Clio Historia

HÉRCULES EN EL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA

DESPUÉS DE DERROTAR A LAS AMAZONAS Y TERMINAR CON EL GIGANTE GERIÓN, HÉRCULES COMPRENDIÓ QUE SOLO LE FALTABAN DOS TRABAJOS PARA PURGAR SUS CRÍMENES Y PODER ALCANZAR, AL FIN, LA PAZ, LA TRANQUILID­AD QUE TANTO HABÍA ANHELADO DESDE QUE SE HABÍA PUESTO AL SERVICIO DE SU PÉRFIDO PRIMO EURISTEO. DESGRACIAD­AMENTE, SUS ÚLTIMAS AVENTURAS RESULTARON SER LAS MÁS PELIGROSAS, LAS MÁS ARRIESGADA­S, POR LO QUE TUVO QUE RECURRIR A TODA SU FUERZA E INGENIO PARA SALIR BIEN PARADO DE LAS SIGUIENTES PRUEBAS.

EURISTEO SABÍA QUE EL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES ERA UN LUGAR PROTEGIDO POR LA ORGULLOSA Y VENGATIVA HERA, ENEMIGA DECLARADA DEL HÉROE GRIEGO. ES POR ELLO, QUE, SIN DUDARLO, EL REY DE MICENAS ORDENÓ A SU PRIMO QUE CONSIGUIES­E PARA ÉL LAS MANZANAS DE ORO QUE CRECÍAN EN EL HERMOSO ÁRBOL DE LAS HESPÉRIDES, QUE ZEUS HABÍA OFRECIDO A SU ESPOSA COMO REGALO DE BODA. Hércules sabía que el árbol estaba protegido por un peligroso dragón de cien cabezas al que conocían con el nombre de Ladón, y que solo las hijas del titán Atlas, las tres ninfas a las que llamaban las Hespérides, podían recoger sus frutos.

RUMBO AL JARDÍN

El primer problema que se vio obligado a superar fue la dificultad para dar con este enigmático lugar, ya que ningún mortal conocía su paradero. Durante mucho tiempo, tuvo que deambular, sin rumbo conocido, por valles, montañas y angostos desfilader­os de toda Grecia. Un día, cuando el desánimo y la desesperac­ión ya se habían apoderado de su alma, encontró a tres ninfas jugando en una playa de arenas finas y aguas cristalina­s y les preguntó sobre la ubicación del jardín de las Hespérides. Para su sorpresa, las muchachas le respondier­on que su padre, Nereo, podría dar respuesta a esa pregunta que tanto le había atormentad­o en los últimos meses. Antes de partir en busca de Nereo, las ninfas le advirtiero­n que, si quería tener éxito, no olvidase sujetar al “Viejo del Mar” con todas sus fuerzas, ya que, entre sus poderes, destacaba la posibilida­d de cambiar de forma a cada instante para no verse atrapado por ningún intruso. Cuando lo encontró, Nereo dormía plácidamen­te bajo un manto de algas. Aprovechan­do el factor sorpresa, Hércules saltó sobre él y lo agarró con firmeza, pero, para su consternac­ión, su oponente se convirtió en agua de mar para tratar de librarse de la asfixiante presión ejercida por

HÉRCULES MARCHÓ AL ENCUENTRO DEL PODEROSO DRAGÓN DE CIEN CABEZAS QUE PROTEGÍA EL LUGAR, PERO ESTE SE PRECIPITÓ SOBRE ÉL CON LA INTENCIÓN DE ENROSCARSE ALREDEDOR DE SU CUELLO Y PROVOCARLE LA MUERTE.

el hijo de Zeus y Alcmena. Su esfuerzo resultó en balde porque, con grandes reflejos, Hércules apretó los puños con tanta fuerza que Nereo no pudo, finalmente, escapar. Desesperad­o, el hijo de Ponto y Gea se convirtió en fuego, pero Hércules, insensible al dolor, continuó estrechand­o a su rival hasta que este, en un último esfuerzo, tomó la forma de un león poderoso e inició una terrible lucha que solo terminó cuando el héroe griego consiguió aferrarle el cuello y apretar con fuerza hasta que Nereo no tuvo otro remedio más que rendirse. Cuando los ánimos se habían calmado, el Viejo del Mar confesó el lugar donde se encontraba el jardín de las Hespérides: en el lejano Occidente, en una de las laderas del monte Atlas, muy cerca del fin del mundo.

LA MUERTE DEL DRAGÓN

Como en otras ocasiones, Hércules emprendió una larga marcha que le llevó a atravesar inhóspitos desiertos, montañas infranquea­bles, abrasadora­s llanuras y a superar nuevos peligros, como el que suponía la presencia del gigante Anteo, que tenía la insana costumbre de retar y dar muerte a todos los viajeros que, imprudente­mente, se cruzaban en su camino. Después de matar a Anteo, Hércules llegó a las laderas del monte Atlas y, por fin, encontró aquello que tanto había buscado. Decidido, marchó al encuentro del poderoso dragón de cien cabezas que protegía el lugar, pero este, cuando se percató de la presencia del recién llegado, se precipitó contra él con la intención de enroscarse alrededor de su cuerpo y provocarle una agónica muerte. Antes de que se acercase lo suficiente, Hércules preparó el arco y, con su brazo poderoso, disparó de forma certera una de sus flechas envenenada­s que impactó en el corazón de la bestia.

Muerto Ladón, el héroe subió hasta la cumbre de la montaña y explicó a Atlas, condenado por Zeus a llevar el mundo sobre sus espaldas, el motivo de su viaje. Una sombra de desconfian­za se asomó entre los ojos del gigante, pero, al final, mostró su disposició­n para que sus hijas recogiesen las manzanas y se la entregasen al hijo de aquel que, tan injustamen­te, le había convertido en víctima de tan cruel condena. Para ello, respondió Atlas, Hércules debería ocupar su lugar y sujetar el mundo hasta que él pudiese hablar con las ninfas. Cuando accedió al trato, el gigante bajó a toda prisa hasta el llano e, inmediatam­ente, subió hasta lo alto de la montaña y depositó las manzanas sobre los pies del héroe. Este, agradecido, le pidió al gigante que recuperase su carga, pero Atlas, de forma hartera, mostró su rechazó y pidió a Hércules que ocupase su lugar por el resto de la eternidad. Contrariad­o, el héroe respondió que no le importaba asumir esa responsabi­lidad si esa era, realmente, la voluntad de los dioses, pero solo lo haría si el gigante le ayudaba a colocarse bien la Tierra sobre sus espaldas. Con cierta desconfian­za, el ingenuo Atlas accedió a la petición de su acompañant­e, pero cuando se agachó para tomar el peso del mundo, Hércules dio un salto, recogió el cesto de las manzanas y salió corriendo ladera abajo, y hasta Micenas, para dar fin a este nuevo trabajo.

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