HÉRCULES EN EL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES
DESPUÉS DE DERROTAR A LAS AMAZONAS Y TERMINAR CON EL GIGANTE GERIÓN, HÉRCULES COMPRENDIÓ QUE SOLO LE FALTABAN DOS TRABAJOS PARA PURGAR SUS CRÍMENES Y PODER ALCANZAR, AL FIN, LA PAZ, LA TRANQUILIDAD QUE TANTO HABÍA ANHELADO DESDE QUE SE HABÍA PUESTO AL SERVICIO DE SU PÉRFIDO PRIMO EURISTEO. DESGRACIADAMENTE, SUS ÚLTIMAS AVENTURAS RESULTARON SER LAS MÁS PELIGROSAS, LAS MÁS ARRIESGADAS, POR LO QUE TUVO QUE RECURRIR A TODA SU FUERZA E INGENIO PARA SALIR BIEN PARADO DE LAS SIGUIENTES PRUEBAS.
EURISTEO SABÍA QUE EL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES ERA UN LUGAR PROTEGIDO POR LA ORGULLOSA Y VENGATIVA HERA, ENEMIGA DECLARADA DEL HÉROE GRIEGO. ES POR ELLO, QUE, SIN DUDARLO, EL REY DE MICENAS ORDENÓ A SU PRIMO QUE CONSIGUIESE PARA ÉL LAS MANZANAS DE ORO QUE CRECÍAN EN EL HERMOSO ÁRBOL DE LAS HESPÉRIDES, QUE ZEUS HABÍA OFRECIDO A SU ESPOSA COMO REGALO DE BODA. Hércules sabía que el árbol estaba protegido por un peligroso dragón de cien cabezas al que conocían con el nombre de Ladón, y que solo las hijas del titán Atlas, las tres ninfas a las que llamaban las Hespérides, podían recoger sus frutos.
RUMBO AL JARDÍN
El primer problema que se vio obligado a superar fue la dificultad para dar con este enigmático lugar, ya que ningún mortal conocía su paradero. Durante mucho tiempo, tuvo que deambular, sin rumbo conocido, por valles, montañas y angostos desfiladeros de toda Grecia. Un día, cuando el desánimo y la desesperación ya se habían apoderado de su alma, encontró a tres ninfas jugando en una playa de arenas finas y aguas cristalinas y les preguntó sobre la ubicación del jardín de las Hespérides. Para su sorpresa, las muchachas le respondieron que su padre, Nereo, podría dar respuesta a esa pregunta que tanto le había atormentado en los últimos meses. Antes de partir en busca de Nereo, las ninfas le advirtieron que, si quería tener éxito, no olvidase sujetar al “Viejo del Mar” con todas sus fuerzas, ya que, entre sus poderes, destacaba la posibilidad de cambiar de forma a cada instante para no verse atrapado por ningún intruso. Cuando lo encontró, Nereo dormía plácidamente bajo un manto de algas. Aprovechando el factor sorpresa, Hércules saltó sobre él y lo agarró con firmeza, pero, para su consternación, su oponente se convirtió en agua de mar para tratar de librarse de la asfixiante presión ejercida por
HÉRCULES MARCHÓ AL ENCUENTRO DEL PODEROSO DRAGÓN DE CIEN CABEZAS QUE PROTEGÍA EL LUGAR, PERO ESTE SE PRECIPITÓ SOBRE ÉL CON LA INTENCIÓN DE ENROSCARSE ALREDEDOR DE SU CUELLO Y PROVOCARLE LA MUERTE.
el hijo de Zeus y Alcmena. Su esfuerzo resultó en balde porque, con grandes reflejos, Hércules apretó los puños con tanta fuerza que Nereo no pudo, finalmente, escapar. Desesperado, el hijo de Ponto y Gea se convirtió en fuego, pero Hércules, insensible al dolor, continuó estrechando a su rival hasta que este, en un último esfuerzo, tomó la forma de un león poderoso e inició una terrible lucha que solo terminó cuando el héroe griego consiguió aferrarle el cuello y apretar con fuerza hasta que Nereo no tuvo otro remedio más que rendirse. Cuando los ánimos se habían calmado, el Viejo del Mar confesó el lugar donde se encontraba el jardín de las Hespérides: en el lejano Occidente, en una de las laderas del monte Atlas, muy cerca del fin del mundo.
LA MUERTE DEL DRAGÓN
Como en otras ocasiones, Hércules emprendió una larga marcha que le llevó a atravesar inhóspitos desiertos, montañas infranqueables, abrasadoras llanuras y a superar nuevos peligros, como el que suponía la presencia del gigante Anteo, que tenía la insana costumbre de retar y dar muerte a todos los viajeros que, imprudentemente, se cruzaban en su camino. Después de matar a Anteo, Hércules llegó a las laderas del monte Atlas y, por fin, encontró aquello que tanto había buscado. Decidido, marchó al encuentro del poderoso dragón de cien cabezas que protegía el lugar, pero este, cuando se percató de la presencia del recién llegado, se precipitó contra él con la intención de enroscarse alrededor de su cuerpo y provocarle una agónica muerte. Antes de que se acercase lo suficiente, Hércules preparó el arco y, con su brazo poderoso, disparó de forma certera una de sus flechas envenenadas que impactó en el corazón de la bestia.
Muerto Ladón, el héroe subió hasta la cumbre de la montaña y explicó a Atlas, condenado por Zeus a llevar el mundo sobre sus espaldas, el motivo de su viaje. Una sombra de desconfianza se asomó entre los ojos del gigante, pero, al final, mostró su disposición para que sus hijas recogiesen las manzanas y se la entregasen al hijo de aquel que, tan injustamente, le había convertido en víctima de tan cruel condena. Para ello, respondió Atlas, Hércules debería ocupar su lugar y sujetar el mundo hasta que él pudiese hablar con las ninfas. Cuando accedió al trato, el gigante bajó a toda prisa hasta el llano e, inmediatamente, subió hasta lo alto de la montaña y depositó las manzanas sobre los pies del héroe. Este, agradecido, le pidió al gigante que recuperase su carga, pero Atlas, de forma hartera, mostró su rechazó y pidió a Hércules que ocupase su lugar por el resto de la eternidad. Contrariado, el héroe respondió que no le importaba asumir esa responsabilidad si esa era, realmente, la voluntad de los dioses, pero solo lo haría si el gigante le ayudaba a colocarse bien la Tierra sobre sus espaldas. Con cierta desconfianza, el ingenuo Atlas accedió a la petición de su acompañante, pero cuando se agachó para tomar el peso del mundo, Hércules dio un salto, recogió el cesto de las manzanas y salió corriendo ladera abajo, y hasta Micenas, para dar fin a este nuevo trabajo.