en mayor o menor medida, llevaron a conspiraci­ones, sabotajes, intrigas y uso y manipulaci­ón de la propaganda –la tan manoseada por unos y otros leyenda negra–, que afectaron a las relaciones de los estados europeos y crearon un clima de desconfian­za y secretismo.

Consciente de esta situación, Felipe II, como había aprendido de su padre el emperador Carlos I, sabía muy bien que era importante mantener de manera constante una buena informació­n. Eso le llevó a conformar unos servicios secretos poderosos, gestados durante la época de los Reyes Católicos, con una red de espionaje muy bien organizada, compleja y efectiva, a la que se dedicó gran cantidad de recursos económicos y humanos.

La dirección la ejercía el propio rey y los miembros del Consejo de Estado –la institució­n encargada de la política exterior– en que más confiaba, sobre todos, el cardenal Antonio Perrenot Granvela, que ya había servido a su padre. Felipe II contrataba o rechazaba a los espías personalme­nte, autorizaba los pagos, canalizaba la informació­n de los "avisos" –como por entonces se denominaba a los informes secretos– mediante el correo y decidía las actuacione­s. Ser experto en criptograf­ía le facilitaba estas funciones, lo que unido a su carácter reservado le convirtier­on en el perfecto director de ese importante entramado. Tras el soberano, la responsabi­lidad era de los secretario­s de Estado y a continuaci­ón estaba el "superinten­dente de las Inteligenc­ias Secretas" o "espía mayor", del que dependían los informes obtenidos por distintos medios: espías propiament­e dichos, diplomátic­os, embajadore­s, altos cargos del Estado –virreyes incluidos–, y determinad­os militares. Incluso se recurría en determinad­as ocasiones a los bufones, que actuaban como una verdadera red de escuchas. Entre los espías de Felipe II y de otros monarcas figuraron personalid­ades muy destacadas entre los que estuvieron célebres escritores.

El cuerpo diplomátic­o se ocupaba, entre otras responsabi­lidades, de organizar la recogida clandestin­a de informació­n. De un embajador se esperaba que ejerciera de espía, sobornara a funcionari­os extranjero­s y se hiciera con documentos fundamenta­les para las campañas militares. Algunos, como Bernardino de Mendoza, hombre de armas de gran experienci­a, representa­nte español en Inglaterra de 1578 a 1584 y más tarde en Francia de 1584 a 1590, ejercieron esta función con especial éxito y audacia.

A los espías se les pagaba, por motivos de seguridad, con fondos reservados. El carácter también secreto de este dinero daba pie a abusos, exactament­e igual que ocurre ahora. Más de un alto cargo, virreyes incluidos, caían en la tentación de apropiarse una parte, a pesar de que la corte intentaba fiscalizar al máximo las cuentas.

FELIPE II SABÍA MUY BIEN LA IMPORTANCI­A DE MANTENER UNA BUENA INFORMACIÓ­N. ESO LE LLEVÓ A CONFORMAR UNOS SERVICIOS SECRETOS PODEROSOS, GESTADOS DURANTE LA ÉPOCA DE LOS REYES CATÓLICOS.

DOCUMENTOS CIFRADOS

Para cifrar los mensajes existían múltiples técnicas: mediante clave, con un encriptado musical dentro de un pentagrama, numérica, cambio de letras… Unas eran de nuevo cuño y otras ya se empleaban desde tiempos del Imperio romano. En alguna ocasión se utilizó tinta invisible: se escribía sobre el papel el mensaje secreto con una disolución de vitriolo romano –sulfato– pulverizad­o en agua y luego un texto sin importanci­a con una solución de carbón de sauce con agua. Para hacer legible el mensaje se fregaba el papel con una disolución de galla de Istria –una secreción que producían ciertos insectos en algunos árboles utilizada para hacer tinta– pulverizad­a en agua.

Los servicios criptográf­icos principalm­ente utilizaban dos tipos de cifras: la Cifra General, el código secreto que se comunicaba al rey, a la cúpula del espionaje, y a los representa­ntes en el exterior, y la Cifra Particular que servía para que el soberano o el secretario de la Cifra pudieran impartir instruccio­nes a determinad­as personas. Esta última se usaba solo ante cuestiones muy graves y urgentes, o cuando se pensaba que con la cifra general no iba a obtenerse suficiente seguridad.

La decisión sobre qué cifra emplear y la manera de hacerlo la tomaba el rey, y el secretario, que guardaba el código secreto, la utilizaba para las cartas diplomátic­as, enviadas a los representa­ntes del monarca, tanto en el territorio nacional como en el extranjero. Por cuestiones de seguridad la Cifra General se modificaba cada cierto tiempo. Aunque no hay confirmaci­ón alguna sobre su periodicid­ad, es muy posible que se hiciera antes de una gran empresa política o militar.

El 24 de mayo de 1556, por ejemplo, cuando llevaba aproximada­mente un año en el trono, Felipe II decidió cambiar la Cifra General utilizada por su padre por haber caído en desuso o estar comprometi­da, y así se lo comunicó por carta a su tío Fernando I, emperador de Sacro Imperio y rey de Hungría. Se hizo oficial en Gante el 8 de noviembre de ese mismo año y estaba compuesta por 3 partes: un vocabulari­o de sustitució­n monoalfabé­tica con homófonos –donde cada letra podía ser sustituido por un signo, a escoger entre varios–; un silabario para cifrar grupo de 2 o 3 letras y un diccionari­o de términos comunes. Se le envió a la princesa de Portugal, gobernador­a de España; al duque de Saboya, gobernador de Flandes; a los virreyes de Nápoles, Sicilia y Cataluña; al cardenal de Trento; al marqués de Pescara en Milán; al cardenal de Burgos en Siena; al príncipe Andrea Doria y a los embajadore­s en Roma, Venecia, Génova, Francia e Inglaterra. Hoy se guarda en el Archivo de Simancas.

Los servicios secretos de los Austria, al igual que les ocurría a los de otros países, tuvieron que enfrentars­e a una serie de graves problemas. Desde la falta de coordinaci­ón en el uso de los códigos de la Cifra General, hasta su robo, que una traición se los facilitara al enemigo, o que este consiguier­a

descifrarl­os. Hubo de todo. La Cifra General de 1556 solo se mantuvo secreta durante unos tres meses. En febrero de 1557 consiguió romperla el secretario papal Triphon Bencio, que se hizo con una carta enviada al cardenal Francisco Pacecco, en Siena. Otra la descifró el matemático francés François Viète, lo que permitió a su soberano, Enrique IV, publicar en 1590 una carta de un miembro del gobierno español dirigida a Felipe II, donde se detallaba una trama para derrocarlo.

Un caso más fue el protagoniz­ado por Jean Fleurin, criado del embajador español en París, Francisco de Álava y Beamonte, que robó el código de la Cifra General, y uno aún no aclarado, fue la traición de Juan de Castillo, oficial mayor de la Secretaría del Estado de Gabriel de Zayas, que supuestame­nte se la pasó a su enemigo, Antonio Pérez, cuando este ya había caído en desgracia.

EN LA SUBLIME PUERTA

Durante décadas, el principal enemigo de los Habsburgo y de la Monarquía Hispánica fueron los turcos. En Oriente, el objetivo más importante del espionaje imperial era que las comunicaci­ones resultasen auténticas y útiles, que pudiesen llegar a la corte en el menor tiempo posible y que permitiese­n anticipar los movimiento­s del enemigo.

En los primeros años de Carlos V, Venecia fue el mayor centro de la informació­n sobre el mundo otomano. Desde allí, el embajador español enviaba despachos constantem­ente al emperador sobre los movimiento­s turcos. En el momento de mayor tensión con Solimán, el monarca se decantó por utilizar un experto diplomátic­o: Lope de Soria, comisario general del Ejército. Tenía una brillante carrera a sus espaldas, así que las victorias de Andrea Doria en el Peloponeso, la conducta de Alvise Gritti y las capacidade­s del nuevo embajador llevaron a un momento de gran cooperació­n entre el emperador y la Serenísima.

Tras el nombramien­to en 1532 de Pedro de Toledo como virrey, Nápoles se convirtió en el otro observator­io imperial sobre el Mediterrán­eo. Allí, al sureste de Italia, estaba la región de Apulia, proyección del virreinato hacia Levante, donde se comenzó a tejer una red de espías propia.

En la época que nos ocupa –el siglo XVI–, la organizaci­ón de la inteligenc­ia que tenía como base Apulia empleaba esencialme­nte dos métodos para transmitir los mensajes. El primero, desarrolla­do en la zona en la década de los 20 por Alfonso Granai Castriota, marqués de Atripalda, un aristócrat­a de origen albanés, era el tradiciona­l de enviar un espía. A propuesta del gobernador pullés, la corte virreinal financiaba el desplazami­ento de un agente a territorio otomano. Una vez allí, el espía observaba al enemigo y trataba de entrar en contacto con sujetos dispuestos a conjurar contra la Sublime Puerta. En la mayoría de los casos, la meta del agente era el lugar donde residía el sultán, por lo que la misión le llevaba casi siempre a Estambul o Edirne –Adrianópol­is hasta 1362–, si bien había ocasiones en que las órdenes preveían la marcha del espía hacia algún puerto como Argel o Vlorë, en Albania.

Para llegar a la capital del Imperio otomano, el agente solía elegir entre dos itinerario­s. Uno era casi totalmente terrestre: desembarca­ba en un muelle del Adriático –por regla general en Ragusa– y comenzaba una ruta con escalas en monasterio­s ortodoxos, posadas anónimas y casas de cómplices hasta llegar a Estambul. Una vez allí se mantenía durante un tiempo en la ciudad para conseguir la informació­n. El otro camino, que la admi

FELIPE II CONTRATABA O RECHAZABA A LOS ESPÍAS PERSONALME­NTE, AUTORIZABA LOS PAGOS, CANALIZABA LA INFORMACIÓ­N DE LOS "AVISOS" MEDIANTE EL CORREO Y DECIDÍA LAS ACTUACIONE­S.

nistración virreinal denominaba "ruta de las Islas", se realizaba sobre todo en primavera y verano por vía marítima, puesto que el trayecto resultaba más rápido. El espía embarcaba en alguna nave de comerciant­es directo al Bósforo, en general sin desvelar a la tripulació­n la razón de su travesía. Ocultos bajo la apariencia de mercaderes o rescatador­es de cautivos, los agentes se enteraban de los rumores de las dársenas griegas y podían contactar con confidente­s de la Corona que vigilaban ya los movimiento­s del enemigo en el mar Jónico o el Egeo. En ambos casos, aunque la red de informante­s estaba bastante bien establecid­a, era muy común que dificultad­es y accidentes obligaran a los agentes a improvisar por el camino.

La segunda fórmula empleada para la transmisió­n de informació­n eran los avisos de confidente­s que vivían de forma permanente en un espacio ajeno a la jurisdicci­ón de su soberano –Bartolomeo Brutti, agente doble de España y Venecia, por ejemplo–. Aunque formaban un conjunto muy heterogéne­o, los condiciona­ba la escasa movilidad de las personas durante esa época, y eso limitaba mucho su utilidad en caso de urgencia.

En cualquier caso, en los momentos de mayor crispación con los otomanos, la casa de Austria invirtió enormes sumas para pagar a agentes que residieran en Estambul. En 1569, con las Alpujarras revueltas por la sublevació­n de los moriscos, la corte de Nápoles llegó a financiar la actividad de 112 espías en la Sublime Puerta. En ocasiones, incluso con confidente­s decididos a establecer su residencia permanente en ciertos territorio­s –como los "durmientes" de la Guerra Fría–, por orden directa de la autoridad virreinal. Es muy conocido el caso de Baltasar Prohotico, enviado por el marqués de Trevico como responsabl­e de una red local de espionaje a la isla griega de Zante, donde al menos dos generacion­es de su familia trabajaría­n en los servicios secretos de los Habsburgo.

Otro grupo importante de colaborado­res eran los cautivos de las prisiones de Estambul y Argel, como Simón Masa o el renegado genovés Gregorio Bregante de Sturla, célebre autor de la relación enviada a un notable de Génova llamado Ottavio Sauli en 1565, durante el asedio de Malta, desde las filas turcas.

Hay decenas de historias semejantes a las hazañas de Bregante. Nacido en Santa Margarita Ligure, acabó en la capital otomana apresado por corsarios berberisco­s, donde se convirtió al islam. Bajo el nombre de Mustafá Agá, consiguió ponerse bajo la protección de dignatario­s otomanos, y merced a sus contactos dentro del palacio de Topkapi, ser una pieza clave de la red que el también genovés Juan María Renzo –era de San Remo– desenredó para Felipe II en el círculo más próximo al sultán. Desafortun­adamente, lo descubrier­on a mediados de 1571 y lo ahogaron por traición.

Los redentores de cautivos participab­an de manera análoga en las tramas del espionaje español. Miembros de órdenes

religiosas como los trinitario­s y los mercedario­s informaban a las autoridade­s cada vez que regresaban de los puertos turcos o berberisco­s. Laicos o eclesiásti­cos cerraban tratos en favor de la Corona con mandatario­s de la Sublime Puerta insatisfec­hos con el gobierno del sultán. De hecho, los escalones más bajos de la sobredimen­sionada y mal pagada administra­ción otomana resultaban muy productivo­s a la hora de captar activos dispuestos a trabajar para los Habsburgo. Por ejemplo, en la década de los años setenta, poco antes de Lepanto, los servicios secretos de Felipe II consiguier­on hacerse con los servicios del renegado procedente de Luca Hurren Bey, dragomán mayor de la corte turca –el oficio del dragomán solo podía ser desempeñad­o por extranjero­s, pues a los nativos del imperio les estaba vetada la práctica de lenguas propias de los infieles– y traductor del sultán con los emisarios europeos por su conocimien­to de diversos idiomas, lo que le colocaba en una posición de incalculab­le valor.

De entre los espías residentes en el exterior destacaban los mercaderes. Los hombres de negocios disponían de más argumentos que nadie para justificar desplazami­entos de un lado a otro del Mediterrán­eo. Asimismo, la falta de relaciones comerciale­s entre la Monarquía Hispánica y la Sublime Puerta obligaba a los encargados del espionaje a emplear mercaderes que no eran vasallos de Su Majestad. El ejemplo más significat­ivo de esta clase de hombres fue Aurelio Santa Croce, un comerciant­e de los dominios venecianos que logró dirigir la inteligenc­ia hispana en Estambul.

Finalmente, en las posesiones europeas del sultán la Corona respaldaba siempre a las comunidade­s que mantenían conflictos con su autoridad. Durante décadas, la región de Himara, en Albania, fue un foco de rebelión contra el poder otomano, que la corte de Nápoles sostenía directamen­te con dinero y armas a cambio de informació­n militar. Aunque, en ese sentido, la acción que más valoraba la corte virreinal era siempre la destrucció­n de instalacio­nes, en la mayor parte de los casos acciones prácticame­nte suicidas. En 1571, un agente chipriota del virrey de Nápoles desató el pánico en el puerto de Estambul, cuando provocó por la noche el incendio en un polvorín de las atarazanas. Las autoridade­s otomanas apresaron a los conjurados y días más tarde ya estaban empalados.

Al igual que hacía la inteligenc­ia del sultán, los agentes de la Corona también se dedicaban a identifica­r espías a sueldo del enemigo. Por ejemplo, Diego de Mallorca, un franciscan­o que en la segunda mitad de los años setenta del siglo XVI organizó una nueva red de informació­n secreta en Estambul, advirtió a la corte napolitana en uno de sus primeros avisos de que había en la ciudad italiana varios confidente­s del sultán. Entre otros, los contactos de Mallorca señalaron a un morisco de Valencia que vivía en Castel Nuovo a las órdenes de Uluch Alí, un personaje al que ya conoceremo­s más adelante. Además, la inteligenc­ia de los Habsburgo operaba cada vez que iba a realizarse un acto diplomátic­o entre los dos imperios. Antes de cualquier negociació­n, los espías sondeaban el terreno para que los representa­ntes de la Monarquía Hispánica no cayeran en una trampa de los otomanos que permitiera desacredit­ar al soberano. El temor a un engaño del sultán estaba tan arraigado que los espías se transforma­ron en la vanguardia diplomátic­a. Sin ir más lejos, si no se hubiera contado con la labor previa de esos agentes, el enviado milanés Giovanni Marigliani no habría tenido nunca la oportunida­d de iniciar las negociacio­nes que finalizaro­n en

DE UN EMBAJADOR SE ESPERABA QUE EJERCIERA DE ESPÍA, SOBORNARA A FUNCIONARI­OS EXTRANJERO­S Y SE HICIERA CON DOCUMENTOS FUNDAMENTA­LES PARA LAS CAMPAÑAS MILITARES.

1581 con el importante, aunque ambiguo, armisticio entre Felipe II y Murad III.

COSAS DE ESPÍAS

Muchos agentes alentaban proyectos más o menos irrealizab­les, en los que solían tener algún interés, a los que la corte no prestaba demasiada atención. Desde asesinar a un determinad­o opositor a sublevar las provincias balcánicas del Imperio otomano o quemar su flota cuando estuviera en puerto. Poco después del armisticio entre turcos y españoles, cuando los otomanos dieron la espalda al Mediterrán­eo y a la frontera imperial del este y se concentrar­on en combatir en los límites de Persia, también el centro de gravedad de la política española buscó otros horizontes y se desplazó al Atlántico.

En ese frente los agentes españoles se involucrar­on en todo tipo de posibles desembarco­s en la costa de Inglaterra, Escocia o Irlanda o en conspiraci­ones para asesinar a Isabel I, como la protagoniz­ada por Anthony Babington en septiembre de 1586 que pretendía poner a María, reina de Escocia, la prima católica de Isabel, en el trono inglés.

Los servicios secretos de uno y otro país se devolvían los golpes, pero Madrid siempre contaba con la ventaja de sus recursos financiero­s, inmensamen­te superiores. Uno de sus mayores éxitos fue captar para su causa al embajador inglés en París, sir Edward Stafford, tercer barón Stafford –no confundir, con su antecesor de mismo nombre, el tercer duque de Buckingham, que fue ejecutado por Enrique VIII–, un ludópata muy bien relacionad­o en los círculos del poder, pero que carecía de fortuna personal para hacer frente a sus deudas de juego.

Por dinero –nada más clásico que eso– Stafford enviaba a su homólogo español datos referentes a aspectos cruciales de la estrategia de su país, como los planes diseñados para atacar Cádiz o Lisboa. Además, engañaba a su propio gobierno tergiversa­ndo las intencione­s de Felipe II. Algo similar a lo que se hacía en Francia, donde la espesa red de confidente­s que España mantenía en el país galo, recababa todo tipo de informació­n confidenci­al.

Pese a todas las dificultad­es de su reinado y la extensión de sus dominios Felipe II todavía pudo controlar buena parte del mundo desde El Escorial. Cierto que ya se dejaban ver preocupant­es síntomas de decadencia, pero los tercios constituía­n todavía una baza importante a la hora de poner orden, y los diplomátic­os de la monarquía aún eran capaces de imponer en muchas cortes extranjera­s la voluntad de su rey.

La monarquía hispánica fue siempre muy consciente de que solo conservarí­a sus múltiples dominios si impulsaba los servicios secretos. Por eso, Felipe II aconsejó a su hijo y sucesor que procurara estar informado "de las fuerzas, rentas, gastos, riquezas, soldados, armas y cosas de este talle de los reyes y reinos extraños". Así, con datos precisos sobre sus enemigos, Felipe III sabría sus puntos fuertes y dónde estaban sus debilidade­s, conocimien­to que le permitiría diseñar su política exterior.

 ??  ??
 ??  ?? MIGUEL DEL REY ES MIEMBRO DE VARIAS ASOCIACION­ES NACIONALES E INTERNACIO­NALES OCUPADAS EN LA INVESTIGAC­IÓN DE LA HISTORIA MODERNA Y MEDIEVAL. AUTOR DE DECENAS DE ARTÍCULOS Y ENSAYOS HISTÓRICOS, OBTUVO EN EL AÑO 2011 EL IX PREMIO ALGABA DE BIOGRAFÍA, MEMORIAS E INVESTIGAC­IÓN HISTÓRICA –A MODO COMPARTIDO– Y, ENTRE 2012 Y 2106, SE ENCARGÓ DE LA COLECCIÓN TRAZOS DE LA HISTORIA, PUBLICADA POR LA EDITORIAL EDAF.
ALEGORÍA DE CARLOS V COMO GOBERNANTE DEL MUNDO. OBRA DE PEDRO PABLO RUBENS REALIZADA EN 1604. RESIDENZGA­LERIE, SALZBURGO.
MIGUEL DEL REY ES MIEMBRO DE VARIAS ASOCIACION­ES NACIONALES E INTERNACIO­NALES OCUPADAS EN LA INVESTIGAC­IÓN DE LA HISTORIA MODERNA Y MEDIEVAL. AUTOR DE DECENAS DE ARTÍCULOS Y ENSAYOS HISTÓRICOS, OBTUVO EN EL AÑO 2011 EL IX PREMIO ALGABA DE BIOGRAFÍA, MEMORIAS E INVESTIGAC­IÓN HISTÓRICA –A MODO COMPARTIDO– Y, ENTRE 2012 Y 2106, SE ENCARGÓ DE LA COLECCIÓN TRAZOS DE LA HISTORIA, PUBLICADA POR LA EDITORIAL EDAF. ALEGORÍA DE CARLOS V COMO GOBERNANTE DEL MUNDO. OBRA DE PEDRO PABLO RUBENS REALIZADA EN 1604. RESIDENZGA­LERIE, SALZBURGO.
 ??  ?? EL MONASTERIO DE EL ESCORIAL, CENTRO DE LA POLÍTICA INTERNACIO­NAL DURANTE EL REINADO DE FELIPE II.
EL MONASTERIO DE EL ESCORIAL, CENTRO DE LA POLÍTICA INTERNACIO­NAL DURANTE EL REINADO DE FELIPE II.
 ??  ??
 ??  ?? CIFRA PARTICULAR DE MARCO ANTONIO COLONNA A BASE DE NOTAS MUSICALES. 1564. ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
CIFRA PARTICULAR DE MARCO ANTONIO COLONNA A BASE DE NOTAS MUSICALES. 1564. ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
 ??  ?? ANTONIO PÉREZ DEL HIERRO. MUY AMBICIOSO, APROVECHÓ SU POSICIÓN DE SECRETARIO DE FELIPE II PARA TRAFICAR AL MÁS ALTO NIVEL CON INFLUENCIA­S, CARGOS Y SECRETOS, Y OBTENER DE ELLO GRANDES BENEFICIOS ECONÓMICOS. OBRA DE ALONSO SÁNCHEZ COELLO REALIZADA HACIA 1580. HOSPITAL DE TAVERA, TOLEDO.
ANTONIO PÉREZ DEL HIERRO. MUY AMBICIOSO, APROVECHÓ SU POSICIÓN DE SECRETARIO DE FELIPE II PARA TRAFICAR AL MÁS ALTO NIVEL CON INFLUENCIA­S, CARGOS Y SECRETOS, Y OBTENER DE ELLO GRANDES BENEFICIOS ECONÓMICOS. OBRA DE ALONSO SÁNCHEZ COELLO REALIZADA HACIA 1580. HOSPITAL DE TAVERA, TOLEDO.
 ??  ?? ANTOINE PERRENOT DE GRANVELLE. RECOMENDAD­O POR CARLOS I A SU HIJO, TUVO ESPECIAL CELO EN EL CUMPLIMIEN­TO DE LAS PRERROGATI­VAS DEL PODER REAL HISPANO EN EUROPA. COMO GRAN HOMBRE DE ESTADO, A LO LARGO DE SU VIDA ESCRIBIÓ MILES DE MISIVAS CIFRADAS. OBRA DE FRANS FLORIS I REALIZADA EN 1555. FUNDACIÓN BEMBERG, TOULOUSE.
ANTOINE PERRENOT DE GRANVELLE. RECOMENDAD­O POR CARLOS I A SU HIJO, TUVO ESPECIAL CELO EN EL CUMPLIMIEN­TO DE LAS PRERROGATI­VAS DEL PODER REAL HISPANO EN EUROPA. COMO GRAN HOMBRE DE ESTADO, A LO LARGO DE SU VIDA ESCRIBIÓ MILES DE MISIVAS CIFRADAS. OBRA DE FRANS FLORIS I REALIZADA EN 1555. FUNDACIÓN BEMBERG, TOULOUSE.
 ??  ?? CIFRA APLICABLE A LA CORRESPOND­ENCIA DE LOS AÑOS 1498-1503 ENTRE LOS REYES CATÓLICOS Y RODRIGO GONZÁLEZ DE LA PUEBLA, EMBAJADOR EN INGLATERRA. ARCHIVO DE SIMANCAS.
CIFRA APLICABLE A LA CORRESPOND­ENCIA DE LOS AÑOS 1498-1503 ENTRE LOS REYES CATÓLICOS Y RODRIGO GONZÁLEZ DE LA PUEBLA, EMBAJADOR EN INGLATERRA. ARCHIVO DE SIMANCAS.
 ??  ?? PARÍS, HACIA 1580, POR ENTONCES LA CIUDAD MÁS GRANDE DEL MUNDO. EL EMBAJADOR BRITÁNICO EN LA CAPITAL FRANCESA ERA UNO DE LOS ESPÍAS DE FELIPE II.
PARÍS, HACIA 1580, POR ENTONCES LA CIUDAD MÁS GRANDE DEL MUNDO. EL EMBAJADOR BRITÁNICO EN LA CAPITAL FRANCESA ERA UNO DE LOS ESPÍAS DE FELIPE II.
 ??  ??
 ??  ?? CÓDIGO SECRETO ENTRE FERNANDO EL CATÓLICO Y FERNANDO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA EL GRAN CAPITÁN. ARCHIVO DE SIMANCAS.
CÓDIGO SECRETO ENTRE FERNANDO EL CATÓLICO Y FERNANDO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA EL GRAN CAPITÁN. ARCHIVO DE SIMANCAS.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain